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    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    El eclipse se abre como una herida en el cielo.
    Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.

    Un Phyros.
    Un habitante del sol.

    Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.

    Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”

    Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.

    No tengo tiempo de responder.
    Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.

    Arc no confía en mí.
    Y por primera vez… no puedo culparla.

    Helior Prime alza una mano.
    Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.

    Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.

    Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.

    La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.

    Siento a Arc desvanecerse.
    Su calor deja de rodearme.
    Y mi cuerpo queda expuesto.

    Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.

    El primero me atraviesa el costado.
    El segundo me perfora el pecho.
    El tercero se dirige directo a mi cabeza—

    Pero Jennifer lo intercepta.
    Por milímetros.

    Mi madre se gira.
    Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:

    Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”

    El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.

    Helior Prime responde convocando a los suyos.
    Los Phyros emergen como estrellas furiosas.

    La guerra estalla.
    Sol contra Caos.
    Luz absoluta contra noche viva.

    Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
    Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…

    Una voz se abre paso dentro de mí.

    Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”

    Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
    La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.

    Jennifer siente cómo me rehago.
    Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.

    Deslizo la hoja.

    El mundo se silencia.

    Extiendo la katana y corto el aire.
    Pero no corto aire.
    Corto el tejido del espacio mismo.

    El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
    Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.

    Jennifer se coloca a mi lado.
    Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
    Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.

    Juntas, trazamos un segundo corte.

    Esta vez no solo se abre el espacio.
    Se abre el tiempo.
    El eclipse se divide.
    La luz se pliega.
    La oscuridad se hunde en sí misma.

    Y de pronto…

    Nada.

    Blanco absoluto.
    Silencio total.
    Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.

    Solo Veythra, latiendo en mis manos…
    y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El eclipse se abre como una herida en el cielo. Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza. Un Phyros. Un habitante del sol. Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra. Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.” Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto. No tengo tiempo de responder. Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros. Arc no confía en mí. Y por primera vez… no puedo culparla. Helior Prime alza una mano. Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas. Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire. Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando. La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo. Siento a Arc desvanecerse. Su calor deja de rodearme. Y mi cuerpo queda expuesto. Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara. El primero me atraviesa el costado. El segundo me perfora el pecho. El tercero se dirige directo a mi cabeza— Pero Jennifer lo intercepta. Por milímetros. Mi madre se gira. Y entonces ruge una orden que desgarra mundos: Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!” El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro. Helior Prime responde convocando a los suyos. Los Phyros emergen como estrellas furiosas. La guerra estalla. Sol contra Caos. Luz absoluta contra noche viva. Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar. Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego… Una voz se abre paso dentro de mí. Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.” Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas. La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada. Jennifer siente cómo me rehago. Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos. Deslizo la hoja. El mundo se silencia. Extiendo la katana y corto el aire. Pero no corto aire. Corto el tejido del espacio mismo. El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro. Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano. Jennifer se coloca a mi lado. Sus manos se unen a las mías en la empuñadura. Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación. Juntas, trazamos un segundo corte. Esta vez no solo se abre el espacio. Se abre el tiempo. El eclipse se divide. La luz se pliega. La oscuridad se hunde en sí misma. Y de pronto… Nada. Blanco absoluto. Silencio total. Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida. Solo Veythra, latiendo en mis manos… y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
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    El eclipse se abre como una herida en el cielo.
    Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.

    Un Phyros.
    Un habitante del sol.

    Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.

    Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”

    Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.

    No tengo tiempo de responder.
    Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.

    Arc no confía en mí.
    Y por primera vez… no puedo culparla.

    Helior Prime alza una mano.
    Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.

    Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.

    Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.

    La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.

    Siento a Arc desvanecerse.
    Su calor deja de rodearme.
    Y mi cuerpo queda expuesto.

    Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.

    El primero me atraviesa el costado.
    El segundo me perfora el pecho.
    El tercero se dirige directo a mi cabeza—

    Pero Jennifer lo intercepta.
    Por milímetros.

    Mi madre se gira.
    Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:

    Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”

    El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.

    Helior Prime responde convocando a los suyos.
    Los Phyros emergen como estrellas furiosas.

    La guerra estalla.
    Sol contra Caos.
    Luz absoluta contra noche viva.

    Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
    Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…

    Una voz se abre paso dentro de mí.

    Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”

    Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
    La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.

