— Amo, hace un día horrible esta mañana —comenta el ave.
— Y eso que aún no te miraste al espejo —responde el brujo aludido—. Ten paciencia, quizás la bruma se disperse al alejarnos de aquí.
Conforme se alejan del refugio que abandonan y lo dejan atrás, la espesa niebla mañanera se va volviendo más y más transparente, hasta que al cabo de alrededor de doscientos metros ya se puede ver la calle y el resto del pueblo bajo el embrujo del alba fría.
— ¿Lo ves? Sólo era cosa de la baja de temperatura del refugio —señala.
#ElBrujoCojo
— Y eso que aún no te miraste al espejo —responde el brujo aludido—. Ten paciencia, quizás la bruma se disperse al alejarnos de aquí.
Conforme se alejan del refugio que abandonan y lo dejan atrás, la espesa niebla mañanera se va volviendo más y más transparente, hasta que al cabo de alrededor de doscientos metros ya se puede ver la calle y el resto del pueblo bajo el embrujo del alba fría.
— ¿Lo ves? Sólo era cosa de la baja de temperatura del refugio —señala.
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— Amo, hace un día horrible esta mañana —comenta el ave.
— Y eso que aún no te miraste al espejo —responde el brujo aludido—. Ten paciencia, quizás la bruma se disperse al alejarnos de aquí.
Conforme se alejan del refugio que abandonan y lo dejan atrás, la espesa niebla mañanera se va volviendo más y más transparente, hasta que al cabo de alrededor de doscientos metros ya se puede ver la calle y el resto del pueblo bajo el embrujo del alba fría.
— ¿Lo ves? Sólo era cosa de la baja de temperatura del refugio —señala.
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