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    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







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    Cuando el blanco absoluto se disipa…
    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
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    No hay luna.
    No hay sol.
    No hay Veythra.

    Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.

    Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.

    Y entonces lo veo.

    Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
    una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
    Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.

    Un instante.
    Un latido.
    Una repulsión que me revuelve la sangre.

    No hago nada.
    Aún no.
    Solo… me giro. Me alejo.
    No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.

    Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.

    Me acerco con cuidado.

    —¿Dónde estamos? —pregunto.

    La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.

    —Me llamo… Selin —dice con voz rota.

    El nombre me corta la respiración.
    Selin.
    Como mi abuela.
    Como la Elunai.
    Como el origen de todo.

    Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
    Y Akane también.

    ¿Será…? ¿Puede ser…?

    La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
    La niña tiembla como un animalillo acorralado.

    Y entonces una voz irrumpe como un trueno:

    —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!

    El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
    Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.

    Mi visión se distorsiona.
    Mi corazón se enciende.
    Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.

    Camino hacia él.
    No oigo mi respiración.
    No oigo al mundo.

    Solo siento una certeza fría.

    El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
    El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
    Una ejecución.
    Una sentencia.

    Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.

    Y tomo la pequeña mano de Selin.

    —Vámonos —le digo.
    No pregunto. No dudo.
    Solo la saco de ese mundo de mierda.

    La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.

    Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.

    Una guerrera aparece frente a nosotras.
    Armadura negra. Ojos rojizos.
    Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.

    Sus armas se levantan hacia mí.

    —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.

    Mi sangre se hiela.

    Ella… es Jennifer.
    Mi madre.
    Pero joven. Feroz. Impiadosa.
    La Jennifer de las leyendas del Caos.

    Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
    La luna, el Caos, Elunai.
    Todo lo que soy.

    Ella se detiene.
    Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

    La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.

    —Pido perdón. No sabía…
    —¿Quién eres? —pregunto.

    Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.

    —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
    Levanta la vista, seria, solemne.
    —al servicio de su hija: Lili.

    Selin se esconde detrás de mí.
    Onix me mira, esperando órdenes.
    Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.







    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Cuando el blanco absoluto se disipa… No hay luna. No hay sol. No hay Veythra. Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire. Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza. Y entonces lo veo. Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada: una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar. Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo. Un instante. Un latido. Una repulsión que me revuelve la sangre. No hago nada. Aún no. Solo… me giro. Me alejo. No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí. Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo. Me acerco con cuidado. —¿Dónde estamos? —pregunto. La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros. —Me llamo… Selin —dice con voz rota. El nombre me corta la respiración. Selin. Como mi abuela. Como la Elunai. Como el origen de todo. Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin. Y Akane también. ¿Será…? ¿Puede ser…? La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo. La niña tiembla como un animalillo acorralado. Y entonces una voz irrumpe como un trueno: —¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA! El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano. Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias. Mi visión se distorsiona. Mi corazón se enciende. Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno. Camino hacia él. No oigo mi respiración. No oigo al mundo. Solo siento una certeza fría. El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí. El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable. Una ejecución. Una sentencia. Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto. Y tomo la pequeña mano de Selin. —Vámonos —le digo. No pregunto. No dudo. Solo la saco de ese mundo de mierda. La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo. Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio. Una guerrera aparece frente a nosotras. Armadura negra. Ojos rojizos. Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire. Sus armas se levantan hacia mí. —Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma. Mi sangre se hiela. Ella… es Jennifer. Mi madre. Pero joven. Feroz. Impiadosa. La Jennifer de las leyendas del Caos. Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere. La luna, el Caos, Elunai. Todo lo que soy. Ella se detiene. Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto. La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto. —Pido perdón. No sabía… —¿Quién eres? —pregunto. Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo. —Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora— Levanta la vista, seria, solemne. —al servicio de su hija: Lili. Selin se esconde detrás de mí. Onix me mira, esperando órdenes. Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
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  • Comence mi meditación; mi cuerpo en loto pero mi alma se desdobló, elevandose a un oscuro lugar de silencio perfecto... una luz se presentó, a medida que me rodeaba la luz que poco a poco crecía hasta envolver completamente mi alma, una calidez donde no habia espacio ni tiempo... donde no existen las llamas del odio, la ignorancia y el apego, sufrimiento ni los deseos mundanos sólo la paz, la armonia, la sabiduria y el amor universal... Cómo buda, iluminado que soy, me estoy purgando de todo aquello que me hacía daño, dejandolo atrás; purificandome nuevamente... estoy abrazando la luz.
    Comence mi meditación; mi cuerpo en loto pero mi alma se desdobló, elevandose a un oscuro lugar de silencio perfecto... una luz se presentó, a medida que me rodeaba la luz que poco a poco crecía hasta envolver completamente mi alma, una calidez donde no habia espacio ni tiempo... donde no existen las llamas del odio, la ignorancia y el apego, sufrimiento ni los deseos mundanos sólo la paz, la armonia, la sabiduria y el amor universal... Cómo buda, iluminado que soy, me estoy purgando de todo aquello que me hacía daño, dejandolo atrás; purificandome nuevamente... estoy abrazando la luz.
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  • 存在の癌
    Fandom Original.
    Categoría Drama
    En el último año se han reportado muchas desapariciones de mujeres y niños, lo que ha mantenido en alerta a la población de la ciudad, así como a la fuerza de seguridad, la policía y la guardia nacional. Se han hecho incesantes búsquedas, interrogatorios, revisiones a cámaras de seguridad, todo; pero no han logrado capturar a nadie, independiente de que los registros muestran como individuos encapuchados se llevan a la gente en horarios nocturnos. El problema es que tras los secuestros, no queda nada, ninguna pista, ninguna sola huella, nada que pueda ayudar a seguir los pasos de esos secuestradores, lo que demuestra que no se trata de individuos ordinarios, son gente con una notoria pericia en lo que hacen. Por supuesto, no todo se ha quedado en informes y archivos policiales, todo lo relacionado con esos secuestros se ha filtrado a los medios, la prensa, las redes sociales, por lo cual se habla y comenta mucho del tema en internet. La gente lo menciona con seriedad, miedo, pero también broma, lo típico. La conclusión que muchos dan en sus propias teorías es que podría tratarse de algún tipo de secta, lo que hace que todo sea notoriamente macabro.

