Esta vez no era nieve lo que pisaban sus pies descalzos, sino piedra, un frío y liso suelo de roca negra. Oía gotas caer en lento compás y el ruido sonaba apagado a su alrededor, como si se encontrara en una habitación muy pequeña. No podía ver nada, todo estaba oscuro como la boca de un lobo.

Estaba en una cueva.

Sin miedo, avanzó con cuidado un paso tras otro y con las manos por delante como lo haría un ciego sin guía sobre terreno desconocido. La incertidumbre amenazaba como una soga al cuello.

Eventualmente, su ojo bueno se acostumbró a la falta de luz y pudo distinguir tenues siluetas desdibujándose al mirar de aquí para allá. Parecía un túnel de paredes rugosas y cielo espinoso.
Pronto también pudo ver mayor iluminación más adelante, no muy lejos, conforme avanzaba a través de la garganta de roca.

Astuto como brujo viejo, advirtió la falta de detalles como aromas o la sensación de la temperatura del lugar. Supo que se trataba de un sueño vívido o una visión.

Estaba solo. ¿O no?

Una voz rompió el silencio con delicadeza, como la caricia tierna del primer rayo de sol de la mañana que rompe la siniestra quietud de la tinieblas nocturnas. Supo reconocerla de inmediato, era la voz de su madre entonando una dulce y lenta melodía que, por alguna razón, le sonaba familiar. Giró en su sitio como buscando de qué dirección provenía la canción, pero era desde todas y ninguna parte.

Cuando devolvió la mirada delante se encontró con una figura inquietante. Una criatura humanoide tan alta que casi tocaba el techo, sin piel en el rostro calavérico que de algún modo le sonreía, sin ojos en las cuencas sino dos chispas verdosas, parecía flotar apenas por encima del suelo de piedra a menos de diez metros de distancia.
Le sostuvo la mirada fijamente, con firmeza, mientras la entidad sacudía algo oculto bajo la túnica grisácea que llevaba encima.

Ceñudo y extrañado, vio como un brazo alzado por delante sostenía entre sus dedos famélicos una cabeza cercenada agarrada por los pelos. Era de un hombre adulto, de cabello negro y piel marcada por las llagas de alguna misteriosa afección, tenía una expresión de agonía que denotaba una muerte lánguida y desesperante.

La voz que cantaba se quebró.

¿Quién era ese pobre desgraciado decapitado? ¿Por qué su madre parecía afectada?

¿Qué era esa criatura?

¿Intentaba intimidarle?

¿Cómo podría un huérfano sufrir por unos padres que nunca conoció?

#ElBrujoCojo
Esta vez no era nieve lo que pisaban sus pies descalzos, sino piedra, un frío y liso suelo de roca negra. Oía gotas caer en lento compás y el ruido sonaba apagado a su alrededor, como si se encontrara en una habitación muy pequeña. No podía ver nada, todo estaba oscuro como la boca de un lobo. Estaba en una cueva. Sin miedo, avanzó con cuidado un paso tras otro y con las manos por delante como lo haría un ciego sin guía sobre terreno desconocido. La incertidumbre amenazaba como una soga al cuello. Eventualmente, su ojo bueno se acostumbró a la falta de luz y pudo distinguir tenues siluetas desdibujándose al mirar de aquí para allá. Parecía un túnel de paredes rugosas y cielo espinoso. Pronto también pudo ver mayor iluminación más adelante, no muy lejos, conforme avanzaba a través de la garganta de roca. Astuto como brujo viejo, advirtió la falta de detalles como aromas o la sensación de la temperatura del lugar. Supo que se trataba de un sueño vívido o una visión. Estaba solo. ¿O no? Una voz rompió el silencio con delicadeza, como la caricia tierna del primer rayo de sol de la mañana que rompe la siniestra quietud de la tinieblas nocturnas. Supo reconocerla de inmediato, era la voz de su madre entonando una dulce y lenta melodía que, por alguna razón, le sonaba familiar. Giró en su sitio como buscando de qué dirección provenía la canción, pero era desde todas y ninguna parte. Cuando devolvió la mirada delante se encontró con una figura inquietante. Una criatura humanoide tan alta que casi tocaba el techo, sin piel en el rostro calavérico que de algún modo le sonreía, sin ojos en las cuencas sino dos chispas verdosas, parecía flotar apenas por encima del suelo de piedra a menos de diez metros de distancia. Le sostuvo la mirada fijamente, con firmeza, mientras la entidad sacudía algo oculto bajo la túnica grisácea que llevaba encima. Ceñudo y extrañado, vio como un brazo alzado por delante sostenía entre sus dedos famélicos una cabeza cercenada agarrada por los pelos. Era de un hombre adulto, de cabello negro y piel marcada por las llagas de alguna misteriosa afección, tenía una expresión de agonía que denotaba una muerte lánguida y desesperante. La voz que cantaba se quebró. ¿Quién era ese pobre desgraciado decapitado? ¿Por qué su madre parecía afectada? ¿Qué era esa criatura? ¿Intentaba intimidarle? ¿Cómo podría un huérfano sufrir por unos padres que nunca conoció? #ElBrujoCojo
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