Morfeo se quedó en medio de la habitación silenciosa. Observando el desorden, la alfombra caída, la lámpara encendida sin motivo.
Ese cuarto no era suyo, pero allí podía permitirse algo que en su reino no existía: la duda.
Por un instante, el dios del sueño no pensó en nada. Solo sintió el peso leve y extrañamente dulce de estar solo en un lugar donde nadie lo esperaba.
Ese cuarto no era suyo, pero allí podía permitirse algo que en su reino no existía: la duda.
Por un instante, el dios del sueño no pensó en nada. Solo sintió el peso leve y extrañamente dulce de estar solo en un lugar donde nadie lo esperaba.
Morfeo se quedó en medio de la habitación silenciosa. Observando el desorden, la alfombra caída, la lámpara encendida sin motivo.
Ese cuarto no era suyo, pero allí podía permitirse algo que en su reino no existía: la duda.
Por un instante, el dios del sueño no pensó en nada. Solo sintió el peso leve y extrañamente dulce de estar solo en un lugar donde nadie lo esperaba.