• —Le ha llegado un mensaje al móvil de parte de su jefa, concediéndole la tarde libre pues habría una fiesta por su cumpleaños en Andromeda. No iba a mentir, le sorprendió que no le tocase trabajar y, lo mejor de todo, estaba invitada a la fiesta de disfraces que se celebraría esa misma noche.

    Irene no era el alma de la fiesta, prefería lugares tranquilos donde perderse como si fuese su propia gata, pero de vez en cuando se permitía el capricho de seguir al rebaño estudiantil. Así que rebuscó en su armario con cierta frustración al no encontrar nada decente que llevar a la fiesta. Hasta que lo vio: un sombrero que había pertenecido a su abuelo —como gran parte de su ropa, que tanto odiaba su madre— y que consiguió rescatar de la quema cuando éste murió. Se miró al espejo, combinándolo con una camisa de cuadros y unos vaqueros viejos, con un cigarrillo de liar que trataría de no fumarse y que le aguantase todo el tiempo posible sobre la oreja izquierda—.
    —Le ha llegado un mensaje al móvil de parte de su jefa, concediéndole la tarde libre pues habría una fiesta por su cumpleaños en Andromeda. No iba a mentir, le sorprendió que no le tocase trabajar y, lo mejor de todo, estaba invitada a la fiesta de disfraces que se celebraría esa misma noche. Irene no era el alma de la fiesta, prefería lugares tranquilos donde perderse como si fuese su propia gata, pero de vez en cuando se permitía el capricho de seguir al rebaño estudiantil. Así que rebuscó en su armario con cierta frustración al no encontrar nada decente que llevar a la fiesta. Hasta que lo vio: un sombrero que había pertenecido a su abuelo —como gran parte de su ropa, que tanto odiaba su madre— y que consiguió rescatar de la quema cuando éste murió. Se miró al espejo, combinándolo con una camisa de cuadros y unos vaqueros viejos, con un cigarrillo de liar que trataría de no fumarse y que le aguantase todo el tiempo posible sobre la oreja izquierda—.
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  • 𝙱𝙰𝙸𝙻𝙴 𝙳𝙴 𝙼𝙰́𝚂𝙲𝙰𝚁𝙰𝚂 🎭
    Fandom Bridgerton
    Categoría Romance
    Otro año ha llegado y consigo supone una cosa, el baile que madre de disfraces y máscaras.
    Madre es la anfitriona cada año y como tal, todos debemos asistir al baile.

    Aunque este año será diferente y todo gracias a ella.

    La misteriosa mujer plateada

    Sophie Beckett
    Otro año ha llegado y consigo supone una cosa, el baile que madre de disfraces y máscaras. Madre es la anfitriona cada año y como tal, todos debemos asistir al baile. Aunque este año será diferente y todo gracias a ella. La misteriosa mujer plateada [Cinderella]
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    Individual
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    Cualquier línea
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  • He llegado, pero donde estas?

    -Curioso al ver que no habia nadie en casa el chico se dispuso a caminar a los alrededores revisando y verificando si es que habia alguien en casa-
    He llegado, pero donde estas? -Curioso al ver que no habia nadie en casa el chico se dispuso a caminar a los alrededores revisando y verificando si es que habia alguien en casa-
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  • —Me... ¿Me tocará volver a esos días? ¿Empezar desde cero?

    La idea había llegado de golpe a su cabeza, sorprendido y sintiendo algo de repudio, algo de ¿miedo?
    Sabía bien cuan deseado era, cuanto podía llamar la atención, pero humillarse y perder su estatus de Overlord, todo lo que le había costado para intentar levantar un nuevo imperio ¿Valía la pena?

    Estaba demasiado confundido, no sabía que hacer y, por si fuera peor, ya no tenía en quien apoyarse.
    Apenas miró de reojo a su mascota, aquella zorra de pelaje rosa, acariciando suavemente su cabeza pues era prácticamente lo único que le quedaba a esas alturas.

