STARTER PARA
Norman Osborn
Parque Midtown. 16:41 h.
El cielo tenía un color gris, casi violeta que anunciaba una tarde indecisa. El viento, moviendo las copas de los árboles.
Angelique caminaba con las manos hundidas en los bolsillos de su sudadera, el cabello oscuro cayendo en mechones rebeldes que le rozaban las mejillas cada vez que inclinaba la cabeza.
Harry caminaba a su lado, medio metro por detrás, como siempre. Él hablaba; ella escuchaba sin que lo pareciera.
—…y entonces Peter me dice que no entiende cómo funciona el nuevo microprocesador del club, ¡cuando yo llevo semanas diciéndole que si no estudia los fundamentos no hay nada que hacer! —Harry rió, un poco demasiado fuerte para el silencio del parque—. En serio, a veces creo que le falta un algo.
Angelique levantó apenas la mirada, observándolo desde un ángulo casi imperceptible.
—¿Solo un algo? —respondió, seca, aunque sus labios se levantaron apenas, sonriendo.
Harry pareció reconfortarse con aquello. Con ella siempre se conformaba con poco.
Caminaron unos metros más. Había niños jugando en un columpio, ancianos, un perro que olfateaba desesperadamente un arbusto. Todo extremadamente normal. Demasiado normal para el nudo que empezaba a formarse en el estómago de Angelique.
Harry se aclaró la garganta.
Ese sonido, esa forma de tensarse, ella ya la conocía.
—Oye, An…
Silencio.
Angelique siguió caminando, sin prisa, como si no le hubiera escuchado.
—An —repitió él, más bajo.
Ella giró ligeramente la cabeza.
—¿Qué pasa?
Harry metió las manos en los bolsillos, nervioso, pero también entusiasmado. Había algo de niño pequeño a punto de revelar un secreto que lleva guardado demasiado tiempo.
—Mi padre quiere conocerte.
Angelique se detuvo.
Harry la adelantó un paso, sorprendido por su reacción, y luego retrocedió para colocarse frente a ella.
—¿En serio? —preguntó ella con voz suave, casi confusa.
—Sí. Le... le hablé de ti. Y ya que insististe pues... Bueno, le has llamado la atención al Sr. Trabajo. Así que... bueno... —Se frotó la nuca—. Sé que soy muy pesado hablándote de él y entiendo que quieras conocer al Mandamás. Así que, considérate una privilegiada.
Angelique arqueó una ceja.
—¿Privilegiada?
—Ya sabes cómo es él —mintió Harry. Porque Angelique no sabía cómo era él, no realmente—. Le gusta saber quién forma parte de mi vida. Dice que rodearse de mentes brillantes es crucial para crecer.
Angelique bajó la mirada. “Mentes brillantes.”
Ella no se consideraba una.
Pero Norman Osborn…
—La semana que viene.
—¿La semana que viene?
—Vamos... ¡No me digas que ahora te echas para atrás!
Ella no contestó. Caminaron unos pasos más hasta un banco vacío. Angelique se dejó caer en un extremo, cruzando una pierna sobre la otra, ajustándose la manga.
Harry se sentó a su lado, inclinándose hacia adelante con los codos sobre las rodillas.
—Puedes decir que no —murmuró.
Angelique lo miró.
—Voy a ir —dijo.
—Vas a encantarle.
Angelique apartó la mirada hacia el camino del parque.
⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻
Residencia Osborn. 18:59 h.
El vestíbulo era amplio, impecable, envuelto en el perfume tenue de madera tratada. Todo brillaba. Todo estaba ordenado.
Angelique se quedó de pie, con la mochila colgando suavemente de un hombro, mientras Harry se alejaba escaleras arriba para avisar a su padre.
Su reflejo apareció fugazmente en una superficie de mármol pulido: negra de pies a cabeza, una sombra entre los tonos beige y dorados del hogar Osborn. El vestido negro caía hasta cubrirle los muslos; sus piernas desnudas, los zapatos a conjunto.
Y entonces lo oyó: pasos. Sus pasos.
Angelique levantó lentamente la cabeza hacia el pasillo de la derecha. Y Norman Osborn apareció.
Traje oscuro perfectamente ceñido, camisa impoluta, la mirada más penetrante que ella había visto en su vida.
No era simplemente un hombre imponente. Era un hombre acostumbrado a que la gente dejara de hablar al verlo. Un depredador elegante. Una mente que medía antes de actuar.
Sus ojos tardaron exactamente un segundo en posarse sobre ella.
Se detuvo a unos pasos de distancia, examinándola sin disimularlo.
