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    Descalzo, caminó de regreso a su caverna, allí donde el río Lete fluye manso y olvida.

    —"Hasta la noche"— murmuró entre ecos de suspiros, pues incluso los dioses deben ceder ante la luz.
    Descalzo, caminó de regreso a su caverna, allí donde el río Lete fluye manso y olvida. —"Hasta la noche"— murmuró entre ecos de suspiros, pues incluso los dioses deben ceder ante la luz. :STK-1:
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  • Recuerdo del nacimiento de Melínoe

    Hay noches tan densas en el Inframundo, tan llenas de presencias calladas, que siento a Melínoe caminar entre los límites del sueño y la vigilia.
    Mi hija.
    La más silenciosa.
    La que nació sin un grito, sin fuego, sin caos.
    La que nació de lo invisible.

    No fue como con Zagreus. No hubo temblores, ni visiones, ni cielos que se desgarraran. Su llegada fue como un susurro en medio del abismo.
    Supe que venía porque mis sombras se volvían más largas.
    Porque los muertos me miraban con otros ojos.
    Porque soñaba con cosas que aún no habían sucedido.

    Melínoe creció en mi vientre como la bruma crece en los bosques: sin prisa, sin peso, como si siempre hubiera estado allí.

    Hades no decía nada. Me observaba con respeto, como si presintiera que esta vez no se trataba de fuego, sino de algo más sutil.
    Un alma antigua. Una presencia que no buscaba ser adorada, sino temida.

    Cuando la hora llegó, no supe si estaba dormida o despierta.
    Mi cuerpo no dolía.
    Solo se abría.
    Como si un velo fuera retirado entre mundos.

    Y entonces la tuve en brazos.

    Tan pequeña.
    Tan callada.
    Sus ojos no eran oscuros como los de su hermano… eran pálidos, casi traslúcidos, como los de los espíritus que aún no saben que han muerto.
    Su piel era fría, pero no incómoda. Era como la piedra bajo la luna.
    Y sus dedos se aferraron a los míos con una fuerza inesperada.

    —Melínoe —susurré—. Eres la hija de la noche que camina.
    La heredera de los susurros.
    La guía de los que no descansan.

    Hades se acercó, la tomó con cuidado y por un momento, por único instante, lo vi temblar.
    No de miedo.
    De reconocimiento.

    —Ella ve cosas —murmuró— que ni los dioses deberíamos ver.

    La envolvimos en telas de sombra.
    La bañamos en aguas del Leteo.
    La protegimos de la mirada del Olimpo.

    Porque Melínoe no vino a desafiar a los dioses.
    No vino a reclamar tronos ni venganzas.

    Ella nació para caminar entre lo invisible.
    Para tocar los límites del alma.
    Para visitar a los vivos en sueños…
    y recordarles que todos somos sombra, por dentro y por fuera.

    La crié entre los rincones más secretos del Inframundo, allí donde ni siquiera los ecos se atreven a quedarse. Le enseñé a escuchar las voces de los que murmuran desde el otro lado del velo, a distinguir entre el lamento y el deseo, entre la pena y el engaño. Caminábamos de la mano por pasadizos que solo nosotras conocíamos, donde los sueños de los vivos cruzaban sin saberlo, y los muertos olvidados susurraban nombres que nadie más podía oír.

    Le enseñé a moverse sin ser vista, a tocar un corazón dormido sin perturbarlo, a hablar con los que aún no aceptan que han partido. Le mostré cómo el mundo está lleno de almas errantes que solo necesitan una guía suave, una presencia que no imponga miedo, sino paz.

    Y ella aprendía. Siempre en silencio. Siempre con esa mirada distante y serena. No buscaba respuestas, solo entendimiento.

    Ahora, cuando las lámparas parpadean sin causa, cuando escucho pasos suaves detrás de mí sin que nadie esté allí…
    sé que es ella.
    Mi hija.
    La que nunca lloró.
    La que nació del silencio.
    La que camina entre los velos y nunca se pierde.

