• El mago Yukine empuja la pesada puerta de madera del bar. Al entrar, una mezcla de luces tenues y sombras danzantes lo envuelven. El aire está cargado de una mezcla de aromas: hierbas exóticas, pociones burbujeantes y el inconfundible olor a magia antigua.

    El bar está lleno de seres mitológicos de todo tipo. En una esquina, un grupo de elfos discute animadamente sobre la última moda en arcos encantados. Cerca de la barra, un centauro sorbe una bebida espumosa mientras conversa con una sirena que ha encontrado un asiento en un tanque de agua especialmente diseñado para ella. En una mesa central, un dragón en forma humana lanza dados mágicos en un juego de azar con un gnomo y un troll.

    Yukine avanza con paso seguro, su capa ondeando ligeramente detrás de él. Sus ojos brillan con una luz azulada, reflejo de su poder interior. Se acerca a la barra, donde el barman, un duende de aspecto astuto, le sonríe.

    “¿Qué te trae por aquí, mago?”

    pregunta el duende mientras limpia un vaso con un trapo que parece tener vida propia.

    “He venido en busca de información,”

    responde Yukine, su voz resonando con autoridad.

    “Dicen que aquí se puede encontrar a los más sabios y a los más astutos de todos los reinos.”

    El duende asiente, sus ojos brillando con curiosidad.

    “Has venido al lugar correcto. Pero aquí, la información tiene un precio.”

    Yukine sonríe levemente, sacando una pequeña bolsa de su capa y dejándola sobre la barra. El tintineo de las monedas de oro resuena en el bar, atrayendo la atención de varios de los presentes.

    “Entonces, empecemos,”

    dice Yukine, preparándose para desentrañar los secretos que lo han llevado hasta este lugar.

    El duende toma la bolsa de monedas y la guarda rápidamente en un bolsillo de su chaleco.

    “Muy bien, mago Yukine. ¿Qué es lo que deseas saber?”

    Yukine se inclina ligeramente hacia adelante, su voz baja pero firme.

    “Estoy buscando información sobre un antiguo artefacto, el Orbe de Eterna Luz. Se dice que tiene el poder de restaurar el equilibrio entre los reinos.”

    El duende frunce el ceño, sus ojos brillando con una mezcla de interés y preocupación.

    “El Orbe de Eterna Luz… No es un objeto común. Muchos lo han buscado, pero pocos han regresado.”

    Desde una mesa cercana, una figura encapuchada se levanta y se acerca a la barra.

    “He oído hablar de ese artefacto,”

    dice la figura, revelando un rostro parcialmente cubierto por cicatrices.

    “Soy Lidica, una exploradora de tierras lejanas. He visto mapas y escuchado leyendas sobre el Orbe.”

    Yukine la observa con atención. “¿Estás dispuesta a compartir lo que sabes?”

    Lidica asiente lentamente.

    “A cambio de tu ayuda en una misión que tengo pendiente. Necesito recuperar un cristal de poder de las ruinas de un antiguo templo. Es un lugar peligroso, pero con tus habilidades, podríamos tener éxito.”

    Yukine considera la propuesta por un momento antes de asentir.

    “De acuerdo. Te ayudaré con tu misión, y a cambio, tú me guiarás hacia el Orbe de Eterna Luz.”

    El duende sonríe, satisfecho con el acuerdo.

    “Parece que tenemos un trato. Pero tened cuidado, ambos. Este bar está lleno de oídos curiosos y no todos son de fiar.”

    Con el pacto sellado, Yukine y Lidica se preparan para partir hacia su peligrosa aventura, sabiendo que el destino de los reinos podría depender de su éxito.

    Yukine y Lidica abandonan el bar “El Caldero Místico” y se adentran en la noche, sus pasos resonando en las calles empedradas. La luna llena ilumina su camino mientras se dirigen hacia las ruinas del antiguo templo donde se encuentra el cristal de poder que Lidica necesita recuperar.

    “El templo está a unos días de viaje desde aquí,”

    explica Lidica mientras caminan. “Está rodeado de un bosque encantado, lleno de criaturas mágicas y trampas antiguas. Tendremos que estar en guardia en todo momento.”

    Yukine asiente, su mirada fija en el horizonte.

    “Estoy preparado. Cuéntame más sobre este cristal de poder.”

    Lidica suspira, recordando las historias que había escuchado desde niña.

    “El Cristal de la Aurora es un artefacto antiguo que perteneció a mis ancestros. Se dice que tiene la capacidad de amplificar la magia de su portador, pero también puede ser peligroso si cae en las manos equivocadas. Mi familia ha estado buscándolo durante generaciones, y creo que finalmente estoy cerca de encontrarlo.”

    A medida que avanzan, el paisaje cambia gradualmente de la ciudad a un denso bosque. Los árboles altos y retorcidos parecen susurrar secretos antiguos, y la luz de la luna apenas penetra el espeso follaje.

    “Debemos acampar aquí por la noche,”

    sugiere Lidica, señalando un claro en el bosque.

    “Es mejor no adentrarse en el templo sin descansar primero.”

    Yukine asiente y comienza a preparar un pequeño campamento. Mientras encienden una fogata, Lidica saca un mapa antiguo y lo extiende sobre el suelo.

    “Este es el templo,”

    dice, señalando una estructura en el centro del mapa.

    “Hay varias entradas, pero la mayoría están protegidas por trampas mágicas. Con tu ayuda, creo que podemos desactivarlas y llegar al cristal.”

    Yukine estudia el mapa con atención. “Mañana al amanecer, nos dirigiremos al templo. Debemos estar preparados para cualquier cosa.”

    Con el plan trazado, ambos se acomodan junto a la fogata, sus pensamientos llenos de la misión que les espera. La noche avanza lentamente, y el bosque parece cobrar vida con los sonidos de criaturas nocturnas y el susurro del viento entre los árboles.

    El amancer y la salida del sol es el indicio que un nuevo día a iniciado, Yukine y Lidica se despiertan y preparan algo de desayuno, dan una segunda revisada al pan trasado con anterioridad y desmontan el campamento hecho, recogiendo las lonas y apagando la totalidad del fuego restante usando magia de agua, poniéndose en marcha una vez mas.

    Mientras Yukine y Lidica avanzan por el bosque encantado, una sensación de que son observados los invade, poniéndolos algo tensos y expectantes, de repente y entre los arbustos una criatura emerge, poniendo a Yukine y Lidica en alerta, Yukine por instinto acumulo mana en ambas manos preparándose para el combate mientras Lidica desenvaina su espada y se ponen posición defensiva.

    “¿Quiénes sois y qué buscáis en mi bosque?”

    pregunta el Leshy, su voz resonando como un eco entre los árboles.

    Yukine a ver a la criatura disipa su mana y hace un gesto a Lidica para que enfunde su arma, Yukine da un paso adelante, mostrando respeto.

    “Somos viajeros en busca de un antiguo templo. No queremos causar daño a tu bosque.”

    El Leshy los observa detenidamente antes de asentir lentamente.

    "Te conozco mago eres aquel que fue elegido como mediador, La elemental de tierra nos dijo de tu elección y pronto encuentro"

    el Leshy asintió y les señalo en dirección al sur

    “El templo que buscáis está protegido por antiguos encantamientos. Si prometéis no dañar el bosque, os guiaré hasta allí.”

    Lidica y Yukine asienten, agradecidos por la ayuda del Leshy. Con su guía, avanzan más profundamente en el bosque, sabiendo que han ganado un poderoso aliado en su búsqueda al menos de manera temporal.

    Una vez llegaron a la entrada del templo el Leshy se paro nuevamente frente a ellos

    "eh cumplido mi parte del trato mediador, espero cumplas la tuya"

    luego de estas palabras el leshy desaparecio entre el musgo del suelo, Yukine y Lidica se miraron el uno al otro y asintieron con decisión y entraron al templo.

