• 𝙀𝙡 𝙢𝙪𝙘𝙝𝙖𝙘𝙝𝙤 𝙙𝙚 𝙡𝙤𝙨 𝙤𝙟𝙤𝙨 𝙩𝙧𝙞𝙨𝙩𝙚𝙨
    Fandom OC
    Categoría Drama
    R./W 𝐂𝐇𝐔𝐂𝐊 𝐒𝐇𝐔𝐑𝐋𝐄𝐘
    "¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙨𝙚 𝙛𝙪𝙚 𝙮 𝙥𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙢𝙪𝙧𝙞ó.
    ¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙚𝙡 𝙎𝙚ñ𝙤𝙧 𝙢𝙚 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙞𝙩ó?
    𝙎𝙚 𝙝𝙖 𝙞𝙙𝙤 𝙖𝙡 𝙘𝙞𝙚𝙡𝙤 𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙧 𝙞𝙧 𝙮𝙤
    𝘿𝙚𝙗𝙤 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙨𝙚𝙧 𝙗𝙪𝙚𝙣𝙤."
    — 𝙇𝙤𝙨 𝘼𝙥𝙨𝙤𝙣 (1964)

    —Trece vueltas de marea habían pasado desde que los medios neoyorkinos anunciaron la muerte de Joseph Conor Reagan, el honorable policía, hijo del comisionado en turno.

    Ese suceso fue devastador para la familia. Todos lo adoraban, era el tipo de persona modelo, un hombre que buscaba siempre hacer el bien sin mirar a quien; razón por la cual los Reagan no comprendían el porque había muerto. Trataron de hacerlo, refugiándose en su fe católica inculcada desde la infancia, con frases paliativas como: "Era su momento." o "Dios lo necesitaba en su reino." Esa última era la que más ponía a pensar a Jamie, en especial ahora que era consciente de la divinidad de Chuck.

    Para la familia Jamie era quien había llevado mejor el duelo (aparentemente). No obstante, aunque por fuera parecía el mismo joven afable y sonriente, por dentro traía consigo mismo una lucha interna, misma que estaba centrada en un duelo que no hallaba la manera de superar, que lo carcomía, igual que las termitas a la madera. La herida estaba ahí, abierta como el primer día y no era para menos.

    Habían sido cuatro hermanos. Danny era muy apegado a Erin, después de todo eran los mayores. Por otro lado, Joe tenía un vínculo único con Jamie, uno que solo la muerte logró romper. Cuando él partió Jamie no solo había perdido un hermano, también se había ido un amigo, un confidente, una persona que lo comprendía como nadie, que lo apoyaba, que estaba siempre para él, justo como un buen hermano mayor lo haría. Con eso en cuenta "¿Cómo es que Dios pudo llevárselo? ¿Acaso no sabía el dolor que eso me iba a causar? ¿Cuál es su plan en todo esto?" Por suerte para él, por primera vez en años, conocía a quien de manera directa le podía dar las respuestas.

    De tal modo que, después de pasar a dejar unas flores al panteón donde reposaban los restos de Joe, se fue directo a un bar que solía ser catalogado como "De policías" más que nada por la afluencia de estas personas en el recinto. Mientras caminaba se hacía a la idea respecto a que tan bueno era tratar el asunto con Chuck, no quería molestarlo pero llevaba tanto tiempo ansiando una respuesta que la posibilidad de esto desvío toda duda naciente.

    Al adentrarse al local saludó con cortesía al cantinero. El hombre ya de por sí lo ubicaba por ser otro de los hijos del comisionado, razón por la cual siempre le reservaba su mesa favorita en la parte trasera del establecimiento. "Hey ¿Qué hay de nuevo, Jamie? ¿Lo mismo de siempre?" Le preguntó en lo que secaba la barra con el trapo gris que traía colgado al hombro. El oficial al escucharlo le sonrió con una notoria sutileza a la par que asentía.—

    Sí, por favor, pero esta vez ponme una copa extra ¿Va? Espero compañía esta noche. —No dio más explicación sobre quién llegaría, en especial porque sabía que, tanto a Chuck, como a él, les gustaba la privacidad y porque al ser hijo de una figura pública de alto rango la gente sería capaz de vender "chisme caliente" con tal de obtener algún dinero.

    Tras dejar la indicación dada se fue a su mesa en el rincón y tomó asiento. Mientras esperaba, sacó del bolsillo de su chamarra negra una pequeña caja que contenía piezas de dominó. Aquel particular juego de mesa era el favorito de Joe y también de Jamie ya que, después de las largas horas patrullando, ambos se ponían al corriente de su día y de sus vidas, entre risas y el "click clak" que generaban las fichas al moverlas.

    Después de su muerte, el hermano menor no dejó de jugar, aunque ahora lo hacía solo. Muchos le dijeron que eso era imposible en una partida de dominó, más él lo volvió posible, a su manera, pero lo logró. Su método era sencillo pero efectivo: luego de revolver las fichas, separaba las suyas y las que serían de su hermano, posteriormente, tiraba una y luego él mismo podía mover al azar alguna otra pero ahora del montón que le habían tocado simbólicamente a Joe. Le resultaba entretenido, era su medio de canalizar el dolor; habia ocasiones en que incluso el mayor le ganaba sin estar presente, cosa que hacía reír a Jamie momentos antes de quebrarse en un llanto que agradecía solo viera el cantinero.

    Por eso elegía la mesa del rincón, no quería compasión, no quería que nadie le viera llorar, lo único que deseaba con toda su alma era poder volver a ver a su hermano, poder abrazarlo y decirle todo lo que había pasado desde que se fue del plano terrenal.

