Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Esto se ha publicado como Out Of Character.
Tenlo en cuenta al responder.
Cruzo el patio sin prisa.

El portón principal se abre ante mí como si respirara al reconocerme. No hay fricción, no hay resistencia.

Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre.

Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre.

El hogar me habla.
Y me acepta.
Sasha lo siente.

No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca.
Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio.

A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo.

Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba.

Ryu.

Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo.

Al verla, algo profundo se activa.
Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia.
Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla.

—Ishtarin.

El aire cambia.
Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí:
Tharésh’Kael
y los fragmentos emocionales del idioma de Lili.

Pero no necesito entenderla para entender su ira.
Así que obedezco a mi manera.
Inco una rodilla.
El gesto no es sumisión. Es reconocimiento.

—Ishtar… cuerpo —digo, señalándome.

Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma.
Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia.

—Magia Ishtar.
La luz del castillo responde otra vez.
No más fuerte.
Más cercana.

Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
Cruzo el patio sin prisa. El portón principal se abre ante mí como si respirara al reconocerme. No hay fricción, no hay resistencia. Los sellos de protección no se activan: me reciben. No como intrusa. Como sangre. Deslizo los dedos por la pared del pasillo y, allí donde mi piel toca la piedra, una luz despierta. Antigua. Doméstica. El castillo responde como un cuerpo que recuerda su nombre. El hogar me habla. Y me acepta. Sasha lo siente. No como certeza, sino como una inquietud que le eriza la nuca. Al entrar en la sala del trono, la escena se fija en mí con la claridad de un presagio. A cada lado de la emperatriz Sasha, firmes como columnas vivas, están Katrin y Lisesharte. No se mueven, pero todo en ellas está preparado para hacerlo. Y en la entrada, casi fundida con la sombra, la loba. Ryu. Juega distraídamente con su cuchillo de obsidiana. El gesto es lento, medido. No hay sonrisa. No hay duda. Solo una atención absoluta, peligrosa, clavada en mí desde el primer segundo. Al verla, algo profundo se activa. Una palabra nace en mi mente. No es pensamiento. Es herencia. Mis labios la pronuncian antes de que pueda detenerla. —Ishtarin. El aire cambia. Sasha da un paso al frente y me ordena detenerme. No comprendo del todo su idioma; las palabras me llegan rotas, envueltas en ecos ajenos. Solo hay dos lenguajes claros en mí: Tharésh’Kael y los fragmentos emocionales del idioma de Lili. Pero no necesito entenderla para entender su ira. Así que obedezco a mi manera. Inco una rodilla. El gesto no es sumisión. Es reconocimiento. —Ishtar… cuerpo —digo, señalándome. Mi piel parpadea levemente, como si la realidad dudara de mi forma. Luego extiendo la mano, dejando que la energía fluya sin violencia. —Magia Ishtar. La luz del castillo responde otra vez. No más fuerte. Más cercana. Y en la sombra, Ryu deja de jugar con el cuchillo.
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