MONORROL
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El destino de los mundos
La noche había caído hacía varias horas cuando Xellos se apareció en lo alto de una colina. En la distancia podía verse el templo en el que Zelgadiss se había enfrentado a Sombra Oscura unas horas atrás.
El ambiente se hallaba tenso, como si la misma oscuridad de Sombra Oscura se hubiera apoderado del paisaje, y las ruinas del templo se alzaban en la distancia como monumentos a la derrota.
En ese solitario escenario, Xellos parecía una figura diminuta frente al inmenso telón de un destino incierto.
El viento soplaba con susurros misteriosos que envolvían la colina, como si llevara consigo secretos ancestrales y profecías antiguas.
En silencio, Xellos observaba el templo en ruinas, con los ojos cargados de una seriedad inusual. Sus pensamientos se entrelazaban con las sombras del pasado, el presente y el futuro incierto.
Entonces, en un instante enigmático, una luz dorada y diminuta se materializó junto a él. La luz se fue expandiendo hasta que alcanzó el tamaño de una persona, pero no adquirió forma ni solidez alguna. Solo era una luz.
Xellos no se sorprendió ante la aparición de aquella luz; es más, esbozó una sutil sonrisa: era obvio que Xellos había estado aguardando a su llegada.
Una voz, nacida de aquella luz, se alzó como un eco divino, un enigma que desafiaba la concepción de género humano. No se podía discernir si pertenecía a un hombre o a una mujer, y esa ambigüedad era parte de su esencia trascendental:
—Xellos, mi leal servidor. Parece que los hilos del destino se entretejen según lo previsto.
Xellos asintió con reverencia, consciente de la magnitud del momento y de la importancia de las palabras de su señor. Los secretos ancestrales y los planes ocultos se entretejían en ese instante, formando una trama compleja que determinaría el destino de los mundos.
El futuro era incierto. Un futuro donde las fuerzas de la oscuridad y la luz se alzaban en una danza cósmica. Y en esa danza, una verdad se hacía evidente: solo unidos podrían enfrentar la amenaza que se cernía sobre ellos.
—Sombra Oscura ha derrotado a Zelgadiss, tal y como debía de suceder —respondió Xellos con voz tranquila. —Sin saberlo, Sombra Oscura acaba de iniciar la derrota de su amo y señor Abismo. Sombra Oscura ahora custodia el templo y la Espada del Dragón Rojo.
—Exactamente —confirmó la voz con un tono satisfecho. —La espada solo puede ser empuñada por aquellos que encarnan la luz. Y ahora que Zelgadiss ha caído a manos de nuestro enemigo, el siguiente paso se acerca inexorablemente. Es solo cuestión de tiempo que Abismo despierte.
—Así es que Shabranigudú se convirtió en un aliado de Abismo antes de morir —dedujo Xellos con astucia. —Y después urdió su engaño hacia Zelgadiss. Buscaba que él hallara la espada y que, finalmente, se convirtiera en su portador.
El silencio que guardó aquella luz demostró que su respuesta era afirmativa.
—El destino que habéis elegido para cuando Abismo despierte es arriesgado —comentó Xellos con cautela. —Caminaremos por el filo de una navaja. Un solo error y todo perecerá para siempre.
—Mientras ella viva, yo viviré —declaró la luz con firmeza. ¿Quién era "ella"? Era imposible saberlo, aunque Xellos sí parecía saber perfectamente a quién se refería. —Ella será nacida de mi propia esencia, un ser que compartirá mi divinidad, mi conocimiento, mi poder y mi inmortalidad.
—Ella será nuestra última esperanza para enfrentar a Abismo de una vez por todas... —afirmó Xellos con convicción.
—Ella te necesitará, del mismo modo que tú la necesitarás a ella —añadió aquella luz.
Xellos desvió su mirada hacia la luz. Estaba acostumbrado a trabajar en solitario. No estaba acostumbrado a depender de nadie y no quería que aquella fuera una excepción. En cualquier caso, prefirió guardar sus pensamientos para sí mismo.
—Hay algo más que debes saber, Xellos —añadió la voz con seriedad. —Para enfrentar a Abismo, debéis encontrar un arma ancestral: el Arco de la Perdición. Fue creado por mí y Abismo en tiempos olvidados. Un arma destinada a servir a las fuerzas de la oscuridad y ser la antagonista de La Espada del Destino o la espada del Dragón Rojo. Pero, a pesar de ser antagónicas, solo combinando el poder de ambas armas podréis derrotar a Abismo.
—¿Dónde se encuentra el Arco de la Perdición? —preguntó Xellos.
—Está en poder de Abismo.
—Entendido, mi señor —respondió el mazoku con obediencia. —Encontraremos ese arma y derrotaremos a abismo.
La luz dorada se desvaneció lentamente, dejando a Xellos solo en la colina. El viento seguía soplando con susurros misteriosos, pero ahora Xellos tenía una nueva certeza: el destino estaba en sus manos y él no iba a fallar. Era mucho lo que él le había prometido a cambio de su colaboración, y aquella promesa le volvía más astuto y letal.