    Recuerdo del nacimiento de Melínoe Hay noches tan densas en el Inframundo, tan llenas de presencias calladas, que siento a Melínoe caminar entre los límites del sueño y la vigilia. Mi hija. La más silenciosa. La que nació sin un grito, sin fuego, sin caos. La que nació de lo invisible. No fue como con Zagreus. No hubo temblores, ni visiones, ni cielos que se desgarraran. Su llegada fue como un susurro en medio del abismo. Supe que venía porque mis sombras se volvían más largas. Porque los muertos me miraban con otros ojos. Porque soñaba con cosas que aún no habían sucedido. Melínoe creció en mi vientre como la bruma crece en los bosques: sin prisa, sin peso, como si siempre hubiera estado allí. Hades no decía nada. Me observaba con respeto, como si presintiera que esta vez no se trataba de fuego, sino de algo más sutil. Un alma antigua. Una presencia que no buscaba ser adorada, sino temida. Cuando la hora llegó, no supe si estaba dormida o despierta. Mi cuerpo no dolía. Solo se abría. Como si un velo fuera retirado entre mundos. Y entonces la tuve en brazos. Tan pequeña. Tan callada. Sus ojos no eran oscuros como los de su hermano… eran pálidos, casi traslúcidos, como los de los espíritus que aún no saben que han muerto. Su piel era fría, pero no incómoda. Era como la piedra bajo la luna. Y sus dedos se aferraron a los míos con una fuerza inesperada. —Melínoe —susurré—. Eres la hija de la noche que camina. La heredera de los susurros. La guía de los que no descansan. Hades se acercó, la tomó con cuidado y por un momento, por único instante, lo vi temblar. No de miedo. De reconocimiento. —Ella ve cosas —murmuró— que ni los dioses deberíamos ver. La envolvimos en telas de sombra. La bañamos en aguas del Leteo. La protegimos de la mirada del Olimpo. Porque Melínoe no vino a desafiar a los dioses. No vino a reclamar tronos ni venganzas. Ella nació para caminar entre lo invisible. Para tocar los límites del alma. Para visitar a los vivos en sueños… y recordarles que todos somos sombra, por dentro y por fuera. La crié entre los rincones más secretos del Inframundo, allí donde ni siquiera los ecos se atreven a quedarse. Le enseñé a escuchar las voces de los que murmuran desde el otro lado del velo, a distinguir entre el lamento y el deseo, entre la pena y el engaño. Caminábamos de la mano por pasadizos que solo nosotras conocíamos, donde los sueños de los vivos cruzaban sin saberlo, y los muertos olvidados susurraban nombres que nadie más podía oír. Le enseñé a moverse sin ser vista, a tocar un corazón dormido sin perturbarlo, a hablar con los que aún no aceptan que han partido. Le mostré cómo el mundo está lleno de almas errantes que solo necesitan una guía suave, una presencia que no imponga miedo, sino paz. Y ella aprendía. Siempre en silencio. Siempre con esa mirada distante y serena. No buscaba respuestas, solo entendimiento. Ahora, cuando las lámparas parpadean sin causa, cuando escucho pasos suaves detrás de mí sin que nadie esté allí… sé que es ella. Mi hija. La que nunca lloró. La que nació del silencio. La que camina entre los velos y nunca se pierde.
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  • “Recuerdo del Nacimiento de Zagreus”

    A veces, cuando el silencio me envuelve en los pasillos del Inframundo, me detengo a recordar aquel día.
    El día en que nació nuestro hijo.

    Mi cuerpo no se transformó como el de una mortal. Cambió con lentitud y poder, como si el universo mismo estuviera dentro de mí, latiendo con un pulso antiguo y profundo. La energía que me habitaba alteró todo a mi alrededor: el aire se volvió denso, los jardines florecían sin control, y las sombras murmuraban a cada paso que daba.

    Hades no me dejó sola ni un instante. Estaba conmigo en cada respiración, en cada estremecimiento de mi piel. Me cuidaba con manos firmes y ojos llenos de una ternura que rara vez mostraba a otros. Sentía cómo cada noche, entre palabras y caricias, fortalecíamos lo que habíamos creado juntos.

    Y entonces, llegó el momento.

    Recuerdo el temblor del suelo bajo mis pies. Recuerdo el grito que brotó de lo más profundo de mí, no de dolor, sino de vida. Un llamado primitivo, antiguo, que hizo eco en cada rincón del Inframundo.

    Hades llegó a mi lado cubierto en ceniza, como si él también hubiese ardido en la espera. Me sostuvo con fuerza, y nuestros ojos se encontraron. En ese instante, no éramos rey y reina. Éramos simplemente dos almas esperando recibir un milagro.

    Y cuando nuestro hijo nació…
    no lloró.
    Rugió.

    Un sonido profundo, ancestral, como si la esencia del Inframundo tomara forma en su voz. Tenía el cabello oscuro como la noche sin luna y ojos que parecían hechos de estrellas muertas. En su piel brillaba un fuego que no quemaba, pero que imponía respeto.

    Lo sostuve en brazos, y el mundo pareció detenerse.

    —Nuestro hijo —dije, con lágrimas en los ojos—. Nacido del amor, del poder… del destino.

    Hades lo alzó al cielo oscuro del Inframundo, y en ese preciso instante, algo cambió en el universo.
    El Olimpo despertó inquieto.
    Los dioses sintieron que un nuevo poder caminaba entre los suyos.

    Zagreus había llegado.

    No era solo un niño.

    Era la prueba viviente de que el Inframundo no era estéril.
    Que incluso en la oscuridad más absoluta puede florecer la vida.
    Que el amor no necesita la luz del sol para ser fecundo.
    Que una reina de primavera puede dar a luz entre las cenizas y el fuego, sin perder su esencia, sino transformándola.

    Él fue mi renacer.
    Mi hijo.
    Mi legado.
    La fusión de lo salvaje y lo tierno.
    Del fin y del comienzo.

    Y mientras los dioses se agitaban en sus tronos, temiendo lo que aún no entendían, yo sonreía.