    —No quiero...
    —Me... ¿Me tocará volver a esos días? ¿Empezar desde cero? La idea había llegado de golpe a su cabeza, sorprendido y sintiendo algo de repudio, algo de ¿miedo? Sabía bien cuan deseado era, cuanto podía llamar la atención, pero humillarse y perder su estatus de Overlord, todo lo que le había costado para intentar levantar un nuevo imperio ¿Valía la pena? Estaba demasiado confundido, no sabía que hacer y, por si fuera peor, ya no tenía en quien apoyarse. Apenas miró de reojo a su mascota, aquella zorra de pelaje rosa, acariciando suavemente su cabeza pues era prácticamente lo único que le quedaba a esas alturas. —No quiero...
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  • La joven pelirroja se paró frente al espejo de cuerpo entero, observándose con detenimiento. Había desempolvado uno de los antiguos vestidos de su abuela, guardado con esmero en una vieja caja de madera que solía reposar en el ático. El vestido era una obra de arte, un delicado diseño de otra época que hablaba de elegancia y sofisticación. La tela, aunque un poco desgastada por el tiempo, seguía siendo suave al tacto, y los intrincados bordados a mano aún brillaban con un tenue resplandor dorado bajo la luz tenue de la habitación.

    Se giró ligeramente, admirando cómo la falda se movía con ella, dibujando suaves pliegues que caían hasta el suelo. Era un estilo clásico, con una cintura ajustada y una falda amplia, adornada con encajes y pequeños detalles florales que le daban un aire romántico y nostálgico. Mientras se miraba, Carmina no podía evitar imaginar cómo habría sido llevar un vestido así en la época en la que su abuela, Lucia, lo usaba, cuando las cosas parecían más simples y las mujeres se vestían con un cuidado y una elegancia que hoy se veían tan raramente.

    Con un gesto casi reverencial, alisó la falda con las manos, recorriendo con los dedos los delicados bordados. En el espejo, su reflejo le devolvía una imagen que le resultaba extrañamente familiar y, al mismo tiempo, distante. Era como si pudiera ver un pedazo del pasado superpuesto con el presente, una mezcla de ella misma y de su abuela, cuyos recuerdos estaban cosidos en cada hilo de ese vestido.

    Su mirada se detuvo en el escote cuadrado y los sutiles encajes que adornaban los hombros. La prenda, aunque antigua, le quedaba sorprendentemente bien, como si hubiera sido hecho a su medida. Carmina no era de las que solían vestirse de manera tan elegante; su estilo cotidiano era mucho más práctico y moderno. Pero hoy, al usar este vestido, sentía una conexión con el pasado, con la mujer que había sido su abuela y todo lo que ella representaba.

    Carmina levantó la cabeza y se observó directamente a los ojos, buscando algún rastro de la mujer que había usado ese vestido antes que ella. En la mirada de su reflejo, creyó ver un atisbo de la misma fortaleza y gracia que siempre había asociado con Lucia, una mujer que ha vivido intensamente y ha amado con todo su corazón. Había algo reconfortante en esa sensación, como si, al usar ese vestido, pudiera llevar consigo un poco de la esencia de su abuela, de su historia y sus vivencias.

    Suspiró, dejando que sus manos cayeran a los costados, y dio un último vistazo al espejo. El vestido le quedaba un poco largo, y los zapatos que llevaba no eran precisamente los adecuados, pero nada de eso importaba. Lo que realmente importaba era cómo se sentía al llevarlo: como si, por un breve momento, pudiera caminar en los zapatos de su abuela y experimentar la vida a través de sus ojos.