    Y aunque si bien lo volvía a ver en sueños, no era lo mismo, él lo sabía, más que nada porque eran eso, sueños, algo pasajero que terminaba una vez que el reloj empezaba a sonar, una vez que abría los ojos y los volvía a cerrar, pero ahora llenos de lágrimas, rabia y frustración junto con el deseo de poder volver a ese sueño. Más ahora, con Chuck, creía tener un rayo de esperanza en hacer que ese momento de reencuentro se sintiera real y eterno.

    Pasó un par de horas bebiendo y jugando antes de tomar valor suficiente para lanzar la suplica por línea directa al mismo Dios. Muchos lo buscaban en el silencio, en la oración, en las paredes de un templo sacro, pero Jamie lo tenía al alcance de una llamada telefónica. Sabía que en realidad eso era una mera formalidad, con solo cerrar los ojos e invocarlo él sabría que lo estaba buscando; sin embargo, temiendo que lo juzgaran por hablar solo, sacó su teléfono y marcó el número que Chuck le proporcionó.

    Esperó los tres tonos correspondientes y justo cuando oyó que descolgaban la bocina habló. —
    Hola... ¿Chuck? Soy... Soy Reagan, sí, Jamie yo... Tú, bueno, no es relevante... ¡No, en realidad sí lo es! —Traía ya varias copas encima, se notaba, tanto en la incoherencia como en el aliento a alcohol que era capaz de atravesar el otro lado de la línea.— Bueno, olvida eso, olvida todo... Solo quería... Quería verlo, verte a ti ¿Tienes tiempo de venir un momento conmigo? Te diría donde estoy pero tú lo sabes todo... Dios te bendiga, o bueno, te autobendigas, aún no entiendo bien eso.

    —En cuanto terminó la llamada colgó el teléfono. Se quedó contemplando las fichas sobre la mesa, meditando en sus palabras, en lo que había dicho, en si era el momento, en si era lo correcto, más como dice la sagrada escritura: "Lo hecho, hecho está."

