"𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔"... (Recuerdos pasados de Kazuo).
No sabía cómo había llegado junto a esa familia. Los primeros días fueron duros; tenía miedo y se negaba a acercarse o dar mano con ninguno de ellos. Lo único que recordaba antes de estar allí era que huía frenéticamente por el bosque, con los pulmones ardiendo por el esfuerzo. Después de eso... su cuerpo ya no era el mismo. Era igual al de aquellos seres que caminaban en dos patas y destruían el amado bosque donde solía vivir. Era como si su instinto de pura supervivencia le hubiese instigado a transformarse, y el destino a qué estuviera con esas personas.
Esa familia se comunicaba de una forma que él no entendía. Eran una hembra y un macho adultos, con dos crías. Así los entendió Kazuo cuando los vio por primera vez. Poco a poco, esa familia fue ganándose su confianza, a base de amor, respeto y paciencia. Pasaron los meses y, aunque Kazuo aún no hablaba como ellos, empezó a comprender más de su complejo lenguaje.
Llegó un momento en que Kazuo quiso salir y explorar, salir de aquella casa con los que ahora eran sus hermanos, acompañar a sus padres a la aldea cercana en busca de provisiones. Pero aquel pelo color de luna y sus ojos color zafiro eran demasiado llamativos en tiempos de hostilidad y guerra.
—Mi niño… la mejor arma para protegerse es ser invisible —decía la gentil mujer mientras teñía el cabello plateado de Kazuo en un negro azabache.
Con el tiempo, no solo cambió el color. Para que su pelo fuera más fácil de manejar, cortaron su larga melena plateada, evitando que los mechones rozaran sus hombros y los mancharan de tinta seca. Al final, el zorro lo entendió, y aquello se convirtió en un hábito para él.
Siglos después, ya sabiendo controlar su transformación, Kazuo continuaba usando su melena corta y negra. Era un hábito que lo anclaba dolorosamente a su pasado, al recuerdo de la familia que tanto le enseñó y tanto le amó. Aquellos que le dieron un nombre, aquellos que le enseñaron el significado de un hogar.
No sabía cómo había llegado junto a esa familia. Los primeros días fueron duros; tenía miedo y se negaba a acercarse o dar mano con ninguno de ellos. Lo único que recordaba antes de estar allí era que huía frenéticamente por el bosque, con los pulmones ardiendo por el esfuerzo. Después de eso... su cuerpo ya no era el mismo. Era igual al de aquellos seres que caminaban en dos patas y destruían el amado bosque donde solía vivir. Era como si su instinto de pura supervivencia le hubiese instigado a transformarse, y el destino a qué estuviera con esas personas.
Esa familia se comunicaba de una forma que él no entendía. Eran una hembra y un macho adultos, con dos crías. Así los entendió Kazuo cuando los vio por primera vez. Poco a poco, esa familia fue ganándose su confianza, a base de amor, respeto y paciencia. Pasaron los meses y, aunque Kazuo aún no hablaba como ellos, empezó a comprender más de su complejo lenguaje.
Llegó un momento en que Kazuo quiso salir y explorar, salir de aquella casa con los que ahora eran sus hermanos, acompañar a sus padres a la aldea cercana en busca de provisiones. Pero aquel pelo color de luna y sus ojos color zafiro eran demasiado llamativos en tiempos de hostilidad y guerra.
—Mi niño… la mejor arma para protegerse es ser invisible —decía la gentil mujer mientras teñía el cabello plateado de Kazuo en un negro azabache.
Con el tiempo, no solo cambió el color. Para que su pelo fuera más fácil de manejar, cortaron su larga melena plateada, evitando que los mechones rozaran sus hombros y los mancharan de tinta seca. Al final, el zorro lo entendió, y aquello se convirtió en un hábito para él.
Siglos después, ya sabiendo controlar su transformación, Kazuo continuaba usando su melena corta y negra. Era un hábito que lo anclaba dolorosamente a su pasado, al recuerdo de la familia que tanto le enseñó y tanto le amó. Aquellos que le dieron un nombre, aquellos que le enseñaron el significado de un hogar.
"𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔"... (Recuerdos pasados de Kazuo).
No sabía cómo había llegado junto a esa familia. Los primeros días fueron duros; tenía miedo y se negaba a acercarse o dar mano con ninguno de ellos. Lo único que recordaba antes de estar allí era que huía frenéticamente por el bosque, con los pulmones ardiendo por el esfuerzo. Después de eso... su cuerpo ya no era el mismo. Era igual al de aquellos seres que caminaban en dos patas y destruían el amado bosque donde solía vivir. Era como si su instinto de pura supervivencia le hubiese instigado a transformarse, y el destino a qué estuviera con esas personas.
Esa familia se comunicaba de una forma que él no entendía. Eran una hembra y un macho adultos, con dos crías. Así los entendió Kazuo cuando los vio por primera vez. Poco a poco, esa familia fue ganándose su confianza, a base de amor, respeto y paciencia. Pasaron los meses y, aunque Kazuo aún no hablaba como ellos, empezó a comprender más de su complejo lenguaje.
Llegó un momento en que Kazuo quiso salir y explorar, salir de aquella casa con los que ahora eran sus hermanos, acompañar a sus padres a la aldea cercana en busca de provisiones. Pero aquel pelo color de luna y sus ojos color zafiro eran demasiado llamativos en tiempos de hostilidad y guerra.
—Mi niño… la mejor arma para protegerse es ser invisible —decía la gentil mujer mientras teñía el cabello plateado de Kazuo en un negro azabache.
Con el tiempo, no solo cambió el color. Para que su pelo fuera más fácil de manejar, cortaron su larga melena plateada, evitando que los mechones rozaran sus hombros y los mancharan de tinta seca. Al final, el zorro lo entendió, y aquello se convirtió en un hábito para él.
Siglos después, ya sabiendo controlar su transformación, Kazuo continuaba usando su melena corta y negra. Era un hábito que lo anclaba dolorosamente a su pasado, al recuerdo de la familia que tanto le enseñó y tanto le amó. Aquellos que le dieron un nombre, aquellos que le enseñaron el significado de un hogar.