    Recientemente se ha percibido una especie de energía negativa en el ambiente, como es de esperar, los civiles son incapaces de detectar nada, solo pueden notar como sus mascotas, perros y gatos, entre otros animales, están más tensos y nerviosos de lo normal. Algunas personas más sensibles han tenido problemas como decaimiento, desmayos, una sensación extraña que les causa un gran estrés, tristeza y pavor. A pesar de eso, la gente continua con su rutina, después de todo el dinero no se obtiene de la nada, la educación no se gana por arte de magia, la vida continua a pesar de todas las dificultades.

    Fue así, que en las zonas más profundas de la ciudad, pasando por los metros subterráneos, las alcantarillas, entre un sinfín de pasillos ya en lugares más insondables, en lo que parece un laberinto sin fin; se encontraban restos de vísceras, órganos internos, carne y sangre, pegado en las paredes y cubriendo las mismas casi en totalidad. Y lo más bizarro es que de esa carne, de esas vísceras, aparecían ojos que pestañean, parpadean y observan. Un escenario de pesadilla, ni hablar del horrible hedor, era algo bastante grotesco y perturbador de apreciar.

    Lo peor es que en esos pasillos, se apreciaban unos cuantos cadáveres de individuos encapuchados, así como unos seres realmente horribles a la vista, monstruosos en todo el sentido de la palabra, unos más amorfos que otros. Pero todos compartiendo un mismo destino que los llevará a lo más profundo del mismísimo infierno.

    Pero más allá, en el final de todos esos pasillos y habitaciones, había un salón particular. Un cuarto que parecía entre una sala de tortura y una especie de macabro laboratorio, lo que destacaban eran unas camillas que incluían extrañas máquinas y utensilios hechos para una función más que evidente, provocar el mayor tormento posible a la hora de despedazar un cuerpo en vida, brindando un calvario horripilante antes de extinguir la existencia de la desdichada víctima. Sumado a eso, era visible una enorme capsula con un particular diseño, donde se apreciaba un esqueleto que casi parecía un decorado más, pero por su tamaño y forma se podía intuir que se trataba de algún adolescente que hace mucho había partido de esta vida. Pero aparte de eso, en una esquina había una enorme máquina trituradora con una tubería que finaliza sobre una bandeja, donde se verían las vísceras de alguien, más la sangre. Es mejor ni imaginar lo que hacían con eso, a la vista están todas las respuestas.

    En dicho lugar se encontraban tres presencias, bueno, en realidad solo dos, ya que el tercero había muerto hace poco, su cuerpo estaba calcinado, desfigurado a un nivel que sería imposible determinar la identidad del individuo. En cuanto a los otros dos, uno era un individuo encapuchado a quién por la penumbra apenas se le vería la cara, pero por su forma de hablar, podría decirse que era una persona mayor, un hombre de mediana edad. Este decía. ──Solo quería que esta persona pudiera oír la canción de la vida… Cof… ──El encapuchado tosía, escupió sangre, la razón era simple, tenía una espada plateada atravesándole el pecho, se encontraba en plena agonía y desangramiento, sentado a duras penas en el suelo y con su espalda recargada en una de las murallas.

