La noche se alza sobre Mondstadt como un manto de terciopelo oscuro, y aun así, las estrellas parecen demasiado lejanas para ofrecer consuelo. En la quietud de la taberna, el fuego crepita, proyectando sombras que se inclinan como si guardaran secretos antiguos.
Cierro los ojos un instante, dejando que el aroma del vino acaricie la memoria. Hay batallas que uno libra con la espada… y otras que se libran en silencio, en la soledad de los pensamientos.
Al abrirlos, mi mirada se cruza con la tuya. No pronuncio tu nombre, pues la cortesía dicta prudencia, pero mi voz, grave y serena, corta el aire con suavidad:
—Las noches suelen ser demasiado largas cuando uno las enfrenta en soledad. Si deseas… puedes compartir esta mesa. No como un deber, sino como un respiro antes de que el mundo reclame de nuevo nuestras fuerzas.
Mis palabras se desvanecen como el último acorde de un laúd, dejando la decisión en tus manos, como corresponde.
Cierro los ojos un instante, dejando que el aroma del vino acaricie la memoria. Hay batallas que uno libra con la espada… y otras que se libran en silencio, en la soledad de los pensamientos.
Al abrirlos, mi mirada se cruza con la tuya. No pronuncio tu nombre, pues la cortesía dicta prudencia, pero mi voz, grave y serena, corta el aire con suavidad:
—Las noches suelen ser demasiado largas cuando uno las enfrenta en soledad. Si deseas… puedes compartir esta mesa. No como un deber, sino como un respiro antes de que el mundo reclame de nuevo nuestras fuerzas.
Mis palabras se desvanecen como el último acorde de un laúd, dejando la decisión en tus manos, como corresponde.
La noche se alza sobre Mondstadt como un manto de terciopelo oscuro, y aun así, las estrellas parecen demasiado lejanas para ofrecer consuelo. En la quietud de la taberna, el fuego crepita, proyectando sombras que se inclinan como si guardaran secretos antiguos.
Cierro los ojos un instante, dejando que el aroma del vino acaricie la memoria. Hay batallas que uno libra con la espada… y otras que se libran en silencio, en la soledad de los pensamientos.
Al abrirlos, mi mirada se cruza con la tuya. No pronuncio tu nombre, pues la cortesía dicta prudencia, pero mi voz, grave y serena, corta el aire con suavidad:
—Las noches suelen ser demasiado largas cuando uno las enfrenta en soledad. Si deseas… puedes compartir esta mesa. No como un deber, sino como un respiro antes de que el mundo reclame de nuevo nuestras fuerzas.
Mis palabras se desvanecen como el último acorde de un laúd, dejando la decisión en tus manos, como corresponde.
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