El cursor parpadeaba en la pantalla como si se burlara de mí. “Experiencia laboral”. Qué irónico. Tecleé un par de palabras, luego las borré. Repetí el proceso al menos cinco veces.
Nunca pensé que llegaría a esto: sentada en una cafetería tranquila, con un café frío a medio terminar, intentando que mi vida sonara… normal.
Suspiré y escribí:
“Cocina profesional básica”.
No era mentira. Había pasado meses en campamentos improvisados, alimentando a equipos enteros con lo poco que conseguíamos. Saber hacer algo decente con nada era casi un arte.
Pasé a “Habilidades adicionales” y me quedé pensativa. “Pintura y bocetos”, escribí después. Eso sí era mío. En medio del caos, dibujar fue lo único que me hizo sentir… viva.
Me detuve. Miré el documento. Se veía tan vacío. No podía poner “estrategia táctica” ni “infiltración” ni “armamento ligero”. No en este mundo civilizado. Borré tres líneas más y apoyé la frente en la mano.
Tomé un sorbo del café frío y miré por la ventana. Gente paseando, un perro tirando de su correa, un hombre hablando por teléfono con una sonrisa enorme. Tan ajenos a todo.
Volví a la pantalla. “Objetivo profesional”. Otra carcajada silenciosa del cursor. ¿Qué podía poner ahí? “Esperando a que vuelvan a necesitarme para la próxima misión, pero mientras tanto quiero sobrevivir como una persona normal” no sonaba bien.
Jugué con el bolígrafo mientras dejaba que el documento siguiera vacío, como si de verdad esperara que se llenara solo.
El cursor parpadeaba en la pantalla como si se burlara de mí. “Experiencia laboral”. Qué irónico. Tecleé un par de palabras, luego las borré. Repetí el proceso al menos cinco veces.
Nunca pensé que llegaría a esto: sentada en una cafetería tranquila, con un café frío a medio terminar, intentando que mi vida sonara… normal.
Suspiré y escribí:
“Cocina profesional básica”.
No era mentira. Había pasado meses en campamentos improvisados, alimentando a equipos enteros con lo poco que conseguíamos. Saber hacer algo decente con nada era casi un arte.
Pasé a “Habilidades adicionales” y me quedé pensativa. “Pintura y bocetos”, escribí después. Eso sí era mío. En medio del caos, dibujar fue lo único que me hizo sentir… viva.
Me detuve. Miré el documento. Se veía tan vacío. No podía poner “estrategia táctica” ni “infiltración” ni “armamento ligero”. No en este mundo civilizado. Borré tres líneas más y apoyé la frente en la mano.
Tomé un sorbo del café frío y miré por la ventana. Gente paseando, un perro tirando de su correa, un hombre hablando por teléfono con una sonrisa enorme. Tan ajenos a todo.
Volví a la pantalla. “Objetivo profesional”. Otra carcajada silenciosa del cursor. ¿Qué podía poner ahí? “Esperando a que vuelvan a necesitarme para la próxima misión, pero mientras tanto quiero sobrevivir como una persona normal” no sonaba bien.
Jugué con el bolígrafo mientras dejaba que el documento siguiera vacío, como si de verdad esperara que se llenara solo.