    Jennifer siente cómo me rehago.
    Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.

    Deslizo la hoja.

    El mundo se silencia.

    Extiendo la katana y corto el aire.
    Pero no corto aire.
    Corto el tejido del espacio mismo.

    El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
    Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.

    Jennifer se coloca a mi lado.
    Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
    Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.

    Juntas, trazamos un segundo corte.

    Esta vez no solo se abre el espacio.
    Se abre el tiempo.
    El eclipse se divide.
    La luz se pliega.
    La oscuridad se hunde en sí misma.

    Y de pronto…

    Nada.

    Blanco absoluto.
    Silencio total.
    Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.

    Solo Veythra, latiendo en mis manos…
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    Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza.

    Un Phyros.
    Un habitante del sol.

    Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra.

    Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.”

    Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto.

    No tengo tiempo de responder.
    Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros.

    Arc no confía en mí.
    Y por primera vez… no puedo culparla.

    Helior Prime alza una mano.
    Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas.

    Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire.

    Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando.

    La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo.

    Siento a Arc desvanecerse.
    Su calor deja de rodearme.
    Y mi cuerpo queda expuesto.

    Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara.

    El primero me atraviesa el costado.
    El segundo me perfora el pecho.
    El tercero se dirige directo a mi cabeza—

    Pero Jennifer lo intercepta.
    Por milímetros.

    Mi madre se gira.
    Y entonces ruge una orden que desgarra mundos:

    Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!”

    El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro.

    Helior Prime responde convocando a los suyos.
    Los Phyros emergen como estrellas furiosas.

    La guerra estalla.
    Sol contra Caos.
    Luz absoluta contra noche viva.

    Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar.
    Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego…

    Una voz se abre paso dentro de mí.

    Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.”

    Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas.
    La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada.

    Jennifer siente cómo me rehago.
    Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos.

    Deslizo la hoja.

    El mundo se silencia.

    Extiendo la katana y corto el aire.
    Pero no corto aire.
    Corto el tejido del espacio mismo.

    El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro.
    Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano.

    Jennifer se coloca a mi lado.
    Sus manos se unen a las mías en la empuñadura.
    Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación.

    Juntas, trazamos un segundo corte.

    Esta vez no solo se abre el espacio.
    Se abre el tiempo.
    El eclipse se divide.
    La luz se pliega.
    La oscuridad se hunde en sí misma.

    Y de pronto…

    Nada.

    Blanco absoluto.
    Silencio total.
    Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida.