    El interior del antiguo templo es un lugar impresionante y lleno de misterio. Al entrar, Yukine y Lidica se encuentran en un vasto salón principal, iluminado por la luz tenue que se filtra a través de las grietas en el techo de piedra. Las paredes están cubiertas de intrincados grabados y frescos que representan escenas de antiguas leyendas y batallas épicas.

    Altas columnas de piedra, decoradas con runas y símbolos antiguos, se alinean a lo largo del salón. Algunas de estas columnas están parcialmente cubiertas de musgo y enredaderas, mostrando el paso del tiempo
    A lo largo de las paredes, hay estatuas de antiguos guardianes del templo, figuras imponentes con expresiones severas y armas en mano. Estas estatuas parecen vigilar a los intrusos con ojos de piedra En el centro del salón, hay un gran altar de mármol, adornado con gemas y metales preciosos. Sobre el altar, hay un pedestal vacío donde alguna vez estuvo el Cristal de poder

    Desde el salón principal, varios pasadizos oscuros se extienden hacia las profundidades del templo. Estos pasadizos están llenos de trampas y desafíos, diseñados para proteger los secretos del templo El techo del salón está decorado con un mosaico de colores brillantes que representa el cielo nocturno y las constelaciones. Este mosaico parece brillar con una luz propia, añadiendo un aire mágico al lugar
    El suelo está hecho de grandes losas de piedra, algunas de las cuales están grabadas con patrones geométricos y símbolos mágicos. A medida que caminan, Yukine y Lidica pueden sentir una energía antigua emanando del suelo
    El ambiente dentro del templo es solemne y reverente, con un silencio que solo es roto por el eco de sus pasos. Cada rincón del lugar parece estar impregnado de historia y magia, y Yukine y Lidica saben que deben proceder con cautela.
    El mago Yukine empuja la pesada puerta de madera del bar. Al entrar, una mezcla de luces tenues y sombras danzantes lo envuelven. El aire está cargado de una mezcla de aromas: hierbas exóticas, pociones burbujeantes y el inconfundible olor a magia antigua. El bar está lleno de seres mitológicos de todo tipo. En una esquina, un grupo de elfos discute animadamente sobre la última moda en arcos encantados. Cerca de la barra, un centauro sorbe una bebida espumosa mientras conversa con una sirena que ha encontrado un asiento en un tanque de agua especialmente diseñado para ella. En una mesa central, un dragón en forma humana lanza dados mágicos en un juego de azar con un gnomo y un troll. Yukine avanza con paso seguro, su capa ondeando ligeramente detrás de él. Sus ojos brillan con una luz azulada, reflejo de su poder interior. Se acerca a la barra, donde el barman, un duende de aspecto astuto, le sonríe. “¿Qué te trae por aquí, mago?” pregunta el duende mientras limpia un vaso con un trapo que parece tener vida propia. “He venido en busca de información,” responde Yukine, su voz resonando con autoridad. “Dicen que aquí se puede encontrar a los más sabios y a los más astutos de todos los reinos.” El duende asiente, sus ojos brillando con curiosidad. “Has venido al lugar correcto. Pero aquí, la información tiene un precio.” Yukine sonríe levemente, sacando una pequeña bolsa de su capa y dejándola sobre la barra. El tintineo de las monedas de oro resuena en el bar, atrayendo la atención de varios de los presentes. “Entonces, empecemos,” dice Yukine, preparándose para desentrañar los secretos que lo han llevado hasta este lugar. El duende toma la bolsa de monedas y la guarda rápidamente en un bolsillo de su chaleco. “Muy bien, mago Yukine. ¿Qué es lo que deseas saber?” Yukine se inclina ligeramente hacia adelante, su voz baja pero firme. “Estoy buscando información sobre un antiguo artefacto, el Orbe de Eterna Luz. Se dice que tiene el poder de restaurar el equilibrio entre los reinos.” El duende frunce el ceño, sus ojos brillando con una mezcla de interés y preocupación. “El Orbe de Eterna Luz… No es un objeto común. Muchos lo han buscado, pero pocos han regresado.” Desde una mesa cercana, una figura encapuchada se levanta y se acerca a la barra. “He oído hablar de ese artefacto,” dice la figura, revelando un rostro parcialmente cubierto por cicatrices. “Soy Lidica, una exploradora de tierras lejanas. He visto mapas y escuchado leyendas sobre el Orbe.” Yukine la observa con atención. “¿Estás dispuesta a compartir lo que sabes?” Lidica asiente lentamente. “A cambio de tu ayuda en una misión que tengo pendiente. Necesito recuperar un cristal de poder de las ruinas de un antiguo templo. Es un lugar peligroso, pero con tus habilidades, podríamos tener éxito.” Yukine considera la propuesta por un momento antes de asentir. “De acuerdo. Te ayudaré con tu misión, y a cambio, tú me guiarás hacia el Orbe de Eterna Luz.” El duende sonríe, satisfecho con el acuerdo. “Parece que tenemos un trato. Pero tened cuidado, ambos. Este bar está lleno de oídos curiosos y no todos son de fiar.” Con el pacto sellado, Yukine y Lidica se preparan para partir hacia su peligrosa aventura, sabiendo que el destino de los reinos podría depender de su éxito. Yukine y Lidica abandonan el bar “El Caldero Místico” y se adentran en la noche, sus pasos resonando en las calles empedradas. La luna llena ilumina su camino mientras se dirigen hacia las ruinas del antiguo templo donde se encuentra el cristal de poder que Lidica necesita recuperar. “El templo está a unos días de viaje desde aquí,” explica Lidica mientras caminan. “Está rodeado de un bosque encantado, lleno de criaturas mágicas y trampas antiguas. Tendremos que estar en guardia en todo momento.” Yukine asiente, su mirada fija en el horizonte. “Estoy preparado. Cuéntame más sobre este cristal de poder.” Lidica suspira, recordando las historias que había escuchado desde niña. “El Cristal de la Aurora es un artefacto antiguo que perteneció a mis ancestros. Se dice que tiene la capacidad de amplificar la magia de su portador, pero también puede ser peligroso si cae en las manos equivocadas. Mi familia ha estado buscándolo durante generaciones, y creo que finalmente estoy cerca de encontrarlo.” A medida que avanzan, el paisaje cambia gradualmente de la ciudad a un denso bosque. Los árboles altos y retorcidos parecen susurrar secretos antiguos, y la luz de la luna apenas penetra el espeso follaje. “Debemos acampar aquí por la noche,” sugiere Lidica, señalando un claro en el bosque. “Es mejor no adentrarse en el templo sin descansar primero.” Yukine asiente y comienza a preparar un pequeño campamento. Mientras encienden una fogata, Lidica saca un mapa antiguo y lo extiende sobre el suelo. “Este es el templo,” dice, señalando una estructura en el centro del mapa. “Hay varias entradas, pero la mayoría están protegidas por trampas mágicas. Con tu ayuda, creo que podemos desactivarlas y llegar al cristal.” Yukine estudia el mapa con atención. “Mañana al amanecer, nos dirigiremos al templo. Debemos estar preparados para cualquier cosa.” Con el plan trazado, ambos se acomodan junto a la fogata, sus pensamientos llenos de la misión que les espera. La noche avanza lentamente, y el bosque parece cobrar vida con los sonidos de criaturas nocturnas y el susurro del viento entre los árboles. El amancer y la salida del sol es el indicio que un nuevo día a iniciado, Yukine y Lidica se despiertan y preparan algo de desayuno, dan una segunda revisada al pan trasado con anterioridad y desmontan el campamento hecho, recogiendo las lonas y apagando la totalidad del fuego restante usando magia de agua, poniéndose en marcha una vez mas. Mientras Yukine y Lidica avanzan por el bosque encantado, una sensación de que son observados los invade, poniéndolos algo tensos y expectantes, de repente y entre los arbustos una criatura emerge, poniendo a Yukine y Lidica en alerta, Yukine por instinto acumulo mana en ambas manos preparándose para el combate mientras Lidica desenvaina su espada y se ponen posición defensiva. “¿Quiénes sois y qué buscáis en mi bosque?” pregunta el Leshy, su voz resonando como un eco entre los árboles. Yukine a ver a la criatura disipa su mana y hace un gesto a Lidica para que enfunde su arma, Yukine da un paso adelante, mostrando respeto. “Somos viajeros en busca de un antiguo templo. No queremos causar daño a tu bosque.” El Leshy los observa detenidamente antes de asentir lentamente. "Te conozco mago eres aquel que fue elegido como mediador, La elemental de tierra nos dijo de tu elección y pronto encuentro" el Leshy asintió y les señalo en dirección al sur “El templo que buscáis está protegido por antiguos encantamientos. Si prometéis no dañar el bosque, os guiaré hasta allí.” Lidica y Yukine asienten, agradecidos por la ayuda del Leshy. Con su guía, avanzan más profundamente en el bosque, sabiendo que han ganado un poderoso aliado en su búsqueda al menos de manera temporal. Una vez llegaron a la entrada del templo el Leshy se paro nuevamente frente a ellos "eh cumplido mi parte del trato mediador, espero cumplas la tuya" luego de estas palabras el leshy desaparecio entre el musgo del suelo, Yukine y Lidica se miraron el uno al otro y asintieron con decisión y entraron al templo. El interior del antiguo templo es un lugar impresionante y lleno de misterio. Al entrar, Yukine y Lidica se encuentran en un vasto salón principal, iluminado por la luz tenue que se filtra a través de las grietas en el techo de piedra. Las paredes están cubiertas de intrincados grabados y frescos que representan escenas de antiguas leyendas y batallas épicas. Altas columnas de piedra, decoradas con runas y símbolos antiguos, se alinean a lo largo del salón. Algunas de estas columnas están parcialmente cubiertas de musgo y enredaderas, mostrando el paso del tiempo A lo largo de las paredes, hay estatuas de antiguos guardianes del templo, figuras imponentes con expresiones severas y armas en mano. Estas estatuas parecen vigilar a los intrusos con ojos de piedra En el centro del salón, hay un gran altar de mármol, adornado con gemas y metales preciosos. Sobre el altar, hay un pedestal vacío donde alguna vez estuvo el Cristal de poder Desde el salón principal, varios pasadizos oscuros se extienden hacia las profundidades del templo. Estos pasadizos están llenos de trampas y desafíos, diseñados para proteger los secretos del templo El techo del salón está decorado con un mosaico de colores brillantes que representa el cielo nocturno y las constelaciones. Este mosaico parece brillar con una luz propia, añadiendo un aire mágico al lugar El suelo está hecho de grandes losas de piedra, algunas de las cuales están grabadas con patrones geométricos y símbolos mágicos. A medida que caminan, Yukine y Lidica pueden sentir una energía antigua emanando del suelo El ambiente dentro del templo es solemne y reverente, con un silencio que solo es roto por el eco de sus pasos. Cada rincón del lugar parece estar impregnado de historia y magia, y Yukine y Lidica saben que deben proceder con cautela.
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  • El jardín, bañado por la luz fría y distante de la luna llena, parecía indiferente al sufrimiento que cargaba Daniel en su interior. Con el cuerpo exhausto y el alma aún más, caminó tambaleándose, su pecho subiendo y bajando con respiraciones desiguales. Miró al cielo, buscando respuestas en esa luna que siempre había sido su guía, su madre en espíritu. Pero esta vez no había consuelo, solo frustración.

