⧽⧽ [TeresaDagg]


Llegaron a puerto a altas horas de la noche, por lo cual pasarían descansando ahí hasta el amanecer, donde cada quién se aventuraría a trabajar en sus propios quehaceres. El joven bardo durmió plácidamente en una de las hamacas que la capitana siempre le ofrecía, hasta que el poco bullicio de la mañana fue apartándole de los brazos de Morfeo.

A pesar de que habían pasado algunos días no se olvidaba de la promesa que hizo, por lo que tras alistarse con su vieja gabardina y haberse lavado la cara, salió a cubierta para caminar directamente hacia la rampa que lo haría descender hasta el muelle.

Una vez ahí y sentir el aire fresco junto al soleado ambiente, el de castaña cabellera estiró sus brazos hacia el cielo y gruñó dulce al desperezarse. Ciertamente, se sentía bastante bien, y desde ahí podía apreciar a varias de las tripulantes que avanzaban a lo lejos en dirección de la ciudad, algo que lo hizo sonreír.

No obstante, él buscó acomodarse a un costado de una pila de cajas de madera mientras se ojeaba las uñas y retiraba la poca roña que hallaba en ellas. Sus manos siempre gustaba verlas perfectas, pues eran su instrumento de trabajo a fin de cuentas.

Esperando en ese lugar, se mantendría ahí hasta que la presencia de la cocinera se hiciera presente.