    Porque en mis brazos dormía algo más que poder.
    Dormía esperanza.
    “Recuerdo del Nacimiento de Zagreus” A veces, cuando el silencio me envuelve en los pasillos del Inframundo, me detengo a recordar aquel día. El día en que nació nuestro hijo. Mi cuerpo no se transformó como el de una mortal. Cambió con lentitud y poder, como si el universo mismo estuviera dentro de mí, latiendo con un pulso antiguo y profundo. La energía que me habitaba alteró todo a mi alrededor: el aire se volvió denso, los jardines florecían sin control, y las sombras murmuraban a cada paso que daba. Hades no me dejó sola ni un instante. Estaba conmigo en cada respiración, en cada estremecimiento de mi piel. Me cuidaba con manos firmes y ojos llenos de una ternura que rara vez mostraba a otros. Sentía cómo cada noche, entre palabras y caricias, fortalecíamos lo que habíamos creado juntos. Y entonces, llegó el momento. Recuerdo el temblor del suelo bajo mis pies. Recuerdo el grito que brotó de lo más profundo de mí, no de dolor, sino de vida. Un llamado primitivo, antiguo, que hizo eco en cada rincón del Inframundo. Hades llegó a mi lado cubierto en ceniza, como si él también hubiese ardido en la espera. Me sostuvo con fuerza, y nuestros ojos se encontraron. En ese instante, no éramos rey y reina. Éramos simplemente dos almas esperando recibir un milagro. Y cuando nuestro hijo nació… no lloró. Rugió. Un sonido profundo, ancestral, como si la esencia del Inframundo tomara forma en su voz. Tenía el cabello oscuro como la noche sin luna y ojos que parecían hechos de estrellas muertas. En su piel brillaba un fuego que no quemaba, pero que imponía respeto. Lo sostuve en brazos, y el mundo pareció detenerse. —Nuestro hijo —dije, con lágrimas en los ojos—. Nacido del amor, del poder… del destino. Hades lo alzó al cielo oscuro del Inframundo, y en ese preciso instante, algo cambió en el universo. El Olimpo despertó inquieto. Los dioses sintieron que un nuevo poder caminaba entre los suyos. Zagreus había llegado. No era solo un niño. Era la prueba viviente de que el Inframundo no era estéril. Que incluso en la oscuridad más absoluta puede florecer la vida. Que el amor no necesita la luz del sol para ser fecundo. Que una reina de primavera puede dar a luz entre las cenizas y el fuego, sin perder su esencia, sino transformándola. Él fue mi renacer. Mi hijo. Mi legado. La fusión de lo salvaje y lo tierno. Del fin y del comienzo. Y mientras los dioses se agitaban en sus tronos, temiendo lo que aún no entendían, yo sonreía. Porque en mis brazos dormía algo más que poder. Dormía esperanza.
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  • El Rapto de Perséfone
    Fandom Mitologica
    Categoría Fantasía
    En los valles de Nysa, donde la tierra respiraba en flores y la brisa jugaba con los rizos de las doncellas, Perséfone, hija de la poderosa Deméter, danzaba entre los tallos suaves del narciso. Era primavera, y ella era su espíritu vivo: risa pura, juventud eterna, inocencia sin heridas.

    Ese día, el sol brillaba alto, pero una sombra se gestaba en lo profundo de la tierra. Hades, señor del inframundo, había observado a Perséfone con ojos antiguos y deseo silencioso. Su corazón, tan oscuro como las cuevas que gobernaba, ardía con un anhelo distinto: no de muerte, sino de compañía. Con el permiso tácito de Zeus, tejió su plan.

    Perséfone se agachó para arrancar una flor especialmente hermosa—un narciso de pétalos tan blancos que parecían capturar la luz misma—cuando la tierra tembló. Un rugido desgarró el aire. Desde el centro del suelo, se abrió un abismo. Un carro negro, tirado por caballos de crines de humo y ojos rojos como brasas, emergió de la grieta. En él, Hades, con su corona de ónix y su mirada fija.

    Antes de que pudiera gritar, sentir o siquiera entender, él la alzó. La tierra se cerró tras ellos como si nada hubiera sucedido, como si la primavera hubiera parpadeado y se hubiera perdido.

    Todo fue silencio después. Silencio… y oscuridad.

    Perséfone cayó, no en el sentido del cuerpo, sino en el alma. Descendió más allá de las raíces de los árboles, más allá del susurro de los vivos. El Inframundo la recibió no con gritos ni con fuego, sino con una quietud pesada y absoluta. Un aire denso, cargado de cosas no dichas. Murallas de piedra, ríos que murmuraban secretos eternos. Sombras que no la miraban, pero que sabían que ella estaba allí.

    Hades no habló mucho. No necesitó hacerlo. La condujo por pasillos de obsidiana, bajo cielos que no eran cielo. Todo allí era distinto: el tiempo, el color, el ritmo de las cosas. Nada moría, porque todo ya lo había hecho.

    Pero ella no iba a quedarse en silencio.

    En cuanto su pie tocó el mármol frío de aquella vasta sala subterránea, se zafó del brazo de su raptor. Lo miró con furia —una furia que no pertenecía a una doncella, sino a una diosa aún por despertar— y le habló con voz firme y clara, que rompió el silencio como un relámpago.