Solo unos segundos después de que aquella luz se desvaneciera, Xellos se desapareció.
El ambiente se hallaba tenso, como si la misma oscuridad de Sombra Oscura se hubiera apoderado del paisaje, y las ruinas del templo se alzaban en la distancia como monumentos a la derrota.
En ese solitario escenario, Xellos parecía una figura diminuta frente al inmenso telón de un destino incierto.
El viento soplaba con susurros misteriosos que envolvían la colina, como si llevara consigo secretos ancestrales y profecías antiguas.
En silencio, Xellos observaba el templo en ruinas, con los ojos cargados de una seriedad inusual. Sus pensamientos se entrelazaban con las sombras del pasado, el presente y el futuro incierto.
Entonces, en un instante enigmático, una luz dorada y diminuta se materializó junto a él. La luz se fue expandiendo hasta que alcanzó el tamaño de una persona, pero no adquirió forma ni solidez alguna. Solo era una luz.
Xellos no se sorprendió ante la aparición de aquella luz; es más, esbozó una sutil sonrisa: era obvio que Xellos había estado aguardando a su llegada.
Una voz, nacida de aquella luz, se alzó como un eco divino, un enigma que desafiaba la concepción de género humano. No se podía discernir si pertenecía a un hombre o a una mujer, y esa ambigüedad era parte de su esencia trascendental:
—Xellos, mi leal servidor. Parece que los hilos del destino se entretejen según lo previsto.
Xellos asintió con reverencia, consciente de la magnitud del momento y de la importancia de las palabras de su señor. Los secretos ancestrales y los planes ocultos se entretejían en ese instante, formando una trama compleja que determinaría el destino de los mundos.
El futuro era incierto. Un futuro donde las fuerzas de la oscuridad y la luz se alzaban en una danza cósmica. Y en esa danza, una verdad se hacía evidente: solo unidos podrían enfrentar la amenaza que se cernía sobre ellos.
—Sombra Oscura ha derrotado a Zelgadiss, tal y como debía de suceder —respondió Xellos con voz tranquila. —Sin saberlo, Sombra Oscura acaba de iniciar la derrota de su amo y señor Abismo. Sombra Oscura ahora custodia el templo y la Espada del Dragón Rojo.
—Exactamente —confirmó la voz con un tono satisfecho. —La espada solo puede ser empuñada por aquellos que encarnan la luz. Y ahora que Zelgadiss ha caído a manos de nuestro enemigo, el siguiente paso se acerca inexorablemente. Es solo cuestión de tiempo que Abismo despierte.
—Así es que Shabranigudú se convirtió en un aliado de Abismo antes de morir —dedujo Xellos con astucia. —Y después urdió su engaño hacia Zelgadiss. Buscaba que él hallara la espada y que, finalmente, se convirtiera en su portador.
El silencio que guardó aquella luz demostró que su respuesta era afirmativa.
—El destino que habéis elegido para cuando Abismo despierte es arriesgado —comentó Xellos con cautela. —Caminaremos por el filo de una navaja. Un solo error y todo perecerá para siempre.
—Mientras ella viva, yo viviré —declaró la luz con firmeza. ¿Quién era "ella"? Era imposible saberlo, aunque Xellos sí parecía saber perfectamente a quién se refería. —Ella será nacida de mi propia esencia, un ser que compartirá mi divinidad, mi conocimiento, mi poder y mi inmortalidad.
—Ella será nuestra última esperanza para enfrentar a Abismo de una vez por todas... —afirmó Xellos con convicción.
—Ella te necesitará, del mismo modo que tú la necesitarás a ella —añadió aquella luz.
Xellos desvió su mirada hacia la luz. Estaba acostumbrado a trabajar en solitario. No estaba acostumbrado a depender de nadie y no quería que aquella fuera una excepción. En cualquier caso, prefirió guardar sus pensamientos para sí mismo.
—Hay algo más que debes saber, Xellos —añadió la voz con seriedad. —Para enfrentar a Abismo, debéis encontrar un arma ancestral: el Arco de la Perdición. Fue creado por mí y Abismo en tiempos olvidados. Un arma destinada a servir a las fuerzas de la oscuridad y ser la antagonista de La Espada del Destino o la espada del Dragón Rojo. Pero, a pesar de ser antagónicas, solo combinando el poder de ambas armas podréis derrotar a Abismo.
—¿Dónde se encuentra el Arco de la Perdición? —preguntó Xellos.
—Está en poder de Abismo.
—Entendido, mi señor —respondió el mazoku con obediencia. —Encontraremos ese arma y derrotaremos a abismo.
La luz dorada se desvaneció lentamente, dejando a Xellos solo en la colina. El viento seguía soplando con susurros misteriosos, pero ahora Xellos tenía una nueva certeza: el destino estaba en sus manos y él no iba a fallar. Era mucho lo que él le había prometido a cambio de su colaboración, y aquella promesa le volvía más astuto y letal.
Solo unos segundos después de que aquella luz se desvaneciera, Xellos se desapareció.
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