“𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐥 𝐛𝐚𝐫 𝐜𝐞𝐫𝐫𝐚𝐛𝐚, 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐬𝐞𝐫𝐞𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞𝐥 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫, 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐞𝐥𝐨𝐝í𝐚𝐬 𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐛𝐞𝐛𝐢𝐝𝐚 𝐞𝐫𝐚𝐧 𝐦á𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐮𝐟𝐢𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐫𝐥𝐞 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐫𝐝𝐚𝐫.”
Mientras la noche abrazaba la ciudad y los locales descansaban, el ambiente del bar permanecía inquieto, como si estuviera suspendido en el tiempo. Sentado en uno de los taburetes, Adam contemplaba el vaso de 𝘖𝘭𝘥 𝘍𝘢𝘴𝘩𝘪𝘰𝘯𝘦𝘥 frente a él. Entre sus dedos descansaba un cigarro negro, del cual apenas se desprendía un hilo de humo que ascendía como una sombra de sus pensamientos. Fragmentos de memorias, espectros silenciosos, irrumpían en su mente sin aviso, como un torrente imposible de detener.
— Ugh... ¿Por qué? ¿Por qué sigo recordando todo? — gruñó, con una mezcla de enojo y nostalgia que nublaba sus pensamientos.
Esta rutina se había convertido en su 𝚌𝚊𝚜𝚝𝚒𝚐𝚘. No eran simples memorias las que lo acosaban, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘷𝘪𝘥𝘢𝘴 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴, 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘭𝘦𝘵𝘢𝘴 y 𝘥𝘦𝘵𝘢𝘭𝘭𝘢𝘥𝘢𝘴, que se amontonaban en su mente como si buscaban aplastarlo bajo su peso, que lo asaltaban sin tregua. Sabía que aquello no era natural, que no se trataba de simples memorias sueltas. Era el precio de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢, el eco perpetuo de un ser que disfrutaba 𝙖𝙩𝙤𝙧𝙢𝙚𝙣𝙩𝙖𝙧𝙡𝙤. Marcado por su antigua 𝘢𝘷𝘢𝘳𝘪𝘤𝘪𝘢, Adam podía sentir la presencia de ese ser, aquel que lo había marcado, aquel que lo había condenado a pagar una deuda imposible de saldar.
𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐕𝐢𝐝𝐚. 𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐒𝐞𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨. 𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐈𝐧𝐬𝐢𝐠𝐧𝐢𝐟𝐢𝐜𝐚𝐧𝐭𝐞. detalle de su existencia pasada se amontonaba en su cabeza, haciéndolo revivirlo todo en cuestión de segundos.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de ahogar el 𝘤𝘢𝘰𝘴 que habitaba en su mente, pero las imágenes no se detenían. Tomó un trago largo de su vaso, dejando que el ardor del alcohol intentara silenciar el 𝘦𝘤𝘰 constante de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢.
Aclaró su garganta mientras una chispa de lucidez iluminaba brevemente sus ojos. Su mano tembló al sostener el cigarro, y por un instante, se quedó absorto observando el humo que danzaba en el aire, dejando un tenue aroma a trébol.
Recordó entonces una promesa hecha hace incontables vidas: nunca se rendiría, nunca sería un hombre sin propósito. Pero ahora... solo podía reírse con amargura. Esa promesa no era más que una 𝗶𝗿𝗼𝗻𝗶𝗮 𝗰𝗿𝘂𝗲𝗹. Dio una última calada antes de apagar el cigarro en el cenicero, dejando que el eco de su risa llenara el vacío del lugar.
Las cadenas estaban ahí. 𝗣𝗲𝘀𝗮𝗱𝗮𝘀, 𝗶𝗻𝘃𝗶𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲𝘀, 𝗶𝗺𝗽𝗼𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲𝘀 de 𝙞𝙜𝙣𝙤𝙧𝙖𝙧. Lo 𝘢𝘵𝘢𝘣𝘢𝘯, se enredaban en su ser como un recordatorio constante de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢. Y, sin embargo, 𝙚𝙧𝙖 𝙖𝙙𝙞𝙘𝙩𝙤 𝙖 𝙚𝙡𝙡𝙖𝙨, al peso, a la agonía de sentirlas, recordándole que por más que lo deseara, jamás sería 𝗹𝗶𝗯𝗿𝗲.
