Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Esto se ha publicado como Out Of Character.
Tenlo en cuenta al responder.
La perturbación
Mi llegada no fue esperada.
Pero tampoco pasó desapercibida.
Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.
Sasha lo sintió.
No como un ruido.
No como una visión.
Sino como una ofensa.
El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.
Los pilares respondieron primero.
Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.
No hubo preguntas.
No las necesitaban.
Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.
—Ryu.
La respuesta no fue inmediata.
Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.
—Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.
Llegaría.
Siempre llegaba.
Pero a su manera.
---
Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.
El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.
Lo ignoré.
Había sobrevivido al Caos.
Al corte.
Un castillo no iba a detenerme.
Pero entonces… algo rozó mi percepción.
Me detuve.
No fue hostilidad directa.
Tampoco curiosidad humana.
Era… presencia.
Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.
Al lado.
Sonreí, ladeando un poco la cabeza.
—Así que no estoy sola… —murmuré.
El viento cambió de dirección.
La luz pareció vacilar un segundo.
Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
pero tampoco al castillo.
Y eso lo hacía interesante.
Mi llegada no fue esperada.
Pero tampoco pasó desapercibida.
Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.
Sasha lo sintió.
No como un ruido.
No como una visión.
Sino como una ofensa.
El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.
Los pilares respondieron primero.
Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.
No hubo preguntas.
No las necesitaban.
Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.
—Ryu.
La respuesta no fue inmediata.
Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.
—Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.
Llegaría.
Siempre llegaba.
Pero a su manera.
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Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.
El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.
Lo ignoré.
Había sobrevivido al Caos.
Al corte.
Un castillo no iba a detenerme.
Pero entonces… algo rozó mi percepción.
Me detuve.
No fue hostilidad directa.
Tampoco curiosidad humana.
Era… presencia.
Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.
Al lado.
Sonreí, ladeando un poco la cabeza.
—Así que no estoy sola… —murmuré.
El viento cambió de dirección.
La luz pareció vacilar un segundo.
Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
pero tampoco al castillo.
Y eso lo hacía interesante.
La perturbación
Mi llegada no fue esperada.
Pero tampoco pasó desapercibida.
Antes incluso de que la brecha se abriera, antes del relámpago que me escupió al mundo, algo se tensó en el tejido. Un latido fuera de lugar. Una sombra donde no debía haberla.
Sasha lo sintió.
No como un ruido.
No como una visión.
Sino como una ofensa.
El aire del salón se volvió denso cuando alzó la mano. El gesto fue mínimo, casi perezoso, pero la orden resonó como un decreto antiguo.
Los pilares respondieron primero.
Katrin llegó envuelta en un destello seco, preciso, con los ojos ya afilados, como si hubiera estado esperando la excusa perfecta para intervenir.
Lisesharte emergió a su lado un instante después, silenciosa, con esa calma peligrosa de quien entiende el desastre antes de que ocurra.
No hubo preguntas.
No las necesitaban.
Sasha alzó la mirada una vez más y llamó a la tercera.
—Ryu.
La respuesta no fue inmediata.
Muy lejos de allí, una loba caminaba sin prisa. El cielo aún vibraba, pero ella avanzaba con expresión tediosa, casi molesta, como si alguien hubiera interrumpido una tarde tranquila.
—Qué pesada… —murmuró, sin acelerar el paso.
Llegaría.
Siempre llegaba.
Pero a su manera.
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Yo, ajena a todo eso… o quizá no tanto, caminaba.
El castillo Ishtar se alzaba en la distancia, una promesa y una amenaza a la vez. Cada paso hacia él hacía que mi cuerpo protestara: un temblor leve, un pulso mal colocado, un recuerdo que no era mío.
Lo ignoré.
Había sobrevivido al Caos.
Al corte.
Un castillo no iba a detenerme.
Pero entonces… algo rozó mi percepción.
Me detuve.
No fue hostilidad directa.
Tampoco curiosidad humana.
Era… presencia.
Una densidad distinta en el aire. Como si alguien —o algo— me estuviera observando desde fuera del ángulo correcto del mundo. No delante. No detrás.
Al lado.
Sonreí, ladeando un poco la cabeza.
—Así que no estoy sola… —murmuré.
El viento cambió de dirección.
La luz pareció vacilar un segundo.
Sea lo que fuera, no pertenecía al camino…
pero tampoco al castillo.
Y eso lo hacía interesante.