• Mi jefa si que sabe lucirse a la hora de comprar los anillos de boda, estoy tan orgullosa de la pareja tan bonita que hacen
    Mi jefa si que sabe lucirse a la hora de comprar los anillos de boda, estoy tan orgullosa de la pareja tan bonita que hacen
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  • ¿ Me gastado casi un millón de euros en los anillos de casados ?

    Si lo he hecho.
    ¿ Me gastado casi un millón de euros en los anillos de casados ? Si lo he hecho.
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  • — Alguna vez dejo de lado todos los disfraces; salgo tal cual soy. Cabello largo, una chaqueta
    de terciopelo, que me recuerda épocas pasadas, y un par de anillos de esmeraldas en la mano
    derecha. Y echo a andar con paso decidido por entre la multitud del centro de la ciudad, de
    esta encantadora y corrupta ciudad sureña; o deambulo lentamente por las playas de arenas
    blancas como la luna, respirando la cálida brisa.
    Nadie se queda mirándome más de un segundo. Hay demasiadas cosas inexplicables a
    nuestro alrededor: horrores, amenazas, misterios que atraen, y que luego inevitablemente
    desencantan. Y se regresa a lo previsible y a lo rutinario. El príncipe nunca va a llegar, todo el
    mundo lo sabe, y, además, quizá la Bella Durmiente esté muerta. ~
    — Alguna vez dejo de lado todos los disfraces; salgo tal cual soy. Cabello largo, una chaqueta de terciopelo, que me recuerda épocas pasadas, y un par de anillos de esmeraldas en la mano derecha. Y echo a andar con paso decidido por entre la multitud del centro de la ciudad, de esta encantadora y corrupta ciudad sureña; o deambulo lentamente por las playas de arenas blancas como la luna, respirando la cálida brisa. Nadie se queda mirándome más de un segundo. Hay demasiadas cosas inexplicables a nuestro alrededor: horrores, amenazas, misterios que atraen, y que luego inevitablemente desencantan. Y se regresa a lo previsible y a lo rutinario. El príncipe nunca va a llegar, todo el mundo lo sabe, y, además, quizá la Bella Durmiente esté muerta. ~
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  • La Cena Silenciosa

    La mesa era enorme, de mármol blanco pulido, rodeada de sillas tapizadas en terciopelo gris. Un candelabro de cristal colgaba sobre ellos, iluminando la sala con una luz cálida pero distante, como si quisiera ofrecer consuelo sin lograrlo. La casa era, sin duda, un reflejo del éxito de su padre: todo impecable, todo caro, todo intocable. Pero para Cho, no era más que un escenario vacío.

    Sentada en una de las esquinas de la mesa, Cho observaba en silencio mientras su padre, su esposa y su hermanastro interactuaban como si ella no estuviera ahí. Su padre llevaba una camisa perfectamente planchada y hablaba animadamente con su esposa, una mujer que parecía diseñada para encajar en esa vida de lujo: cabello impecable, uñas perfectamente pintadas, y una sonrisa ensayada que solo usaba para quienes le importaban. Su hermanastro, un niño de seis años con energía desbordante, interrumpía constantemente, pidiendo más jugo o mostrando sus garabatos escolares.

    "Papá, mira esto, lo hice hoy en la escuela", dijo el niño, agitando un papel lleno de líneas torcidas y colores saturados.

    "¡Es increíble, campeón!", respondió su padre con una sonrisa amplia y genuina.

    Cho, por otro lado, se limitaba a picar la comida en su plato, sin probar bocado. Nadie le preguntó cómo había estado su día. Nadie notó que había llegado tarde porque había perdido el primer autobús. Nadie se percató de que no había dicho una sola palabra desde que se sentó.

    De vez en cuando, su padre la miraba de reojo, pero no decía nada. Tal vez no sabía qué decirle. Tal vez no le importaba. Cho ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que tuvieron una conversación que fuera más allá de lo básico.

    "¿Te gusta el salmón, Cho?" preguntó la esposa de su padre de repente, rompiendo el silencio.

    Cho levantó la mirada y asintió ligeramente. — Sí, está bien —, murmuró, aunque no había probado un solo bocado.

    La mujer simplemente asintió y volvió a concentrarse en su marido, como si la respuesta de Cho no hubiera tenido relevancia alguna.