Se levantó con pesadez, y justo en ese momento una nueva canción comenzó a sonar, una melodía desconocida llenó el aire. No recordaba haberla añadido a su lista, pero no le dio importancia. Sosteniendo el vaso de 𝘖𝘭𝘥 𝘍𝘢𝘴𝘩𝘪𝘰𝘯𝘦𝘥, lo contempló unos segundos antes de vaciarlo de un solo trago. Se ajustó los guantes y, al cruzar hacia el otro lado de la barra, su reflejo en un pequeño espejo lo atrapó. Por un momento, ese 𝘳𝘦𝘧𝘭𝘦𝘫𝘰 parecía 𝗼𝘁𝗿𝗮 𝙥𝙚𝙧𝙨𝙤𝙣𝙖.
— Ha~... Supongo que ir contra la 𝗹𝗲𝘆 de vez en cuando no es tan 𝙢𝙖𝙡𝙤.
Una ventisca ligera recorrió el bar, como si respondiera a su pensamiento. Notó entonces que la señal en la puerta se había movido para mostrar "Abierto". Esbozó una leve sonrisa y murmuró al viento:
— 𝙂𝙧𝙖𝙘𝙞𝙖𝙨...
Mientras lavaba el vaso, su mirada se perdió en el vacío.
— Espero que no estén tan 𝘥𝘦𝘤𝘦𝘱𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘥𝘰𝘴... Alcancé la 𝙥𝙖𝙯 que buscaba. Pero, a veces, siento que el 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗼 fue demasiado 𝗮𝗹𝘁𝗼...
Un suspiro escapó de sus labios, seguido de un murmullo apenas audible.
— Ah... Estoy volviendo a hablar solo. — Resopló, resignado a lo inevitable. Por más que lo intentara, no podía dejar de pensar, ni de recordar. Tal vez, reflexionaría más profundamente en otro momento.
Su mano apretó el vaso que estaba limpiando, y pequeñas grietas comenzaron a formarse en el cristal. Los 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰𝘴 lo arrastraban una y otra vez hacia el ser que lo había condenado, aquel que lo encadenó a una vida de 𝘳𝘦𝘦𝘯𝘤𝘢𝘳𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢𝘣𝘭𝘦𝘴... 𝙮 𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙡𝙤 𝙙𝙚𝙟𝙖𝙧𝙞𝙖 𝙞𝙧.
𝐍𝐮𝐧𝐜𝐚 𝐯𝐨𝐥𝐯𝐞𝐫í𝐚 𝐚 𝐢𝐧𝐯𝐨𝐥𝐮𝐜𝐫𝐚𝐫𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧 𝐚𝐥𝐠𝐨 𝐝𝐞 𝐬𝐮𝐬 𝐭𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬 𝐯𝐢𝐝𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐝𝐚𝐬.
Aunque podía sentirlas en su ser, en la sangre que corría por sus venas, se negaba a usarlas. 𝙽𝚘 𝚟𝚘𝚕𝚟𝚎𝚛í𝚊 𝚊 𝚜𝚎𝚛 𝚊𝚚𝚞𝚎𝚕 𝚟𝚒𝚕𝚕𝚊𝚗𝚘, ese ser inmortalizado en incontables épocas como un símbolo de maldad. Y, sin embargo, en lo más profundo de su mente, la tentación seguía presente, susurrándole al oído, burlándose de su resolución.
𝗔 𝘃𝗲𝗰𝗲𝘀, 𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝗯𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝘀𝗲 𝘀𝗲𝗿 𝗿𝗲𝗮𝗹𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗱𝗶𝘀𝗳𝗿𝘂𝘁𝗮𝗯𝗮 𝘁𝗼𝗿𝘁𝘂𝗿𝗮𝗻𝗱𝗼𝗹𝗼.
Mientras no intentara nada… Adam se permitiría disfrutar de esta vida. Después de todo, 𝗲𝗹 𝘁𝗶𝗲𝗺𝗽𝗼 𝗻𝗼 𝘀𝗶𝗴𝗻𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗯𝗮 nada para 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 como él.
El sonido de las puertas abriéndose lo devolvió al presente. La música cambió a un suave jazz, y los pasos que se acercaban rompieron el silencio del lugar. Adam levantó la vista, recordando de repente el juramento que había hecho. Todo esto... todo lo que había soportado, había sido por un único 𝘢𝘯𝘩𝘦𝘭𝘰: 𝗖𝗮𝗹𝗺𝗮.
