El Lich de Turujansk.

Turujansk, Rusia. Finales del siglo XVIII.

La feria anual reúne a los principales comerciantes de toda Siberia. ¿El motivo? Las pieles, las más valiosas de toda la región.

Sin embargo, Turujanks no sólo es famosa por su comercio, también lo es por ser hogar para el exiliado. Políticos, traidores, renegados, criminales, desertores y rechazados.

El clan Chérnikov se estableció en Turujansk hace dos generaciones tras emigrar desde los Urales al sur, y no fue el único. Las guerras de expansión les expulsaron de sus tierras natales para ofrecerles una nueva vida de frente a nuevos horizontes.

Sucedió que un día, un clan caído en desgracia decidió dejar sus costumbres para reemplazarlas por la práctica de la peletería. ¿Cómo se dio tan trascendental cambio? Tras la muerte catastrófica de los patriarcas que significaban la cabeza de la familia y la guía de sus costumbres paganas. Se perdía así una línea de tradición ancestral y un árbol completo cuyas raíces ya no eran alimentadas por la brujería y la magia.

Pero un joven se negó a aceptarlo. Ese joven estaba pronto a merecer esposa y quiso que fuera una bruja para garantizarle una esperanza a su clan. Y ojalá las cosas le hubieran sido fáciles o por lo menos propicias, pero la realidad es que un matrimonio entre brujo y bruja no es tan sencillo de conseguir. Primero, se necesita a una bruja y que su clan consienta el mestizaje de sus tradiciones si es que se da el caso. Pero las brujas verdaderas no abundan ni se hacen públicas. La única que este joven conocía ya le había rechazado dos veces.

Para la tercera vez, el brujo se encomendó a sus ancestros y a la deidad de turno, pero los primeros no aprobaron la práctica pues la bruja en cuestión era una Chérnikov, hija de otras tierras y adoradora de Wolos. El brujo persistió, pese al rechazo de los suyos, ya que necesitaba tomar esa última oportunidad a como diera lugar. Estaba dispuesto a cruzar ciertos límites, a darle la espalda a sus ancestros derrotistas y a escoger otra deidad para fundar su propio clan.

Escogió el camino más rápido y menos seguro, el camino del sacrificio, y así fue como robó la vida de seis doncellas vírgenes, seis por el número mágico tres que se repite, tres por la familia de dos que engendran a un tercero. Bailó a la luna llena para seducirle y bebió la sangre de las sacrificadas para comprometerse, y así lo hizo por tres noches seguidas antes de declararse por tercera vez.

Ella se negó por tercera vez.

El brujo, derrotado, abandonó la esperanza y parte de su corazón. Pero no se rindió. Buscó otra bruja, pero no descubrió a ninguna. En su frustración hizo un nuevo pacto y superó el siguiente de sus límites, cortejaría a cualquier mujer que pareciera apta y forzaría la apertura de su tercer ojo para descubrir su magia. Sin embargo, una tras otra, las mujeres sucumbían a la locura antes que mostrarse capaces para la brujería.

Las mujeres morían de locura y el brujo empezaba a despertar sospechas, su tiempo se acababa y su cuerpo maduraba haciéndose poco atractivo para las más jóvenes.

De pronto, el brujo desapareció. Su hogar fue abandonado y su pista perdida como si se lo hubiera tragado la tierra, nadie supo de él hasta que la mayoría lo olvidó.

Dos décadas después, el brujo volvió. Rejuvenecido, vibrante y lleno de alegría como si ninguna sombra le hubiera tocado jamás. Y una bruja se sintió atraída por él, una joven Chérnikov descendiente de aquella que antes le rechazó, como si el encantamiento hubiera surtido efecto con mucho retraso.

Al fin, el brujo encontró su felicidad que fue por partida doble cuando la bruja quedó embarazada. Pero fue por poco, pues el bebé falleció. Una y dos veces más, ningún embarazo prosperó. Sin importar cuántos encantos o conjuros hicieran ella y él, su prole no sobrevivía, sin enfermedades ni señales de peste, ningún bebé vivía más de doce días.

El brujo creció en angustia y sospecha, creyó que ella estaba maldita o que mataba a los bebés en nombre de un clan resentido. Por eso, el día que la bruja quedó encinta una vez más, el brujo tomó medidas. Encerró a la bruja y le prohibió cualquier contacto con el exterior, le ató las muñecas y los pies para que no pudiera soltarse de la cama y le cubrió la boca para que fuera incapaz de recitar conjuro alguno.

Pero no contó con los viajes astrales de los que ella era capaz.

El clan Chérnikov cayó en amenazas al rescate de su pariente y el brujo no pudo más que ceder aunque ardiendo en profundo rencor, que por intenso que fuera, no podría rivalizar contra toda la familia que se llevó a la mujer.

El bebé, por cierto, ni siquiera llegó a término.

El brujo, cuyo odio fermentó hasta hacerse peligroso con cada día que pasaba, finalmente cruzó el último de los límites. Vendió su alma a cambio de la inmortalidad y compró así todo el poder que pudiera necesitar para vencer al clan Chérnikov a fin de recuperar a su mujer.

El brujo se convirtió en lo que se conoce como un Lich, un peligroso monstruo muerto viviente que todos los clanes acordaron destruir.