    —¡¿Por qué, madre?!—

    gritó, su voz desgarrada por la impotencia.

    —¡¿Por qué pones tantos problemas en mi vida?! ¡Todo esto… el juicio, la coronación, el entrenamiento! ¿Es una prueba? ¿Es esto lo que quieres de mí?—

    Se pasó una mano por el cabello húmedo de sudor, sus pensamientos enredándose en la maraña de expectativas que siempre lo abrumaban. La magia no respondía, no importaba cuánto lo intentara, y las expectativas de su familia, de la Luna, de todos, pesaban como cadenas que lo arrastraban hacia abajo.

    —Yo solo quiero ser feliz con Adriana—

    continuó, con la voz temblorosa, pero cargada de desesperación.

    —¡Quiero casarme con ella, que algún día sea la madre de mis hijos! ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? ¿Por qué siempre es tan complicado?—

    Se detuvo, apretando los puños mientras la impotencia lo consumía.

    —¡Todos esperan que sea perfecto! ¡El hijo ideal de los Selene, el heredero perfecto! Pero no puedo... no puedo ser lo que ellos quieren. Siempre acabo decepcionando a todos. No importa cuánto lo intente, no soy suficiente.—

    Las lágrimas empezaron a arder en sus ojos, pero Daniel las contuvo, su rabia y frustración ardiendo más intensamente que su dolor.

    —¡¿Por qué me pides tanto si sabes que no puedo con todo esto?! ¡No puedo controlarlo todo! ¡Ni siquiera puedo controlar mi propia magia!—

    Se quedó en silencio por un momento, el aire frío de la noche llenando sus pulmones mientras caía de rodillas en la hierba. Su mirada seguía fija en la luna, pero ya no era un grito lo que salía de su boca, sino un susurro derrotado.

    —Solo quiero ser suficiente... solo quiero ser feliz.—

    El eco de sus palabras se desvaneció, y Daniel sintió el vacío apoderarse de él. La luna, distante y silente, no le ofrecía respuestas. Y en ese momento, más que nunca, se sintió perdido.
    El jardín, bañado por la luz fría y distante de la luna llena, parecía indiferente al sufrimiento que cargaba Daniel en su interior. Con el cuerpo exhausto y el alma aún más, caminó tambaleándose, su pecho subiendo y bajando con respiraciones desiguales. Miró al cielo, buscando respuestas en esa luna que siempre había sido su guía, su madre en espíritu. Pero esta vez no había consuelo, solo frustración. —¡¿Por qué, madre?!— gritó, su voz desgarrada por la impotencia. —¡¿Por qué pones tantos problemas en mi vida?! ¡Todo esto… el juicio, la coronación, el entrenamiento! ¿Es una prueba? ¿Es esto lo que quieres de mí?— Se pasó una mano por el cabello húmedo de sudor, sus pensamientos enredándose en la maraña de expectativas que siempre lo abrumaban. La magia no respondía, no importaba cuánto lo intentara, y las expectativas de su familia, de la Luna, de todos, pesaban como cadenas que lo arrastraban hacia abajo. —Yo solo quiero ser feliz con Adriana— continuó, con la voz temblorosa, pero cargada de desesperación. —¡Quiero casarme con ella, que algún día sea la madre de mis hijos! ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? ¿Por qué siempre es tan complicado?— Se detuvo, apretando los puños mientras la impotencia lo consumía. —¡Todos esperan que sea perfecto! ¡El hijo ideal de los Selene, el heredero perfecto! Pero no puedo... no puedo ser lo que ellos quieren. Siempre acabo decepcionando a todos. No importa cuánto lo intente, no soy suficiente.— Las lágrimas empezaron a arder en sus ojos, pero Daniel las contuvo, su rabia y frustración ardiendo más intensamente que su dolor. —¡¿Por qué me pides tanto si sabes que no puedo con todo esto?! ¡No puedo controlarlo todo! ¡Ni siquiera puedo controlar mi propia magia!— Se quedó en silencio por un momento, el aire frío de la noche llenando sus pulmones mientras caía de rodillas en la hierba. Su mirada seguía fija en la luna, pero ya no era un grito lo que salía de su boca, sino un susurro derrotado. —Solo quiero ser suficiente... solo quiero ser feliz.— El eco de sus palabras se desvaneció, y Daniel sintió el vacío apoderarse de él. La luna, distante y silente, no le ofrecía respuestas. Y en ese momento, más que nunca, se sintió perdido.
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  • Mockinbird, sing for me
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    —Pajarito, pajarito ¿dónde te metiste? —canturreó una dulce voz.