    Solo Veythra, latiendo en mis manos…
    y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El eclipse se abre como una herida en el cielo. Con él, un puente ardiente se despliega, una estructura viva, hecha de la propia luz del sol partiéndose en líneas perfectas. Y sobre él… una figura incandescente avanza. Un Phyros. Un habitante del sol. Su voz nos atraviesa antes incluso de que toque tierra. Helior Prime: “Sombras… imitaciones débiles. La luna solo existe porque roba lo que nosotros creamos.” Su desdén es absoluto. Un juicio. Un decreto. No tengo tiempo de responder. Arc me envuelve con su forma dracónica, enorme y protectora, sus escamas vibrando al contacto con la luz insoportable que irradia el Phyros. Arc no confía en mí. Y por primera vez… no puedo culparla. Helior Prime alza una mano. Un rayo solar estalla desde su palma y nos atraviesa a ambas. Siento mi piel arder. Siento el dolor de Arc resonar en mis huesos como si fueran los de ella. Grito sin aire. Jennifer aparece ante él como una tormenta silenciosa. Sus ojos, negros y rojos, reflejan el eclipse moribundo. Ella contraataca, y Helior Prime le sigue el ritmo con una gracia cruel, como si la estuviera evaluando. La dragona Arc logra incorporarse y se lanza al combate. Pero cuando llega a él, Helior Prime solo estira una mano… y le quema el rostro. El olor a escama chamuscada me golpea como un puñetazo. Siento a Arc desvanecerse. Su calor deja de rodearme. Y mi cuerpo queda expuesto. Los tres lanzazos solares vienen hacia mí como si el tiempo se quebrara. El primero me atraviesa el costado. El segundo me perfora el pecho. El tercero se dirige directo a mi cabeza— Pero Jennifer lo intercepta. Por milímetros. Mi madre se gira. Y entonces ruge una orden que desgarra mundos: Jennifer: “¡Hijos míos del Caos… a mí!” El aire se abre y su ejército cae sobre el campo de batalla como un océano negro. Helior Prime responde convocando a los suyos. Los Phyros emergen como estrellas furiosas. La guerra estalla. Sol contra Caos. Luz absoluta contra noche viva. Y yo… tirada en el suelo. Sangrando. Ardiendo. Incapaz de respirar. Pero entre el ruido, entre los gritos, entre el fuego… Una voz se abre paso dentro de mí. Veythra: “Levanta… Lili… Una vez más. Conmigo.” Algo—un latido, un impulso, una furia que no es furia—me obliga a ponerme de rodillas. La vaina de Shein se parte en pedazos, como si ya no tuviera derecho a contener nada. Jennifer siente cómo me rehago. Yo siento a Veythra por primera vez… no como un arma, sino como una extensión de mis huesos. Deslizo la hoja. El mundo se silencia. Extiendo la katana y corto el aire. Pero no corto aire. Corto el tejido del espacio mismo. El efecto alcanza a Helior Prime a distancia, como si una grieta invisible le hubiera desgarrado el alma desde dentro. Lo escucho. Un sonido sordo, profundo. Un impacto que no pertenece a este plano. Jennifer se coloca a mi lado. Sus manos se unen a las mías en la empuñadura. Sentimos a Veythra vibrar, no de rabia… sino de aceptación. Juntas, trazamos un segundo corte. Esta vez no solo se abre el espacio. Se abre el tiempo. El eclipse se divide. La luz se pliega. La oscuridad se hunde en sí misma. Y de pronto… Nada. Blanco absoluto. Silencio total. Un vacío que no es muerte, pero tampoco vida. Solo Veythra, latiendo en mis manos… y el sonido distante de algo que todavía no sé si hemos ganado o desatado.
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    Akane volvió.

    Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.

    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
    No respondió.

    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Akane volvió. Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original. Pero no había tiempo para sanar nada. El día del eclipse llegó. Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante. El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir. Le mostré a Veythra. La llamé. No respondió. No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia. Jennifer me pidió permiso para sostenerla. Y fue como si Veythra despertara. Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella. Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo: Jennifer: “La mente en blanco. Y el orgullo intacto.” Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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    Akane volvió.

    Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.

    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
    No respondió.

    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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    Akane volvió.

    Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.

    Pero no había tiempo para sanar nada.
    El día del eclipse llegó.

    Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.

    El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

    Le mostré a Veythra. La llamé.
    No respondió.

    No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.

    Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
    Y fue como si Veythra despertara.

    Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.

    Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:

    Jennifer: “La mente en blanco.
    Y el orgullo intacto.”

    Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Akane volvió. Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original. Pero no había tiempo para sanar nada. El día del eclipse llegó. Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante. El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir. Le mostré a Veythra. La llamé. No respondió. No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia. Jennifer me pidió permiso para sostenerla. Y fue como si Veythra despertara. Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella. Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo: Jennifer: “La mente en blanco. Y el orgullo intacto.” Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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  • 𖹭^᪲᪲᪲𝅄 ׁ ˳

    La luz le caía justo encima, suavizando su expresión mientras jugaba con un mechón de su cabello. Aquella noche había salido con amigas y había bebido más de la cuenta, pero no lo suficiente como para perder el control: solo lo justo para que se le aflojara la lengua y volverla sincera de lo habitual.

    —¿Sabes?... —te hablo de pronto, mirándote a los ojos entrecerrados de risa.— A veces no sé si eres demasiado serio...o simplemente te haces el difícil conmigo.

    Se acercó un poquito más, apoyándose en tu hombro como si fuera lo más natural del mundo y soltó un suave bostezo.

    —No me molesta, al contrario... —añadió, con esa sonrisa que solo usaba cuando quería jugar. —Me gustas así, me entretiene más de lo que debería.