    Por otra parte, el último individuo se encontraba intacto, era un hombre que vestía una larga y negra gabardina, el resto de su indumentaria consistía en un pantalón, botas, guantes, todo de la misma tonalidad, además de portar una espada enfundada y atada que permanece unida a la zona de su espalda. En cuanto a su rostro, este yacía cubierto por una negra máscara con unos ligeros tintes rojos, sumado a unos enormes cuernos, dicha máscara tenía una forma demoniaca bastante siniestra. Debido a que solo su rostro estaba cubierto, era visible y evidente que aquel hombre tiene el cabello oscuro. Este respondió al agónico encapuchado. ──Así que la “canción de la vida”… Ya veo, por eso le pedías a los nuevos aspirantes que te trajeran un alma joven, pura y llena de futuro… Ya que eso revelaría la “sonata y también el futuro”… ¿A través de la carne? ¿A través de las vísceras? ──El hombre enmascarado se encontraba sentado en una silla, no muy lejos del encapuchado, observándole mientras conversaban.

    El enmascarado solo le miraba, era difícil saber en que estaba pensando ya que su rostro se mantenía oculto. Aunque claro, de momento tanto él como su agónico interlocutor ignoraban que pronto habría alguien más por ahí.

    ──────────────────────

    With
    猫又Rᴇɪ•ᴋᴏ
    En el último año se han reportado muchas desapariciones de mujeres y niños, lo que ha mantenido en alerta a la población de la ciudad, así como a la fuerza de seguridad, la policía y la guardia nacional. Se han hecho incesantes búsquedas, interrogatorios, revisiones a cámaras de seguridad, todo; pero no han logrado capturar a nadie, independiente de que los registros muestran como individuos encapuchados se llevan a la gente en horarios nocturnos. El problema es que tras los secuestros, no queda nada, ninguna pista, ninguna sola huella, nada que pueda ayudar a seguir los pasos de esos secuestradores, lo que demuestra que no se trata de individuos ordinarios, son gente con una notoria pericia en lo que hacen. Por supuesto, no todo se ha quedado en informes y archivos policiales, todo lo relacionado con esos secuestros se ha filtrado a los medios, la prensa, las redes sociales, por lo cual se habla y comenta mucho del tema en internet. La gente lo menciona con seriedad, miedo, pero también broma, lo típico. La conclusión que muchos dan en sus propias teorías es que podría tratarse de algún tipo de secta, lo que hace que todo sea notoriamente macabro. Recientemente se ha percibido una especie de energía negativa en el ambiente, como es de esperar, los civiles son incapaces de detectar nada, solo pueden notar como sus mascotas, perros y gatos, entre otros animales, están más tensos y nerviosos de lo normal. Algunas personas más sensibles han tenido problemas como decaimiento, desmayos, una sensación extraña que les causa un gran estrés, tristeza y pavor. A pesar de eso, la gente continua con su rutina, después de todo el dinero no se obtiene de la nada, la educación no se gana por arte de magia, la vida continua a pesar de todas las dificultades. Fue así, que en las zonas más profundas de la ciudad, pasando por los metros subterráneos, las alcantarillas, entre un sinfín de pasillos ya en lugares más insondables, en lo que parece un laberinto sin fin; se encontraban restos de vísceras, órganos internos, carne y sangre, pegado en las paredes y cubriendo las mismas casi en totalidad. Y lo más bizarro es que de esa carne, de esas vísceras, aparecían ojos que pestañean, parpadean y observan. Un escenario de pesadilla, ni hablar del horrible hedor, era algo bastante grotesco y perturbador de apreciar. Lo peor es que en esos pasillos, se apreciaban unos cuantos cadáveres de individuos encapuchados, así como unos seres realmente horribles a la vista, monstruosos en todo el sentido de la palabra, unos más amorfos que otros. Pero todos compartiendo un mismo destino que los llevará a lo más profundo del mismísimo infierno. Pero más allá, en el final de todos esos pasillos y habitaciones, había un salón particular. Un cuarto que parecía entre una sala de tortura y una especie de macabro laboratorio, lo que destacaban eran unas camillas que incluían extrañas máquinas y utensilios hechos para una función más que evidente, provocar el mayor tormento posible a la hora de despedazar un cuerpo en vida, brindando un calvario horripilante antes de extinguir la existencia de la desdichada víctima. Sumado a eso, era visible una enorme capsula con un particular diseño, donde se apreciaba un esqueleto que casi parecía un decorado más, pero por su tamaño y forma se podía intuir que se trataba de algún adolescente que hace mucho había partido de esta vida. Pero aparte de eso, en una esquina había una enorme máquina trituradora con una tubería que finaliza sobre una bandeja, donde se verían las vísceras de alguien, más la sangre. Es mejor ni imaginar lo que hacían con eso, a la vista están todas las respuestas. En dicho lugar se encontraban tres presencias, bueno, en realidad solo dos, ya que el tercero había muerto hace poco, su cuerpo estaba calcinado, desfigurado a un nivel que sería imposible determinar la identidad del individuo. En cuanto a los otros dos, uno era un individuo encapuchado a quién por la penumbra apenas se le vería la cara, pero por su forma de hablar, podría decirse que era una persona mayor, un hombre de mediana edad. Este decía. ──Solo quería que esta persona pudiera oír la canción de la vida… Cof… ──El encapuchado tosía, escupió sangre, la razón era simple, tenía una espada plateada atravesándole el pecho, se encontraba en plena agonía y desangramiento, sentado a duras penas en el suelo y con su espalda recargada en una de las murallas. Por otra parte, el último individuo se encontraba intacto, era un hombre que vestía una larga y negra gabardina, el resto de su indumentaria consistía en un pantalón, botas, guantes, todo de la misma tonalidad, además de portar una espada enfundada y atada que permanece unida a la zona de su espalda. En cuanto a su rostro, este yacía cubierto por una negra máscara con unos ligeros tintes rojos, sumado a unos enormes cuernos, dicha máscara tenía una forma demoniaca bastante siniestra. Debido a que solo su rostro estaba cubierto, era visible y evidente que aquel hombre tiene el cabello oscuro. Este respondió al agónico encapuchado. ──Así que la “canción de la vida”… Ya veo, por eso le pedías a los nuevos aspirantes que te trajeran un alma joven, pura y llena de futuro… Ya que eso revelaría la “sonata y también el futuro”… ¿A través de la carne? ¿A través de las vísceras? ──El hombre enmascarado se encontraba sentado en una silla, no muy lejos del encapuchado, observándole mientras conversaban. El enmascarado solo le miraba, era difícil saber en que estaba pensando ya que su rostro se mantenía oculto. Aunque claro, de momento tanto él como su agónico interlocutor ignoraban que pronto habría alguien más por ahí. ────────────────────── With [spooky.cat]
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    "𝐄l príncipe oscuro haciendo su entrada triunfal"



