All villains must day...
❝ ...𝘢𝘯𝘥, 𝘢𝘴 𝘴𝘶𝘤𝘩, 𝘐 𝘢𝘮 𝘴𝘰𝘳𝘳𝘺 𝘐 𝘩𝘢𝘥 𝘵𝘰 𝘣𝘦 𝘵𝘩𝘦 𝘷𝘪𝘭𝘭𝘢𝘪𝘯 𝘰𝘧 𝘺𝘰𝘶𝘳 𝘴𝘵𝘰𝘳𝘺 ❞
[SpringWar]
·̇·̣̇̇·̣̣̇·̣̇̇·̇ •๑♡๑•୨୧┈┈┈୨୧•๑♡๑• ·̇·̣̇̇·̣̣̇·̣̇̇·̇
—Últimamente, a la princesa Aidna le resulta difícil conciliar el sueño.
Su mente vaga, perdida, junto con su cuerpo por los pasillos del enorme palacio de Hvit, asustada de su propia magia. Sus sueños están poblados de 𝘬𝘰𝘴𝘩𝘮𝘢𝘳𝘪, demonios de las pesadillas que perturban su alma y su concentración. Aidna ya no sueña con el futuro, quizá porque no hay un futuro claro en su vida.
No importa cuántas veces haya purificado su cuerpo en las fuentes de Selene, ni los ritos, rezos y súplicas que ha realizado a la diosa. Nada funciona ya. En sus sueños, la presencia de Leïlla se ha apoderado de todo, atrapándole y tentándole a rendirse y dejarse llevar.
Sin embargo, tras quedarse dormida en un evento, y sin particular mala intención, la Reina de Hvit ha decidido echar un somnífero en la cena de Aidna, haciendo que se desplome de camino a su cuarto y que los guardias reales tengan que llevarla a sus aposentos.
Con la excusa de mandar a Edain a una misión fuera de Hvit, pensando que la princesa necesitaba simplemente reposo, la reina acaba de condenar a Aidna a una de las peores pesadillas que ha tenido hasta el momento.
Comenzó como un sueño hermoso. Los jardines de La Corte de la primavera eran bellos y Aidna debía reconocer que nunca había visto tantas flores en un mismo sitio. El sol acariciaba su piel blanca, casi nívea, sin quemarle; una fresca brisa movía sus cabellos e impregnaba el aire de un dulce aroma a azahar. En el fondo, Neramar y Nifrid jugaban juntos a perseguirse por los jardines. No había miedo en ellos, solo felicidad, alegría. El corazón de Aidna, debilitado por la falta de reposo, se reblandeció momentáneamente. Se acercó a ellos, queriendo averiguar más de lo que parecía una simple premonición.
Dio un paso al frente, y liberó un grito del sorpresa al sentir que el pie se le hundía en el barro... no, no era barro; se trataba de una sustancia espesa, color carmesí, que dañaba su piel con el simple roce—. No... no, por favor. —Suplicó, retrocediendo lentamente mientras el campo pasaba a componerse de rosas carmesí. No eran naturalmente de ese color, Aidna lo presentía. Sus sospechas se confirmaron cuando el cielo se tiñó de un naranja tóxico y las flores empezaron a rezumar sangre—.
¡Basta! Sea lo que sea que quieres de mí, ¡No te lo daré! —Exclamó, a la presencia burlona que poblaba sus pesadillas. Normalmente tomaba la forma de la reina Leïlla. Hoy, sin embargo, parecía sentirse especialmente cruel, y quien apareció ante ella no fue otro que el mismo Nifrid.
"Eres una tortuosa criatura, pequeña princesa. No sé cómo lo haces, pero tus barreras oníricas siempre acaban salvándote".
Era la voz de Nifrid, pero al mismo tiempo no lo era. Se trataba de algo erróneo, algo que no debía existir en aquel mundo—.
¿Qué quieres de mí?
—Nifrid esbozó una sonrisa, salvo que ya no era Nifrid. Ante ella se presentaba una mujer de aspecto cruel, con la piel corrompida por el paso del tiempo y la falta de vida. Un ser completamente antinatural, que hizo estremecer a Aidna de pies a cabeza. Alrededor de la mujer, todo parecía carente de vida, como si su propia presencia estuviese rodeada por un halo de muerte.
"Tú no lo sabes, pero eres una pieza importante en un juego que comenzó hace mucho tiempo". Pronunció la mujer.
El suelo emanaba un calor asfixiante, y por primera vez en toda su vida, Aidna sintió perlas de sudor poblándole la frente. No. No era sudor. Era su cuerpo, derritiéndose bajo el influjo de aquella criatura.
"Tú plan con Nifrid, alteza, debe ser detenido. El príncipe debe vivir."