    La luna reclamaba el cielo como suyo y la ciudad, celosa de su luz, escondía a las estrellas entre altos edificios bestias de luces neón. Jane se había colocado como el cliché víctima perfecto: sola en un callejón, pobremente alumbrado con el neón rojo de los locales que no le interesaban leer, menando suavemente su cadera y escuchando los insultos que murmuraban algunos al reconocerla como la “oficial Jane Doe”.

    Eran un montón de exagerados, excepto aquel hombre que tenía una horrible cicatriz en el rostro, él si que tenía razones para odiarla.

    Las últimas dos semanas los periodos se habían plagado de titulares amarillistas, sumiendo la ciudad en el pánico respecto a un asesino serial. Sus víctimas eran todas humanas, drenadas de la sangre hasta la última gota como si Erzebeth Bathory siguiera viva. Hasta ahora, todas las pistas conducían al mismo sospechoso: el ladrón de sangre del hospital. Desde su incidente, es que los cuerpos habían comenzado a aflorar como si fueran rosales en primavera.

    Su equipo alegaba una teoría respecto a un loco sectario y Jane sabía que era algo más. Después de todo, ese tal Santiago había alegado muy orgulloso tener una bóveda llena de sangre ¿no es cierto? Tenía los motivos, coincidían los lugares ¡incluso su máscara llegó a verse! Pero nadie podía encontrarlo.

    Nadie que fuera humano, claro. Su compañero estaba enfermo y Jane jugó a la temeraria, guiándose por su nariz hasta por fin encontrar el rastro del apodado “pajarito”. Se adentró en un abr que tenía la puerta medio oculta, un par de halagos y cualquier cadenero cedía, qué fáciles eran de manipular.

    —Vaya que no eres de los finos si te gusta andar ocultando aquí —comentó mientras se sentaba en la barra. Aún no lo veía, pero estaba ahí, lo sabía, podía olerlo, oír su sangre—. Eres complicado de encontrar, pajarito sangriento.

    || Rolcito privado con @Santiago ||
    —Pajarito, pajarito ¿dónde te metiste? —canturreó una dulce voz. La luna reclamaba el cielo como suyo y la ciudad, celosa de su luz, escondía a las estrellas entre altos edificios bestias de luces neón. Jane se había colocado como el cliché víctima perfecto: sola en un callejón, pobremente alumbrado con el neón rojo de los locales que no le interesaban leer, menando suavemente su cadera y escuchando los insultos que murmuraban algunos al reconocerla como la “oficial Jane Doe”. Eran un montón de exagerados, excepto aquel hombre que tenía una horrible cicatriz en el rostro, él si que tenía razones para odiarla. Las últimas dos semanas los periodos se habían plagado de titulares amarillistas, sumiendo la ciudad en el pánico respecto a un asesino serial. Sus víctimas eran todas humanas, drenadas de la sangre hasta la última gota como si Erzebeth Bathory siguiera viva. Hasta ahora, todas las pistas conducían al mismo sospechoso: el ladrón de sangre del hospital. Desde su incidente, es que los cuerpos habían comenzado a aflorar como si fueran rosales en primavera. Su equipo alegaba una teoría respecto a un loco sectario y Jane sabía que era algo más. Después de todo, ese tal Santiago había alegado muy orgulloso tener una bóveda llena de sangre ¿no es cierto? Tenía los motivos, coincidían los lugares ¡incluso su máscara llegó a verse! Pero nadie podía encontrarlo. Nadie que fuera humano, claro. Su compañero estaba enfermo y Jane jugó a la temeraria, guiándose por su nariz hasta por fin encontrar el rastro del apodado “pajarito”. Se adentró en un abr que tenía la puerta medio oculta, un par de halagos y cualquier cadenero cedía, qué fáciles eran de manipular. —Vaya que no eres de los finos si te gusta andar ocultando aquí —comentó mientras se sentaba en la barra. Aún no lo veía, pero estaba ahí, lo sabía, podía olerlo, oír su sangre—. Eres complicado de encontrar, pajarito sangriento. || Rolcito privado con @Santiago ||
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  • ℱ𝓁𝒶𝓈𝒽𝒷𝒶𝒸𝓀 ➺ ℒ𝒶 𝒫𝓇𝒾𝓂𝑒𝓇𝒶 𝒱𝑒𝓏

    𝘚𝘦𝘪𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘢𝘵𝘳𝘢́𝘴...

    La noche era oscura y fría, como tantas otras. Las luces mortecinas del motel parpadeaban sobre la fachada gris tan conocida. Nathan, envuelto en su chaqueta, sentía el aire helado filtrarse por cada fibra de su cuerpo, pero no era el frío lo que lo hacía temblar. Apoyado contra la pared áspera del motel, esperaba al boss, mirando hacia la calle vacía con una ansiedad que le erizaba la piel.

    El negocio había estado lento y el ambiente se había tornado peligroso, las tensiones cada vez más palpables. No era la primera vez. Sabía lo que venía. Siempre lo sabía.

    Cuando el coche se detuvo, el motor rugió como una bestia amenazante en la distancia y la figura del jefe emergió de entre las sombras, imponente y oscura. Lo reconoció de inmediat,o por el sonido de sus pasos pesados, y su corazón se aceleró golpeando su pecho con una furia incontrolable.

    "Esto no está bien..."

    – Vamos –la voz del jefe era grave, como un trueno contenido. Le llamó sin siquiera dirigirle una mirada.

    Nathan lo siguió, sintiendo las piernas flojas, como si su cuerpo intentara advertirle de lo que estaba por venir. Pero no había escapatoria. Nunca la había.

    Entraron en el motel, subiendo por el pasillo enmoquetado que olía a humedad y cigarros rancios. Nathan mantenía la cabeza gacha, con los ojos fijos en sus botas gastadas, conteniendo el aire, pensando si está vez realmente bastaría su cuerpo para saciar las ansias del boss.

    Cada segundo que pasaba, el miedo se acumulaba en su pecho, creciendo, apretando como una garra invisible.

    Al llegar a la habitación, las cosas se tensaron en un instante. La puerta se cerró de golpe, el sonido resonó como un disparo. Nathan levantó la vista lentamente, solo para encontrarse con la mirada oscura del jefe que lo devoraba con rabia contenida.

    – ¿Sabes lo que pasa cuando no me traes lo que te pido, verdad? –las palabras, impregnadas de un veneno hirviente, apuñalaron sus oídos. Nathan tragó saliva, sintiendo la garganta seca como papel.

    – Lo siento, ha sido una semana lenta. He intentado más de lo que he podido. La gente no... – intentó explicar, pero el golpe vino antes de que pudiera terminar la frase.

    Un puño cerrado, duro como una roca, le impactó en la cara derribándolo contra la cama desvencijada. Sintió el sabor metálico en la boca, la sangre comenzando a brotar.

    Ya no podía escapar.

    Antes de que pudiera reaccionar, las manos del jefe se cerraron alrededor de su cuello como una cadena implacable. Nathan pataleó, se retorció tratando de agarrar las muñecas que lo aprisionaban, pero la presión superaba por mucho la escasa fuerza de su cuerpo.

    – Si no sirves como puta, no sirves para nada.

    El aire dejó de entrar y los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse. Cada segundo era una eternidad. Los latidos de su corazón martillaban en sus oídos mientras la fuerza del hombre lo aplastaba contra la cama.

    En algún punto dejó de luchar. Sus extremidades colgaban débilmente y su garganta ardía, incapaz de sacar sonido alguno. Los ojos se llenaron de lágrimas, no solo de dolor, sino de impotencia.

    ¿Así era como todo terminaba? Después de tanto luchar, resistir, sufrir... ¿Ni siquiera una luz al final del túnel?