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    La mañana después de la Luna Roja

    A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio.
    No hay señales de Yokai.
    No hay sombras errantes.
    No hay grietas de luna.

    Yuna duerme tranquila.
    Akane vigila desde la distancia.
    El mundo, por un respiro, parece en orden.

    Yo, sin embargo, no.

    Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme.
    Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió.
    Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí.

    Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío.

    Espero.
    Y espero.
    Dos horas.

    Shein no aparece.

    Respiro hondo.
    Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado.

    —Entrenaré sola entonces…


    ---

    La primera herida del orgullo

    Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia.
    Como si quisiera salir.
    Como si respirara.

    La desenvaino.

    Silencio absoluto.
    No hay pájaros, no hay viento, no hay nada.
    Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido.

    —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada.

    Me coloco frente a un tronco grueso.
    Tomo postura.
    Ajusto los pies.
    Levanto la espada.
    Cargo el peso.

    Y…

    ¡CLACK!

    La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial.

    El tronco ni se mueve.

    Yo sí.
    Pierdo el equilibrio.
    Casi me estampo contra el suelo…
    y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo.

    En ese instante, un sonido se cuela desde arriba.

    Una risa.

    Su risa.

    Levanto la vista.

    Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana.
    Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual.

    Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra.

    —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa.

    Ryu tarda en contestar.
    Demasiado.

    Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano.

    —Ya casi lo tienes, cachorrita.

    Y vuelve a reír.

    Otra vez.

    Mis mejillas arden.
    Mi orgullo llora.
    Mi corazón se acelera.

    Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín.

    Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy.

