Se sostuvo de la pared a tiempo para no caer.
Sus orejas abajo y el color rojizo tiñendo desde su espalda hasta el suelo, dejando un rastro por donde iba pasando.

Sus garras arañaron el tapiz de la pared, dejando sus marcas, cuando el dolor punzante lo atacó de nuevo. Incluso su cuerpo tembló de forma inevitable.
Jadeaba, más no de verdadero cansancio.
Su garganta dolía por haber gritado y el pelaje de su rostro se encontraba húmedo. Sucio. Tal vez había llorado.
Aunque lento, había llegado hasta su lugar de trabajo, el bar. No deseaba ir a la habitación donde probablemente estuvieran los niños. No así. Por suerte demasiado estúpidos de lastimaban borrachos y él contaba siempre con vendas por si acaso. Y esta vez, eran para él.

Se sostuvo de la barra antes de dejarse caer de rodillas. Su cuerpo aún tembloroso mientras extendía una de sus manos hasta poder agarrar un paño que humedeció con un poco de alcohol.
Aparentando los labios, tal vez incluso mordiéndose el inferior, cerró los ojos con fuerza y, como pudo, llevó el paño hasta su espalda. Allí, donde alguna vez estuvieron sus alas.
El ardor le llegó enseguida en cuanto el paño se apoyó en las heridas. Mordiendo su labio inferior hasta hacerlo sangrar, pero aún así no se detuvo.

Intentó limpiar cuánto pudo de sus heridas y limpiar la sangre de su pelaje.
Finalmente tomó las vendas y se las envolvió desde el torso hasta llegar a envolver su espalda, las tiras de vendaje cruzando sus hombros para mantenerlas en su lugar hasta que hizo un nudo que aseguraría no se saldrían.
Suspiró y se pasó una mano por el rostro. Ni siquiera quería ver cómo se veía, probablemente desastroso.
Tomó la botella más fuerte que había allí detrás de la barra y bebió un largo trago antes de exhalar con cansancio. Pensando sus opciones, rebuscó entre sus cosas allí dispersas y, para su fortuna, encontró una camisa, aunque algo sucia, que allí había dejado una vez. No dudó en ponérsela. Prefería no asustar a sus hijos al ver sus vendajes.

Una vez cambiado, se levantó. Aún con dificultad. Sus piernas aún temblaban por el dolor pero se obligó a ser fuerte.
Había desaparecido dos días, ni siquiera le había avisado a Angel de lo emocionado que había estado por la invitación de Maxi. Era mejor ir a verle antes de que siguiera preocupado.
Con dolorosa calma caminó hasta su habitación compartida, abriendo la puerta y encontrándose, para variar, como recibimiento al pequeño cerdito huyendo de los niños que ahora se escondía detrás de él.

— ¡Papá! — Habían exclamado los pequeños al verle pero sus sonrisas se borraron rápidamente, bajando sus orejas, al ver su rostro algo desaliñado y la evidente falta de sus alas.
Él sabía que lo notarían enseguida, pero en su mente ya había armado la excusa perfecta.

Se agachó, poniéndose de cuclillas para recibir a sus hijos y estos vinieron enseguida a abrazarlo. Debió contenerse para disimular el dolor que sintió por eso.

— ¿Papá, estás bien? ¿Dónde están tus alas? ¿Estuviste llorando? — Por supuesto, la más sensible, Lottery. Podía ver en ambos jóvenes rostros la preocupación y el miedo. Pero él no iba a permitir que sus hijos pasaran por el dolor de saber la verdad.

— No, no. Sólo estoy cansado, nada que dormir no solucione — Respondió primero, besando la cabeza de ambos infantes y luego señaló detrás de él. El lugar donde las alas ya no estaban — ¿Esto? Es un truco de magia. Las hice desaparecer. No se lo esperaban, ¿Verdad? — Justificó, pudiendo ver en sus ojos la ilusión de la magia. Aquella expresión de asombro por los mágicos trucos que él solía hacerles para entretenerlos.