    —¿Crees que porque puedes partir la tierra puedes partirme a mí? —escupió, temblando no de miedo, sino de furia—. ¿Así tomas lo que deseas? Como un ladrón entre sombras. ¿Tanta soledad tienes que necesitas robar una primavera?

    Hades no respondió de inmediato. El silencio entre ellos se volvió denso, casi físico.

    Perséfone dio un paso hacia él, alzando el mentón.

    —No soy tu prisionera. Soy hija de Deméter, nacida bajo la luz. Si crees que aquí abajo puedo marchitarme, te advierto: hay semillas que germinan incluso en la oscuridad.

    Y entonces, aunque no lo sabía aún, acababa de lanzar el primer hechizo de su transformación.
    En los valles de Nysa, donde la tierra respiraba en flores y la brisa jugaba con los rizos de las doncellas, Perséfone, hija de la poderosa Deméter, danzaba entre los tallos suaves del narciso. Era primavera, y ella era su espíritu vivo: risa pura, juventud eterna, inocencia sin heridas. Ese día, el sol brillaba alto, pero una sombra se gestaba en lo profundo de la tierra. Hades, señor del inframundo, había observado a Perséfone con ojos antiguos y deseo silencioso. Su corazón, tan oscuro como las cuevas que gobernaba, ardía con un anhelo distinto: no de muerte, sino de compañía. Con el permiso tácito de Zeus, tejió su plan. Perséfone se agachó para arrancar una flor especialmente hermosa—un narciso de pétalos tan blancos que parecían capturar la luz misma—cuando la tierra tembló. Un rugido desgarró el aire. Desde el centro del suelo, se abrió un abismo. Un carro negro, tirado por caballos de crines de humo y ojos rojos como brasas, emergió de la grieta. En él, Hades, con su corona de ónix y su mirada fija. Antes de que pudiera gritar, sentir o siquiera entender, él la alzó. La tierra se cerró tras ellos como si nada hubiera sucedido, como si la primavera hubiera parpadeado y se hubiera perdido. Todo fue silencio después. Silencio… y oscuridad. Perséfone cayó, no en el sentido del cuerpo, sino en el alma. Descendió más allá de las raíces de los árboles, más allá del susurro de los vivos. El Inframundo la recibió no con gritos ni con fuego, sino con una quietud pesada y absoluta. Un aire denso, cargado de cosas no dichas. Murallas de piedra, ríos que murmuraban secretos eternos. Sombras que no la miraban, pero que sabían que ella estaba allí. Hades no habló mucho. No necesitó hacerlo. La condujo por pasillos de obsidiana, bajo cielos que no eran cielo. Todo allí era distinto: el tiempo, el color, el ritmo de las cosas. Nada moría, porque todo ya lo había hecho. Pero ella no iba a quedarse en silencio. En cuanto su pie tocó el mármol frío de aquella vasta sala subterránea, se zafó del brazo de su raptor. Lo miró con furia —una furia que no pertenecía a una doncella, sino a una diosa aún por despertar— y le habló con voz firme y clara, que rompió el silencio como un relámpago. —¿Crees que porque puedes partir la tierra puedes partirme a mí? —escupió, temblando no de miedo, sino de furia—. ¿Así tomas lo que deseas? Como un ladrón entre sombras. ¿Tanta soledad tienes que necesitas robar una primavera? Hades no respondió de inmediato. El silencio entre ellos se volvió denso, casi físico. Perséfone dio un paso hacia él, alzando el mentón. —No soy tu prisionera. Soy hija de Deméter, nacida bajo la luz. Si crees que aquí abajo puedo marchitarme, te advierto: hay semillas que germinan incluso en la oscuridad. Y entonces, aunque no lo sabía aún, acababa de lanzar el primer hechizo de su transformación.
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  • "La Casa Negra".

    Los días se están volviendo más largos y el frío se va quedando atrás, el invierno se despide poco a poco y con ello se aleja la estación del año favorita del brujo. El anochecer ha llegado más tarde, la temperatura se mantiene agradable, ni siquiera tuvo que encender la calefacción del bar.

    — Tengo que irme y puede que esté perdido por un par de días. No te comas toda la plantita, por favor...

    El bar queda en buenas manos.

    Tolek se dirige a la trastienda donde una habitación sellada por medios mágicos le espera, sólo él es capaz de abrir la puerta que le abre paso directo al único mueble en la estancia: un diván. El brujo gruñe por lo bajo antes de darle la espalda al condenado mueble y cierra la puerta antes de abrir el portal que le lleva a las coordenadas que le ha facilitado su primo.

    Aparece un bosque del otro lado, Tolek puede sentir la vibra perturbadora tan propia de Los Apalaches, pero al contrario de la mayoría, a él no le incomoda en lo más mínimo. Pero aquí, dicha vibra se siente con mayor intensidad, como si las venas mágicas que circulan en el ambiente bombearan de forma errática y distorsionada, una sensación que sólo ha sentido en las backroom.

    Recuerda las palabras de Raffaele: "es la primera vez que me enfrento a espacios liminales".