    Aunque lo que más duele…
    es que lo hace con cariño.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La mañana después de la Luna Roja A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio. No hay señales de Yokai. No hay sombras errantes. No hay grietas de luna. Yuna duerme tranquila. Akane vigila desde la distancia. El mundo, por un respiro, parece en orden. Yo, sin embargo, no. Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme. Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió. Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí. Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío. Espero. Y espero. Dos horas. Shein no aparece. Respiro hondo. Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado. —Entrenaré sola entonces… --- La primera herida del orgullo Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia. Como si quisiera salir. Como si respirara. La desenvaino. Silencio absoluto. No hay pájaros, no hay viento, no hay nada. Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido. —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada. Me coloco frente a un tronco grueso. Tomo postura. Ajusto los pies. Levanto la espada. Cargo el peso. Y… ¡CLACK! La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial. El tronco ni se mueve. Yo sí. Pierdo el equilibrio. Casi me estampo contra el suelo… y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo. En ese instante, un sonido se cuela desde arriba. Una risa. Su risa. Levanto la vista. Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana. Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual. Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra. —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa. Ryu tarda en contestar. Demasiado. Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano. —Ya casi lo tienes, cachorrita. Y vuelve a reír. Otra vez. Mis mejillas arden. Mi orgullo llora. Mi corazón se acelera. Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín. Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy. Aunque lo que más duele… es que lo hace con cariño.
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    La mañana después de la Luna Roja

    A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio.
    No hay señales de Yokai.
    No hay sombras errantes.
    No hay grietas de luna.

    Yuna duerme tranquila.
    Akane vigila desde la distancia.
    El mundo, por un respiro, parece en orden.

    Yo, sin embargo, no.

    Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme.
    Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió.
    Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí.

    Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío.

    Espero.
    Y espero.
    Dos horas.

    Shein no aparece.

    Respiro hondo.
    Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado.

    —Entrenaré sola entonces…


    ---

    La primera herida del orgullo

    Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia.
    Como si quisiera salir.
    Como si respirara.

    La desenvaino.

    Silencio absoluto.
    No hay pájaros, no hay viento, no hay nada.
    Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido.

    —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada.

    Me coloco frente a un tronco grueso.
    Tomo postura.
    Ajusto los pies.
    Levanto la espada.
    Cargo el peso.

    Y…

    ¡CLACK!

    La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial.

    El tronco ni se mueve.

    Yo sí.
    Pierdo el equilibrio.
    Casi me estampo contra el suelo…
    y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo.

    En ese instante, un sonido se cuela desde arriba.

    Una risa.

    Su risa.

    Levanto la vista.

    Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana.
    Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual.

    Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra.

    —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa.

    Ryu tarda en contestar.
    Demasiado.

    Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano.

    —Ya casi lo tienes, cachorrita.

    Y vuelve a reír.

    Otra vez.

    Mis mejillas arden.
    Mi orgullo llora.
    Mi corazón se acelera.

    Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín.

    Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy.

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    A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio.
    No hay señales de Yokai.
    No hay sombras errantes.
    No hay grietas de luna.

    Yuna duerme tranquila.
    Akane vigila desde la distancia.
    El mundo, por un respiro, parece en orden.

    Yo, sin embargo, no.

    Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme.
    Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió.
    Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí.

    Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío.

    Espero.
    Y espero.
    Dos horas.

    Shein no aparece.

    Respiro hondo.
    Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado.

    —Entrenaré sola entonces…


    ---

    La primera herida del orgullo

    Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia.
    Como si quisiera salir.
    Como si respirara.

    La desenvaino.

    Silencio absoluto.
    No hay pájaros, no hay viento, no hay nada.
    Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido.

    —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada.

    Me coloco frente a un tronco grueso.
    Tomo postura.
    Ajusto los pies.
    Levanto la espada.
    Cargo el peso.

    Y…

    ¡CLACK!

    La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial.

    El tronco ni se mueve.

    Yo sí.
    Pierdo el equilibrio.
    Casi me estampo contra el suelo…
    y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo.

    En ese instante, un sonido se cuela desde arriba.

    Una risa.

    Su risa.

    Levanto la vista.

    Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana.
    Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual.

    Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra.

    —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa.

    Ryu tarda en contestar.
    Demasiado.

    Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano.

    —Ya casi lo tienes, cachorrita.

    Y vuelve a reír.

    Otra vez.

    Mis mejillas arden.
    Mi orgullo llora.
    Mi corazón se acelera.

    Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín.

    Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy.