    Se frotó una mano por el rostro antes de alzar la mano para llamar al cantinero. A sabiendas de que Chuck llegaría en cualquier momento, pidió un café que le ayudara a regular su estado así como un flan pues su hermana le decía que el dulce era también buena opción en esos casos. Así, al tener lo solicitado solo le quedó esperar, tal vez esa noche sería la primera, en muchas, que podría volver a tener a alguien con quien jugar.—
    R./W [G.0.D] "¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙨𝙚 𝙛𝙪𝙚 𝙮 𝙥𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙢𝙪𝙧𝙞ó. ¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙚𝙡 𝙎𝙚ñ𝙤𝙧 𝙢𝙚 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙞𝙩ó? 𝙎𝙚 𝙝𝙖 𝙞𝙙𝙤 𝙖𝙡 𝙘𝙞𝙚𝙡𝙤 𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙧 𝙞𝙧 𝙮𝙤 𝘿𝙚𝙗𝙤 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙨𝙚𝙧 𝙗𝙪𝙚𝙣𝙤." — 𝙇𝙤𝙨 𝘼𝙥𝙨𝙤𝙣 (1964) —Trece vueltas de marea habían pasado desde que los medios neoyorkinos anunciaron la muerte de Joseph Conor Reagan, el honorable policía, hijo del comisionado en turno. Ese suceso fue devastador para la familia. Todos lo adoraban, era el tipo de persona modelo, un hombre que buscaba siempre hacer el bien sin mirar a quien; razón por la cual los Reagan no comprendían el porque había muerto. Trataron de hacerlo, refugiándose en su fe católica inculcada desde la infancia, con frases paliativas como: "Era su momento." o "Dios lo necesitaba en su reino." Esa última era la que más ponía a pensar a Jamie, en especial ahora que era consciente de la divinidad de Chuck. Para la familia Jamie era quien había llevado mejor el duelo (aparentemente). No obstante, aunque por fuera parecía el mismo joven afable y sonriente, por dentro traía consigo mismo una lucha interna, misma que estaba centrada en un duelo que no hallaba la manera de superar, que lo carcomía, igual que las termitas a la madera. La herida estaba ahí, abierta como el primer día y no era para menos. Habían sido cuatro hermanos. Danny era muy apegado a Erin, después de todo eran los mayores. Por otro lado, Joe tenía un vínculo único con Jamie, uno que solo la muerte logró romper. Cuando él partió Jamie no solo había perdido un hermano, también se había ido un amigo, un confidente, una persona que lo comprendía como nadie, que lo apoyaba, que estaba siempre para él, justo como un buen hermano mayor lo haría. Con eso en cuenta "¿Cómo es que Dios pudo llevárselo? ¿Acaso no sabía el dolor que eso me iba a causar? ¿Cuál es su plan en todo esto?" Por suerte para él, por primera vez en años, conocía a quien de manera directa le podía dar las respuestas. De tal modo que, después de pasar a dejar unas flores al panteón donde reposaban los restos de Joe, se fue directo a un bar que solía ser catalogado como "De policías" más que nada por la afluencia de estas personas en el recinto. Mientras caminaba se hacía a la idea respecto a que tan bueno era tratar el asunto con Chuck, no quería molestarlo pero llevaba tanto tiempo ansiando una respuesta que la posibilidad de esto desvío toda duda naciente. Al adentrarse al local saludó con cortesía al cantinero. El hombre ya de por sí lo ubicaba por ser otro de los hijos del comisionado, razón por la cual siempre le reservaba su mesa favorita en la parte trasera del establecimiento. "Hey ¿Qué hay de nuevo, Jamie? ¿Lo mismo de siempre?" Le preguntó en lo que secaba la barra con el trapo gris que traía colgado al hombro. El oficial al escucharlo le sonrió con una notoria sutileza a la par que asentía.— Sí, por favor, pero esta vez ponme una copa extra ¿Va? Espero compañía esta noche. —No dio más explicación sobre quién llegaría, en especial porque sabía que, tanto a Chuck, como a él, les gustaba la privacidad y porque al ser hijo de una figura pública de alto rango la gente sería capaz de vender "chisme caliente" con tal de obtener algún dinero. Tras dejar la indicación dada se fue a su mesa en el rincón y tomó asiento. Mientras esperaba, sacó del bolsillo de su chamarra negra una pequeña caja que contenía piezas de dominó. Aquel particular juego de mesa era el favorito de Joe y también de Jamie ya que, después de las largas horas patrullando, ambos se ponían al corriente de su día y de sus vidas, entre risas y el "click clak" que generaban las fichas al moverlas. Después de su muerte, el hermano menor no dejó de jugar, aunque ahora lo hacía solo. Muchos le dijeron que eso era imposible en una partida de dominó, más él lo volvió posible, a su manera, pero lo logró. Su método era sencillo pero efectivo: luego de revolver las fichas, separaba las suyas y las que serían de su hermano, posteriormente, tiraba una y luego él mismo podía mover al azar alguna otra pero ahora del montón que le habían tocado simbólicamente a Joe. Le resultaba entretenido, era su medio de canalizar el dolor; habia ocasiones en que incluso el mayor le ganaba sin estar presente, cosa que hacía reír a Jamie momentos antes de quebrarse en un llanto que agradecía solo viera el cantinero. Por eso elegía la mesa del rincón, no quería compasión, no quería que nadie le viera llorar, lo único que deseaba con toda su alma era poder volver a ver a su hermano, poder abrazarlo y decirle todo lo que había pasado desde que se fue del plano terrenal. Y aunque si bien lo volvía a ver en sueños, no era lo mismo, él lo sabía, más que nada porque eran eso, sueños, algo pasajero que terminaba una vez que el reloj empezaba a sonar, una vez que abría los ojos y los volvía a cerrar, pero ahora llenos de lágrimas, rabia y frustración junto con el deseo de poder volver a ese sueño. Más ahora, con Chuck, creía tener un rayo de esperanza en hacer que ese momento de reencuentro se sintiera real y eterno. Pasó un par de horas bebiendo y jugando antes de tomar valor suficiente para lanzar la suplica por línea directa al mismo Dios. Muchos lo buscaban en el silencio, en la oración, en las paredes de un templo sacro, pero Jamie lo tenía al alcance de una llamada telefónica. Sabía que en realidad eso era una mera formalidad, con solo cerrar los ojos e invocarlo él sabría que lo estaba buscando; sin embargo, temiendo que lo juzgaran por hablar solo, sacó su teléfono y marcó el número que Chuck le proporcionó. Esperó los tres tonos correspondientes y justo cuando oyó que descolgaban la bocina habló. — Hola... ¿Chuck? Soy... Soy Reagan, sí, Jamie yo... Tú, bueno, no es relevante... ¡No, en realidad sí lo es! —Traía ya varias copas encima, se notaba, tanto en la incoherencia como en el aliento a alcohol que era capaz de atravesar el otro lado de la línea.— Bueno, olvida eso, olvida todo... Solo quería... Quería verlo, verte a ti ¿Tienes tiempo de venir un momento conmigo? Te diría donde estoy pero tú lo sabes todo... Dios te bendiga, o bueno, te autobendigas, aún no entiendo bien eso. —En cuanto terminó la llamada colgó el teléfono. Se quedó contemplando las fichas sobre la mesa, meditando en sus palabras, en lo que había dicho, en si era el momento, en si era lo correcto, más como dice la sagrada escritura: "Lo hecho, hecho está." Se frotó una mano por el rostro antes de alzar la mano para llamar al cantinero. A sabiendas de que Chuck llegaría en cualquier momento, pidió un café que le ayudara a regular su estado así como un flan pues su hermana le decía que el dulce era también buena opción en esos casos. Así, al tener lo solicitado solo le quedó esperar, tal vez esa noche sería la primera, en muchas, que podría volver a tener a alguien con quien jugar.—
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    Grupal
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  • Una Cazadora
    Fandom Devil May Cry
    Categoría Acción
    El bar Devil’s Scoop está casi vacío, iluminado por luces neón rosa y azul que parpadean perezosamente. Afuera llueve, pero adentro huele a azúcar tostada y café caliente. A esta hora nadie pide helados… excepto ella.

    Dante, cabello blanco cayendo en mechones rebeldes y chaqueta roja abierta sobre una camiseta corta, está sentada en la barra. Con una mano sostiene un enorme sundae de chocolate y cereza. Con la otra hace girar absentemente una cuchara entre los dedos, como si fuera un arma.

    Se nota que está aburrida, el tipo de aburrimiento que solo una cazadora de demonios extremadamente poderosa puede sentir cuando la vida se vuelve demasiado tranquila. Mira el sundae como si esperara que de repente saltara para atacarla.