    — Van a necesitar una guía —concluye, pensando en voz alta y hablándole a la nada.

    "La nada", que en realidad es un todo y algo más. Mientras camina por los alrededores va sondeando la intensidad de la energía que dejó la brecha que trajo la casa hasta aquí en primer lugar. Tras alrededor de media hora de sólo caminar alrededor, Tolek puede establecer un epicentro que debe haber sido el núcleo de la vivienda cuando estuvo aquí, aunque ya solo quedan rastros, potentes, pero con una carga caótica mucho menos significativa.

    Observando a su alrededor, el brujo da cuenta de lo que parece un árbol más pequeño que el resto cuya apariencia le resulta tan familiar como antinatural. Mirando más de cerca, Tolek nota que se trata de un pino de plástico, un árbol de navidad sintético.

    — A Thomas no le gustaba que usáramos árboles de verdad... —murmura, mientras sus dedos acarician tiernamente las hojitas ficticias.

    Ese es el residuo liminal que estaba buscando.

    El brujo clava su bastón justo al costado del pino de plástico.

    — Muéstrame la vena que te alimenta —dice, ordenándole.

    El bastón gana temperatura, la primera señal de que se ha conectado a la fuente de magia más cercana y que, seguramente, sea la que alimenta también al pino.

    Tolek no necesita tocar el bastón para saberlo, pero sí necesita que la vena sea visible para sus ojos humanos, de alguna manera. Para ello, se lleva la mano al bolsillo para sacar un puñado de pequeñas pelotitas similares a pelusas de polvo, de color blanquecino y casi transparente, frágiles como copos de nieve, pero no se derriten. Se acerca la mano a la boca para susurrarles el conjuro que despertará a las pelusas de su letargo, con voz cálida las llama a la vida.

    Las pelusas se sacuden suave y perezosamente hasta desenrollarse como quien extiende el hilo de diminutas madejas de lana clara, van tomando forma de cientos de minúsculas criaturitas largas y aladas, como si a una lombriz le hubieran crecido una docena de pequeñas alitas.

    — Enséñenme el camino —les susurra, antes de liberarlas al viento.

    Las criaturitas, para las que la gente común ha adoptado el nombre de "rods", se dejan llevar con el soplo del aliento del brujo antes de remontar el vuelo. Se vuelven invisibles de lo rápido que son capaces de volar, así que Tolek ya sólo puede esperar a que los pequeños gusanitos con alas puedan cumplirle su petición.

    #ElBrujoCojo ꧁ঔৣ☬✞ 𝕮𝖗𝖔𝖜 ✞☬ঔৣ꧂
    "La Casa Negra". Los días se están volviendo más largos y el frío se va quedando atrás, el invierno se despide poco a poco y con ello se aleja la estación del año favorita del brujo. El anochecer ha llegado más tarde, la temperatura se mantiene agradable, ni siquiera tuvo que encender la calefacción del bar. — Tengo que irme y puede que esté perdido por un par de días. No te comas toda la plantita, por favor... El bar queda en buenas manos. Tolek se dirige a la trastienda donde una habitación sellada por medios mágicos le espera, sólo él es capaz de abrir la puerta que le abre paso directo al único mueble en la estancia: un diván. El brujo gruñe por lo bajo antes de darle la espalda al condenado mueble y cierra la puerta antes de abrir el portal que le lleva a las coordenadas que le ha facilitado su primo. Aparece un bosque del otro lado, Tolek puede sentir la vibra perturbadora tan propia de Los Apalaches, pero al contrario de la mayoría, a él no le incomoda en lo más mínimo. Pero aquí, dicha vibra se siente con mayor intensidad, como si las venas mágicas que circulan en el ambiente bombearan de forma errática y distorsionada, una sensación que sólo ha sentido en las backroom. Recuerda las palabras de Raffaele: "es la primera vez que me enfrento a espacios liminales". — Van a necesitar una guía —concluye, pensando en voz alta y hablándole a la nada. "La nada", que en realidad es un todo y algo más. Mientras camina por los alrededores va sondeando la intensidad de la energía que dejó la brecha que trajo la casa hasta aquí en primer lugar. Tras alrededor de media hora de sólo caminar alrededor, Tolek puede establecer un epicentro que debe haber sido el núcleo de la vivienda cuando estuvo aquí, aunque ya solo quedan rastros, potentes, pero con una carga caótica mucho menos significativa. Observando a su alrededor, el brujo da cuenta de lo que parece un árbol más pequeño que el resto cuya apariencia le resulta tan familiar como antinatural. Mirando más de cerca, Tolek nota que se trata de un pino de plástico, un árbol de navidad sintético. — A Thomas no le gustaba que usáramos árboles de verdad... —murmura, mientras sus dedos acarician tiernamente las hojitas ficticias. Ese es el residuo liminal que estaba buscando. El brujo clava su bastón justo al costado del pino de plástico. — Muéstrame la vena que te alimenta —dice, ordenándole. El bastón gana temperatura, la primera señal de que se ha conectado a la fuente de magia más cercana y que, seguramente, sea la que alimenta también al pino. Tolek no necesita tocar el bastón para saberlo, pero sí necesita que la vena sea visible para sus ojos humanos, de alguna manera. Para ello, se lleva la mano al bolsillo para sacar un puñado de pequeñas pelotitas similares a pelusas de polvo, de color blanquecino y casi transparente, frágiles como copos de nieve, pero no se derriten. Se acerca la mano a la boca para susurrarles el conjuro que despertará a las pelusas de su letargo, con voz cálida las llama a la vida. Las pelusas se sacuden suave y perezosamente hasta desenrollarse como quien extiende el hilo de diminutas madejas de lana clara, van tomando forma de cientos de minúsculas criaturitas largas y aladas, como si a una lombriz le hubieran crecido una docena de pequeñas alitas. — Enséñenme el camino —les susurra, antes de liberarlas al viento. Las criaturitas, para las que la gente común ha adoptado el nombre de "rods", se dejan llevar con el soplo del aliento del brujo antes de remontar el vuelo. Se vuelven invisibles de lo rápido que son capaces de volar, así que Tolek ya sólo puede esperar a que los pequeños gusanitos con alas puedan cumplirle su petición. #ElBrujoCojo [TheCrow]
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  • Había sido su primera noche en el mundo humano. Logró dormir un par de horas y cuando despertó, se encontró a Gabriel durmiendo tranquilamente a su lado. Era la primera vez que hacía eso, que compartía sueño con alguien sin la necesidad de alimentarse.