    El mundo comenzó a desvanecerse. Los bordes de su conciencia eran oscuros, distantes, el sonido amortiguado, pero, dentro de sí, en lo más profundo de su ser, algo rugió, algo primitivo y furioso, algo que se negaba a ceder, un instinto de supervivencia puro, visceral.

    Y entonces ocurrió.

    Sin entender cómo ni por qué, una ola de energía se liberó de su cuerpo. No la sintió, no la controló, simplemente explotó fuera de él. La habitación vibró y el jefe fue lanzado violentamente hacia el otro lado, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con furia. El hombre impactó contra la pared con un estruendo aterrador, y el yeso y las vigas de madera estallaron en fragmentos, cayendo como una tormenta.

    Nathan quedó tendido en el lecho, afanándose por respirar. El oxígeno volvió a inundar sus pulmones como un golpe inesperado, revitalizando su cuerpo, aunque su mente estaba desorientada, perdida en el caos.

    Todo a su alrededor estaba roto, la cama destruida, las paredes con grietas. Su cuerpo temblaba, pero la amenaza había desaparecido. El boss yacía inconsciente en el otro lado de la habitación entre polvo y escombros.

    Nathan jadeaba, sus ojos aún abiertos, aunque la consciencia empezaba a resbalar de nuevo. Su corazón latía desbocado, el cuerpo exhausto por el esfuerzo mental que acababa de realizar sin siquiera comprender cómo.

    Mientras se hundía en la oscuridad del inconsciente, la única certeza que lo acompañaba era que algo en su interior había cambiado para siempre; esa sería la última vez que subyugaría su voluntad bajo la de alguien más.
    ℱ𝓁𝒶𝓈𝒽𝒷𝒶𝒸𝓀 ➺ ℒ𝒶 𝒫𝓇𝒾𝓂𝑒𝓇𝒶 𝒱𝑒𝓏 𝘚𝘦𝘪𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘢𝘵𝘳𝘢́𝘴... La noche era oscura y fría, como tantas otras. Las luces mortecinas del motel parpadeaban sobre la fachada gris tan conocida. Nathan, envuelto en su chaqueta, sentía el aire helado filtrarse por cada fibra de su cuerpo, pero no era el frío lo que lo hacía temblar. Apoyado contra la pared áspera del motel, esperaba al boss, mirando hacia la calle vacía con una ansiedad que le erizaba la piel. El negocio había estado lento y el ambiente se había tornado peligroso, las tensiones cada vez más palpables. No era la primera vez. Sabía lo que venía. Siempre lo sabía. Cuando el coche se detuvo, el motor rugió como una bestia amenazante en la distancia y la figura del jefe emergió de entre las sombras, imponente y oscura. Lo reconoció de inmediat,o por el sonido de sus pasos pesados, y su corazón se aceleró golpeando su pecho con una furia incontrolable. "Esto no está bien..." – Vamos –la voz del jefe era grave, como un trueno contenido. Le llamó sin siquiera dirigirle una mirada. Nathan lo siguió, sintiendo las piernas flojas, como si su cuerpo intentara advertirle de lo que estaba por venir. Pero no había escapatoria. Nunca la había. Entraron en el motel, subiendo por el pasillo enmoquetado que olía a humedad y cigarros rancios. Nathan mantenía la cabeza gacha, con los ojos fijos en sus botas gastadas, conteniendo el aire, pensando si está vez realmente bastaría su cuerpo para saciar las ansias del boss. Cada segundo que pasaba, el miedo se acumulaba en su pecho, creciendo, apretando como una garra invisible. Al llegar a la habitación, las cosas se tensaron en un instante. La puerta se cerró de golpe, el sonido resonó como un disparo. Nathan levantó la vista lentamente, solo para encontrarse con la mirada oscura del jefe que lo devoraba con rabia contenida. – ¿Sabes lo que pasa cuando no me traes lo que te pido, verdad? –las palabras, impregnadas de un veneno hirviente, apuñalaron sus oídos. Nathan tragó saliva, sintiendo la garganta seca como papel. – Lo siento, ha sido una semana lenta. He intentado más de lo que he podido. La gente no... – intentó explicar, pero el golpe vino antes de que pudiera terminar la frase. Un puño cerrado, duro como una roca, le impactó en la cara derribándolo contra la cama desvencijada. Sintió el sabor metálico en la boca, la sangre comenzando a brotar. Ya no podía escapar. Antes de que pudiera reaccionar, las manos del jefe se cerraron alrededor de su cuello como una cadena implacable. Nathan pataleó, se retorció tratando de agarrar las muñecas que lo aprisionaban, pero la presión superaba por mucho la escasa fuerza de su cuerpo. – Si no sirves como puta, no sirves para nada. El aire dejó de entrar y los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse. Cada segundo era una eternidad. Los latidos de su corazón martillaban en sus oídos mientras la fuerza del hombre lo aplastaba contra la cama. En algún punto dejó de luchar. Sus extremidades colgaban débilmente y su garganta ardía, incapaz de sacar sonido alguno. Los ojos se llenaron de lágrimas, no solo de dolor, sino de impotencia. ¿Así era como todo terminaba? Después de tanto luchar, resistir, sufrir... ¿Ni siquiera una luz al final del túnel? El mundo comenzó a desvanecerse. Los bordes de su conciencia eran oscuros, distantes, el sonido amortiguado, pero, dentro de sí, en lo más profundo de su ser, algo rugió, algo primitivo y furioso, algo que se negaba a ceder, un instinto de supervivencia puro, visceral. Y entonces ocurrió. Sin entender cómo ni por qué, una ola de energía se liberó de su cuerpo. No la sintió, no la controló, simplemente explotó fuera de él. La habitación vibró y el jefe fue lanzado violentamente hacia el otro lado, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con furia. El hombre impactó contra la pared con un estruendo aterrador, y el yeso y las vigas de madera estallaron en fragmentos, cayendo como una tormenta. Nathan quedó tendido en el lecho, afanándose por respirar. El oxígeno volvió a inundar sus pulmones como un golpe inesperado, revitalizando su cuerpo, aunque su mente estaba desorientada, perdida en el caos. Todo a su alrededor estaba roto, la cama destruida, las paredes con grietas. Su cuerpo temblaba, pero la amenaza había desaparecido. El boss yacía inconsciente en el otro lado de la habitación entre polvo y escombros. Nathan jadeaba, sus ojos aún abiertos, aunque la consciencia empezaba a resbalar de nuevo. Su corazón latía desbocado, el cuerpo exhausto por el esfuerzo mental que acababa de realizar sin siquiera comprender cómo. Mientras se hundía en la oscuridad del inconsciente, la única certeza que lo acompañaba era que algo en su interior había cambiado para siempre; esa sería la última vez que subyugaría su voluntad bajo la de alguien más.
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  • Simplemente; Mustang.
    Fandom Crossover
    Categoría Crossover
    En el lujoso hotel Morningstar, donde el brillo de las luces se entrelaza con la penumbra de secretos inconfesables, Frey Mustang se presenta como un enigma viviente. Su figura esbelta y su porte elegante atraen miradas furtivas, mientras su mirada, fría y penetrante, examina cada rincón del vestíbulo. El suave murmullo de conversaciones se mezcla con el tintineo de copas de cristal, creando una sinfonía de intriga que envuelve el ambiente.
    Frey es un mercenario, un maestro en el arte de la manipulación y la seducción. Cada paso que da resuena con una confianza inquebrantable, y su sonrisa, una mezcla de encanto y peligro, deja a los presentes en un estado de fascinación. Se detiene frente a la barra, donde un grupo de hombres de negocios discute en voz baja sobre un trato turbio. “¿Qué tal si hablamos de cifras en un lugar más privado?” sugiere, su voz suave como el terciopelo. La tensión se hace palpable; saben que están ante alguien que no se detiene ante nada.
    Entre los presentes, una mujer llamada Elara lo observa con interés. Conocida por sus habilidades como informante, ella es consciente de que Frey puede ser tanto un aliado como un rival. “¿Qué sabes sobre el cargamento que llega esta semana?” pregunta, intrigada pero cautelosa. Frey se inclina hacia ella, dejando que su aliento roce su piel. “Suficiente para hacerte sentir segura... o muy expuesta,” responde con una sonrisa enigmática.
    Mientras las luces del bar titilan, Frey lanza miradas furtivas a los mafiosos en una esquina y a los agentes encubiertos que intentan pasar desapercibidos. Cada uno representa una pieza en el tablero de ajedrez que ha decidido jugar esta noche. Su mente trabaja rápidamente, evaluando riesgos y oportunidades.