Mientras la noche abrazaba la ciudad y los locales descansaban, el ambiente del bar permanecía inquieto, como si estuviera suspendido en el tiempo. Sentado en uno de los taburetes, Adam contemplaba el vaso de 𝘖𝘭𝘥 𝘍𝘢𝘴𝘩𝘪𝘰𝘯𝘦𝘥 frente a él. Entre sus dedos descansaba un cigarro negro, del cual apenas se desprendía un hilo de humo que ascendía como una sombra de sus pensamientos. Fragmentos de memorias, espectros silenciosos, irrumpían en su mente sin aviso, como un torrente imposible de detener.
— Ugh... ¿Por qué? ¿Por qué sigo recordando todo? — gruñó, con una mezcla de enojo y nostalgia que nublaba sus pensamientos.
Esta rutina se había convertido en su 𝚌𝚊𝚜𝚝𝚒𝚐𝚘. No eran simples memorias las que lo acosaban, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘷𝘪𝘥𝘢𝘴 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴, 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘭𝘦𝘵𝘢𝘴 y 𝘥𝘦𝘵𝘢𝘭𝘭𝘢𝘥𝘢𝘴, que se amontonaban en su mente como si buscaban aplastarlo bajo su peso, que lo asaltaban sin tregua. Sabía que aquello no era natural, que no se trataba de simples memorias sueltas. Era el precio de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢, el eco perpetuo de un ser que disfrutaba 𝙖𝙩𝙤𝙧𝙢𝙚𝙣𝙩𝙖𝙧𝙡𝙤. Marcado por su antigua 𝘢𝘷𝘢𝘳𝘪𝘤𝘪𝘢, Adam podía sentir la presencia de ese ser, aquel que lo había marcado, aquel que lo había condenado a pagar una deuda imposible de saldar.
𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐕𝐢𝐝𝐚. 𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐒𝐞𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨. 𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐈𝐧𝐬𝐢𝐠𝐧𝐢𝐟𝐢𝐜𝐚𝐧𝐭𝐞. detalle de su existencia pasada se amontonaba en su cabeza, haciéndolo revivirlo todo en cuestión de segundos.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de ahogar el 𝘤𝘢𝘰𝘴 que habitaba en su mente, pero las imágenes no se detenían. Tomó un trago largo de su vaso, dejando que el ardor del alcohol intentara silenciar el 𝘦𝘤𝘰 constante de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢.
Aclaró su garganta mientras una chispa de lucidez iluminaba brevemente sus ojos. Su mano tembló al sostener el cigarro, y por un instante, se quedó absorto observando el humo que danzaba en el aire, dejando un tenue aroma a trébol.
Recordó entonces una promesa hecha hace incontables vidas: nunca se rendiría, nunca sería un hombre sin propósito. Pero ahora... solo podía reírse con amargura. Esa promesa no era más que una 𝗶𝗿𝗼𝗻𝗶𝗮 𝗰𝗿𝘂𝗲𝗹. Dio una última calada antes de apagar el cigarro en el cenicero, dejando que el eco de su risa llenara el vacío del lugar.
Las cadenas estaban ahí. 𝗣𝗲𝘀𝗮𝗱𝗮𝘀, 𝗶𝗻𝘃𝗶𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲𝘀, 𝗶𝗺𝗽𝗼𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲𝘀 de 𝙞𝙜𝙣𝙤𝙧𝙖𝙧. Lo 𝘢𝘵𝘢𝘣𝘢𝘯, se enredaban en su ser como un recordatorio constante de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢. Y, sin embargo, 𝙚𝙧𝙖 𝙖𝙙𝙞𝙘𝙩𝙤 𝙖 𝙚𝙡𝙡𝙖𝙨, al peso, a la agonía de sentirlas, recordándole que por más que lo deseara, jamás sería 𝗹𝗶𝗯𝗿𝗲.