    Mientras la música suave llena el bar, las puertas se abren con un leve chirrido. Entra un desconocido para ella. La notas de inmediato: la chica de cabello blanco, postura despreocupada pero peligrosa, ojos que parecen capaces de atravesar paredes… o almas.
    El bar Devil’s Scoop está casi vacío, iluminado por luces neón rosa y azul que parpadean perezosamente. Afuera llueve, pero adentro huele a azúcar tostada y café caliente. A esta hora nadie pide helados… excepto ella. Dante, cabello blanco cayendo en mechones rebeldes y chaqueta roja abierta sobre una camiseta corta, está sentada en la barra. Con una mano sostiene un enorme sundae de chocolate y cereza. Con la otra hace girar absentemente una cuchara entre los dedos, como si fuera un arma. Se nota que está aburrida, el tipo de aburrimiento que solo una cazadora de demonios extremadamente poderosa puede sentir cuando la vida se vuelve demasiado tranquila. Mira el sundae como si esperara que de repente saltara para atacarla. Mientras la música suave llena el bar, las puertas se abren con un leve chirrido. Entra un desconocido para ella. La notas de inmediato: la chica de cabello blanco, postura despreocupada pero peligrosa, ojos que parecen capaces de atravesar paredes… o almas.
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  • —Te lo explicaré que un niño lo podria entender:

    Había una vez un tipo muy guapo con una suerte endemoniada que ni el diablo ni Dios podían matarlo, fin.-
    —Te lo explicaré que un niño lo podria entender: Había una vez un tipo muy guapo con una suerte endemoniada que ni el diablo ni Dios podían matarlo, fin.-
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  • —Me he dejado crecer el cabello y ahora puedo hacerme este tipo de 'peinados'.
    —Me he dejado crecer el cabello y ahora puedo hacerme este tipo de 'peinados'.
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  • Cecilia Immergreen Gigi Murin Raora Panthera

    *La sala principal de Justice estaba teñida por el rojo del fuego danzando en la chimenea. Las luces siempre lúgubres, siempre tensas parpadeaban como si sintieran el humor de su líder.

    Yo estaba de pie frente a la mesa central, una mano apoyada sobre los documentos estratégicos aún abiertos… pero olvidados desde que recibí la noticia.

    Mi voz cortó el silencio con la frialdad del acero*

    -Reúnanse. Ahora.

    *La orden resonó en todo el cuartel. El aire entero pareció contener la respiración. Al cabo de unos segundos, escuché pasos apresurados acercarse. Cuando todos estuvieron presentes, alcé la mirada.

    Mi expresión era tranquila… demasiado tranquila. Ese tipo de tranquilidad que hace temblar incluso a quienes no temen a nada.*

    -Supongo que ya todas han escuchado los rumores

    *murmuré mientras mis dedos recorrían el borde dorado de la mesa*

    -Nuestra querida Raora… tomará un camino inesperado. Un camino que la une a Hakos Baelz.

    *El nombre casi ardió en mi lengua.*

    -Miembro del Consejo

    *continué, dejando caer la palabra como si pesara toneladas*

    - Nuestro enemigo directo. Y ahora… madre de la familia que Raora ha decidido formar.

    *Me acomodé el cabello hacia atrás, con la elegancia calculada de quien nunca pierde el control.*

    -No los llamé aquí para escándalos ni quejas infantiles. Los llamé porque este asunto importa. Y porque quiero escuchar, uno por uno, cómo piensan actuar ahora que una de las nuestras ha enlazado su destino con el del enemigo.

    *Una pausa. Una sonrisa ligera. Peligrosa.*

    -Y antes de que alguna piense en abrir la boca para juzgarla… recuerden quién soy. Y recuerden que antes de tomar cualquier decisión, yo seré quien determine si esto es una amenaza… o una oportunidad.

    *Mis ojos brillaron intensamente, como brasas encendidas.*

    -Hablen.

    *La reunión ha comenzado.*
    [ember_amethyst_octopus_437] [echo_peach_crab_589] [divine_eyes] *La sala principal de Justice estaba teñida por el rojo del fuego danzando en la chimenea. Las luces siempre lúgubres, siempre tensas parpadeaban como si sintieran el humor de su líder. Yo estaba de pie frente a la mesa central, una mano apoyada sobre los documentos estratégicos aún abiertos… pero olvidados desde que recibí la noticia. Mi voz cortó el silencio con la frialdad del acero* -Reúnanse. Ahora. *La orden resonó en todo el cuartel. El aire entero pareció contener la respiración. Al cabo de unos segundos, escuché pasos apresurados acercarse. Cuando todos estuvieron presentes, alcé la mirada. Mi expresión era tranquila… demasiado tranquila. Ese tipo de tranquilidad que hace temblar incluso a quienes no temen a nada.* -Supongo que ya todas han escuchado los rumores *murmuré mientras mis dedos recorrían el borde dorado de la mesa* -Nuestra querida Raora… tomará un camino inesperado. Un camino que la une a Hakos Baelz. *El nombre casi ardió en mi lengua.* -Miembro del Consejo *continué, dejando caer la palabra como si pesara toneladas* - Nuestro enemigo directo. Y ahora… madre de la familia que Raora ha decidido formar. *Me acomodé el cabello hacia atrás, con la elegancia calculada de quien nunca pierde el control.* -No los llamé aquí para escándalos ni quejas infantiles. Los llamé porque este asunto importa. Y porque quiero escuchar, uno por uno, cómo piensan actuar ahora que una de las nuestras ha enlazado su destino con el del enemigo. *Una pausa. Una sonrisa ligera. Peligrosa.* -Y antes de que alguna piense en abrir la boca para juzgarla… recuerden quién soy. Y recuerden que antes de tomar cualquier decisión, yo seré quien determine si esto es una amenaza… o una oportunidad. *Mis ojos brillaron intensamente, como brasas encendidas.* -Hablen. *La reunión ha comenzado.*
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  • —A ver... si destino 300$ para que no me corten la luz... otra vez... y 150$ para el tipo que dice que puede arreglar el techo que gotea sobre el sofá... —escribe en una libreta, concentrada— entonces me quedan 58$ para la comida de este mes. Hm. Insuficiente... ¿se podrá vivir un mes a base de jugo de cajita y galletas de la suerte?

    Da un golpecito al lápiz contra su barbilla, pensativa.