    En la terraza del hotel, bajo un cielo estrellado que parece observar cada movimiento humano, se encuentra con Viktor, un viejo compañero y ex-soldado con conexiones peligrosas. “Necesito información sobre el trato que está por cerrarse,” le dice Frey sin rodeos. Viktor asiente, sabiendo que traicionar a Frey podría ser fatal. “Te lo conseguiré... pero a cambio, necesito tu ayuda en un asunto personal.”
    Frey sonríe, disfrutando del juego de poder. “Siempre estoy dispuesto a ayudar a un amigo,” responde mientras su mente calcula cómo utilizar esta nueva información para sus propios fines.
    A medida que avanza la noche, el ambiente se vuelve más tenso. Un grito lejano resuena y las luces parpadean; algo está por estallar. Frey observa con calma mientras el caos comienza a desarrollarse a su alrededor. En ese momento, sabe que ha llegado la hora de actuar.
    Con astucia y agilidad, se mueve entre los presentes, siempre un paso adelante. En el hotel Morningstar, donde cada sombra puede ser un aliado o un enemigo, Frey Mustang es el maestro del juego. Y esta noche, como siempre, está decidido a salir victorioso.
    Los murmullos crecen más intensos; algo ha cambiado en la atmósfera. Con cada paso hacia la sala privada donde se lleva a cabo la negociación clandestina, Frey siente la adrenalina fluir por sus venas. Se detiene frente a la puerta decorada con intrincados grabados dorados y respira hondo.
    “Es hora de jugar,” murmura para sí mismo antes de abrir la puerta con una sonrisa seductora que oculta sus verdaderas intenciones. La noche apenas comienza y él está listo para escribir su propia historia entre las sombras del Morningstar.
    En el lujoso hotel Morningstar, donde el brillo de las luces se entrelaza con la penumbra de secretos inconfesables, Frey Mustang se presenta como un enigma viviente. Su figura esbelta y su porte elegante atraen miradas furtivas, mientras su mirada, fría y penetrante, examina cada rincón del vestíbulo. El suave murmullo de conversaciones se mezcla con el tintineo de copas de cristal, creando una sinfonía de intriga que envuelve el ambiente. Frey es un mercenario, un maestro en el arte de la manipulación y la seducción. Cada paso que da resuena con una confianza inquebrantable, y su sonrisa, una mezcla de encanto y peligro, deja a los presentes en un estado de fascinación. Se detiene frente a la barra, donde un grupo de hombres de negocios discute en voz baja sobre un trato turbio. “¿Qué tal si hablamos de cifras en un lugar más privado?” sugiere, su voz suave como el terciopelo. La tensión se hace palpable; saben que están ante alguien que no se detiene ante nada. Entre los presentes, una mujer llamada Elara lo observa con interés. Conocida por sus habilidades como informante, ella es consciente de que Frey puede ser tanto un aliado como un rival. “¿Qué sabes sobre el cargamento que llega esta semana?” pregunta, intrigada pero cautelosa. Frey se inclina hacia ella, dejando que su aliento roce su piel. “Suficiente para hacerte sentir segura... o muy expuesta,” responde con una sonrisa enigmática. Mientras las luces del bar titilan, Frey lanza miradas furtivas a los mafiosos en una esquina y a los agentes encubiertos que intentan pasar desapercibidos. Cada uno representa una pieza en el tablero de ajedrez que ha decidido jugar esta noche. Su mente trabaja rápidamente, evaluando riesgos y oportunidades. En la terraza del hotel, bajo un cielo estrellado que parece observar cada movimiento humano, se encuentra con Viktor, un viejo compañero y ex-soldado con conexiones peligrosas. “Necesito información sobre el trato que está por cerrarse,” le dice Frey sin rodeos. Viktor asiente, sabiendo que traicionar a Frey podría ser fatal. “Te lo conseguiré... pero a cambio, necesito tu ayuda en un asunto personal.” Frey sonríe, disfrutando del juego de poder. “Siempre estoy dispuesto a ayudar a un amigo,” responde mientras su mente calcula cómo utilizar esta nueva información para sus propios fines. A medida que avanza la noche, el ambiente se vuelve más tenso. Un grito lejano resuena y las luces parpadean; algo está por estallar. Frey observa con calma mientras el caos comienza a desarrollarse a su alrededor. En ese momento, sabe que ha llegado la hora de actuar. Con astucia y agilidad, se mueve entre los presentes, siempre un paso adelante. En el hotel Morningstar, donde cada sombra puede ser un aliado o un enemigo, Frey Mustang es el maestro del juego. Y esta noche, como siempre, está decidido a salir victorioso. Los murmullos crecen más intensos; algo ha cambiado en la atmósfera. Con cada paso hacia la sala privada donde se lleva a cabo la negociación clandestina, Frey siente la adrenalina fluir por sus venas. Se detiene frente a la puerta decorada con intrincados grabados dorados y respira hondo. “Es hora de jugar,” murmura para sí mismo antes de abrir la puerta con una sonrisa seductora que oculta sus verdaderas intenciones. La noche apenas comienza y él está listo para escribir su propia historia entre las sombras del Morningstar.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    80
    Estado
    Disponible
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  • El día 13 del Inkfest, Jeff caminaba por las oscuras calles de Ficrol, todavía irritado por los eventos de los días anteriores. Mientras maldecía en voz baja su mala suerte, un misterioso gato negro apareció de la nada y se cruzó en su camino. El animal lo miró con sus ojos brillantes, desafiando al asesino a darle importancia.

    —¿En serio? —bufó Jeff, rodando los ojos—. Lo que me faltaba, un maldito gato negro. Seguro traes más mala suerte.

    Ignorando al felino, continuó su camino. Sin embargo, las cosas no tardaron en ponerse extrañas. Al llegar a casa, la puerta se atascó y, tras forcejear con ella, terminó cayendo al suelo, justo cuando una de sus preciadas cuchillas se le cayó del bolsillo y se rozó peligrosamente su pierna.

    —¡Qué demonios!? —murmuró, levantándose de un salto.

    Luego, el caos siguió: las luces parpadearon, los espejos se rompieron solos, y las decoraciones de Halloween comenzaron a caer sin explicación. Jeff, frustrado, recordó al gato.

    —No puede ser... ¿Ese maldito gato negro hizo esto? —se preguntó, mientras las sombras parecían acercarse más y más.

    El gato seguía rondando, observándolo desde la ventana con una mirada enigmática.