Se levantó con pesadez, y justo en ese momento una nueva canción comenzó a sonar, una melodía desconocida llenó el aire. No recordaba haberla añadido a su lista, pero no le dio importancia. Sosteniendo el vaso de 𝘖𝘭𝘥 𝘍𝘢𝘴𝘩𝘪𝘰𝘯𝘦𝘥, lo contempló unos segundos antes de vaciarlo de un solo trago. Se ajustó los guantes y, al cruzar hacia el otro lado de la barra, su reflejo en un pequeño espejo lo atrapó. Por un momento, ese 𝘳𝘦𝘧𝘭𝘦𝘫𝘰 parecía 𝗼𝘁𝗿𝗮 𝙥𝙚𝙧𝙨𝙤𝙣𝙖.
— Ha~... Supongo que ir contra la 𝗹𝗲𝘆 de vez en cuando no es tan 𝙢𝙖𝙡𝙤.
Una ventisca ligera recorrió el bar, como si respondiera a su pensamiento. Notó entonces que la señal en la puerta se había movido para mostrar "Abierto". Esbozó una leve sonrisa y murmuró al viento:
— 𝙂𝙧𝙖𝙘𝙞𝙖𝙨...
Mientras lavaba el vaso, su mirada se perdió en el vacío.
— Espero que no estén tan 𝘥𝘦𝘤𝘦𝘱𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘥𝘰𝘴... Alcancé la 𝙥𝙖𝙯 que buscaba. Pero, a veces, siento que el 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗼 fue demasiado 𝗮𝗹𝘁𝗼...
Un suspiro escapó de sus labios, seguido de un murmullo apenas audible.
— Ah... Estoy volviendo a hablar solo. — Resopló, resignado a lo inevitable. Por más que lo intentara, no podía dejar de pensar, ni de recordar. Tal vez, reflexionaría más profundamente en otro momento.
Su mano apretó el vaso que estaba limpiando, y pequeñas grietas comenzaron a formarse en el cristal. Los 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰𝘴 lo arrastraban una y otra vez hacia el ser que lo había condenado, aquel que lo encadenó a una vida de 𝘳𝘦𝘦𝘯𝘤𝘢𝘳𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢𝘣𝘭𝘦𝘴... 𝙮 𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙡𝙤 𝙙𝙚𝙟𝙖𝙧𝙞𝙖 𝙞𝙧.
𝐍𝐮𝐧𝐜𝐚 𝐯𝐨𝐥𝐯𝐞𝐫í𝐚 𝐚 𝐢𝐧𝐯𝐨𝐥𝐮𝐜𝐫𝐚𝐫𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧 𝐚𝐥𝐠𝐨 𝐝𝐞 𝐬𝐮𝐬 𝐭𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬 𝐯𝐢𝐝𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐝𝐚𝐬.
Aunque podía sentirlas en su ser, en la sangre que corría por sus venas, se negaba a usarlas. 𝙽𝚘 𝚟𝚘𝚕𝚟𝚎𝚛í𝚊 𝚊 𝚜𝚎𝚛 𝚊𝚚𝚞𝚎𝚕 𝚟𝚒𝚕𝚕𝚊𝚗𝚘, ese ser inmortalizado en incontables épocas como un símbolo de maldad. Y, sin embargo, en lo más profundo de su mente, la tentación seguía presente, susurrándole al oído, burlándose de su resolución.
𝗔 𝘃𝗲𝗰𝗲𝘀, 𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝗯𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝘀𝗲 𝘀𝗲𝗿 𝗿𝗲𝗮𝗹𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗱𝗶𝘀𝗳𝗿𝘂𝘁𝗮𝗯𝗮 𝘁𝗼𝗿𝘁𝘂𝗿𝗮𝗻𝗱𝗼𝗹𝗼.
Mientras no intentara nada… Adam se permitiría disfrutar de esta vida. Después de todo, 𝗲𝗹 𝘁𝗶𝗲𝗺𝗽𝗼 𝗻𝗼 𝘀𝗶𝗴𝗻𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗯𝗮 nada para 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 como él.
El sonido de las puertas abriéndose lo devolvió al presente. La música cambió a un suave jazz, y los pasos que se acercaban rompieron el silencio del lugar. Adam levantó la vista, recordando de repente el juramento que había hecho. Todo esto... todo lo que había soportado, había sido por un único 𝘢𝘯𝘩𝘦𝘭𝘰: 𝗖𝗮𝗹𝗺𝗮.
“𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐥 𝐛𝐚𝐫 𝐜𝐞𝐫𝐫𝐚𝐛𝐚, 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐬𝐞𝐫𝐞𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞𝐥 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫, 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐞𝐥𝐨𝐝í𝐚𝐬 𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐛𝐞𝐛𝐢𝐝𝐚 𝐞𝐫𝐚𝐧 𝐦á𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐮𝐟𝐢𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐫𝐥𝐞 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐫𝐝𝐚𝐫.”
Mientras la noche abrazaba la ciudad y los locales descansaban, el ambiente del bar permanecía inquieto, como si estuviera suspendido en el tiempo. Sentado en uno de los taburetes, Adam contemplaba el vaso de 𝘖𝘭𝘥 𝘍𝘢𝘴𝘩𝘪𝘰𝘯𝘦𝘥 frente a él. Entre sus dedos descansaba un cigarro negro, del cual apenas se desprendía un hilo de humo que ascendía como una sombra de sus pensamientos. Fragmentos de memorias, espectros silenciosos, irrumpían en su mente sin aviso, como un torrente imposible de detener.
— Ugh... ¿Por qué? ¿Por qué sigo recordando todo? — gruñó, con una mezcla de enojo y nostalgia que nublaba sus pensamientos.
Esta rutina se había convertido en su 𝚌𝚊𝚜𝚝𝚒𝚐𝚘. No eran simples memorias las que lo acosaban, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘷𝘪𝘥𝘢𝘴 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴, 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘭𝘦𝘵𝘢𝘴 y 𝘥𝘦𝘵𝘢𝘭𝘭𝘢𝘥𝘢𝘴, que se amontonaban en su mente como si buscaban aplastarlo bajo su peso, que lo asaltaban sin tregua. Sabía que aquello no era natural, que no se trataba de simples memorias sueltas. Era el precio de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢, el eco perpetuo de un ser que disfrutaba 𝙖𝙩𝙤𝙧𝙢𝙚𝙣𝙩𝙖𝙧𝙡𝙤. Marcado por su antigua 𝘢𝘷𝘢𝘳𝘪𝘤𝘪𝘢, Adam podía sentir la presencia de ese ser, aquel que lo había marcado, aquel que lo había condenado a pagar una deuda imposible de saldar.
𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐕𝐢𝐝𝐚. 𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐒𝐞𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨. 𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐈𝐧𝐬𝐢𝐠𝐧𝐢𝐟𝐢𝐜𝐚𝐧𝐭𝐞. detalle de su existencia pasada se amontonaba en su cabeza, haciéndolo revivirlo todo en cuestión de segundos.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de ahogar el 𝘤𝘢𝘰𝘴 que habitaba en su mente, pero las imágenes no se detenían. Tomó un trago largo de su vaso, dejando que el ardor del alcohol intentara silenciar el 𝘦𝘤𝘰 constante de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢.
Aclaró su garganta mientras una chispa de lucidez iluminaba brevemente sus ojos. Su mano tembló al sostener el cigarro, y por un instante, se quedó absorto observando el humo que danzaba en el aire, dejando un tenue aroma a trébol.
Recordó entonces una promesa hecha hace incontables vidas: nunca se rendiría, nunca sería un hombre sin propósito. Pero ahora... solo podía reírse con amargura. Esa promesa no era más que una 𝗶𝗿𝗼𝗻𝗶𝗮 𝗰𝗿𝘂𝗲𝗹. Dio una última calada antes de apagar el cigarro en el cenicero, dejando que el eco de su risa llenara el vacío del lugar.
Las cadenas estaban ahí. 𝗣𝗲𝘀𝗮𝗱𝗮𝘀, 𝗶𝗻𝘃𝗶𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲𝘀, 𝗶𝗺𝗽𝗼𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲𝘀 de 𝙞𝙜𝙣𝙤𝙧𝙖𝙧. Lo 𝘢𝘵𝘢𝘣𝘢𝘯, se enredaban en su ser como un recordatorio constante de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢. Y, sin embargo, 𝙚𝙧𝙖 𝙖𝙙𝙞𝙘𝙩𝙤 𝙖 𝙚𝙡𝙡𝙖𝙨, al peso, a la agonía de sentirlas, recordándole que por más que lo deseara, jamás sería 𝗹𝗶𝗯𝗿𝗲.