    Aunque lo que más duele…
    es que lo hace con cariño.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La mañana después de la Luna Roja A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio. No hay señales de Yokai. No hay sombras errantes. No hay grietas de luna. Yuna duerme tranquila. Akane vigila desde la distancia. El mundo, por un respiro, parece en orden. Yo, sin embargo, no. Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme. Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió. Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí. Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío. Espero. Y espero. Dos horas. Shein no aparece. Respiro hondo. Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado. —Entrenaré sola entonces… --- La primera herida del orgullo Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia. Como si quisiera salir. Como si respirara. La desenvaino. Silencio absoluto. No hay pájaros, no hay viento, no hay nada. Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido. —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada. Me coloco frente a un tronco grueso. Tomo postura. Ajusto los pies. Levanto la espada. Cargo el peso. Y… ¡CLACK! La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial. El tronco ni se mueve. Yo sí. Pierdo el equilibrio. Casi me estampo contra el suelo… y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo. En ese instante, un sonido se cuela desde arriba. Una risa. Su risa. Levanto la vista. Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana. Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual. Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra. —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa. Ryu tarda en contestar. Demasiado. Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano. —Ya casi lo tienes, cachorrita. Y vuelve a reír. Otra vez. Mis mejillas arden. Mi orgullo llora. Mi corazón se acelera. Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín. Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy. Aunque lo que más duele… es que lo hace con cariño.
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    La luna de sangre

    No pienso.
    Solo corro.

    Las palabras de Selin siguen ardiendo dentro de mí como un presagio recién nacido.

    Cuando llego a la habitación de Akane abro la puerta sin llamar, sin respirar siquiera.

    —Akane… Yuna.
    Le cuento la leyenda de Yue entre jadeos, las imágenes del sueño, la espada, el escudo, el peligro.
    Y entonces lo entendemos.

    Las dos lo entendemos al mismo tiempo.

    Yuna no está.

    Y esta noche…
    es la luna de sangre.

    La noche en la que los espíritus se agitan.
    La noche en que los velos son papel.
    La noche en que lo puro es cazado.

    La mirada de Akane se afila, su respiración se corta.
    Con un movimiento de muñeca, traza en el aire la misma geometría que usa Jennifer:
    un círculo de plata negra que vibra como una lágrima contenida.

    —Vamos. —dice Akane, sin su habitual elegancia.
    Solo urgencia.
    Solo miedo.

    Saltamos.


    ---

    El templo de Elune

    Aparecemos en la Luna.

    El templo de Elune… o lo que queda de él.
    Ruinas antiguas bañadas en un blanco imposible,
    una pureza que se aferra incluso después de milenios de guerras,
    de sacrificios, de silencios.

    El aire está vivo.

    Las flores lunares —aquellas que solo brotan en lugares donde la magia de Elune aún respira—
    se abren a nuestro paso, blancas, níveas, inocentes.

    Pero la inocencia no dura.

    Las primeras empiezan a teñirse.
    Como si una gota de sangre invisible cayera sobre cada pétalo.
    De blanco
    a rosa
    a rojo oscuro.

    Cada flor que se mancha
    es un segundo menos.

    —Lili… —murmura Akane, pero no hace falta que me advierta.
    El templo nos habla.
    No con palabras.
    Con señales.
    Con símbolos.
    Con heridas.

    Las columnas grietas al sentirnos.
    El viento se vuelve pesado.
    La luz parpadea como si tuviera miedo.

    —Nos está guiando. —susurro.

    O nos está advirtiendo.

    Empiezo a sentir la sombra en mi espalda, inquieta, caminando sola.
    Veythra se remueve.
    El sueño de Selin aún late en mí.

    Y bajo mis pies, el suelo se ilumina.
    Una línea plateada dibuja un sendero que se interna en la parte más antigua del templo,
    donde ninguna luz llega.

    Ahí es donde Yuna está.
    O donde algo la espera.

    —Akane… corre.

    Las flores ya no se vuelven rojas.
    Se vuelven negras.

    La pureza está muriendo.

    La Luna está sangrando.