    Carmina esbozó una suave sonrisa, casi como un tributo silencioso a la mujer que había sido su inspiración. Mientras se alejaba del espejo, no pudo evitar sentir una calidez en el pecho, un lazo invisible que la conectaba con su pasado, con las historias y recuerdos que la habían moldeado. Y aunque no podía quedarse todo el día en ese vestido, sabía que, de alguna manera, siempre llevaría consigo una parte de esa elegancia y fortaleza que su abuela le ha legado.
    La joven pelirroja se paró frente al espejo de cuerpo entero, observándose con detenimiento. Había desempolvado uno de los antiguos vestidos de su abuela, guardado con esmero en una vieja caja de madera que solía reposar en el ático. El vestido era una obra de arte, un delicado diseño de otra época que hablaba de elegancia y sofisticación. La tela, aunque un poco desgastada por el tiempo, seguía siendo suave al tacto, y los intrincados bordados a mano aún brillaban con un tenue resplandor dorado bajo la luz tenue de la habitación. Se giró ligeramente, admirando cómo la falda se movía con ella, dibujando suaves pliegues que caían hasta el suelo. Era un estilo clásico, con una cintura ajustada y una falda amplia, adornada con encajes y pequeños detalles florales que le daban un aire romántico y nostálgico. Mientras se miraba, Carmina no podía evitar imaginar cómo habría sido llevar un vestido así en la época en la que su abuela, Lucia, lo usaba, cuando las cosas parecían más simples y las mujeres se vestían con un cuidado y una elegancia que hoy se veían tan raramente. Con un gesto casi reverencial, alisó la falda con las manos, recorriendo con los dedos los delicados bordados. En el espejo, su reflejo le devolvía una imagen que le resultaba extrañamente familiar y, al mismo tiempo, distante. Era como si pudiera ver un pedazo del pasado superpuesto con el presente, una mezcla de ella misma y de su abuela, cuyos recuerdos estaban cosidos en cada hilo de ese vestido. Su mirada se detuvo en el escote cuadrado y los sutiles encajes que adornaban los hombros. La prenda, aunque antigua, le quedaba sorprendentemente bien, como si hubiera sido hecho a su medida. Carmina no era de las que solían vestirse de manera tan elegante; su estilo cotidiano era mucho más práctico y moderno. Pero hoy, al usar este vestido, sentía una conexión con el pasado, con la mujer que había sido su abuela y todo lo que ella representaba. Carmina levantó la cabeza y se observó directamente a los ojos, buscando algún rastro de la mujer que había usado ese vestido antes que ella. En la mirada de su reflejo, creyó ver un atisbo de la misma fortaleza y gracia que siempre había asociado con Lucia, una mujer que ha vivido intensamente y ha amado con todo su corazón. Había algo reconfortante en esa sensación, como si, al usar ese vestido, pudiera llevar consigo un poco de la esencia de su abuela, de su historia y sus vivencias. Suspiró, dejando que sus manos cayeran a los costados, y dio un último vistazo al espejo. El vestido le quedaba un poco largo, y los zapatos que llevaba no eran precisamente los adecuados, pero nada de eso importaba. Lo que realmente importaba era cómo se sentía al llevarlo: como si, por un breve momento, pudiera caminar en los zapatos de su abuela y experimentar la vida a través de sus ojos. Carmina esbozó una suave sonrisa, casi como un tributo silencioso a la mujer que había sido su inspiración. Mientras se alejaba del espejo, no pudo evitar sentir una calidez en el pecho, un lazo invisible que la conectaba con su pasado, con las historias y recuerdos que la habían moldeado. Y aunque no podía quedarse todo el día en ese vestido, sabía que, de alguna manera, siempre llevaría consigo una parte de esa elegancia y fortaleza que su abuela le ha legado.
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  • No existe dios, ni fe, ni esperanza, para un hombre con el alma envenenada, y siendo yo un sabio, que todo sabe y todo ha visto, te dire, amigo mío, aquel que inicia la guerra no merece misericordia, y aun cuando mucho tiempo ha pasado de ti yo no me olvido, y llegado el dia yo me vengare, de la misma forma y un tanto mas .

    Credo Basilio .
    No existe dios, ni fe, ni esperanza, para un hombre con el alma envenenada, y siendo yo un sabio, que todo sabe y todo ha visto, te dire, amigo mío, aquel que inicia la guerra no merece misericordia, y aun cuando mucho tiempo ha pasado de ti yo no me olvido, y llegado el dia yo me vengare, de la misma forma y un tanto mas . Credo Basilio .
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  • Carmina estaba detrás del mostrador de su pequeña tienda de conveniencia, revisando las fechas de caducidad de los productos en los estantes. Era una mañana tranquila, y el suave zumbido de las luces fluorescentes llenaba el espacio con un ruido de fondo constante. La mayoría de los clientes aún no llegaban, lo que le daba tiempo para organizar y limpiar.

    Mientras acomodaba los frascos de café instantáneo, un recuerdo cálido se abrió paso en su mente. La cocina de su abuelo Pietro siempre olía a café recién molido. Incluso en esta época, cuando las máquinas de cápsulas y los baristas dominaban el panorama, él insistía en usar su viejo molinillo manual cada mañana. "El café sabe mejor cuando lo haces con tus propias manos," solía decirle, con una sonrisa llena de sabiduría. Carmina podía casi escuchar el sonido del molinillo y ver la expresión de concentración en su rostro mientras giraba la manivela con calma.

    Se dirigió al área de productos frescos, donde empezó a revisar la sección de frutas y verduras. Mientras elegía cuáles desechar, recordó cómo Pietro la llevaba al mercado los fines de semana. Siempre seleccionaba las hierbas y especias con cuidado, diciendo que cada ingrediente tenía una historia y un propósito. "Tienes que saber escuchar lo que la tierra te ofrece," le explicaba mientras le mostraba cómo diferenciar el romero fresco del que había perdido su fragancia. Aunque ahora Carmina no vendía hierbas en su tienda, esa lección se quedó con ella, enseñándole a valorar la calidad y la esencia de las cosas, incluso en un lugar tan moderno y ajetreado como su tienda.