Aidna se estremeció, empalideciendo repentinamente. ¿Cómo podía saber aquella mujer cuáles eran sus planes? Solo Rhianwen sabía de ellos, y por muy dura que fuese, no la tomaba como una traidora.
A no ser...
La presencia que había sentido. Claro. Sí había alguien escuchando aquella conversación—.
¿Quién eres?
—"Eso no importa". Pronunció, haciendo un ademán de desprecio. "Pero me temo que no puedo permitir que sigas campando a tus anchas de esa forma, princesa. Por el momento, hasta que sepa qué hacer contigo, permanecerás aquí. No es tan mal sitio una vez te acostumbras".
La mujer volvió a tomar la usual forma de Leïlla. Chasqueó los dedos y, antes de que Aidna pudiese reaccionar, la atrapó entre enredaderas punzantes. Sus muñecas, cintura y cuello quedaron inmobilizados.
"No, pero no es sólo así como te sientes, ¿Verdad, pequeña? Te falta algo más..."
Con un sonoro estruendo, unos pesados barrotes dorados cayeron alrededor de la princesa. El suelo se cubrió por vapor desprendiéndose por el calor, y el sol azotaba con crudeza sobre ella.
Al principio, Aidna gritó.
No podía distinguir el día de la noche, no sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero se sentían días, si no semanas. Y al principio, gritó. Pidió ayuda, auxilio. A Selene, a Edain, a cualquiera que pudiese escucharla.
Nadie vino.
Sus fuerzas fueron mermándose, y sintió más y más ganas de dejarse ir. No veía sentido a la lucha, a aquella guerra que ella no había elegido. Se sentía terriblemente sola y abandonada, encerrada tras aquellos barrotes, condenada a, simplemente, esperar—.
Por favor, por favor, que alguien me ayude... —Sollozó, cerrando los ojos y rindiéndose a los rayos punzantes del sol—.
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—Últimamente, a la princesa Aidna le resulta difícil conciliar el sueño.
Su mente vaga, perdida, junto con su cuerpo por los pasillos del enorme palacio de Hvit, asustada de su propia magia. Sus sueños están poblados de 𝘬𝘰𝘴𝘩𝘮𝘢𝘳𝘪, demonios de las pesadillas que perturban su alma y su concentración. Aidna ya no sueña con el futuro, quizá porque no hay un futuro claro en su vida.
No importa cuántas veces haya purificado su cuerpo en las fuentes de Selene, ni los ritos, rezos y súplicas que ha realizado a la diosa. Nada funciona ya. En sus sueños, la presencia de Leïlla se ha apoderado de todo, atrapándole y tentándole a rendirse y dejarse llevar.
Sin embargo, tras quedarse dormida en un evento, y sin particular mala intención, la Reina de Hvit ha decidido echar un somnífero en la cena de Aidna, haciendo que se desplome de camino a su cuarto y que los guardias reales tengan que llevarla a sus aposentos.
Con la excusa de mandar a Edain a una misión fuera de Hvit, pensando que la princesa necesitaba simplemente reposo, la reina acaba de condenar a Aidna a una de las peores pesadillas que ha tenido hasta el momento.
Comenzó como un sueño hermoso. Los jardines de La Corte de la primavera eran bellos y Aidna debía reconocer que nunca había visto tantas flores en un mismo sitio. El sol acariciaba su piel blanca, casi nívea, sin quemarle; una fresca brisa movía sus cabellos e impregnaba el aire de un dulce aroma a azahar. En el fondo, Neramar y Nifrid jugaban juntos a perseguirse por los jardines. No había miedo en ellos, solo felicidad, alegría. El corazón de Aidna, debilitado por la falta de reposo, se reblandeció momentáneamente. Se acercó a ellos, queriendo averiguar más de lo que parecía una simple premonición.
Dio un paso al frente, y liberó un grito del sorpresa al sentir que el pie se le hundía en el barro... no, no era barro; se trataba de una sustancia espesa, color carmesí, que dañaba su piel con el simple roce—. No... no, por favor. —Suplicó, retrocediendo lentamente mientras el campo pasaba a componerse de rosas carmesí. No eran naturalmente de ese color, Aidna lo presentía. Sus sospechas se confirmaron cuando el cielo se tiñó de un naranja tóxico y las flores empezaron a rezumar sangre—.
¡Basta! Sea lo que sea que quieres de mí, ¡No te lo daré! —Exclamó, a la presencia burlona que poblaba sus pesadillas. Normalmente tomaba la forma de la reina Leïlla. Hoy, sin embargo, parecía sentirse especialmente cruel, y quien apareció ante ella no fue otro que el mismo Nifrid.
"Eres una tortuosa criatura, pequeña princesa. No sé cómo lo haces, pero tus barreras oníricas siempre acaban salvándote".