    Parecía que solo quería molestarte, saber si podía ver un mínimo sonrojo en tus mejillas y aunque parecía solo una broma, la mitad no lo era tanto.
    𖹭^᪲᪲᪲𝅄 ׁ ˳🍮 La luz le caía justo encima, suavizando su expresión mientras jugaba con un mechón de su cabello. Aquella noche había salido con amigas y había bebido más de la cuenta, pero no lo suficiente como para perder el control: solo lo justo para que se le aflojara la lengua y volverla sincera de lo habitual. —¿Sabes?... —te hablo de pronto, mirándote a los ojos entrecerrados de risa.— A veces no sé si eres demasiado serio...o simplemente te haces el difícil conmigo. Se acercó un poquito más, apoyándose en tu hombro como si fuera lo más natural del mundo y soltó un suave bostezo. —No me molesta, al contrario... —añadió, con esa sonrisa que solo usaba cuando quería jugar. —Me gustas así, me entretiene más de lo que debería. Parecía que solo quería molestarte, saber si podía ver un mínimo sonrojo en tus mejillas y aunque parecía solo una broma, la mitad no lo era tanto.
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  • –Si me lo preguntan, habrá que hacer una necropsia. Requiero del trabajo de servicios periciales para confirmar. Con certeza descubriremos que esto no fue un suicidio, sino un asesinato...
    –Si me lo preguntan, habrá que hacer una necropsia. Requiero del trabajo de servicios periciales para confirmar. Con certeza descubriremos que esto no fue un suicidio, sino un asesinato...
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  • -okey drifblim... estoy listo a girar!- su pokemon lo enrredo en sus brazos y lo giro como trompo haciendo a su entrenador dar vueltas y vueltas hasta parar quedando mareado -oey ara jolo ebo iegar a la inta oja- se tambaleaba aun pero trato de mantener el elequilibrio al caminar, sin embargo estaba caminando en direccion contraria
    -okey drifblim... estoy listo a girar!- su pokemon lo enrredo en sus brazos y lo giro como trompo haciendo a su entrenador dar vueltas y vueltas hasta parar quedando mareado -oey ara jolo ebo iegar a la inta oja- se tambaleaba aun pero trato de mantener el elequilibrio al caminar, sin embargo estaba caminando en direccion contraria
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  • Aurora avanzaba con paso firme, por unas calles poco transitadas pero ya conocidas por la pelinegra. Sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida de golpe: seis hombres aparecieron de la nada, sus ojos cargados de una intención oscura e inexplicable.

    Sin tiempo para reaccionar, Aurora intentó defenderse con toda su fuerza, esquivando golpes y respondiendo con rapidez, pero el número en su contra era abrumador. Uno a uno, la rodearon y sin piedad comenzaron a atacarla con ferocidad; Ella resistía, cada movimiento cálido de voluntad, pero pronto la fatiga empezó a ganarle terreno.


    El amargo filo de la navaja cortó el aire, y con seis puñaladas consecutivas, desgarraron su cuerpo, una de aquellas puñaladas alcanzó un corte profundo y terrible, rozando su corazón.


    El daño no solo le provocó un dolor insoportable, sino que también ralentizó su proceso de curación, poniendo en grave peligro su vida. Alguien cercano, horrorizado ante la escena, llamó de inmediato al hospital y a la policía, mientras Aurora luchaba por mantenerse consciente, sus manos temblorosas buscando fuerza en un cuerpo herido, atrapada entre el dolor y la esperanza de sobrevivir.
    Aurora avanzaba con paso firme, por unas calles poco transitadas pero ya conocidas por la pelinegra. Sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida de golpe: seis hombres aparecieron de la nada, sus ojos cargados de una intención oscura e inexplicable. Sin tiempo para reaccionar, Aurora intentó defenderse con toda su fuerza, esquivando golpes y respondiendo con rapidez, pero el número en su contra era abrumador. Uno a uno, la rodearon y sin piedad comenzaron a atacarla con ferocidad; Ella resistía, cada movimiento cálido de voluntad, pero pronto la fatiga empezó a ganarle terreno. El amargo filo de la navaja cortó el aire, y con seis puñaladas consecutivas, desgarraron su cuerpo, una de aquellas puñaladas alcanzó un corte profundo y terrible, rozando su corazón. El daño no solo le provocó un dolor insoportable, sino que también ralentizó su proceso de curación, poniendo en grave peligro su vida. Alguien cercano, horrorizado ante la escena, llamó de inmediato al hospital y a la policía, mientras Aurora luchaba por mantenerse consciente, sus manos temblorosas buscando fuerza en un cuerpo herido, atrapada entre el dolor y la esperanza de sobrevivir.
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  • 》Las dos llegarian a la cafeteria donde esta entraría primero《

    —Entonces... cuál era su pregunta?