Y así fue como sucedió la guerra de los clanes paganos contra el Lich de Turujansk.
El Lich de Turujansk. Turujansk, Rusia. Finales del siglo XVIII. La feria anual reúne a los principales comerciantes de toda Siberia. ¿El motivo? Las pieles, las más valiosas de toda la región. Sin embargo, Turujanks no sólo es famosa por su comercio, también lo es por ser hogar para el exiliado. Políticos, traidores, renegados, criminales, desertores y rechazados. El clan Chérnikov se estableció en Turujansk hace dos generaciones tras emigrar desde los Urales al sur, y no fue el único. Las guerras de expansión les expulsaron de sus tierras natales para ofrecerles una nueva vida de frente a nuevos horizontes. Sucedió que un día, un clan caído en desgracia decidió dejar sus costumbres para reemplazarlas por la práctica de la peletería. ¿Cómo se dio tan trascendental cambio? Tras la muerte catastrófica de los patriarcas que significaban la cabeza de la familia y la guía de sus costumbres paganas. Se perdía así una línea de tradición ancestral y un árbol completo cuyas raíces ya no eran alimentadas por la brujería y la magia. Pero un joven se negó a aceptarlo. Ese joven estaba pronto a merecer esposa y quiso que fuera una bruja para garantizarle una esperanza a su clan. Y ojalá las cosas le hubieran sido fáciles o por lo menos propicias, pero la realidad es que un matrimonio entre brujo y bruja no es tan sencillo de conseguir. Primero, se necesita a una bruja y que su clan consienta el mestizaje de sus tradiciones si es que se da el caso. Pero las brujas verdaderas no abundan ni se hacen públicas. La única que este joven conocía ya le había rechazado dos veces. Para la tercera vez, el brujo se encomendó a sus ancestros y a la deidad de turno, pero los primeros no aprobaron la práctica pues la bruja en cuestión era una Chérnikov, hija de otras tierras y adoradora de Wolos. El brujo persistió, pese al rechazo de los suyos, ya que necesitaba tomar esa última oportunidad a como diera lugar. Estaba dispuesto a cruzar ciertos límites, a darle la espalda a sus ancestros derrotistas y a escoger otra deidad para fundar su propio clan. Escogió el camino más rápido y menos seguro, el camino del sacrificio, y así fue como robó la vida de seis doncellas vírgenes, seis por el número mágico tres que se repite, tres por la familia de dos que engendran a un tercero. Bailó a la luna llena para seducirle y bebió la sangre de las sacrificadas para comprometerse, y así lo hizo por tres noches seguidas antes de declararse por tercera vez. Ella se negó por tercera vez. El brujo, derrotado, abandonó la esperanza y parte de su corazón. Pero no se rindió. Buscó otra bruja, pero no descubrió a ninguna. En su frustración hizo un nuevo pacto y superó el siguiente de sus límites, cortejaría a cualquier mujer que pareciera apta y forzaría la apertura de su tercer ojo para descubrir su magia. Sin embargo, una tras otra, las mujeres sucumbían a la locura antes que mostrarse capaces para la brujería. Las mujeres morían de locura y el brujo empezaba a despertar sospechas, su tiempo se acababa y su cuerpo maduraba haciéndose poco atractivo para las más jóvenes. De pronto, el brujo desapareció. Su hogar fue abandonado y su pista perdida como si se lo hubiera tragado la tierra, nadie supo de él hasta que la mayoría lo olvidó. Dos décadas después, el brujo volvió. Rejuvenecido, vibrante y lleno de alegría como si ninguna sombra le hubiera tocado jamás. Y una bruja se sintió atraída por él, una joven Chérnikov descendiente de aquella que antes le rechazó, como si el encantamiento hubiera surtido efecto con mucho retraso. Al fin, el brujo encontró su felicidad que fue por partida doble cuando la bruja quedó embarazada. Pero fue por poco, pues el bebé falleció. Una y dos veces más, ningún embarazo prosperó. Sin importar cuántos encantos o conjuros hicieran ella y él, su prole no sobrevivía, sin enfermedades ni señales de peste, ningún bebé vivía más de doce días. El brujo creció en angustia y sospecha, creyó que ella estaba maldita o que mataba a los bebés en nombre de un clan resentido. Por eso, el día que la bruja quedó encinta una vez más, el brujo tomó medidas. Encerró a la bruja y le prohibió cualquier contacto con el exterior, le ató las muñecas y los pies para que no pudiera soltarse de la cama y le cubrió la boca para que fuera incapaz de recitar conjuro alguno. Pero no contó con los viajes astrales de los que ella era capaz. El clan Chérnikov cayó en amenazas al rescate de su pariente y el brujo no pudo más que ceder aunque ardiendo en profundo rencor, que por intenso que fuera, no podría rivalizar contra toda la familia que se llevó a la mujer. El bebé, por cierto, ni siquiera llegó a término. El brujo, cuyo odio fermentó hasta hacerse peligroso con cada día que pasaba, finalmente cruzó el último de los límites. Vendió su alma a cambio de la inmortalidad y compró así todo el poder que pudiera necesitar para vencer al clan Chérnikov a fin de recuperar a su mujer. El brujo se convirtió en lo que se conoce como un Lich, un peligroso monstruo muerto viviente que todos los clanes acordaron destruir. Y así fue como sucedió la guerra de los clanes paganos contra el Lich de Turujansk.
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