Era la voz de Nifrid, pero al mismo tiempo no lo era. Se trataba de algo erróneo, algo que no debía existir en aquel mundo—.
¿Qué quieres de mí?
—Nifrid esbozó una sonrisa, salvo que ya no era Nifrid. Ante ella se presentaba una mujer de aspecto cruel, con la piel corrompida por el paso del tiempo y la falta de vida. Un ser completamente antinatural, que hizo estremecer a Aidna de pies a cabeza. Alrededor de la mujer, todo parecía carente de vida, como si su propia presencia estuviese rodeada por un halo de muerte.
"Tú no lo sabes, pero eres una pieza importante en un juego que comenzó hace mucho tiempo". Pronunció la mujer.
El suelo emanaba un calor asfixiante, y por primera vez en toda su vida, Aidna sintió perlas de sudor poblándole la frente. No. No era sudor. Era su cuerpo, derritiéndose bajo el influjo de aquella criatura.
"Tú plan con Nifrid, alteza, debe ser detenido. El príncipe debe vivir."
Aidna se estremeció, empalideciendo repentinamente. ¿Cómo podía saber aquella mujer cuáles eran sus planes? Solo Rhianwen sabía de ellos, y por muy dura que fuese, no la tomaba como una traidora.
A no ser...
La presencia que había sentido. Claro. Sí había alguien escuchando aquella conversación—.
¿Quién eres?
—"Eso no importa". Pronunció, haciendo un ademán de desprecio. "Pero me temo que no puedo permitir que sigas campando a tus anchas de esa forma, princesa. Por el momento, hasta que sepa qué hacer contigo, permanecerás aquí. No es tan mal sitio una vez te acostumbras".
La mujer volvió a tomar la usual forma de Leïlla. Chasqueó los dedos y, antes de que Aidna pudiese reaccionar, la atrapó entre enredaderas punzantes. Sus muñecas, cintura y cuello quedaron inmobilizados.
"No, pero no es sólo así como te sientes, ¿Verdad, pequeña? Te falta algo más..."
Con un sonoro estruendo, unos pesados barrotes dorados cayeron alrededor de la princesa. El suelo se cubrió por vapor desprendiéndose por el calor, y el sol azotaba con crudeza sobre ella.
Al principio, Aidna gritó.
No podía distinguir el día de la noche, no sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero se sentían días, si no semanas. Y al principio, gritó. Pidió ayuda, auxilio. A Selene, a Edain, a cualquiera que pudiese escucharla.
Nadie vino.
Sus fuerzas fueron mermándose, y sintió más y más ganas de dejarse ir. No veía sentido a la lucha, a aquella guerra que ella no había elegido. Se sentía terriblemente sola y abandonada, encerrada tras aquellos barrotes, condenada a, simplemente, esperar—.
Por favor, por favor, que alguien me ayude... —Sollozó, cerrando los ojos y rindiéndose a los rayos punzantes del sol—.
❝ ...𝘢𝘯𝘥, 𝘢𝘴 𝘴𝘶𝘤𝘩, 𝘐 𝘢𝘮 𝘴𝘰𝘳𝘳𝘺 𝘐 𝘩𝘢𝘥 𝘵𝘰 𝘣𝘦 𝘵𝘩𝘦 𝘷𝘪𝘭𝘭𝘢𝘪𝘯 𝘰𝘧 𝘺𝘰𝘶𝘳 𝘴𝘵𝘰𝘳𝘺 ❞
[SpringWar]
·̇·̣̇̇·̣̣̇·̣̇̇·̇ •๑♡๑•୨୧┈┈┈୨୧•๑♡๑• ·̇·̣̇̇·̣̣̇·̣̇̇·̇
—Últimamente, a la princesa Aidna le resulta difícil conciliar el sueño.
Su mente vaga, perdida, junto con su cuerpo por los pasillos del enorme palacio de Hvit, asustada de su propia magia. Sus sueños están poblados de 𝘬𝘰𝘴𝘩𝘮𝘢𝘳𝘪, demonios de las pesadillas que perturban su alma y su concentración. Aidna ya no sueña con el futuro, quizá porque no hay un futuro claro en su vida.
No importa cuántas veces haya purificado su cuerpo en las fuentes de Selene, ni los ritos, rezos y súplicas que ha realizado a la diosa. Nada funciona ya. En sus sueños, la presencia de Leïlla se ha apoderado de todo, atrapándole y tentándole a rendirse y dejarse llevar.
Sin embargo, tras quedarse dormida en un evento, y sin particular mala intención, la Reina de Hvit ha decidido echar un somnífero en la cena de Aidna, haciendo que se desplome de camino a su cuarto y que los guardias reales tengan que llevarla a sus aposentos.
