El tiempo es relativo, al igual que la distancia.

Desde su regreso, algunas semanas atrás, si bien se han visto todos los días, apenas han hablado, apenas sus manos se han tocado. Le siente distante. Se siente distante y le ha costado acercarse. Le sabe independiente, le sabe autosuficiente. Le sabe tan fuerte como se sabe capaz de destruir cuanto esté a su alcance. No quiere lastimarle otra vez. Quiere acercarse y curar sus heridas, pero le cuesta encontrar la manera sabiendo que, tarde o temprano, volverá a dañarle.

Al caer la noche, la usual tranquilidad de la panadería se ve interrumpida por las alegres voces de los vecinos celebrando algún tipo de reencuentro propiciado por las festividades del año nuevo. Cuando los saludos y risas terminan, música las reemplaza. Es cuando suena una balada de suave compás que Khan deja su cerveza y se le acerca, abordandole por la espalda. Le toma por la cintura con partes iguales de gentileza y firmeza para guiarle, hacerle girar y quedar frente a frente sin llegar nunca a detenerse. Un paso hacia adelante, uno al costado, siguiendo el ritmo de la canción intrusa.

— No sé si pueda hacerlo de nuevo —confiesa mirándole a los ojos con tristeza y nostalgia en los propios, permitiéndose un momento de cruda honestidad, de vulnerabilidad— No sé si puedo formar una familia.
El tiempo es relativo, al igual que la distancia. Desde su regreso, algunas semanas atrás, si bien se han visto todos los días, apenas han hablado, apenas sus manos se han tocado. Le siente distante. Se siente distante y le ha costado acercarse. Le sabe independiente, le sabe autosuficiente. Le sabe tan fuerte como se sabe capaz de destruir cuanto esté a su alcance. No quiere lastimarle otra vez. Quiere acercarse y curar sus heridas, pero le cuesta encontrar la manera sabiendo que, tarde o temprano, volverá a dañarle. Al caer la noche, la usual tranquilidad de la panadería se ve interrumpida por las alegres voces de los vecinos celebrando algún tipo de reencuentro propiciado por las festividades del año nuevo. Cuando los saludos y risas terminan, música las reemplaza. Es cuando suena una balada de suave compás que Khan deja su cerveza y se le acerca, abordandole por la espalda. Le toma por la cintura con partes iguales de gentileza y firmeza para guiarle, hacerle girar y quedar frente a frente sin llegar nunca a detenerse. Un paso hacia adelante, uno al costado, siguiendo el ritmo de la canción intrusa. — No sé si pueda hacerlo de nuevo —confiesa mirándole a los ojos con tristeza y nostalgia en los propios, permitiéndose un momento de cruda honestidad, de vulnerabilidad— No sé si puedo formar una familia.
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