    —¡Ah! Pero si mi hermano me envía esos 500$ que le pedí... podría pagar una de las multas... Y eso liberaría 1000$ del fondo de emergencias... —sigue tomando notas, ahora con más entusiasmo— ¡Y así, puedo destinar 1058$ a los regalos de Navidad! ... que serán todos para mí, claro. Definitivamente, la adultez es solo un mito para asustar a los débiles (?)
    —A ver... si destino 300$ para que no me corten la luz... otra vez... y 150$ para el tipo que dice que puede arreglar el techo que gotea sobre el sofá... —escribe en una libreta, concentrada— entonces me quedan 58$ para la comida de este mes. Hm. Insuficiente... ¿se podrá vivir un mes a base de jugo de cajita y galletas de la suerte? Da un golpecito al lápiz contra su barbilla, pensativa. —¡Ah! Pero si mi hermano me envía esos 500$ que le pedí... podría pagar una de las multas... Y eso liberaría 1000$ del fondo de emergencias... —sigue tomando notas, ahora con más entusiasmo— ¡Y así, puedo destinar 1058$ a los regalos de Navidad! ... que serán todos para mí, claro. Definitivamente, la adultez es solo un mito para asustar a los débiles (?)
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  • Cosas sin "utilidad" de Toby.

    ∟Capacidad de saber en segundos el dia de la semana que fue un dia en el calendario de (casi) cualquier año.
    ∟ Saber más de 50 decimales de Pi (π)
    ∟ El mejor para cuidar y mantener plantas de todo tipo.
    ∟ Rapidez para la geolocalización.
    ∟ Lectura e interpretación de mapas y distancias.
    ∟ Facilidad de lectura de planos y manuales.
    ∟ Capacidad de supervivencia en la intemperie.
    ∟ Funcional con 4 horas de sueño.
    ∟Poliglota: Entiende Ingles (Nativo), Alemán(Nativo), Frances, Italiano, Español, Rumano. Pero nunca los habla (le da pena)
    Cosas sin "utilidad" de Toby. ∟Capacidad de saber en segundos el dia de la semana que fue un dia en el calendario de (casi) cualquier año. ∟ Saber más de 50 decimales de Pi (π) ∟ El mejor para cuidar y mantener plantas de todo tipo. ∟ Rapidez para la geolocalización. ∟ Lectura e interpretación de mapas y distancias. ∟ Facilidad de lectura de planos y manuales. ∟ Capacidad de supervivencia en la intemperie. ∟ Funcional con 4 horas de sueño. ∟Poliglota: Entiende Ingles (Nativo), Alemán(Nativo), Frances, Italiano, Español, Rumano. Pero nunca los habla (le da pena)
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  • A Dream... I remember my Dream...
    Fandom Stranger Things
    Categoría Romance
    STARTER PARA Eddie Munson

    Hubiera jurado y proclamado a los cuatro vientos que ella, Allyson Johnson, jamás podría fijarse en un tipo como él.

    Tal vez, si hubiera podido anticiparse, si aquello no hubiera sucedido de la noche a la mañana, habría hecho algo para impedirlo. Porque sí, Ally era de esas personas convencidas de que los sentimientos sí podían controlarse. Más aún si eras plenamente consciente de los tuyos. Y ella lo era. O le gustaba creer que lo era.

    Ally había tenido que crecer demasiado pronto. Su cabeza corría siempre un par de pasos por delante del resto: pensaba demasiado, analizaba todo, le dedicaba tiempo a cada gesto, a cada palabra, a cada silencio incómodo. Necesitaba comprenderlo todo, tenerlo bajo control, ordenar el mundo en cajitas mentales donde nada se saliera del guion.

    Pero una cosa había aprendido con los años —a fuerza de golpes que aún le dolían en rincones de la memoria que prefería no mirar—: no se puede tener todo bajo control.

    Y, mucho menos, los sueños.

    ________________________________________

    Había visto a ese tío, Eddie Munson, subido sobre una mesa del comedor del instituto, desgañitándose delante de todo el mundo como si la cafetería fuera su maldito escenario privado. Recorría los tablones con las botas mientras gritaba algo sobre ovejas, ovejeros y Hellfire, ganándose miradas de asco, risas y un par de “otra vez el puto Munson” susurrados entre bandejas grasientas.

    Ally recordaba haber rodado los ojos, apoyando el codo en la mesa.

    "¿Qué demonios hace? Menudo ridículo."

    Su ceño se arrugó, el labio se le frunció con esa expresión suya de juicio silencioso. Todo en su cuerpo decía “qué vergüenza ajena”. Y sin embargo, no consiguió apartar la mirada. Se quedó mirándolo, atrapada en una mezcla rara de rechazo y fascinación, como cuando no puedes dejar de mirar un accidente aunque sepas que te va a impresionar.

    El resto del día transcurrió con normalidad. Quedó con Ashley Thompson, su mejor amiga, hablaron de tonterías y deberes, y luego se fue a casa a estudiar. O a intentarlo.
    Nada fuera de lo habitual.

    ¿Quién iba a decirle que esa misma noche soñaría con el tipo que había caminado sobre la mesa como si fuera suya?
    ¿Y que al despertar, algo en ella ya no estaría en el mismo sitio?

    ________________________________________

    Al principio no entendió qué pasaba.

    Lo supo de verdad al volver a verlo, a la mañana siguiente, en clase de ciencias.
    Él llegó tarde, cómo no: la puerta se abrió con un golpe seco, el profesor hizo ese suspiro de resignación de siempre, y el murmullo de la clase se cortó un segundo.

    Allí estaba otra vez. Chaqueta de cuero, parches, pelo rizado cayéndole por la cara, el walkman colgando, esa sonrisa que siempre parecía ir a decir algo que no tocaba. El maldito Eddie Munson.