    》Diria un poco desinteresada pero le agradaba que hablaran de ella《

    —Deja que faust pida algo

    Shiori Novella
    》Las dos llegarian a la cafeteria donde esta entraría primero《 —Entonces... cuál era su pregunta? 》Diria un poco desinteresada pero le agradaba que hablaran de ella《 —Deja que faust pida algo [specter_copper_horse_768]
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  • Ella yacía frente a la chimenea del salón privado del "Kiss Paradise", el club clandestino más exclusivo y temido de la ciudad.
    La luz del fuego delineaba cada curva de su figura, envuelta en un vestido blanco demasiado delicado para un lugar donde la traición era la moneda de cambio. Su presencia no pasaba desapercibida: era hermosa, sí, pero también inquietante. En ese club, la belleza nunca venía sin un precio.

    Cuando él cruzó la puerta, se detuvo por un instante. No era fácil sorprenderlo —no en un ambiente donde había visto de todo—, pero ella tenía una forma de dominar la habitación sin siquiera moverse. Nadie sabía quién era realmente. Su nombre cambiaba según a quién se lo dijera, y aun así, todos coincidían en una cosa: había que tenerle miedo.

    Ella alzó la mirada hacia él, como si supiera exactamente en qué segundo aparecería.
    No sonrió. No hizo falta.

    —Llegas tarde —dijo con una voz suave, aunque cargada de un peso que solo tienen los secretos.

    Él se tensó. Su nombre, en ese lugar, debía ser un fantasma, pero ella lo pronunció como si lo hubiera guardado muy cerca del corazón… o muy cerca del arma adecuada.

    Ella se incorporó lentamente, dejando que el vestido blanco cayese a su alrededor como una lágrima de seda.
    —Tenemos un trato pendiente —continuó, con esa calma peligrosa que solo tienen quienes conocen el valor exacto de la información—. Y en este club… la casa nunca pierde.

    Él entendió entonces que no era solo una mujer misteriosa recostada frente al fuego. Era una encrucijada. Una puerta. Una promesa de salvación… o una sentencia disfrazada de deseo.

    Y mientras la veía acercarse, él comprendió algo con absoluta claridad: ya había apostado por ella. Y en el "Kiss Paradis", las apuestas siempre tienen un precio.
    Ella yacía frente a la chimenea del salón privado del "Kiss Paradise", el club clandestino más exclusivo y temido de la ciudad. La luz del fuego delineaba cada curva de su figura, envuelta en un vestido blanco demasiado delicado para un lugar donde la traición era la moneda de cambio. Su presencia no pasaba desapercibida: era hermosa, sí, pero también inquietante. En ese club, la belleza nunca venía sin un precio. Cuando él cruzó la puerta, se detuvo por un instante. No era fácil sorprenderlo —no en un ambiente donde había visto de todo—, pero ella tenía una forma de dominar la habitación sin siquiera moverse. Nadie sabía quién era realmente. Su nombre cambiaba según a quién se lo dijera, y aun así, todos coincidían en una cosa: había que tenerle miedo. Ella alzó la mirada hacia él, como si supiera exactamente en qué segundo aparecería. No sonrió. No hizo falta. —Llegas tarde —dijo con una voz suave, aunque cargada de un peso que solo tienen los secretos. Él se tensó. Su nombre, en ese lugar, debía ser un fantasma, pero ella lo pronunció como si lo hubiera guardado muy cerca del corazón… o muy cerca del arma adecuada. Ella se incorporó lentamente, dejando que el vestido blanco cayese a su alrededor como una lágrima de seda. —Tenemos un trato pendiente —continuó, con esa calma peligrosa que solo tienen quienes conocen el valor exacto de la información—. Y en este club… la casa nunca pierde. Él entendió entonces que no era solo una mujer misteriosa recostada frente al fuego. Era una encrucijada. Una puerta. Una promesa de salvación… o una sentencia disfrazada de deseo. Y mientras la veía acercarse, él comprendió algo con absoluta claridad: ya había apostado por ella. Y en el "Kiss Paradis", las apuestas siempre tienen un precio.
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