-El fin de año había llegado, y el elegante tren nocturno se deslizaba suavemente por el paisaje oscurecido, como un susurro que anhelaba las promesas del futuro. En el vagón principal, los tripulantes celebraban entre risas, brindis y melodías que resonaban en el aire, marcando el paso de un ciclo que pronto se cerraría. Sin embargo, entre la vorágine de alegría, Kafka se mantenía al margen, inmersa en un mundo que pocos podían comprender.
Ella miraba a través de la gran ventana del tren, su reflejo danzando con las estrellas que se asomaban en la vasta oscuridad. La copa de vino tinto en sus manos, una mezcla de rubíes líquidos y sueños desvanecidos, emitía un leve tintineo cada vez que jugueteaba con ella. Su mirada perdida recorría el firmamento, atrapada entre la añoranza y la nostalgia. ¿Qué era lo que realmente deseaba en aquella noche? La respuesta parecía esquiva.
-Y después... ¿qué pasará?-, musitó, su voz casi ahogada por el murmullo festivo que provenía de la otra parte del vagón. Una risita sin entusiasmo escapó de sus labios mientras sacudía la cabeza, como si se negase a dejarse arrastrar por la corriente de optimismo que brotaba a su alrededor. -No... no lo hay, todo show debe de acabar-, se repetía, convencida de que los sueños eran simplemente aquellos destellos fugaces que se perdían en el aire frío de una noche estrellada.
Mientras la noche avanzaba, Kafka se dejó llevar, entregándose a sus pensamientos. Recordó momentos pasados, risas compartidas y espacios vacíos que habían dejado huellas profundas en su corazón. En cada estrella que brillaba, veía fragmentos de su vida, deseos que nunca se habían concretado, caminos que nunca se habían tomado. Era como si las constelaciones le contaran historias de otros, historias de éxito y de amor, mientras que la suya permanecía encerrada en la penumbra.
-Quizás debería haber tomado decisiones diferentes-, se dijo, tomando un sorbo de su copa, sintiendo el líquido cálido abrazar su ser. Se acomodó en su asiento, recordando la fragilidad de las promesas hechas y las oportunidades perdidas.
Fue en ese instante, cuando un súbito movimiento hizo que su corazón latiera con fuerza. Un pequeño conejo (Pom- Pom), que había escapado del bullicio, se plantó frente a ella. Sus ojos brillaban con la curiosidad, tal como las estrellas brillaban en el cielo. -Señora, ¿por qué está tan triste si esta es una noche especial?-, preguntó con una voz dulce.
Kafka se sorprendió por la simplicidad de la pregunta. -No estoy triste, (Pom-Pom.) Solo... reflexiono-, respondió con amabilidad, aunque en su interior una tormenta de emociones la asaltaba.
El conejo sonrió, ajeno al peso que cargaba. -Las estrellas siempre brillan, incluso en la oscuridad. A veces hay que mirar más allá de lo que vemos-, dijo, antes de correr a reunirse con los tripulantes.
Sus palabras resonaron en Kafka. Quizás tenía razón. Tal vez el futuro no estaba escrito y cada amanecer traía consigo la posibilidad de comenzar de nuevo. La soledad que tanto anhelaba podría transformarse en un espacio fértil para crecer.(??).
Ella miraba a través de la gran ventana del tren, su reflejo danzando con las estrellas que se asomaban en la vasta oscuridad. La copa de vino tinto en sus manos, una mezcla de rubíes líquidos y sueños desvanecidos, emitía un leve tintineo cada vez que jugueteaba con ella. Su mirada perdida recorría el firmamento, atrapada entre la añoranza y la nostalgia. ¿Qué era lo que realmente deseaba en aquella noche? La respuesta parecía esquiva.
-Y después... ¿qué pasará?-, musitó, su voz casi ahogada por el murmullo festivo que provenía de la otra parte del vagón. Una risita sin entusiasmo escapó de sus labios mientras sacudía la cabeza, como si se negase a dejarse arrastrar por la corriente de optimismo que brotaba a su alrededor. -No... no lo hay, todo show debe de acabar-, se repetía, convencida de que los sueños eran simplemente aquellos destellos fugaces que se perdían en el aire frío de una noche estrellada.
Mientras la noche avanzaba, Kafka se dejó llevar, entregándose a sus pensamientos. Recordó momentos pasados, risas compartidas y espacios vacíos que habían dejado huellas profundas en su corazón. En cada estrella que brillaba, veía fragmentos de su vida, deseos que nunca se habían concretado, caminos que nunca se habían tomado. Era como si las constelaciones le contaran historias de otros, historias de éxito y de amor, mientras que la suya permanecía encerrada en la penumbra.