    El corazón de Ally reaccionó antes que su cabeza. Un latido seco, distinto, como si hubiera un eco. Como si algo se hubiera movido dentro de ella la noche anterior y solo ahora se estuviera despertando. Hubo un momento en el que sintió que se le aflojaban los dedos del bolígrafo. Y entonces, como un flash, como una diapositiva, el sueño regresó de golpe.

    Eddie.

    El mismo Eddie que en la vida real era exactamente el tipo de tío que Ally decía detestar: ruidoso, caótico, sin filtro, con fama de rarito y de fracasado repetidor. Todo lo que ella había aprendido a evitar.

    ¿Entonces por qué se le calentaban las mejillas ahora, sentada en su pupitre, cuando él cruzó la clase con total descaro?

    ¿Por qué sus piernas, siempre cruzadas bajo la mesa, se descruzaron inquietas, los pies tamborileando contra el suelo?

    Se apartó el pelo de la oreja en un gesto automático y dejó caer la melena rubia hacia delante, ocultando parte de su rostro, en un intento desesperado por esconderse. Desde allí, donde él estaba, si se giraba, podría verla de perfil. Y ella no estaba preparada para sostenerle la mirada sabiendo lo que había soñado.

    ________________________________________

    Ally no era una chica cualquiera. Al menos no por dentro.

    A simple vista, en Hawkins, era una buena alumna, pocas palabras, mirada que lo observa todo. El tipo de chica a la que nadie se atrevería a llamar friki, pero que tampoco encajaba con las animadoras. Un punto medio.

    Lo que nadie allí sabía es que aquel no era el único lugar raro en el que ella había estado.

    Antes de Hawkins hubo otro sitio.

    Derry, Maine.

    Un nombre que a veces le venía a la cabeza como una mancha y del que enseguida se olvidaba, como cuando intentabas recordar una palabra en otro idioma y se escapaba justo en el último segundo. Sabía que había vivido allí. Sabía que algo importante había pasado. Pero cuanto más intentaba reconstruirlo, más se desdibujaban los recuerdos.

    Recordaba cosas sueltas, fragmentos, sensaciones que no encajaban con nada que pudiera llamar “normal”.

    Un payaso en un desagüe, la voz de alguien susurrándole que fuera a bailar, el olor a óxido y alcantarilla mezclado con algo dulzón y nauseabundo.

    Flashes: Un globo rojo flotando donde no debería, una escalera hacia un sótano…

    Y luego estaban ellos.

    Un grupo de chicos y una chica pelirroja.

    Bicicletas. Un pequeño claro en el bosque que olía a verano, a barro y a sangre seca. Una caseta improvisada bajo tierra, llena de cómics, revistas viejas y botellas de refresco vacías…

    “Beep beep, Richie.”

    Recordaba una voz concreta, aguda y rápida, disparando chistes. Unas gafas enormes. Una camiseta siempre arrugada.

    Pero nunca conseguía ver bien su cara. Cuando intentaba enfocarla, el recuerdo se difuminaba. Solo quedaba la sensación: aquel cosquilleo caliente en el estómago, la mezcla rara entre el miedo, el deseo y la seguridad.

    Pero Ally decidió que todo aquello solo fueron pesadillas de cría y una imaginación demasiado activa. Era más fácil así. Más cómodo.

    Todo eso… había quedado atrás…

    ________________________________________

    Ahora, sentada en aquel pupitre, podía escuchar cómo el profesor empezaba a escribir fórmulas en la pizarra, agradeciendo que nadie pudiera escuchar sus pensamientos.

    Se obligó a mirar al frente. A copiar el título en el cuaderno. A tomar apuntes como si todo fuera normal. Como si el corazón no le estuviera golpeando las costillas cada vez que él se movía, cada vez que sus botas chocaban contra la pata de su silla.

    Intentó convencerse:
    Es solo un chico. Un chico que no te gusta. Alguien que representa todo lo que no quieres en tu vida. Punto.

    Pero el sueño volvía. Cada noche. Cada día.

    ________________________________________

    Al día siguiente, ella volvía a estar sentada en aquel pupitre.

    El profesor llegó, dejó la carpeta sobre la mesa y saludó a los alumnos.

    —Muy bien, clase. Antes de empezar —anunció, ajustándose las gafas—, os recuerdo que hoy se publican las parejas para el trabajo trimestral. Como sabéis, es obligatorio, cuenta el treinta por ciento de la nota final y tendrá que entregarse en dos semanas.

    Quejas, risas… Todos sabían que aquel trabajo era un suplicio.

    Ally sintió un nudo en el estómago.

    No era buena trabajando con otros. Nunca lo había sido. Prefería controlar cada detalle, cada página, cada palabra. Y la idea de depender de alguien le incomodaba más que cualquier examen.

    El profesor empezó a leer la lista.

    Apellidos, nombres. Alumnos que chocaban las manos cuando les tocaban con sus amigos. Otros que resoplaban resignados…

    Y entonces, llegó el momento.

    —Munson, Edward.

    Ally no respiró.

    —Johnson, Allyson.

    Lo escuchó antes de procesarlo.

    Su primera reacción fue automática: apretar los muslos bajo la mesa, esconder la cara tras el pelo, bajar la vista a la madera gastada del pupitre.

    Pero el profesor continuó, sin detenerse. Sin darles opción a negarse.

    —Los trabajos deberán tener una parte teórica y otra práctica. Podéis elegir temática dentro del temario de este trimestre. No se permiten cambios de pareja. Y, por favor… evitad copiaros entre vosotros; lo sabré.

    Hubo risas por detrás. Alguno soltó un comentario que no alcanzó a escuchar.

    —Al igual que sabré si el trabajo sólo lo hace uno de vosotros. ¿Entendido?

    Ella seguía petrificada. No quería mirarlo, pero acabó haciéndolo, y se encontró que él… ya la estaba mirando.