    Mientras los demás reían y compartían anécdotas, Cho se sentía cada vez más pequeña, más ajena. Esta no era su familia. No importaba cuántas cenas compartieran o cuántas veces su padre intentara incluirla en su vida perfecta, siempre sería la hija del matrimonio anterior, la pieza que nunca encajaba.

    Terminó la cena sin decir nada más. Se levantó para llevar su plato a la cocina, pero nadie lo notó. Luego subió las escaleras hacia su habitación, su único refugio en esa casa.

    Al abrir la puerta, la familiaridad de su espacio la tranquilizó un poco. La habitación era grande, con muebles de madera tallada a mano y sábanas de las mejores telas, todo elegido con el dinero de su padre, quizá como una forma de limpiar su conciencia. Pero Cho se había asegurado de que el lugar tuviera su propio toque. Las paredes estaban cubiertas de pósters de sus bandas favoritas, un contraste extraño pero reconfortante con los acabados lujosos. Había estanterías repletas de libros de magia, cristales y objetos esotéricos, y veladoras que llenaban el aire con un tenue aroma a lavanda y sándalo. Sobre el escritorio, varios collares, anillos y pequeños amuletos se esparcían desordenadamente, junto con un diario abierto, donde a veces volcaba pensamientos que no podía decir en voz alta.

    Se dejó caer sobre la cama, mirando el techo alto decorado con molduras intrincadas. Aunque había llenado la habitación con cosas que la representaban, el espacio seguía pareciendo ajeno. Todo en esa casa le recordaba que no pertenecía ahí, ni a esa vida, ni a esa familia.

    Tomó una de las veladoras de su mesita y la encendió, observando la llama parpadear en el aire quieto. Quizá, pensó, el dinero podía comprar muebles lujosos y un techo perfecto, pero no podía comprar amor, ni cercanía, ni ese hogar que había perdido hacía mucho tiempo.
    La Cena Silenciosa La mesa era enorme, de mármol blanco pulido, rodeada de sillas tapizadas en terciopelo gris. Un candelabro de cristal colgaba sobre ellos, iluminando la sala con una luz cálida pero distante, como si quisiera ofrecer consuelo sin lograrlo. La casa era, sin duda, un reflejo del éxito de su padre: todo impecable, todo caro, todo intocable. Pero para Cho, no era más que un escenario vacío. Sentada en una de las esquinas de la mesa, Cho observaba en silencio mientras su padre, su esposa y su hermanastro interactuaban como si ella no estuviera ahí. Su padre llevaba una camisa perfectamente planchada y hablaba animadamente con su esposa, una mujer que parecía diseñada para encajar en esa vida de lujo: cabello impecable, uñas perfectamente pintadas, y una sonrisa ensayada que solo usaba para quienes le importaban. Su hermanastro, un niño de seis años con energía desbordante, interrumpía constantemente, pidiendo más jugo o mostrando sus garabatos escolares. "Papá, mira esto, lo hice hoy en la escuela", dijo el niño, agitando un papel lleno de líneas torcidas y colores saturados. "¡Es increíble, campeón!", respondió su padre con una sonrisa amplia y genuina. Cho, por otro lado, se limitaba a picar la comida en su plato, sin probar bocado. Nadie le preguntó cómo había estado su día. Nadie notó que había llegado tarde porque había perdido el primer autobús. Nadie se percató de que no había dicho una sola palabra desde que se sentó. De vez en cuando, su padre la miraba de reojo, pero no decía nada. Tal vez no sabía qué decirle. Tal vez no le importaba. Cho ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que tuvieron una conversación que fuera más allá de lo básico. "¿Te gusta el salmón, Cho?" preguntó la esposa de su padre de repente, rompiendo el silencio. Cho levantó la mirada y asintió ligeramente. — Sí, está bien —, murmuró, aunque no había probado un solo bocado. La mujer simplemente asintió y volvió a concentrarse en su marido, como si la respuesta de Cho no hubiera tenido relevancia alguna. Mientras los demás reían y compartían anécdotas, Cho se sentía cada vez más pequeña, más ajena. Esta no era su familia. No importaba cuántas cenas compartieran o cuántas veces su padre intentara incluirla en su vida perfecta, siempre sería la hija del matrimonio anterior, la pieza que nunca encajaba. Terminó la cena sin decir nada más. Se levantó para llevar su plato a la cocina, pero nadie lo notó. Luego subió las escaleras hacia su habitación, su único refugio en esa casa. Al abrir la puerta, la familiaridad de su espacio la tranquilizó un poco. La habitación era grande, con muebles de madera tallada a mano y sábanas de las mejores telas, todo elegido con el dinero de su padre, quizá como una forma de limpiar su conciencia. Pero Cho se había asegurado de que el lugar tuviera su propio toque. Las paredes estaban cubiertas de pósters de sus bandas favoritas, un contraste extraño pero reconfortante con los acabados lujosos. Había estanterías repletas de libros de magia, cristales y objetos esotéricos, y veladoras que llenaban el aire con un tenue aroma a lavanda y sándalo. Sobre el escritorio, varios collares, anillos y pequeños amuletos se esparcían desordenadamente, junto con un diario abierto, donde a veces volcaba pensamientos que no podía decir en voz alta. Se dejó caer sobre la cama, mirando el techo alto decorado con molduras intrincadas. Aunque había llenado la habitación con cosas que la representaban, el espacio seguía pareciendo ajeno. Todo en esa casa le recordaba que no pertenecía ahí, ni a esa vida, ni a esa familia. Tomó una de las veladoras de su mesita y la encendió, observando la llama parpadear en el aire quieto. Quizá, pensó, el dinero podía comprar muebles lujosos y un techo perfecto, pero no podía comprar amor, ni cercanía, ni ese hogar que había perdido hacía mucho tiempo.
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  • Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 Bloom Night

    —Despues de estar buscando por todos los anillos del infierno, Slyther había hallado a la niña y resistiéndose a comérsela, ya que estaba muerto de hambre, priorizó la orden de su creador.

    Y deslizándose con la niña sobre él, regresó—

    //que si no me bajan la imagen.
    [LuciHe11] [Bloom_Night] —Despues de estar buscando por todos los anillos del infierno, Slyther había hallado a la niña y resistiéndose a comérsela, ya que estaba muerto de hambre, priorizó la orden de su creador. Y deslizándose con la niña sobre él, regresó— //que si no me bajan la imagen.
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  • —No, no puede...

    Le llegó un golpe de realidad que terminó desmoronando demasiadas cosas, como una ola que de repente destruye un castillo en la arena, sintiéndose impotente por no poder hacer más.

    Miraba aquel par de anillos, consciente de que, por más que lo prometiera y quisiera, seguía siendo incapaz de cumplir esa promesa.

    —Maldita sea... ¡Mierda!

    Terminó destruyendo el escritorio con sólo un golpe, frustrado por completo, maquilando alguna solución, debía existir, algo debía poder hacer sin llegar a destruir todo por lo que tanto esperó.
    —No, no puede... Le llegó un golpe de realidad que terminó desmoronando demasiadas cosas, como una ola que de repente destruye un castillo en la arena, sintiéndose impotente por no poder hacer más. Miraba aquel par de anillos, consciente de que, por más que lo prometiera y quisiera, seguía siendo incapaz de cumplir esa promesa. —Maldita sea... ¡Mierda! Terminó destruyendo el escritorio con sólo un golpe, frustrado por completo, maquilando alguna solución, debía existir, algo debía poder hacer sin llegar a destruir todo por lo que tanto esperó.
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  • #BitchLife

    Viernes por la noche en el Black Butterfly. Nathan recién comienza su turno. Luce impecable. Su cabello ondulado cae libremente sobre sus hombros, perfectamente peinado para darle un aire despreocupado, mientras un toque de iluminador resalta sus pómulos. Lleva los ojos delineados en negro, realzando el verde de su mirada con un toque ahumado que le da una expresión entre seductora y desafiante.

    La camisa de seda, de un color profundo, casi negro, suelta destellos juguetones bajo las luces del club y se ajusta a su figura, insinuando tanto como revela. Sus pantalones de cuero, ceñidos a las caderas, realzan su silueta esbelta, y un par de botines de tacón bajo completan el conjunto, dándole unos centímetros de altura y un andar seguro. En una de sus manos, luce varios anillos de plata, que tintinean levemente mientras mezcla y sirve los tragos, y sus labios están pintados de un tono sutilmente brillante, invitando a mirarlo con atención.

    Desde detrás de la barra, observa a los clientes con una sonrisa traviesa mientras prepara un par de tragos. Al entregarlos, guiña un ojo con coquetería.

    --- Aquí tienes. Dulce y fuerte... casi tanto como yo~
    #BitchLife Viernes por la noche en el Black Butterfly. Nathan recién comienza su turno. Luce impecable. Su cabello ondulado cae libremente sobre sus hombros, perfectamente peinado para darle un aire despreocupado, mientras un toque de iluminador resalta sus pómulos. Lleva los ojos delineados en negro, realzando el verde de su mirada con un toque ahumado que le da una expresión entre seductora y desafiante. La camisa de seda, de un color profundo, casi negro, suelta destellos juguetones bajo las luces del club y se ajusta a su figura, insinuando tanto como revela. Sus pantalones de cuero, ceñidos a las caderas, realzan su silueta esbelta, y un par de botines de tacón bajo completan el conjunto, dándole unos centímetros de altura y un andar seguro. En una de sus manos, luce varios anillos de plata, que tintinean levemente mientras mezcla y sirve los tragos, y sus labios están pintados de un tono sutilmente brillante, invitando a mirarlo con atención. Desde detrás de la barra, observa a los clientes con una sonrisa traviesa mientras prepara un par de tragos. Al entregarlos, guiña un ojo con coquetería. --- Aquí tienes. Dulce y fuerte... casi tanto como yo~
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  • Puede que se estuviera extralimitando. Pero quería que Hati Fenrirdottir fuera a la fiesta de Walpurgis y no sabia si le había dado tiempo a buscar un look, así que se cuela en su cuarto y deja dos maniquís, con sendos vestidos, elegidos exclusivamente para ella, cada uno con todo lo necesario, zapatos, anillos, pendientes, pulseras, collares...

    Un look al completo.

    Encima de la cama deja un simple nota.

    "Hat, preciosa, no se si tienes un look pensado para la gran fiesta de mañana, pero que sepas que si quieres, puedes elegir cualquiera de estos. Te veo en el super evento. Te quiero, hermanita."
    Puede que se estuviera extralimitando. Pero quería que [moonwolf] fuera a la fiesta de Walpurgis y no sabia si le había dado tiempo a buscar un look, así que se cuela en su cuarto y deja dos maniquís, con sendos vestidos, elegidos exclusivamente para ella, cada uno con todo lo necesario, zapatos, anillos, pendientes, pulseras, collares... Un look al completo. Encima de la cama deja un simple nota. "Hat, preciosa, no se si tienes un look pensado para la gran fiesta de mañana, pero que sepas que si quieres, puedes elegir cualquiera de estos. Te veo en el super evento. Te quiero, hermanita."
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  • 𝕮𝖆𝖘𝖆𝖙𝖊 𝖈𝖔𝖓𝖒𝖎𝖌𝖔

    No hubo anillos, ni un cortejo tradicional en el que él llevara regalos a ella y su familia. No pidió la bendición de nadie, ni siquiera lo planeó con antelación. No hubo una cena en un lugar exclusivo y elegante.

    Simplemente, allí estaban, en el mismo sitio donde cruzaron miradas por primera vez, dos años atrás. Sobre un espeso manto dorado de espigas otoñales, bañados por el sol de la mañana. Lejos de las miradas indiscretas, en ese lugar que ambos ya consideraban suyo, el zorro lanzó su petición:

    —Cásate conmigo.

    —¡Sí! ¡Mil veces sí! En esta vida y en todas las vidas.

    La respuesta de 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 fue tan firme como la propuesta de él. Lo terrenal y lo espiritual se unieron en un amor y devoción genuinos.

    Aquel compromiso no era más que el desenlace de un pacto mayor, una imposición divina. El zorro había decidido que si ella sucumbía al tiempo, él sucumbiría con ella. Ahora ambos tenían un objetivo: encontrar la manera de pasar una eternidad juntos o, de lo contrario, dejarse consumir por el tiempo, rogando a los dioses que les concedieran la oportunidad de reencontrarse en otra vida.