-Quizás debería haber tomado decisiones diferentes-, se dijo, tomando un sorbo de su copa, sintiendo el líquido cálido abrazar su ser. Se acomodó en su asiento, recordando la fragilidad de las promesas hechas y las oportunidades perdidas.
Fue en ese instante, cuando un súbito movimiento hizo que su corazón latiera con fuerza. Un pequeño conejo (Pom- Pom), que había escapado del bullicio, se plantó frente a ella. Sus ojos brillaban con la curiosidad, tal como las estrellas brillaban en el cielo. -Señora, ¿por qué está tan triste si esta es una noche especial?-, preguntó con una voz dulce.
Kafka se sorprendió por la simplicidad de la pregunta. -No estoy triste, (Pom-Pom.) Solo... reflexiono-, respondió con amabilidad, aunque en su interior una tormenta de emociones la asaltaba.
El conejo sonrió, ajeno al peso que cargaba. -Las estrellas siempre brillan, incluso en la oscuridad. A veces hay que mirar más allá de lo que vemos-, dijo, antes de correr a reunirse con los tripulantes.
Sus palabras resonaron en Kafka. Quizás tenía razón. Tal vez el futuro no estaba escrito y cada amanecer traía consigo la posibilidad de comenzar de nuevo. La soledad que tanto anhelaba podría transformarse en un espacio fértil para crecer.(??).
-El fin de año había llegado, y el elegante tren nocturno se deslizaba suavemente por el paisaje oscurecido, como un susurro que anhelaba las promesas del futuro. En el vagón principal, los tripulantes celebraban entre risas, brindis y melodías que resonaban en el aire, marcando el paso de un ciclo que pronto se cerraría. Sin embargo, entre la vorágine de alegría, Kafka se mantenía al margen, inmersa en un mundo que pocos podían comprender.
Ella miraba a través de la gran ventana del tren, su reflejo danzando con las estrellas que se asomaban en la vasta oscuridad. La copa de vino tinto en sus manos, una mezcla de rubíes líquidos y sueños desvanecidos, emitía un leve tintineo cada vez que jugueteaba con ella. Su mirada perdida recorría el firmamento, atrapada entre la añoranza y la nostalgia. ¿Qué era lo que realmente deseaba en aquella noche? La respuesta parecía esquiva.
-Y después... ¿qué pasará?-, musitó, su voz casi ahogada por el murmullo festivo que provenía de la otra parte del vagón. Una risita sin entusiasmo escapó de sus labios mientras sacudía la cabeza, como si se negase a dejarse arrastrar por la corriente de optimismo que brotaba a su alrededor. -No... no lo hay, todo show debe de acabar-, se repetía, convencida de que los sueños eran simplemente aquellos destellos fugaces que se perdían en el aire frío de una noche estrellada.
Mientras la noche avanzaba, Kafka se dejó llevar, entregándose a sus pensamientos. Recordó momentos pasados, risas compartidas y espacios vacíos que habían dejado huellas profundas en su corazón. En cada estrella que brillaba, veía fragmentos de su vida, deseos que nunca se habían concretado, caminos que nunca se habían tomado. Era como si las constelaciones le contaran historias de otros, historias de éxito y de amor, mientras que la suya permanecía encerrada en la penumbra.
-Quizás debería haber tomado decisiones diferentes-, se dijo, tomando un sorbo de su copa, sintiendo el líquido cálido abrazar su ser. Se acomodó en su asiento, recordando la fragilidad de las promesas hechas y las oportunidades perdidas.
Fue en ese instante, cuando un súbito movimiento hizo que su corazón latiera con fuerza. Un pequeño conejo (Pom- Pom), que había escapado del bullicio, se plantó frente a ella. Sus ojos brillaban con la curiosidad, tal como las estrellas brillaban en el cielo. -Señora, ¿por qué está tan triste si esta es una noche especial?-, preguntó con una voz dulce.
Kafka se sorprendió por la simplicidad de la pregunta. -No estoy triste, (Pom-Pom.) Solo... reflexiono-, respondió con amabilidad, aunque en su interior una tormenta de emociones la asaltaba.
El conejo sonrió, ajeno al peso que cargaba. -Las estrellas siempre brillan, incluso en la oscuridad. A veces hay que mirar más allá de lo que vemos-, dijo, antes de correr a reunirse con los tripulantes.
Sus palabras resonaron en Kafka. Quizás tenía razón. Tal vez el futuro no estaba escrito y cada amanecer traía consigo la posibilidad de comenzar de nuevo. La soledad que tanto anhelaba podría transformarse en un espacio fértil para crecer.(??).