    Cuando Gabriel despertó, lo recibió con una amplia sonrisa, sin poder contener la emoción que esa experiencia le provocaba.
    Había sido su primera noche en el mundo humano. Logró dormir un par de horas y cuando despertó, se encontró a Gabriel durmiendo tranquilamente a su lado. Era la primera vez que hacía eso, que compartía sueño con alguien sin la necesidad de alimentarse. Cuando Gabriel despertó, lo recibió con una amplia sonrisa, sin poder contener la emoción que esa experiencia le provocaba.
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  • Crónica de Sombra y Sangre.
    Fandom Original/The Ancient Magus' Bride.
    Categoría Fantasía
    Elías Ainsworth

    ⠀⠀Las colinas de Bistrița estaban quietas esa noche, demasiado quietas para una tierra que acostumbraba a murmurar con el viento y los aullidos de lobos lejanos. La vieja abadía en ruinas, olvidada por siglos y consumida por la hiedra, ardía bajo la luz de antorchas encendidas por manos profanas. Un círculo de figuras encapuchadas entonaba cánticos en una lengua olvidada y que las iglesias temían pronunciar.

    ⠀⠀"Pilum Murialis", esa palabra resonaba en su cabeza mientras su caminar, cada paso que daba, apartaba la nieve como si de fuego se tratase. Ellos querían abrir un umbral, resucitar un nombre que hace tiempo la Iglesia había archivado, un demonio cuya existencia se había disuelto en archivos, empapados de tinta seca.

    ⠀⠀Cipriano llegó cuando las estrellas se gritaban como heridas en el cielo. Su silueta emergió del bosque como un presagio inevitable, y de alguna manera, como si sus maestros oscuros se lo dijeran tras susurros, los impíos temieron; la silueta cayendo del muro de piedra, tocando el suelo y generando un cráter.

    ⠀⠀Un simple cura, en solitario. Era absurdo pensar que ni siquiera usando cruces o rezos, marchitaba la esencia oscura de este lugar, y con su cuerpo, mandaba a volar casi como trapos a los maestros de la oscuridad.
    ⠀⠀Cuando se acercó al rito, pisando los cuerpos inconscientes de aquellos que osaron desafiar a Dios, contempló las velas, casi derretidas. La sangre se fundía con la cera, y a su lado, la vida de alguien había terminado.

    ⠀⠀Se frustró. Pero fue su culpa por anteponer el combate a su trabajo.
    ⠀⠀Entonces, sintió una presencia, las sombras... temblaban, algo las estaba tomando.
    [pulse_purple_magpie_831] ⠀ ⠀⠀Las colinas de Bistrița estaban quietas esa noche, demasiado quietas para una tierra que acostumbraba a murmurar con el viento y los aullidos de lobos lejanos. La vieja abadía en ruinas, olvidada por siglos y consumida por la hiedra, ardía bajo la luz de antorchas encendidas por manos profanas. Un círculo de figuras encapuchadas entonaba cánticos en una lengua olvidada y que las iglesias temían pronunciar. ⠀⠀"Pilum Murialis", esa palabra resonaba en su cabeza mientras su caminar, cada paso que daba, apartaba la nieve como si de fuego se tratase. Ellos querían abrir un umbral, resucitar un nombre que hace tiempo la Iglesia había archivado, un demonio cuya existencia se había disuelto en archivos, empapados de tinta seca. ⠀⠀Cipriano llegó cuando las estrellas se gritaban como heridas en el cielo. Su silueta emergió del bosque como un presagio inevitable, y de alguna manera, como si sus maestros oscuros se lo dijeran tras susurros, los impíos temieron; la silueta cayendo del muro de piedra, tocando el suelo y generando un cráter. ⠀⠀Un simple cura, en solitario. Era absurdo pensar que ni siquiera usando cruces o rezos, marchitaba la esencia oscura de este lugar, y con su cuerpo, mandaba a volar casi como trapos a los maestros de la oscuridad. ⠀⠀Cuando se acercó al rito, pisando los cuerpos inconscientes de aquellos que osaron desafiar a Dios, contempló las velas, casi derretidas. La sangre se fundía con la cera, y a su lado, la vida de alguien había terminado. ⠀⠀Se frustró. Pero fue su culpa por anteponer el combate a su trabajo. ⠀⠀Entonces, sintió una presencia, las sombras... temblaban, algo las estaba tomando. ⠀
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  • No te acerques.
    No me mires.
    No me toques.