    Pasó un paño por las superficies del mostrador, sus pensamientos aún sumidos en esos días. Aunque la tienda estaba lejos de la acogedora botica de su abuelo, donde las plantas secas colgaban del techo y el olor a hierbas impregnaba el aire, ella había intentado conservar algo de esa calidez. Pietro siempre decía que un negocio era más que una transacción; era un intercambio de energía y un lugar donde las personas se encontraban para conectar, aunque solo fuera por un breve momento.

    Carmina ajustó la pequeña planta de lavanda que tenía junto a la caja registradora, un guiño a los días pasados. Pietro solía tener plantas por toda la casa, cada una con un propósito. La lavanda, decía, era para la calma y el equilibrio. "Las personas están tan ocupadas hoy en día que a veces se olvidan de respirar," le había dicho una vez mientras arreglaba unas macetas en la ventana. "Pero un pequeño toque de naturaleza siempre puede ayudar."

    El sonido de la puerta automática interrumpió sus pensamientos cuando un cliente entró. Carmina saludó con una sonrisa y lo ayudó a encontrar lo que buscaba. Al finalizar la transacción, el cliente se marchó con un agradecimiento, y Carmina se quedó un momento mirando la puerta cerrarse. Quizás su tienda no tenía la magia antigua de la botica de Pietro, pero aún era un lugar donde podía poner en práctica lo que él le había enseñado: la importancia de los pequeños gestos y de hacer sentir a las personas bienvenidas.

    Terminó de acomodar la caja de barras energéticas en el estante y se permitió una pequeña sonrisa. Su abuelo le había dejado más que recuerdos; le había dejado un legado de conexión y cuidado, algo que intentaba honrar cada día, incluso en una simple tienda de conveniencia en plena ciudad.

    Carmina estaba detrás del mostrador de su pequeña tienda de conveniencia, revisando las fechas de caducidad de los productos en los estantes. Era una mañana tranquila, y el suave zumbido de las luces fluorescentes llenaba el espacio con un ruido de fondo constante. La mayoría de los clientes aún no llegaban, lo que le daba tiempo para organizar y limpiar. Mientras acomodaba los frascos de café instantáneo, un recuerdo cálido se abrió paso en su mente. La cocina de su abuelo Pietro siempre olía a café recién molido. Incluso en esta época, cuando las máquinas de cápsulas y los baristas dominaban el panorama, él insistía en usar su viejo molinillo manual cada mañana. "El café sabe mejor cuando lo haces con tus propias manos," solía decirle, con una sonrisa llena de sabiduría. Carmina podía casi escuchar el sonido del molinillo y ver la expresión de concentración en su rostro mientras giraba la manivela con calma. Se dirigió al área de productos frescos, donde empezó a revisar la sección de frutas y verduras. Mientras elegía cuáles desechar, recordó cómo Pietro la llevaba al mercado los fines de semana. Siempre seleccionaba las hierbas y especias con cuidado, diciendo que cada ingrediente tenía una historia y un propósito. "Tienes que saber escuchar lo que la tierra te ofrece," le explicaba mientras le mostraba cómo diferenciar el romero fresco del que había perdido su fragancia. Aunque ahora Carmina no vendía hierbas en su tienda, esa lección se quedó con ella, enseñándole a valorar la calidad y la esencia de las cosas, incluso en un lugar tan moderno y ajetreado como su tienda. Pasó un paño por las superficies del mostrador, sus pensamientos aún sumidos en esos días. Aunque la tienda estaba lejos de la acogedora botica de su abuelo, donde las plantas secas colgaban del techo y el olor a hierbas impregnaba el aire, ella había intentado conservar algo de esa calidez. Pietro siempre decía que un negocio era más que una transacción; era un intercambio de energía y un lugar donde las personas se encontraban para conectar, aunque solo fuera por un breve momento. Carmina ajustó la pequeña planta de lavanda que tenía junto a la caja registradora, un guiño a los días pasados. Pietro solía tener plantas por toda la casa, cada una con un propósito. La lavanda, decía, era para la calma y el equilibrio. "Las personas están tan ocupadas hoy en día que a veces se olvidan de respirar," le había dicho una vez mientras arreglaba unas macetas en la ventana. "Pero un pequeño toque de naturaleza siempre puede ayudar." El sonido de la puerta automática interrumpió sus pensamientos cuando un cliente entró. Carmina saludó con una sonrisa y lo ayudó a encontrar lo que buscaba. Al finalizar la transacción, el cliente se marchó con un agradecimiento, y Carmina se quedó un momento mirando la puerta cerrarse. Quizás su tienda no tenía la magia antigua de la botica de Pietro, pero aún era un lugar donde podía poner en práctica lo que él le había enseñado: la importancia de los pequeños gestos y de hacer sentir a las personas bienvenidas. Terminó de acomodar la caja de barras energéticas en el estante y se permitió una pequeña sonrisa. Su abuelo le había dejado más que recuerdos; le había dejado un legado de conexión y cuidado, algo que intentaba honrar cada día, incluso en una simple tienda de conveniencia en plena ciudad.
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  • Los copos de nieve que caían a su alrededor se congelaban en el aire, suspendidos como estrellas atrapadas en el éter, y los árboles viejos, retorcidos y sin hojas, parecían lentamente volver a ser jóvenes. No recordaba de dónde venía, ni cómo había llegado a ese lugar desolado. Sus recuerdos eran como fragmentos de un espejo roto, reflejando nada más que oscuridad. Era una criatura sin historia, sin forma ni propósito, perdida en la inmensidad de su propio olvido.