Solo entonces volvió la mirada a la habitación, frunciendo el ceño confundido. Angel no estaba allí, tan solo la niñera que Maximilian solía usar para cuidar a sus pequeños, y si aún estaba allí, significaba que su prometido jamás había vuelto.
Se levantó del suelo extrañado, dirigiendo la atención de vuelta a sus hijos.
— Rummy, Lottie... ¿Dónde está papi? — Les preguntó antes de volver a mirar por la habitación, efectivamente, no estaba.
Los niños se encogieron de hombros, de vuelta la angustia en sus rostros. Fue entonces cuando comprendió que Angel no había vuelto del trabajo.

Bajó las orejas con expresión preocupada y corrió a buscar en la pequeña mesa de luz su celular que poco usaba. Fue entonces cuando se encontró con el mensaje de Angel Dust. Chasqueando la lengua con enfado antes de oír a sus hijos preguntar preocupados si algo le había pasado a su papi.
No era el lugar ni el momento de ser tan evidente, por lo que volvió a disimular. No era actor, pero le resultaba sorprendente incluso a él lo bueno que se había vuelto tan solo por sus hijos.

— No, no. Es solo que a Papi se le juntó más trabajo del que esperaba.... Iré a buscarlo. Vengan conmigo, los cuidará alguien hasta que vuelva. — Les contestó, extendiendo sus manos que cada niño tomó, aunque demoraron un poco por insistir en llevar a Nuggets con ellos, sosteniendo los pequeños su correa.
Antes de salir de la habitación, volteó dirigiéndose a la niñera. Maxi tenía una magia incomprensible, incluso para él, pero en ese momento era lo que necesitaba. — Dile que me espere en la torre del reloj, o me encuentre con Lucifer. Necesito su ayuda. —

Sin más que agregar, salió de la habitación. Caminaron en silencio hasta salir del hotel y más allá también, solo hasta detenerse en la entrada de un gran hogar, allí donde Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 vivía, los niños parecían confundidos pero él los calmó con suave voz.