    #Inkfest DIA 13
    El día 13 del Inkfest, Jeff caminaba por las oscuras calles de Ficrol, todavía irritado por los eventos de los días anteriores. Mientras maldecía en voz baja su mala suerte, un misterioso gato negro apareció de la nada y se cruzó en su camino. El animal lo miró con sus ojos brillantes, desafiando al asesino a darle importancia. —¿En serio? —bufó Jeff, rodando los ojos—. Lo que me faltaba, un maldito gato negro. Seguro traes más mala suerte. Ignorando al felino, continuó su camino. Sin embargo, las cosas no tardaron en ponerse extrañas. Al llegar a casa, la puerta se atascó y, tras forcejear con ella, terminó cayendo al suelo, justo cuando una de sus preciadas cuchillas se le cayó del bolsillo y se rozó peligrosamente su pierna. —¡Qué demonios!? —murmuró, levantándose de un salto. Luego, el caos siguió: las luces parpadearon, los espejos se rompieron solos, y las decoraciones de Halloween comenzaron a caer sin explicación. Jeff, frustrado, recordó al gato. —No puede ser... ¿Ese maldito gato negro hizo esto? —se preguntó, mientras las sombras parecían acercarse más y más. El gato seguía rondando, observándolo desde la ventana con una mirada enigmática. #Inkfest DIA 13
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  • Después de aquella confrontación en sus sueños, desperté con una sensación extraña, pero... distinta. Me incorporé lentamente, recordando cada palabra del diálogo que había tenido con esa parte oscura de mí. Pensé que tal vez, solo tal vez, había logrado un consenso. Que mi intento de hablar con esa voz había tenido algún efecto.

    Sentía que el aire a mi alrededor era un poco menos opresivo, como si la atmósfera pesada que me había rodeado en los últimos días se hubiera aligerado.

    -Quizás esto funcione...-

    me dije, casi convencido de que podría mantener esa sombra bajo control, aunque una parte de mí se negaba a confiar del todo.

    Me dije a mí mismo que mantendría la guardia, aunque había una ligera esperanza de que, al menos por ahora, todo estuviera en calma. Quizás, solo quizás, había encontrado una forma de detener esa oscuridad... por ahora.
    Después de aquella confrontación en sus sueños, desperté con una sensación extraña, pero... distinta. Me incorporé lentamente, recordando cada palabra del diálogo que había tenido con esa parte oscura de mí. Pensé que tal vez, solo tal vez, había logrado un consenso. Que mi intento de hablar con esa voz había tenido algún efecto. Sentía que el aire a mi alrededor era un poco menos opresivo, como si la atmósfera pesada que me había rodeado en los últimos días se hubiera aligerado. -Quizás esto funcione...- me dije, casi convencido de que podría mantener esa sombra bajo control, aunque una parte de mí se negaba a confiar del todo. Me dije a mí mismo que mantendría la guardia, aunque había una ligera esperanza de que, al menos por ahora, todo estuviera en calma. Quizás, solo quizás, había encontrado una forma de detener esa oscuridad... por ahora.
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  • - era una noche tranquila, en un reino como este y la luna se veía muy bonita en el cielo .-

    Tanta tranquilidad, silencio eso es algo bueno y pacífico que hace este lugar así .

    - cuando oye una voz susrando -
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  • Lucia levantó la mirada del libro cuando escuchó la puerta de la tienda cerrarse. Era la hora de almorzar, pero algo en la manera en que Carmina entró le hizo sentir una preocupación silenciosa. Su nieta llevaba el cabello planchado, algo que solo hacía cuando estaba sumergida en pensamientos tristes.

    Dejó el libro a un lado, observándola en silencio mientras Carmina caminaba hacia la cocina, evitando el contacto visual. Lucia la conocía demasiado bien como para no darse cuenta de que algo la estaba consumiendo por dentro.

    —Carmina, ven, siéntate conmigo un momento —le pidió con voz suave, señalando el sofá.

    Carmina dudó por un instante, pero luego soltó un suspiro y se acercó al sofá, dejándose caer junto a su abuela. Durante unos segundos, solo miró sus manos, retorciendo un mechón de su cabello planchado.

    —¿Qué sucede, cariño? —le preguntó Lucia, sabiendo que su nieta necesitaba sacar lo que tenía dentro.

    Carmina jugueteó con su cabello, mirando hacia abajo. Cuando finalmente habló, su voz era baja y quebradiza.

    —No quiero parecerme a ella, abuela —susurró, y Lucia supo inmediatamente que hablaba de su madre.

    —Es como... —Carmina continuó, buscando las palabras—, a veces me miro en el espejo y veo algo que no quiero ver. Mi cabello... me recuerda a ella. No puedo evitarlo. Lo plancho porque así siento que lo estoy cambiando, pero ni así se siente bien. Me siento incómoda conmigo misma, como si no pudiera escapar de eso.

    Lucia escuchó con atención, apretando suavemente la mano de Carmina en señal de apoyo. Sabía que había mucho más detrás de esas palabras, y que su nieta necesitaba tiempo para decirlo todo.

    —Y... mis amigas del colegio… ya todas hicieron sus vidas. Apenas me hablan. Están estudiando, viajando, haciendo cosas... y yo estoy aquí, en la tienda, como si me hubiera quedado atrás. —Carmina apretó los labios, tratando de contener las lágrimas que ya estaban asomando—. Es como si todas me hubieran olvidado, como si no importara para nadie.

    Lucia sintió una punzada en el corazón. Sabía cuánto significaban esas amistades para Carmina, y verla tan aislada, tan sola, la llenaba de tristeza. Luego, una idea cruzó por su mente, una amiga de la que había escuchado hablar, pero no conocía mucho.

    —¿Y qué hay de Jade? —preguntó suavemente—. Sé que no la veo mucho por aquí, pero por lo que me has dicho, parece que es importante para ti. No sé mucho de ella, pero siempre hablas de lo que comparten. ¿No es ella parte de tu vida ahora?

    Carmina parpadeó, sorprendida por la mención de Jade. Bajó la mirada por un momento y suspiró.

    —Sí, Jade es... especial. Pero con ella tampoco puedo hablar de cómo me siento realmente. No sé por qué, abuela... simplemente siento que no puedo ser totalmente honesta. No quiero que piense que estoy rota o que algo está mal conmigo. Así que hablamos de cosas más superficiales, y aunque eso ayuda por un rato... no es lo que necesito.

    Lucia asintió, su expresión calmada mientras escuchaba a su nieta desahogarse.

    —Y lo peor es que no entiendo por qué todo me afecta tanto. Mi vida es buena, abuela. Tengo la tienda, te tengo a ti, tengo mi salud... pero aun así, todo se siente tan pesado. —Carmina comenzó a llorar otra vez, las lágrimas corriendo por sus mejillas mientras buscaba respuestas en la confusión que sentía—. No debería sentirme así, pero no puedo evitarlo. Me siento sola, como si todos se fueran, como si me quedara estancada mientras el resto sigue adelante.

    Lucia la observó con el corazón encogido. Sabía que los sentimientos de su nieta no siempre tenían una explicación simple o fácil, y que, a veces, la tristeza aparecía incluso en los momentos de mayor estabilidad.

    —Incluso el chico... —continuó Carmina, ahora con la voz más rota—. ¿Recuerdas al joven rubio del que te hablé? Él… me dijo algo muy raro. Dijo que me parecía a su mamá. Al principio no supe qué pensar, pero… de alguna manera, me dio ternura. Él hablaba de ella con tanto cariño, como si pensar en su madre le trajera paz. Y eso fue tan diferente a cómo me siento yo cuando pienso en la mía…

    Carmina se detuvo un momento, secándose las lágrimas con la manga de su blusa.

    —Pero hace mucho que no sé nada de él tampoco. Es como si, al igual que todos los demás, también se hubiera ido. —Al decirlo, su voz se quebró por completo, y Carmina se cubrió el rostro con las manos, soltando sollozos que llevaba demasiado tiempo conteniendo.

    Lucia, con ternura infinita, la atrajo hacia ella, abrazándola y acariciando su cabello con delicadeza. La sentía tan vulnerable, tan herida por todas esas pérdidas, tanto físicas como emocionales.

    —Es normal sentirte así, mi niña —murmuró Lucia con suavidad—. A veces las personas que amamos se alejan, y eso duele, pero no significa que lo que compartiste con ellos no sea valioso. Y aunque ahora te cueste verlo, eres mucho más que tus recuerdos o lo que otros te han dejado atrás.