    Y Yuna…
    Yuna está allí dentro.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La luna de sangre No pienso. Solo corro. Las palabras de Selin siguen ardiendo dentro de mí como un presagio recién nacido. Cuando llego a la habitación de Akane abro la puerta sin llamar, sin respirar siquiera. —Akane… Yuna. Le cuento la leyenda de Yue entre jadeos, las imágenes del sueño, la espada, el escudo, el peligro. Y entonces lo entendemos. Las dos lo entendemos al mismo tiempo. Yuna no está. Y esta noche… es la luna de sangre. La noche en la que los espíritus se agitan. La noche en que los velos son papel. La noche en que lo puro es cazado. La mirada de Akane se afila, su respiración se corta. Con un movimiento de muñeca, traza en el aire la misma geometría que usa Jennifer: un círculo de plata negra que vibra como una lágrima contenida. —Vamos. —dice Akane, sin su habitual elegancia. Solo urgencia. Solo miedo. Saltamos. --- El templo de Elune Aparecemos en la Luna. El templo de Elune… o lo que queda de él. Ruinas antiguas bañadas en un blanco imposible, una pureza que se aferra incluso después de milenios de guerras, de sacrificios, de silencios. El aire está vivo. Las flores lunares —aquellas que solo brotan en lugares donde la magia de Elune aún respira— se abren a nuestro paso, blancas, níveas, inocentes. Pero la inocencia no dura. Las primeras empiezan a teñirse. Como si una gota de sangre invisible cayera sobre cada pétalo. De blanco a rosa a rojo oscuro. Cada flor que se mancha es un segundo menos. —Lili… —murmura Akane, pero no hace falta que me advierta. El templo nos habla. No con palabras. Con señales. Con símbolos. Con heridas. Las columnas grietas al sentirnos. El viento se vuelve pesado. La luz parpadea como si tuviera miedo. —Nos está guiando. —susurro. O nos está advirtiendo. Empiezo a sentir la sombra en mi espalda, inquieta, caminando sola. Veythra se remueve. El sueño de Selin aún late en mí. Y bajo mis pies, el suelo se ilumina. Una línea plateada dibuja un sendero que se interna en la parte más antigua del templo, donde ninguna luz llega. Ahí es donde Yuna está. O donde algo la espera. —Akane… corre. Las flores ya no se vuelven rojas. Se vuelven negras. La pureza está muriendo. La Luna está sangrando. Y Yuna… Yuna está allí dentro.
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    La luna de sangre

    No pienso.
    Solo corro.

    Las palabras de Selin siguen ardiendo dentro de mí como un presagio recién nacido.

    Cuando llego a la habitación de Akane abro la puerta sin llamar, sin respirar siquiera.

    —Akane… Yuna.
    Le cuento la leyenda de Yue entre jadeos, las imágenes del sueño, la espada, el escudo, el peligro.
    Y entonces lo entendemos.

    Las dos lo entendemos al mismo tiempo.

    Yuna no está.

    Y esta noche…
    es la luna de sangre.

    La noche en la que los espíritus se agitan.
    La noche en que los velos son papel.
    La noche en que lo puro es cazado.

    La mirada de Akane se afila, su respiración se corta.
    Con un movimiento de muñeca, traza en el aire la misma geometría que usa Jennifer:
    un círculo de plata negra que vibra como una lágrima contenida.

    —Vamos. —dice Akane, sin su habitual elegancia.
    Solo urgencia.
    Solo miedo.

    Saltamos.


    ---

    El templo de Elune

    Aparecemos en la Luna.

    El templo de Elune… o lo que queda de él.
    Ruinas antiguas bañadas en un blanco imposible,
    una pureza que se aferra incluso después de milenios de guerras,
    de sacrificios, de silencios.

    El aire está vivo.

    Las flores lunares —aquellas que solo brotan en lugares donde la magia de Elune aún respira—
    se abren a nuestro paso, blancas, níveas, inocentes.

    Pero la inocencia no dura.

    Las primeras empiezan a teñirse.
    Como si una gota de sangre invisible cayera sobre cada pétalo.
    De blanco
    a rosa
    a rojo oscuro.

    Cada flor que se mancha
    es un segundo menos.

    —Lili… —murmura Akane, pero no hace falta que me advierta.
    El templo nos habla.
    No con palabras.
    Con señales.
    Con símbolos.
    Con heridas.

    Las columnas grietas al sentirnos.
    El viento se vuelve pesado.
    La luz parpadea como si tuviera miedo.

    —Nos está guiando. —susurro.

    O nos está advirtiendo.

    Empiezo a sentir la sombra en mi espalda, inquieta, caminando sola.
    Veythra se remueve.
    El sueño de Selin aún late en mí.

    Y bajo mis pies, el suelo se ilumina.
    Una línea plateada dibuja un sendero que se interna en la parte más antigua del templo,
    donde ninguna luz llega.

    Ahí es donde Yuna está.
    O donde algo la espera.

    —Akane… corre.

    Las flores ya no se vuelven rojas.
    Se vuelven negras.

    La pureza está muriendo.

    La Luna está sangrando.

    Y Yuna…
    Yuna está allí dentro.
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    La luna de sangre

    No pienso.
    Solo corro.

    Las palabras de Selin siguen ardiendo dentro de mí como un presagio recién nacido.

    Cuando llego a la habitación de Akane abro la puerta sin llamar, sin respirar siquiera.

    —Akane… Yuna.
    Le cuento la leyenda de Yue entre jadeos, las imágenes del sueño, la espada, el escudo, el peligro.
    Y entonces lo entendemos.

    Las dos lo entendemos al mismo tiempo.

    Yuna no está.