    No permitiré que caigas en mi infierno.





    Puedo escucharlas, esas voces... ese murmullo en medio del silencio que penetra, impone, aterroriza…, mata.

    Esa oscuridad que absorbe todo. Todo. Se lo lleva egoístamente. Lo hace suyo. Lo domina. Lo aleja, lo arranca de mí, no puedo alcanzarlo.

    Ilumíname.

    Un paso…
    Uno solo.
    Acércate.

    Caí en esa oscuridad, no puedo gritar. Háblame. Dime algo, lo que sea. Rompe este silencio.

    Mírame. Se ve borroso, no puedo ver, está muy oscuro.

    Alcánzame. Toma mi mano, aférrate, no me sueltes.

    No quiero caer…
    No te acerques. No me mires. No me toques. No permitiré que caigas en mi infierno. Puedo escucharlas, esas voces... ese murmullo en medio del silencio que penetra, impone, aterroriza…, mata. Esa oscuridad que absorbe todo. Todo. Se lo lleva egoístamente. Lo hace suyo. Lo domina. Lo aleja, lo arranca de mí, no puedo alcanzarlo. Ilumíname. Un paso… Uno solo. Acércate. Caí en esa oscuridad, no puedo gritar. Háblame. Dime algo, lo que sea. Rompe este silencio. Mírame. Se ve borroso, no puedo ver, está muy oscuro. Alcánzame. Toma mi mano, aférrate, no me sueltes. No quiero caer…
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  • "I need my best friend"
    Fandom Legacies
    Categoría Slice of Life
    ㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤ "knock knock"
    ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤ˹ Lizzie Saltzman

    ㅤ𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠
    ㅤ𝘐𝘯𝘵𝘦𝘳𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘚𝘢𝘭𝘷𝘢𝘵𝘰𝘳𝘦


    ㅤㅤㅤㅤHabían pasado apenas un par de meses desde que la Escuela Salvatore, bajo el mando de Caroline Forbes, reabriera sus puertas. Un nuevo curso escolar había comenzado y aunque habían conseguido dar la bienvenida a bastantes alumnos, lo cierto era que los alumnos que habían convivido en aquella escuela desde hacia años eran incapaces de olvidar los últimos años: Malivore, Triada, los dioses, Aurora… Y las muertes de Landon e Ethan… Todas aquellas tragedias habían hecho mella y habían tocado a todas las personas de aquel colegio.

    Y, por supuesto, Hope Mikaelson no era diferente. Puede que fuera quien más había perdido en todo aquello… Y, aunque estaba decidida a seguir adelante, había mucho que necesitaba perdonarse. Puede que sus compañeros de clase o el “super-equipo” hubieran decidido hacer borrón y cuenta nueva con las maldades que Hope había llevado a cabo cuando apagó su humanidad… Puede… Pero la tríbrida aun se descubría a si misma recordando los errores de su pasado…

    Y es que había… demasiados errores… Y otros…. Que no era capaz de clasificar.

    Aquella noche, la tríbrida era incapaz de conciliar el dichoso sueño. Ni siquiera le interesaba el examen sobre magia wiccana que tenían a la mañana siguiente. No podía sacarse algo de la cabeza… A aquel cazador… Ese al que había conocido mientras sus sentimientos estaban anulados.

    Resopló.

    Estaba claro que no podría quitárselo de la cabeza hasta que no hablase de ello con… alguien. Y sabia perfectamente quien debía ser ese “alguien”. Solo le quedaba una mejor amiga en esa escuela, alguien a quien a día de hoy consideraba una hermana y que estaba unidas por algo más que una “panda promesa”.

    Salió de la cama y, todavía en bata y zapatillas, caminó hasta el dormitorio de Lizzie, agradeciendo que durmieran tan cerca la una de la otra. Sabía que Josie seguía en Bélgica, asi que por suerte, no molestaría a nadie más. No desde que Lizzie había decidido no compartir habitación. Ventajas de ser la hija de la directora, supuso Hope.

    Llegó hasta la puerta de la rubia y llamó suavemente con los nudillos.