Con la excusa de mandar a Edain a una misión fuera de Hvit, pensando que la princesa necesitaba simplemente reposo, la reina acaba de condenar a Aidna a una de las peores pesadillas que ha tenido hasta el momento.
Comenzó como un sueño hermoso. Los jardines de La Corte de la primavera eran bellos y Aidna debía reconocer que nunca había visto tantas flores en un mismo sitio. El sol acariciaba su piel blanca, casi nívea, sin quemarle; una fresca brisa movía sus cabellos e impregnaba el aire de un dulce aroma a azahar. En el fondo, Neramar y Nifrid jugaban juntos a perseguirse por los jardines. No había miedo en ellos, solo felicidad, alegría. El corazón de Aidna, debilitado por la falta de reposo, se reblandeció momentáneamente. Se acercó a ellos, queriendo averiguar más de lo que parecía una simple premonición.
Dio un paso al frente, y liberó un grito del sorpresa al sentir que el pie se le hundía en el barro... no, no era barro; se trataba de una sustancia espesa, color carmesí, que dañaba su piel con el simple roce—. No... no, por favor. —Suplicó, retrocediendo lentamente mientras el campo pasaba a componerse de rosas carmesí. No eran naturalmente de ese color, Aidna lo presentía. Sus sospechas se confirmaron cuando el cielo se tiñó de un naranja tóxico y las flores empezaron a rezumar sangre—.
¡Basta! Sea lo que sea que quieres de mí, ¡No te lo daré! —Exclamó, a la presencia burlona que poblaba sus pesadillas. Normalmente tomaba la forma de la reina Leïlla. Hoy, sin embargo, parecía sentirse especialmente cruel, y quien apareció ante ella no fue otro que el mismo Nifrid.
"Eres una tortuosa criatura, pequeña princesa. No sé cómo lo haces, pero tus barreras oníricas siempre acaban salvándote".
Era la voz de Nifrid, pero al mismo tiempo no lo era. Se trataba de algo erróneo, algo que no debía existir en aquel mundo—.
¿Qué quieres de mí?
—Nifrid esbozó una sonrisa, salvo que ya no era Nifrid. Ante ella se presentaba una mujer de aspecto cruel, con la piel corrompida por el paso del tiempo y la falta de vida. Un ser completamente antinatural, que hizo estremecer a Aidna de pies a cabeza. Alrededor de la mujer, todo parecía carente de vida, como si su propia presencia estuviese rodeada por un halo de muerte.
"Tú no lo sabes, pero eres una pieza importante en un juego que comenzó hace mucho tiempo". Pronunció la mujer.
El suelo emanaba un calor asfixiante, y por primera vez en toda su vida, Aidna sintió perlas de sudor poblándole la frente. No. No era sudor. Era su cuerpo, derritiéndose bajo el influjo de aquella criatura.
"Tú plan con Nifrid, alteza, debe ser detenido. El príncipe debe vivir."
Aidna se estremeció, empalideciendo repentinamente. ¿Cómo podía saber aquella mujer cuáles eran sus planes? Solo Rhianwen sabía de ellos, y por muy dura que fuese, no la tomaba como una traidora.
A no ser...
La presencia que había sentido. Claro. Sí había alguien escuchando aquella conversación—.
¿Quién eres?
—"Eso no importa". Pronunció, haciendo un ademán de desprecio. "Pero me temo que no puedo permitir que sigas campando a tus anchas de esa forma, princesa. Por el momento, hasta que sepa qué hacer contigo, permanecerás aquí. No es tan mal sitio una vez te acostumbras".
La mujer volvió a tomar la usual forma de Leïlla. Chasqueó los dedos y, antes de que Aidna pudiese reaccionar, la atrapó entre enredaderas punzantes. Sus muñecas, cintura y cuello quedaron inmobilizados.
"No, pero no es sólo así como te sientes, ¿Verdad, pequeña? Te falta algo más..."
Con un sonoro estruendo, unos pesados barrotes dorados cayeron alrededor de la princesa. El suelo se cubrió por vapor desprendiéndose por el calor, y el sol azotaba con crudeza sobre ella.
Al principio, Aidna gritó.
No podía distinguir el día de la noche, no sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero se sentían días, si no semanas. Y al principio, gritó. Pidió ayuda, auxilio. A Selene, a Edain, a cualquiera que pudiese escucharla.
Nadie vino.
Sus fuerzas fueron mermándose, y sintió más y más ganas de dejarse ir. No veía sentido a la lucha, a aquella guerra que ella no había elegido. Se sentía terriblemente sola y abandonada, encerrada tras aquellos barrotes, condenada a, simplemente, esperar—.
Por favor, por favor, que alguien me ayude... —Sollozó, cerrando los ojos y rindiéndose a los rayos punzantes del sol—.
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