    Y esta noche…
    es la luna de sangre.

    La noche en la que los espíritus se agitan.
    La noche en que los velos son papel.
    La noche en que lo puro es cazado.

    La mirada de Akane se afila, su respiración se corta.
    Con un movimiento de muñeca, traza en el aire la misma geometría que usa Jennifer:
    un círculo de plata negra que vibra como una lágrima contenida.

    —Vamos. —dice Akane, sin su habitual elegancia.
    Solo urgencia.
    Solo miedo.

    Saltamos.


    ---

    El templo de Elune

    Aparecemos en la Luna.

    El templo de Elune… o lo que queda de él.
    Ruinas antiguas bañadas en un blanco imposible,
    una pureza que se aferra incluso después de milenios de guerras,
    de sacrificios, de silencios.

    El aire está vivo.

    Las flores lunares —aquellas que solo brotan en lugares donde la magia de Elune aún respira—
    se abren a nuestro paso, blancas, níveas, inocentes.

    Pero la inocencia no dura.

    Las primeras empiezan a teñirse.
    Como si una gota de sangre invisible cayera sobre cada pétalo.
    De blanco
    a rosa
    a rojo oscuro.

    Cada flor que se mancha
    es un segundo menos.

    —Lili… —murmura Akane, pero no hace falta que me advierta.
    El templo nos habla.
    No con palabras.
    Con señales.
    Con símbolos.
    Con heridas.

    Las columnas grietas al sentirnos.
    El viento se vuelve pesado.
    La luz parpadea como si tuviera miedo.

    —Nos está guiando. —susurro.

    O nos está advirtiendo.

    Empiezo a sentir la sombra en mi espalda, inquieta, caminando sola.
    Veythra se remueve.
    El sueño de Selin aún late en mí.

    Y bajo mis pies, el suelo se ilumina.
    Una línea plateada dibuja un sendero que se interna en la parte más antigua del templo,
    donde ninguna luz llega.

    Ahí es donde Yuna está.
    O donde algo la espera.

    —Akane… corre.

    Las flores ya no se vuelven rojas.
    Se vuelven negras.

    La pureza está muriendo.

    La Luna está sangrando.

    Y Yuna…
    Yuna está allí dentro.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La luna de sangre No pienso. Solo corro. Las palabras de Selin siguen ardiendo dentro de mí como un presagio recién nacido. Cuando llego a la habitación de Akane abro la puerta sin llamar, sin respirar siquiera. —Akane… Yuna. Le cuento la leyenda de Yue entre jadeos, las imágenes del sueño, la espada, el escudo, el peligro. Y entonces lo entendemos. Las dos lo entendemos al mismo tiempo. Yuna no está. Y esta noche… es la luna de sangre. La noche en la que los espíritus se agitan. La noche en que los velos son papel. La noche en que lo puro es cazado. La mirada de Akane se afila, su respiración se corta. Con un movimiento de muñeca, traza en el aire la misma geometría que usa Jennifer: un círculo de plata negra que vibra como una lágrima contenida. —Vamos. —dice Akane, sin su habitual elegancia. Solo urgencia. Solo miedo. Saltamos. --- El templo de Elune Aparecemos en la Luna. El templo de Elune… o lo que queda de él. Ruinas antiguas bañadas en un blanco imposible, una pureza que se aferra incluso después de milenios de guerras, de sacrificios, de silencios. El aire está vivo. Las flores lunares —aquellas que solo brotan en lugares donde la magia de Elune aún respira— se abren a nuestro paso, blancas, níveas, inocentes. Pero la inocencia no dura. Las primeras empiezan a teñirse. Como si una gota de sangre invisible cayera sobre cada pétalo. De blanco a rosa a rojo oscuro. Cada flor que se mancha es un segundo menos. —Lili… —murmura Akane, pero no hace falta que me advierta. El templo nos habla. No con palabras. Con señales. Con símbolos. Con heridas. Las columnas grietas al sentirnos. El viento se vuelve pesado. La luz parpadea como si tuviera miedo. —Nos está guiando. —susurro. O nos está advirtiendo. Empiezo a sentir la sombra en mi espalda, inquieta, caminando sola. Veythra se remueve. El sueño de Selin aún late en mí. Y bajo mis pies, el suelo se ilumina. Una línea plateada dibuja un sendero que se interna en la parte más antigua del templo, donde ninguna luz llega. Ahí es donde Yuna está. O donde algo la espera. —Akane… corre. Las flores ya no se vuelven rojas. Se vuelven negras. La pureza está muriendo. La Luna está sangrando. Y Yuna… Yuna está allí dentro.
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