— No se preocupen. Él es su otro tío. Estarán bien —
Se sostuvo de la pared a tiempo para no caer. Sus orejas abajo y el color rojizo tiñendo desde su espalda hasta el suelo, dejando un rastro por donde iba pasando. Sus garras arañaron el tapiz de la pared, dejando sus marcas, cuando el dolor punzante lo atacó de nuevo. Incluso su cuerpo tembló de forma inevitable. Jadeaba, más no de verdadero cansancio. Su garganta dolía por haber gritado y el pelaje de su rostro se encontraba húmedo. Sucio. Tal vez había llorado. Aunque lento, había llegado hasta su lugar de trabajo, el bar. No deseaba ir a la habitación donde probablemente estuvieran los niños. No así. Por suerte demasiado estúpidos de lastimaban borrachos y él contaba siempre con vendas por si acaso. Y esta vez, eran para él. Se sostuvo de la barra antes de dejarse caer de rodillas. Su cuerpo aún tembloroso mientras extendía una de sus manos hasta poder agarrar un paño que humedeció con un poco de alcohol. Aparentando los labios, tal vez incluso mordiéndose el inferior, cerró los ojos con fuerza y, como pudo, llevó el paño hasta su espalda. Allí, donde alguna vez estuvieron sus alas. El ardor le llegó enseguida en cuanto el paño se apoyó en las heridas. Mordiendo su labio inferior hasta hacerlo sangrar, pero aún así no se detuvo. Intentó limpiar cuánto pudo de sus heridas y limpiar la sangre de su pelaje. Finalmente tomó las vendas y se las envolvió desde el torso hasta llegar a envolver su espalda, las tiras de vendaje cruzando sus hombros para mantenerlas en su lugar hasta que hizo un nudo que aseguraría no se saldrían. Suspiró y se pasó una mano por el rostro. Ni siquiera quería ver cómo se veía, probablemente desastroso. Tomó la botella más fuerte que había allí detrás de la barra y bebió un largo trago antes de exhalar con cansancio. Pensando sus opciones, rebuscó entre sus cosas allí dispersas y, para su fortuna, encontró una camisa, aunque algo sucia, que allí había dejado una vez. No dudó en ponérsela. Prefería no asustar a sus hijos al ver sus vendajes. Una vez cambiado, se levantó. Aún con dificultad. Sus piernas aún temblaban por el dolor pero se obligó a ser fuerte. Había desaparecido dos días, ni siquiera le había avisado a Angel de lo emocionado que había estado por la invitación de Maxi. Era mejor ir a verle antes de que siguiera preocupado. Con dolorosa calma caminó hasta su habitación compartida, abriendo la puerta y encontrándose, para variar, como recibimiento al pequeño cerdito huyendo de los niños que ahora se escondía detrás de él. — ¡Papá! — Habían exclamado los pequeños al verle pero sus sonrisas se borraron rápidamente, bajando sus orejas, al ver su rostro algo desaliñado y la evidente falta de sus alas. Él sabía que lo notarían enseguida, pero en su mente ya había armado la excusa perfecta. Se agachó, poniéndose de cuclillas para recibir a sus hijos y estos vinieron enseguida a abrazarlo. Debió contenerse para disimular el dolor que sintió por eso. — ¿Papá, estás bien? ¿Dónde están tus alas? ¿Estuviste llorando? — Por supuesto, la más sensible, Lottery. Podía ver en ambos jóvenes rostros la preocupación y el miedo. Pero él no iba a permitir que sus hijos pasaran por el dolor de saber la verdad. — No, no. Sólo estoy cansado, nada que dormir no solucione — Respondió primero, besando la cabeza de ambos infantes y luego señaló detrás de él. El lugar donde las alas ya no estaban — ¿Esto? Es un truco de magia. Las hice desaparecer. No se lo esperaban, ¿Verdad? — Justificó, pudiendo ver en sus ojos la ilusión de la magia. Aquella expresión de asombro por los mágicos trucos que él solía hacerles para entretenerlos. Solo entonces volvió la mirada a la habitación, frunciendo el ceño confundido. Angel no estaba allí, tan solo la niñera que [Maxi8] solía usar para cuidar a sus pequeños, y si aún estaba allí, significaba que su prometido jamás había vuelto. Se levantó del suelo extrañado, dirigiendo la atención de vuelta a sus hijos. — Rummy, Lottie... ¿Dónde está papi? — Les preguntó antes de volver a mirar por la habitación, efectivamente, no estaba. Los niños se encogieron de hombros, de vuelta la angustia en sus rostros. Fue entonces cuando comprendió que Angel no había vuelto del trabajo. Bajó las orejas con expresión preocupada y corrió a buscar en la pequeña mesa de luz su celular que poco usaba. Fue entonces cuando se encontró con el mensaje de [Ange1Dust]. Chasqueando la lengua con enfado antes de oír a sus hijos preguntar preocupados si algo le había pasado a su papi. No era el lugar ni el momento de ser tan evidente, por lo que volvió a disimular. No era actor, pero le resultaba sorprendente incluso a él lo bueno que se había vuelto tan solo por sus hijos. — No, no. Es solo que a Papi se le juntó más trabajo del que esperaba.... Iré a buscarlo. Vengan conmigo, los cuidará alguien hasta que vuelva. — Les contestó, extendiendo sus manos que cada niño tomó, aunque demoraron un poco por insistir en llevar a Nuggets con ellos, sosteniendo los pequeños su correa. Antes de salir de la habitación, volteó dirigiéndose a la niñera. Maxi tenía una magia incomprensible, incluso para él, pero en ese momento era lo que necesitaba. — Dile que me espere en la torre del reloj, o me encuentre con Lucifer. Necesito su ayuda. — Sin más que agregar, salió de la habitación. Caminaron en silencio hasta salir del hotel y más allá también, solo hasta detenerse en la entrada de un gran hogar, allí donde [LuciHe11] vivía, los niños parecían confundidos pero él los calmó con suave voz. — No se preocupen. Él es su otro tío. Estarán bien —
Me entristece
Me shockea
3
10 turnos 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados