El tiempo es ciclíco. Los años no existen. La naturaleza siempre está en movimiento sin un principio ni un fin. El año no comienza en enero ni en primavera. Los días no empiezan al amanecer ni acaban al anochecer. Tal es la filosofía del Brujo Cojo.

Pero la sociedad humana actual se maneja con otros tiempos. Sus años finalizan e inician un primero de enero, sus días a las cero horas, sus edades cada cumpleaños, sus jornadas a las ocho de la mañana y a las nueve de la noche (más o menos).

El brujo ha tenido que adaptarse viviendo con un pie en cada uno de tales mundos. Incluso se ha visto festejando celebraciones que ni le corresponden y aplazando las propias en tales circunstancias. Esta mañana, sin ir más lejos, el brujo se encuentra haciendo algo que no hacía desde aquella fatídica madrugada tras ser quemado vivo: está evaluando el paso del tiempo y poniendo en perspectivas los sucesos del año recién pasado.

[Thomas]. Su reencuentro con el dragón fue el suceso más importante de todos, marcó un antes y un después en su vida al ponerle fin a alrededor de veinte años de huidas para enfrentarle a una realidad que de real no tenía nada. Donde creyó que hallaría una muerte segura sólo encontró protección y consuelo por parte del que una vez le asesinó. Donde creyó encontrar a su mayor odiador descubrió a un muchacho atribulado por las emociones y las consecuencias de poseer demasiado poder, pero un limitado autocontrol. Se descubrió a sí mismo siendo el resultado de un daño colateral que debió haber acabado con su vida, pero siempre tuvo dificultades para morir y aquella vez tampoco fue la excepción. Se descubrió a sí mismo como títere de una criatura tremendamente más poderosa que él, más aún que su terco temperamento incluso, y aunque pudo hacer con él lo que le viniera en gana tal como cuando le quemó, muy por el contrario de entonces, Thomas sólo le ha demostrado que todo lo que tiene de corazón y poder es por y para su bienestar.

[Adda]. Ha tenido la extraordinaria oportunidad de conocer nada menos que a la encarnación del Caos, otra vez. La primera vez no fue consciente de ello, pero la sincronía entre ambos fue innegable. La segunda vez, por otro lado, resultó ser una ardua tarea la de sentirse cómodos el uno junto al otro. Algo había cambiado, alguien. El brujo se hizo adulto y vivió lo suficiente como para madurar, mientras Adda seguía siendo la entidad prácticamente intocable que es. O era, pues ha quedado claro que hoy, a diferencia de ayer, el Caos también sufre con las consecuencias de sus actos caóticos. El brujo, por su parte, ha aprendido que perder buena parte de su perspectiva puede ser tanto una ventaja como una vulnerabilidad.

🔥 Khan 🔥. Pocos muros ofrecieron una auténtica resistencia al Brujo Cojo, ninguno quedó en pie. El Balrog fue su primer muro intacto, esa fuerza inamovible capaz de detener su impulso irrefrenable. A día de hoy suelen seguir pujando por ganar más territorio de uno o del otro, pero han aprendido que más vale resolver los conflictos de forma diplomatica en una cama. ¿Es así como demuestra ceder? Quizás. Pero no le importa. Khan le demuestra un cariño innegable cada vez que se enredan con las sábanas, uno que el brujo nota también al recibir los bollos que le prepara, al oír las preguntas que le hace, al aceptar las soluciones que le propone, al tener la calidez de su compañía o sólo escuchar el timbre de su voz. Le hace sentir seguro, algo que el brujo valora por encima de todas las cosas.

Estas personas son su familia, una que le fue negada por el destino desde que apenas aprendió a caminar.

Nada de lo que tiene el día de hoy se lo han regalado, al contrario, ha tenido que luchar por todas y cada una de estas tres personas tan importantes en su vida. Y lo haría una vez más si tuviera que hacerlo. Defendería, comprendería y apoyaría a Thomas tal y como lo hizo en un comienzo, cuando nadie daba un céntimo por el lento dragón. Lucharía una y mil veces contra lo que fuera que quisiera atentar contra la vida del último Balrog, aun si así fuera contra él mismo. Confiaría en el Caos, pese a todo, y apostaría por ella sin miedo a la inminente derrota, una y otra vez.

Y haría de ellos su refugio durante esos días en que pareciera que el destino se ensaña con él, pues, además de todo, ha aprendido no sólo que él se equivoca, también que es mortal, que parte de sí no le pertenece sino a los suyos y es así, precisamente, como se construye las amistades: con ladrillos propios y ladrillos ajenos.
El tiempo es ciclíco. Los años no existen. La naturaleza siempre está en movimiento sin un principio ni un fin. El año no comienza en enero ni en primavera. Los días no empiezan al amanecer ni acaban al anochecer. Tal es la filosofía del Brujo Cojo. Pero la sociedad humana actual se maneja con otros tiempos. Sus años finalizan e inician un primero de enero, sus días a las cero horas, sus edades cada cumpleaños, sus jornadas a las ocho de la mañana y a las nueve de la noche (más o menos). El brujo ha tenido que adaptarse viviendo con un pie en cada uno de tales mundos. Incluso se ha visto festejando celebraciones que ni le corresponden y aplazando las propias en tales circunstancias. Esta mañana, sin ir más lejos, el brujo se encuentra haciendo algo que no hacía desde aquella fatídica madrugada tras ser quemado vivo: está evaluando el paso del tiempo y poniendo en perspectivas los sucesos del año recién pasado. [Thomas]. Su reencuentro con el dragón fue el suceso más importante de todos, marcó un antes y un después en su vida al ponerle fin a alrededor de veinte años de huidas para enfrentarle a una realidad que de real no tenía nada. Donde creyó que hallaría una muerte segura sólo encontró protección y consuelo por parte del que una vez le asesinó. Donde creyó encontrar a su mayor odiador descubrió a un muchacho atribulado por las emociones y las consecuencias de poseer demasiado poder, pero un limitado autocontrol. Se descubrió a sí mismo siendo el resultado de un daño colateral que debió haber acabado con su vida, pero siempre tuvo dificultades para morir y aquella vez tampoco fue la excepción. Se descubrió a sí mismo como títere de una criatura tremendamente más poderosa que él, más aún que su terco temperamento incluso, y aunque pudo hacer con él lo que le viniera en gana tal como cuando le quemó, muy por el contrario de entonces, Thomas sólo le ha demostrado que todo lo que tiene de corazón y poder es por y para su bienestar. [Adda]. Ha tenido la extraordinaria oportunidad de conocer nada menos que a la encarnación del Caos, otra vez. La primera vez no fue consciente de ello, pero la sincronía entre ambos fue innegable. La segunda vez, por otro lado, resultó ser una ardua tarea la de sentirse cómodos el uno junto al otro. Algo había cambiado, alguien. El brujo se hizo adulto y vivió lo suficiente como para madurar, mientras Adda seguía siendo la entidad prácticamente intocable que es. O era, pues ha quedado claro que hoy, a diferencia de ayer, el Caos también sufre con las consecuencias de sus actos caóticos. El brujo, por su parte, ha aprendido que perder buena parte de su perspectiva puede ser tanto una ventaja como una vulnerabilidad. [TheBalrog]. Pocos muros ofrecieron una auténtica resistencia al Brujo Cojo, ninguno quedó en pie. El Balrog fue su primer muro intacto, esa fuerza inamovible capaz de detener su impulso irrefrenable. A día de hoy suelen seguir pujando por ganar más territorio de uno o del otro, pero han aprendido que más vale resolver los conflictos de forma diplomatica en una cama. ¿Es así como demuestra ceder? Quizás. Pero no le importa. Khan le demuestra un cariño innegable cada vez que se enredan con las sábanas, uno que el brujo nota también al recibir los bollos que le prepara, al oír las preguntas que le hace, al aceptar las soluciones que le propone, al tener la calidez de su compañía o sólo escuchar el timbre de su voz. Le hace sentir seguro, algo que el brujo valora por encima de todas las cosas. Estas personas son su familia, una que le fue negada por el destino desde que apenas aprendió a caminar. Nada de lo que tiene el día de hoy se lo han regalado, al contrario, ha tenido que luchar por todas y cada una de estas tres personas tan importantes en su vida. Y lo haría una vez más si tuviera que hacerlo. Defendería, comprendería y apoyaría a Thomas tal y como lo hizo en un comienzo, cuando nadie daba un céntimo por el lento dragón. Lucharía una y mil veces contra lo que fuera que quisiera atentar contra la vida del último Balrog, aun si así fuera contra él mismo. Confiaría en el Caos, pese a todo, y apostaría por ella sin miedo a la inminente derrota, una y otra vez. Y haría de ellos su refugio durante esos días en que pareciera que el destino se ensaña con él, pues, además de todo, ha aprendido no sólo que él se equivoca, también que es mortal, que parte de sí no le pertenece sino a los suyos y es así, precisamente, como se construye las amistades: con ladrillos propios y ladrillos ajenos.
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