    -----
    //Ver toda la pedida de mano aquí

    https://ficrol.com/posts/200574
    𝕮𝖆𝖘𝖆𝖙𝖊 𝖈𝖔𝖓𝖒𝖎𝖌𝖔 No hubo anillos, ni un cortejo tradicional en el que él llevara regalos a ella y su familia. No pidió la bendición de nadie, ni siquiera lo planeó con antelación. No hubo una cena en un lugar exclusivo y elegante. Simplemente, allí estaban, en el mismo sitio donde cruzaron miradas por primera vez, dos años atrás. Sobre un espeso manto dorado de espigas otoñales, bañados por el sol de la mañana. Lejos de las miradas indiscretas, en ese lugar que ambos ya consideraban suyo, el zorro lanzó su petición: 💠—Cásate conmigo. 🌹—¡Sí! ¡Mil veces sí! En esta vida y en todas las vidas. La respuesta de [Liz_bloodFlame] fue tan firme como la propuesta de él. Lo terrenal y lo espiritual se unieron en un amor y devoción genuinos. Aquel compromiso no era más que el desenlace de un pacto mayor, una imposición divina. El zorro había decidido que si ella sucumbía al tiempo, él sucumbiría con ella. Ahora ambos tenían un objetivo: encontrar la manera de pasar una eternidad juntos o, de lo contrario, dejarse consumir por el tiempo, rogando a los dioses que les concedieran la oportunidad de reencontrarse en otra vida. ----- //Ver toda la pedida de mano aquí 👇👇👇 https://ficrol.com/posts/200574
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  • Olfato de beso en estas clamorosas cenizas, pureza en tu memoria, risa de tu cruda arena; revélame el juicio ahora tus lecturas de tarot de huesos; tu Aeridyz.

    Ya presenta mis pisadas ante el calor de tus cuernos, ya untados con esta música de vara, de carne, de odio; tu inocencia medida en resumidas paredes de anillos de luz. Sé él, ella, ustedes, nosotros, vuestro regalo. Ese ejemplo de grandeza dormida, de arraigo en el paraíso que presentas.

    Ah, delirio. Oh, Amor. Me transformo en mariposas, esqueléticos mausoleos mesurados que vislumbran en mí la prudencia del renacer. Acompaño a tus donceles de piedra caliza. Acompaño al recuerdo de tu locura.

    ¿Quién eres en este bosque de tardío sollozo? Silbo para amarte, silbo para recordarte la presencia del equilibrio. Silbo en tu tumba, de cristales y conchas marinas.

    Obra, obra, obra del Padre de la Tierna Noche, nuestra Madre, nuestro Hijo, Rey, Reina, sollozo mortal e inmortal de perdón, ese que descubro en tus abiertas pupilas.

    ¿Mi traición te es amada? ¿Tengo el perdón de tu corazón negro como la brea? Serpiente de escamas, de pagos apagados; corazón de carmesí cuna. Pura, pureza. Ruina de mis hijos, en lugares vacíos, plantas de podridas moscas. Cólmame de tus besos y riégame con la verdad de tu rocío.
    Olfato de beso en estas clamorosas cenizas, pureza en tu memoria, risa de tu cruda arena; revélame el juicio ahora tus lecturas de tarot de huesos; tu Aeridyz. Ya presenta mis pisadas ante el calor de tus cuernos, ya untados con esta música de vara, de carne, de odio; tu inocencia medida en resumidas paredes de anillos de luz. Sé él, ella, ustedes, nosotros, vuestro regalo. Ese ejemplo de grandeza dormida, de arraigo en el paraíso que presentas. Ah, delirio. Oh, Amor. Me transformo en mariposas, esqueléticos mausoleos mesurados que vislumbran en mí la prudencia del renacer. Acompaño a tus donceles de piedra caliza. Acompaño al recuerdo de tu locura. ¿Quién eres en este bosque de tardío sollozo? Silbo para amarte, silbo para recordarte la presencia del equilibrio. Silbo en tu tumba, de cristales y conchas marinas. Obra, obra, obra del Padre de la Tierna Noche, nuestra Madre, nuestro Hijo, Rey, Reina, sollozo mortal e inmortal de perdón, ese que descubro en tus abiertas pupilas. ¿Mi traición te es amada? ¿Tengo el perdón de tu corazón negro como la brea? Serpiente de escamas, de pagos apagados; corazón de carmesí cuna. Pura, pureza. Ruina de mis hijos, en lugares vacíos, plantas de podridas moscas. Cólmame de tus besos y riégame con la verdad de tu rocío.
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