    Entre la nieve, se quedó observando una flor entre sus dedos, sin comprender la dulzura del momento, sin poder experimentar la nostalgia de lo que alguna vez pudo haber sido. El viento volvió a soplar, acariciando su piel sin despertar en ella ningún estremecimiento, y la flor, pequeña y frágil, se marchitó en sus manos como un susurro de vida desvaneciéndose en el vacío.

    Entonces, con la misma calma inerte que la había guiado hasta allí, se levantó, dejando que los fragmentos de la flor cayeran, y continuó su silenciosa existencia.
    Los copos de nieve que caían a su alrededor se congelaban en el aire, suspendidos como estrellas atrapadas en el éter, y los árboles viejos, retorcidos y sin hojas, parecían lentamente volver a ser jóvenes. No recordaba de dónde venía, ni cómo había llegado a ese lugar desolado. Sus recuerdos eran como fragmentos de un espejo roto, reflejando nada más que oscuridad. Era una criatura sin historia, sin forma ni propósito, perdida en la inmensidad de su propio olvido. Entre la nieve, se quedó observando una flor entre sus dedos, sin comprender la dulzura del momento, sin poder experimentar la nostalgia de lo que alguna vez pudo haber sido. El viento volvió a soplar, acariciando su piel sin despertar en ella ningún estremecimiento, y la flor, pequeña y frágil, se marchitó en sus manos como un susurro de vida desvaneciéndose en el vacío. Entonces, con la misma calma inerte que la había guiado hasta allí, se levantó, dejando que los fragmentos de la flor cayeran, y continuó su silenciosa existencia.
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  • El sol apenas asoma tras las ventanas destrozadas mientras Sora, la doncella armada, yace en el suelo con una sonrisa confiada. Su vestido rasgado y el revólver humeante en su mano son las únicas pruebas de la batalla que acaba de librar. A su alrededor, los casquillos vacíos y las manchas de sangre revelan que no fue una pelea fácil. Aún respirando con dificultad, mira al techo, sabiendo que la verdadera amenaza aún no ha llegado...
    El sol apenas asoma tras las ventanas destrozadas mientras Sora, la doncella armada, yace en el suelo con una sonrisa confiada. Su vestido rasgado y el revólver humeante en su mano son las únicas pruebas de la batalla que acaba de librar. A su alrededor, los casquillos vacíos y las manchas de sangre revelan que no fue una pelea fácil. Aún respirando con dificultad, mira al techo, sabiendo que la verdadera amenaza aún no ha llegado...
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  • {Habia llegado a una nueva ciudad. Con los ahorros que tenia durante su tiempo trabajando en el disco. Emocionada con la idea de lo que podria pasar ahora. Era el inicio de una nueva aventura. La mas emocionante de su vida hasta ahora. Lo primero que hizo fue buscar una posada / taverna donde pudiera comer algo}
    {Habia llegado a una nueva ciudad. Con los ahorros que tenia durante su tiempo trabajando en el disco. Emocionada con la idea de lo que podria pasar ahora. Era el inicio de una nueva aventura. La mas emocionante de su vida hasta ahora. Lo primero que hizo fue buscar una posada / taverna donde pudiera comer algo}
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