    Carmina se hundió más en el abrazo, dejando que las palabras de su abuela la envolvieran. El dolor seguía ahí, como una sombra persistente, pero en ese momento, en los brazos de Lucia, encontró un poco de consuelo.
    Lucia levantó la mirada del libro cuando escuchó la puerta de la tienda cerrarse. Era la hora de almorzar, pero algo en la manera en que Carmina entró le hizo sentir una preocupación silenciosa. Su nieta llevaba el cabello planchado, algo que solo hacía cuando estaba sumergida en pensamientos tristes. Dejó el libro a un lado, observándola en silencio mientras Carmina caminaba hacia la cocina, evitando el contacto visual. Lucia la conocía demasiado bien como para no darse cuenta de que algo la estaba consumiendo por dentro. —Carmina, ven, siéntate conmigo un momento —le pidió con voz suave, señalando el sofá. Carmina dudó por un instante, pero luego soltó un suspiro y se acercó al sofá, dejándose caer junto a su abuela. Durante unos segundos, solo miró sus manos, retorciendo un mechón de su cabello planchado. —¿Qué sucede, cariño? —le preguntó Lucia, sabiendo que su nieta necesitaba sacar lo que tenía dentro. Carmina jugueteó con su cabello, mirando hacia abajo. Cuando finalmente habló, su voz era baja y quebradiza. —No quiero parecerme a ella, abuela —susurró, y Lucia supo inmediatamente que hablaba de su madre. —Es como... —Carmina continuó, buscando las palabras—, a veces me miro en el espejo y veo algo que no quiero ver. Mi cabello... me recuerda a ella. No puedo evitarlo. Lo plancho porque así siento que lo estoy cambiando, pero ni así se siente bien. Me siento incómoda conmigo misma, como si no pudiera escapar de eso. Lucia escuchó con atención, apretando suavemente la mano de Carmina en señal de apoyo. Sabía que había mucho más detrás de esas palabras, y que su nieta necesitaba tiempo para decirlo todo. —Y... mis amigas del colegio… ya todas hicieron sus vidas. Apenas me hablan. Están estudiando, viajando, haciendo cosas... y yo estoy aquí, en la tienda, como si me hubiera quedado atrás. —Carmina apretó los labios, tratando de contener las lágrimas que ya estaban asomando—. Es como si todas me hubieran olvidado, como si no importara para nadie. Lucia sintió una punzada en el corazón. Sabía cuánto significaban esas amistades para Carmina, y verla tan aislada, tan sola, la llenaba de tristeza. Luego, una idea cruzó por su mente, una amiga de la que había escuchado hablar, pero no conocía mucho. —¿Y qué hay de Jade? —preguntó suavemente—. Sé que no la veo mucho por aquí, pero por lo que me has dicho, parece que es importante para ti. No sé mucho de ella, pero siempre hablas de lo que comparten. ¿No es ella parte de tu vida ahora? Carmina parpadeó, sorprendida por la mención de Jade. Bajó la mirada por un momento y suspiró. —Sí, Jade es... especial. Pero con ella tampoco puedo hablar de cómo me siento realmente. No sé por qué, abuela... simplemente siento que no puedo ser totalmente honesta. No quiero que piense que estoy rota o que algo está mal conmigo. Así que hablamos de cosas más superficiales, y aunque eso ayuda por un rato... no es lo que necesito. Lucia asintió, su expresión calmada mientras escuchaba a su nieta desahogarse. —Y lo peor es que no entiendo por qué todo me afecta tanto. Mi vida es buena, abuela. Tengo la tienda, te tengo a ti, tengo mi salud... pero aun así, todo se siente tan pesado. —Carmina comenzó a llorar otra vez, las lágrimas corriendo por sus mejillas mientras buscaba respuestas en la confusión que sentía—. No debería sentirme así, pero no puedo evitarlo. Me siento sola, como si todos se fueran, como si me quedara estancada mientras el resto sigue adelante. Lucia la observó con el corazón encogido. Sabía que los sentimientos de su nieta no siempre tenían una explicación simple o fácil, y que, a veces, la tristeza aparecía incluso en los momentos de mayor estabilidad. —Incluso el chico... —continuó Carmina, ahora con la voz más rota—. ¿Recuerdas al joven rubio del que te hablé? Él… me dijo algo muy raro. Dijo que me parecía a su mamá. Al principio no supe qué pensar, pero… de alguna manera, me dio ternura. Él hablaba de ella con tanto cariño, como si pensar en su madre le trajera paz. Y eso fue tan diferente a cómo me siento yo cuando pienso en la mía… Carmina se detuvo un momento, secándose las lágrimas con la manga de su blusa. —Pero hace mucho que no sé nada de él tampoco. Es como si, al igual que todos los demás, también se hubiera ido. —Al decirlo, su voz se quebró por completo, y Carmina se cubrió el rostro con las manos, soltando sollozos que llevaba demasiado tiempo conteniendo. Lucia, con ternura infinita, la atrajo hacia ella, abrazándola y acariciando su cabello con delicadeza. La sentía tan vulnerable, tan herida por todas esas pérdidas, tanto físicas como emocionales. —Es normal sentirte así, mi niña —murmuró Lucia con suavidad—. A veces las personas que amamos se alejan, y eso duele, pero no significa que lo que compartiste con ellos no sea valioso. Y aunque ahora te cueste verlo, eres mucho más que tus recuerdos o lo que otros te han dejado atrás. Carmina se hundió más en el abrazo, dejando que las palabras de su abuela la envolvieran. El dolor seguía ahí, como una sombra persistente, pero en ese momento, en los brazos de Lucia, encontró un poco de consuelo.
    Me entristece
    Me shockea
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  • En un mundo donde el resplandor a menudo se adorna con engaños,
    las musas, en ocasiones, parecen olvidar su esencia divina,
    y en un afán por cautivar miradas errantes,
    se visten de sombras, dejando el alma en ruinas.

    Oh, damas de luz, que en la danza de la vida
    buscáis el susurro de una admiración fugaz,
    recorred los caminos del pensamiento y del corazón,
    pues el amor genuino no se mide en compases.

    Los adornos exteriores, aunque puedan deslumbrar,
    son meros espejos de un reflejo superficial;
    la belleza perdurable emana del ser,
    un canto profundo que abraza lo esencial.

    No permitáis que el oro o la plata ahoguen la voz de la esencia,
    ni que el tejido ligero oculte la verdad;
    en cada mirada se oculta una historia,
    y en cada palabra, un universo por explorar.

    Que el arte de seducir no se reduzca a lo vano,
    sino que florezca en la profundidad del ser.
    Seréis faros luminosos, no meros espejismos,
    cuando el alma se vista con el ropaje del querer.

    Así, queridas musas, volved a lo auténtico,
    pues el amor que se busca es un lazo sincero.
    En el abrazo de lo verdadero y lo puro,
    hallaréis la grandeza que eleva el corazón.
    En un mundo donde el resplandor a menudo se adorna con engaños, las musas, en ocasiones, parecen olvidar su esencia divina, y en un afán por cautivar miradas errantes, se visten de sombras, dejando el alma en ruinas. Oh, damas de luz, que en la danza de la vida buscáis el susurro de una admiración fugaz, recorred los caminos del pensamiento y del corazón, pues el amor genuino no se mide en compases. Los adornos exteriores, aunque puedan deslumbrar, son meros espejos de un reflejo superficial; la belleza perdurable emana del ser, un canto profundo que abraza lo esencial. No permitáis que el oro o la plata ahoguen la voz de la esencia, ni que el tejido ligero oculte la verdad; en cada mirada se oculta una historia, y en cada palabra, un universo por explorar. Que el arte de seducir no se reduzca a lo vano, sino que florezca en la profundidad del ser. Seréis faros luminosos, no meros espejismos, cuando el alma se vista con el ropaje del querer. Así, queridas musas, volved a lo auténtico, pues el amor que se busca es un lazo sincero. En el abrazo de lo verdadero y lo puro, hallaréis la grandeza que eleva el corazón.
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