Se levantó con pesadez, y justo en ese momento una nueva canción comenzó a sonar, una melodía desconocida llenó el aire. No recordaba haberla añadido a su lista, pero no le dio importancia. Sosteniendo el vaso de 𝘖𝘭𝘥 𝘍𝘢𝘴𝘩𝘪𝘰𝘯𝘦𝘥, lo contempló unos segundos antes de vaciarlo de un solo trago. Se ajustó los guantes y, al cruzar hacia el otro lado de la barra, su reflejo en un pequeño espejo lo atrapó. Por un momento, ese 𝘳𝘦𝘧𝘭𝘦𝘫𝘰 parecía 𝗼𝘁𝗿𝗮 𝙥𝙚𝙧𝙨𝙤𝙣𝙖.
— Ha~... Supongo que ir contra la 𝗹𝗲𝘆 de vez en cuando no es tan 𝙢𝙖𝙡𝙤.
Una ventisca ligera recorrió el bar, como si respondiera a su pensamiento. Notó entonces que la señal en la puerta se había movido para mostrar "Abierto". Esbozó una leve sonrisa y murmuró al viento:
— 𝙂𝙧𝙖𝙘𝙞𝙖𝙨...
Mientras lavaba el vaso, su mirada se perdió en el vacío.
— Espero que no estén tan 𝘥𝘦𝘤𝘦𝘱𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘥𝘰𝘴... Alcancé la 𝙥𝙖𝙯 que buscaba. Pero, a veces, siento que el 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗼 fue demasiado 𝗮𝗹𝘁𝗼...
Un suspiro escapó de sus labios, seguido de un murmullo apenas audible.
— Ah... Estoy volviendo a hablar solo. — Resopló, resignado a lo inevitable. Por más que lo intentara, no podía dejar de pensar, ni de recordar. Tal vez, reflexionaría más profundamente en otro momento.
Su mano apretó el vaso que estaba limpiando, y pequeñas grietas comenzaron a formarse en el cristal. Los 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰𝘴 lo arrastraban una y otra vez hacia el ser que lo había condenado, aquel que lo encadenó a una vida de 𝘳𝘦𝘦𝘯𝘤𝘢𝘳𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢𝘣𝘭𝘦𝘴... 𝙮 𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙡𝙤 𝙙𝙚𝙟𝙖𝙧𝙞𝙖 𝙞𝙧.
𝐍𝐮𝐧𝐜𝐚 𝐯𝐨𝐥𝐯𝐞𝐫í𝐚 𝐚 𝐢𝐧𝐯𝐨𝐥𝐮𝐜𝐫𝐚𝐫𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧 𝐚𝐥𝐠𝐨 𝐝𝐞 𝐬𝐮𝐬 𝐭𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬 𝐯𝐢𝐝𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐝𝐚𝐬.
Aunque podía sentirlas en su ser, en la sangre que corría por sus venas, se negaba a usarlas. 𝙽𝚘 𝚟𝚘𝚕𝚟𝚎𝚛í𝚊 𝚊 𝚜𝚎𝚛 𝚊𝚚𝚞𝚎𝚕 𝚟𝚒𝚕𝚕𝚊𝚗𝚘, ese ser inmortalizado en incontables épocas como un símbolo de maldad. Y, sin embargo, en lo más profundo de su mente, la tentación seguía presente, susurrándole al oído, burlándose de su resolución.
𝗔 𝘃𝗲𝗰𝗲𝘀, 𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝗯𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝘀𝗲 𝘀𝗲𝗿 𝗿𝗲𝗮𝗹𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗱𝗶𝘀𝗳𝗿𝘂𝘁𝗮𝗯𝗮 𝘁𝗼𝗿𝘁𝘂𝗿𝗮𝗻𝗱𝗼𝗹𝗼.
Mientras no intentara nada… Adam se permitiría disfrutar de esta vida. Después de todo, 𝗲𝗹 𝘁𝗶𝗲𝗺𝗽𝗼 𝗻𝗼 𝘀𝗶𝗴𝗻𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗯𝗮 nada para 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 como él.
El sonido de las puertas abriéndose lo devolvió al presente. La música cambió a un suave jazz, y los pasos que se acercaban rompieron el silencio del lugar. Adam levantó la vista, recordando de repente el juramento que había hecho. Todo esto... todo lo que había soportado, había sido por un único 𝘢𝘯𝘩𝘦𝘭𝘰: 𝗖𝗮𝗹𝗺𝗮.