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Parque Midtown. 16:41 h.
El cielo tenía un color gris, casi violeta que anunciaba una tarde indecisa. El viento, moviendo las copas de los árboles.
Angelique caminaba con las manos hundidas en los bolsillos de su sudadera, el cabello oscuro cayendo en mechones rebeldes que le rozaban las mejillas cada vez que inclinaba la cabeza.
Harry caminaba a su lado, medio metro por detrás, como siempre. Él hablaba; ella escuchaba sin que lo pareciera.
—…y entonces Peter me dice que no entiende cómo funciona el nuevo microprocesador del club, ¡cuando yo llevo semanas diciéndole que si no estudia los fundamentos no hay nada que hacer! —Harry rió, un poco demasiado fuerte para el silencio del parque—. En serio, a veces creo que le falta un algo.
Angelique levantó apenas la mirada, observándolo desde un ángulo casi imperceptible.
—¿Solo un algo? —respondió, seca, aunque sus labios se levantaron apenas, sonriendo.
Harry pareció reconfortarse con aquello. Con ella siempre se conformaba con poco.
Caminaron unos metros más. Había niños jugando en un columpio, ancianos, un perro que olfateaba desesperadamente un arbusto. Todo extremadamente normal. Demasiado normal para el nudo que empezaba a formarse en el estómago de Angelique.
Harry se aclaró la garganta.
Ese sonido, esa forma de tensarse, ella ya la conocía.
—Oye, An…
Silencio.
Angelique siguió caminando, sin prisa, como si no le hubiera escuchado.
—An —repitió él, más bajo.
Ella giró ligeramente la cabeza.
—¿Qué pasa?
Harry metió las manos en los bolsillos, nervioso, pero también entusiasmado. Había algo de niño pequeño a punto de revelar un secreto que lleva guardado demasiado tiempo.
—Mi padre quiere conocerte.
Angelique se detuvo.
Harry la adelantó un paso, sorprendido por su reacción, y luego retrocedió para colocarse frente a ella.
—¿En serio? —preguntó ella con voz suave, casi confusa.
—Sí. Le... le hablé de ti. Y ya que insististe pues... Bueno, le has llamado la atención al Sr. Trabajo. Así que... bueno... —Se frotó la nuca—. Sé que soy muy pesado hablándote de él y entiendo que quieras conocer al Mandamás. Así que, considérate una privilegiada.
Angelique arqueó una ceja.
—¿Privilegiada?
—Ya sabes cómo es él —mintió Harry. Porque Angelique no sabía cómo era él, no realmente—. Le gusta saber quién forma parte de mi vida. Dice que rodearse de mentes brillantes es crucial para crecer.
Angelique bajó la mirada. “Mentes brillantes.”
Ella no se consideraba una.
Pero Norman Osborn…
—La semana que viene.
—¿La semana que viene?
—Vamos... ¡No me digas que ahora te echas para atrás!
Ella no contestó. Caminaron unos pasos más hasta un banco vacío. Angelique se dejó caer en un extremo, cruzando una pierna sobre la otra, ajustándose la manga.
Harry se sentó a su lado, inclinándose hacia adelante con los codos sobre las rodillas.
—Puedes decir que no —murmuró.
Angelique lo miró.
—Voy a ir —dijo.
—Vas a encantarle.
Angelique apartó la mirada hacia el camino del parque.
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Residencia Osborn. 18:59 h.
El vestíbulo era amplio, impecable, envuelto en el perfume tenue de madera tratada. Todo brillaba. Todo estaba ordenado.
Angelique se quedó de pie, con la mochila colgando suavemente de un hombro, mientras Harry se alejaba escaleras arriba para avisar a su padre.
Su reflejo apareció fugazmente en una superficie de mármol pulido: negra de pies a cabeza, una sombra entre los tonos beige y dorados del hogar Osborn. El vestido negro caía hasta cubrirle los muslos; sus piernas desnudas, los zapatos a conjunto.
Y entonces lo oyó: pasos. Sus pasos.
Angelique levantó lentamente la cabeza hacia el pasillo de la derecha. Y Norman Osborn apareció.
Traje oscuro perfectamente ceñido, camisa impoluta, la mirada más penetrante que ella había visto en su vida.
No era simplemente un hombre imponente. Era un hombre acostumbrado a que la gente dejara de hablar al verlo. Un depredador elegante. Una mente que medía antes de actuar.
Sus ojos tardaron exactamente un segundo en posarse sobre ella.
Se detuvo a unos pasos de distancia, examinándola sin disimularlo.