    Ally tragó saliva.

    Toda la sangre derramándosele a los pies.

    El sueño volvió como un latigazo.

    La sensación de haber cruzado un límite que ni siquiera comprendía.

    El profesor siguió hablando, dando instrucciones, detallando fechas, insistiendo en la importancia del trabajo. Pero ella apenas oía nada.

    “Trabajo en pareja.”
    “Dos semanas.”
    “Munson y Johnson.”

    Cuando por fin llegó el momento, cuando los demás empezaron a moverse para buscar a sus compañeros, Ally permaneció quieta, como si el asiento la estuviera aprisionando.

    Supo que debía mirarlo, que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero fue incapaz.

    Giró la cabeza apenas unos centímetros.
    Y lo encontró. Ahí.
    Codo apoyado en la mesa, cuerpo ladeado hacia ella, mirada paciente. Como si estuviera esperando que reaccionara.

    STARTER PARA [eclipse_platinum_elephant_535] Hubiera jurado y proclamado a los cuatro vientos que ella, Allyson Johnson, jamás podría fijarse en un tipo como él. Tal vez, si hubiera podido anticiparse, si aquello no hubiera sucedido de la noche a la mañana, habría hecho algo para impedirlo. Porque sí, Ally era de esas personas convencidas de que los sentimientos sí podían controlarse. Más aún si eras plenamente consciente de los tuyos. Y ella lo era. O le gustaba creer que lo era. Ally había tenido que crecer demasiado pronto. Su cabeza corría siempre un par de pasos por delante del resto: pensaba demasiado, analizaba todo, le dedicaba tiempo a cada gesto, a cada palabra, a cada silencio incómodo. Necesitaba comprenderlo todo, tenerlo bajo control, ordenar el mundo en cajitas mentales donde nada se saliera del guion. Pero una cosa había aprendido con los años —a fuerza de golpes que aún le dolían en rincones de la memoria que prefería no mirar—: no se puede tener todo bajo control. Y, mucho menos, los sueños. ________________________________________ Había visto a ese tío, Eddie Munson, subido sobre una mesa del comedor del instituto, desgañitándose delante de todo el mundo como si la cafetería fuera su maldito escenario privado. Recorría los tablones con las botas mientras gritaba algo sobre ovejas, ovejeros y Hellfire, ganándose miradas de asco, risas y un par de “otra vez el puto Munson” susurrados entre bandejas grasientas. Ally recordaba haber rodado los ojos, apoyando el codo en la mesa. "¿Qué demonios hace? Menudo ridículo." Su ceño se arrugó, el labio se le frunció con esa expresión suya de juicio silencioso. Todo en su cuerpo decía “qué vergüenza ajena”. Y sin embargo, no consiguió apartar la mirada. Se quedó mirándolo, atrapada en una mezcla rara de rechazo y fascinación, como cuando no puedes dejar de mirar un accidente aunque sepas que te va a impresionar. El resto del día transcurrió con normalidad. Quedó con Ashley Thompson, su mejor amiga, hablaron de tonterías y deberes, y luego se fue a casa a estudiar. O a intentarlo. Nada fuera de lo habitual. ¿Quién iba a decirle que esa misma noche soñaría con el tipo que había caminado sobre la mesa como si fuera suya? ¿Y que al despertar, algo en ella ya no estaría en el mismo sitio? ________________________________________ Al principio no entendió qué pasaba. Lo supo de verdad al volver a verlo, a la mañana siguiente, en clase de ciencias. Él llegó tarde, cómo no: la puerta se abrió con un golpe seco, el profesor hizo ese suspiro de resignación de siempre, y el murmullo de la clase se cortó un segundo. Allí estaba otra vez. Chaqueta de cuero, parches, pelo rizado cayéndole por la cara, el walkman colgando, esa sonrisa que siempre parecía ir a decir algo que no tocaba. El maldito Eddie Munson. El corazón de Ally reaccionó antes que su cabeza. Un latido seco, distinto, como si hubiera un eco. Como si algo se hubiera movido dentro de ella la noche anterior y solo ahora se estuviera despertando. Hubo un momento en el que sintió que se le aflojaban los dedos del bolígrafo. Y entonces, como un flash, como una diapositiva, el sueño regresó de golpe. Eddie. El mismo Eddie que en la vida real era exactamente el tipo de tío que Ally decía detestar: ruidoso, caótico, sin filtro, con fama de rarito y de fracasado repetidor. Todo lo que ella había aprendido a evitar. ¿Entonces por qué se le calentaban las mejillas ahora, sentada en su pupitre, cuando él cruzó la clase con total descaro? ¿Por qué sus piernas, siempre cruzadas bajo la mesa, se descruzaron inquietas, los pies tamborileando contra el suelo? Se apartó el pelo de la oreja en un gesto automático y dejó caer la melena rubia hacia delante, ocultando parte de su rostro, en un intento desesperado por esconderse. Desde allí, donde él estaba, si se giraba, podría verla de perfil. Y ella no estaba preparada para sostenerle la mirada sabiendo lo que había soñado. ________________________________________ Ally no era una chica cualquiera. Al menos no por dentro. A simple vista, en Hawkins, era una buena alumna, pocas palabras, mirada que lo observa todo. El tipo de chica a la que nadie se atrevería a llamar friki, pero que tampoco encajaba con las animadoras. Un punto medio. Lo que nadie allí sabía es que aquel no era el único lugar raro en el que ella había estado. Antes de Hawkins hubo otro sitio. Derry, Maine. Un nombre que a veces le venía a la cabeza como una mancha y del que enseguida se olvidaba, como cuando intentabas recordar una palabra en otro idioma y se escapaba justo en el último segundo. Sabía que había vivido allí. Sabía que algo importante había pasado. Pero cuanto