    -¿Lizzie? -la llamó- ¿Estás despierta…? Necesito hablar… de algo…


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #Legacies
    ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ "knock knock" ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤ˹ [frost_purple_giraffe_621] ㅤ𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ㅤ𝘐𝘯𝘵𝘦𝘳𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘚𝘢𝘭𝘷𝘢𝘵𝘰𝘳𝘦 ㅤ ㅤㅤㅤㅤHabían pasado apenas un par de meses desde que la Escuela Salvatore, bajo el mando de Caroline Forbes, reabriera sus puertas. Un nuevo curso escolar había comenzado y aunque habían conseguido dar la bienvenida a bastantes alumnos, lo cierto era que los alumnos que habían convivido en aquella escuela desde hacia años eran incapaces de olvidar los últimos años: Malivore, Triada, los dioses, Aurora… Y las muertes de Landon e Ethan… Todas aquellas tragedias habían hecho mella y habían tocado a todas las personas de aquel colegio. Y, por supuesto, Hope Mikaelson no era diferente. Puede que fuera quien más había perdido en todo aquello… Y, aunque estaba decidida a seguir adelante, había mucho que necesitaba perdonarse. Puede que sus compañeros de clase o el “super-equipo” hubieran decidido hacer borrón y cuenta nueva con las maldades que Hope había llevado a cabo cuando apagó su humanidad… Puede… Pero la tríbrida aun se descubría a si misma recordando los errores de su pasado… Y es que había… demasiados errores… Y otros…. Que no era capaz de clasificar. Aquella noche, la tríbrida era incapaz de conciliar el dichoso sueño. Ni siquiera le interesaba el examen sobre magia wiccana que tenían a la mañana siguiente. No podía sacarse algo de la cabeza… A aquel cazador… Ese al que había conocido mientras sus sentimientos estaban anulados. Resopló. Estaba claro que no podría quitárselo de la cabeza hasta que no hablase de ello con… alguien. Y sabia perfectamente quien debía ser ese “alguien”. Solo le quedaba una mejor amiga en esa escuela, alguien a quien a día de hoy consideraba una hermana y que estaba unidas por algo más que una “panda promesa”. Salió de la cama y, todavía en bata y zapatillas, caminó hasta el dormitorio de Lizzie, agradeciendo que durmieran tan cerca la una de la otra. Sabía que Josie seguía en Bélgica, asi que por suerte, no molestaría a nadie más. No desde que Lizzie había decidido no compartir habitación. Ventajas de ser la hija de la directora, supuso Hope. Llegó hasta la puerta de la rubia y llamó suavemente con los nudillos. -¿Lizzie? -la llamó- ¿Estás despierta…? Necesito hablar… de algo… #Personajes3D #3D #Comunidad3D #Legacies ㅤ
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  • Ella lo amaba. Con la clase de amor que se queda incluso cuando todo arde, incluso cuando la esperanza es apenas un murmullo. Lo amaba con las manos heridas de tanto intentar sostenerlo, con los ojos cansados de buscar en él algo que quisiera salvarse. Pero no bastó.

    Porque el amor no lo puede todo.

    A veces el desastre tiene raíces más profundas que el cariño. A veces alguien se aferra tanto a su propio abismo que ninguna voz alcanza, ningún gesto conmueve. Y ella lo entendió tarde: no se puede salvar a quien no quiere ser salvado. No importa cuánto ames, no importa cuánta luz lleves contigo si el otro ha elegido la sombra.

    No fue falta de amor. Fue exceso de caos.

    El amor no basta cuando el alma del otro es una casa en ruinas que él mismo incendia cada noche. No cuando su dolor es más fuerte que tu abrazo. No cuando se hunde sabiendo que tú estás ahí, y aún así elige no mirar atrás.

    Ella aprendió que el amor no es redención. Que el amor no reconstruye lo que el otro ha decidido destruir. Y que quedarse, a veces, es perderse también.

    Así que se fue. No por falta de amor, sino por amor propio. Porque incluso amar tiene un límite. Porque no todas las guerras se ganan con ternura.

    Y porque algunos desastres son más grandes que cualquier intento de salvar.
    Ella lo amaba. Con la clase de amor que se queda incluso cuando todo arde, incluso cuando la esperanza es apenas un murmullo. Lo amaba con las manos heridas de tanto intentar sostenerlo, con los ojos cansados de buscar en él algo que quisiera salvarse. Pero no bastó. Porque el amor no lo puede todo. A veces el desastre tiene raíces más profundas que el cariño. A veces alguien se aferra tanto a su propio abismo que ninguna voz alcanza, ningún gesto conmueve. Y ella lo entendió tarde: no se puede salvar a quien no quiere ser salvado. No importa cuánto ames, no importa cuánta luz lleves contigo si el otro ha elegido la sombra. No fue falta de amor. Fue exceso de caos. El amor no basta cuando el alma del otro es una casa en ruinas que él mismo incendia cada noche. No cuando su dolor es más fuerte que tu abrazo. No cuando se hunde sabiendo que tú estás ahí, y aún así elige no mirar atrás. Ella aprendió que el amor no es redención. Que el amor no reconstruye lo que el otro ha decidido destruir. Y que quedarse, a veces, es perderse también. Así que se fue. No por falta de amor, sino por amor propio. Porque incluso amar tiene un límite. Porque no todas las guerras se ganan con ternura. Y porque algunos desastres son más grandes que cualquier intento de salvar.
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