más intentaba reconstruirlo, más se desdibujaban los recuerdos. Recordaba cosas sueltas, fragmentos, sensaciones que no encajaban con nada que pudiera llamar “normal”. Un payaso en un desagüe, la voz de alguien susurrándole que fuera a bailar, el olor a óxido y alcantarilla mezclado con algo dulzón y nauseabundo. Flashes: Un globo rojo flotando donde no debería, una escalera hacia un sótano… Y luego estaban ellos. Un grupo de chicos y una chica pelirroja. Bicicletas. Un pequeño claro en el bosque que olía a verano, a barro y a sangre seca. Una caseta improvisada bajo tierra, llena de cómics, revistas viejas y botellas de refresco vacías… “Beep beep, Richie.” Recordaba una voz concreta, aguda y rápida, disparando chistes. Unas gafas enormes. Una camiseta siempre arrugada. Pero nunca conseguía ver bien su cara. Cuando intentaba enfocarla, el recuerdo se difuminaba. Solo quedaba la sensación: aquel cosquilleo caliente en el estómago, la mezcla rara entre el miedo, el deseo y la seguridad. Pero Ally decidió que todo aquello solo fueron pesadillas de cría y una imaginación demasiado activa. Era más fácil así. Más cómodo. Todo eso… había quedado atrás… ________________________________________ Ahora, sentada en aquel pupitre, podía escuchar cómo el profesor empezaba a escribir fórmulas en la pizarra, agradeciendo que nadie pudiera escuchar sus pensamientos. Se obligó a mirar al frente. A copiar el título en el cuaderno. A tomar apuntes como si todo fuera normal. Como si el corazón no le estuviera golpeando las costillas cada vez que él se movía, cada vez que sus botas chocaban contra la pata de su silla. Intentó convencerse: Es solo un chico. Un chico que no te gusta. Alguien que representa todo lo que no quieres en tu vida. Punto. Pero el sueño volvía. Cada noche. Cada día. ________________________________________ Al día siguiente, ella volvía a estar sentada en aquel pupitre. El profesor llegó, dejó la carpeta sobre la mesa y saludó a los alumnos. —Muy bien, clase. Antes de empezar —anunció, ajustándose las gafas—, os recuerdo que hoy se publican las parejas para el trabajo trimestral. Como sabéis, es obligatorio, cuenta el treinta por ciento de la nota final y tendrá que entregarse en dos semanas. Quejas, risas… Todos sabían que aquel trabajo era un suplicio. Ally sintió un nudo en el estómago. No era buena trabajando con otros. Nunca lo había sido. Prefería controlar cada detalle, cada página, cada palabra. Y la idea de depender de alguien le incomodaba más que cualquier examen. El profesor empezó a leer la lista. Apellidos, nombres. Alumnos que chocaban las manos cuando les tocaban con sus amigos. Otros que resoplaban resignados… Y entonces, llegó el momento. —Munson, Edward. Ally no respiró. —Johnson, Allyson. Lo escuchó antes de procesarlo. Su primera reacción fue automática: apretar los muslos bajo la mesa, esconder la cara tras el pelo, bajar la vista a la madera gastada del pupitre. Pero el profesor continuó, sin detenerse. Sin darles opción a negarse. —Los trabajos deberán tener una parte teórica y otra práctica. Podéis elegir temática dentro del temario de este trimestre. No se permiten cambios de pareja. Y, por favor… evitad copiaros entre vosotros; lo sabré. Hubo risas por detrás. Alguno soltó un comentario que no alcanzó a escuchar. —Al igual que sabré si el trabajo sólo lo hace uno de vosotros. ¿Entendido? Ella seguía petrificada. No quería mirarlo, pero acabó haciéndolo, y se encontró que él… ya la estaba mirando. Ally tragó saliva. Toda la sangre derramándosele a los pies. El sueño volvió como un latigazo. La sensación de haber cruzado un límite que ni siquiera comprendía. El profesor siguió hablando, dando instrucciones, detallando fechas, insistiendo en la importancia del trabajo. Pero ella apenas oía nada. “Trabajo en pareja.” “Dos semanas.” “Munson y Johnson.” Cuando por fin llegó el momento, cuando los demás empezaron a moverse para buscar a sus compañeros, Ally permaneció quieta, como si el asiento la estuviera aprisionando. Supo que debía mirarlo, que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero fue incapaz. Giró la cabeza apenas unos centímetros. Y lo encontró. Ahí. Codo apoyado en la mesa, cuerpo ladeado hacia ella, mirada paciente. Como si estuviera esperando que reaccionara.
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  • — No soy enemiga de las rutinas, pero de vez en cuando me gustan los planes de último momento. Tipo estar preparándose para ir a la cama y de pronto tomar el coche y conducir lejos para ver el amanecer en otra ciudad.

    A veces esos escapes son necesarios. —
    — No soy enemiga de las rutinas, pero de vez en cuando me gustan los planes de último momento. Tipo estar preparándose para ir a la cama y de pronto tomar el coche y conducir lejos para ver el amanecer en otra ciudad. A veces esos escapes son necesarios. —
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    // Hii, vengo en busca de sacrificios jeje

    Me interesa una dinámica tipo asesino - presa
    Ando con ganas de desarrollar algo con una persona que Bekya tenga que matar, el trasfondo se ve, solo me parece que sería interesante.

    Escucho ofertas de cualquier tipo.//
    // Hii, vengo en busca de sacrificios jeje Me interesa una dinámica tipo asesino - presa Ando con ganas de desarrollar algo con una persona que Bekya tenga que matar, el trasfondo se ve, solo me parece que sería interesante. Escucho ofertas de cualquier tipo.// :STK-6:
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