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La noche de la luna nueva

No había luna.
No había estrellas.
El cielo parecía muerto, pero no lo estaba: respiraba. Y esa respiración era mía… o de algo que usaba mi piel como cárcel.

La sombra había crecido. Ya no era un huésped: era un continente.
Se alzaba sobre la ciudad como una marea negra que tragaba los edificios, los pensamientos y hasta los rezos que nadie llegó a pronunciar. No eran nubes lo que cubría el firmamento. Era ella.
Era yo dividida, fragmentada, arrancada de mí misma y convertida en un abismo sin fondo.

Por fin era libre.
Completa.
Saciada del miedo que había devorado en los últimos días.
Gigante hasta el punto de parecer capaz de cubrir el mundo entero.

Y entonces… apareció Akane.

Caminaba sin prisa, sin temor.
Serena, como si la inmensidad de la sombra fuese sólo un velo más que podía apartar con la yema de los dedos. Su paso hacía un sonido suave, casi inexistente, pero en ese silencio universal resonó como un campanazo sagrado.

Yo, atrapada en el Jardín de Sombras, sentí una presión en el pecho.
No podía gritar.
No podía moverme.
Sólo podía ver.

Akane no dijo nada.
La sombra tampoco.
Pero se reconocieron: cazadora y cazada, monstruo y espejo, hermana y sacrificio.

La sombra la agarró.

Un brazo hecho de tinieblas puras se extendió desde el cielo negro y la envolvió entera.
La engulló sin violencia, sin prisa, como si absorberla fuera un acto natural, inevitable, antiguo como el origen del Caos.
Un instante antes de que desapareciera, Akane levantó la mirada.
Y juro que me vio.
No a la sombra.
A mí.

Luego… llegó la luz.

Con un beso que aún hoy no se interpretar... Que no sé si fué un sueño o fué real.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche de la luna nueva No había luna. No había estrellas. El cielo parecía muerto, pero no lo estaba: respiraba. Y esa respiración era mía… o de algo que usaba mi piel como cárcel. La sombra había crecido. Ya no era un huésped: era un continente. Se alzaba sobre la ciudad como una marea negra que tragaba los edificios, los pensamientos y hasta los rezos que nadie llegó a pronunciar. No eran nubes lo que cubría el firmamento. Era ella. Era yo dividida, fragmentada, arrancada de mí misma y convertida en un abismo sin fondo. Por fin era libre. Completa. Saciada del miedo que había devorado en los últimos días. Gigante hasta el punto de parecer capaz de cubrir el mundo entero. Y entonces… apareció Akane. Caminaba sin prisa, sin temor. Serena, como si la inmensidad de la sombra fuese sólo un velo más que podía apartar con la yema de los dedos. Su paso hacía un sonido suave, casi inexistente, pero en ese silencio universal resonó como un campanazo sagrado. Yo, atrapada en el Jardín de Sombras, sentí una presión en el pecho. No podía gritar. No podía moverme. Sólo podía ver. Akane no dijo nada. La sombra tampoco. Pero se reconocieron: cazadora y cazada, monstruo y espejo, hermana y sacrificio. La sombra la agarró. Un brazo hecho de tinieblas puras se extendió desde el cielo negro y la envolvió entera. La engulló sin violencia, sin prisa, como si absorberla fuera un acto natural, inevitable, antiguo como el origen del Caos. Un instante antes de que desapareciera, Akane levantó la mirada. Y juro que me vio. No a la sombra. A mí. Luego… llegó la luz. Con un beso que aún hoy no se interpretar... Que no sé si fué un sueño o fué real.
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La noche de la luna nueva

No había luna.
No había estrellas.
El cielo parecía muerto, pero no lo estaba: respiraba. Y esa respiración era mía… o de algo que usaba mi piel como cárcel.

La sombra había crecido. Ya no era un huésped: era un continente.
Se alzaba sobre la ciudad como una marea negra que tragaba los edificios, los pensamientos y hasta los rezos que nadie llegó a pronunciar. No eran nubes lo que cubría el firmamento. Era ella.
Era yo dividida, fragmentada, arrancada de mí misma y convertida en un abismo sin fondo.

Por fin era libre.
Completa.
Saciada del miedo que había devorado en los últimos días.
Gigante hasta el punto de parecer capaz de cubrir el mundo entero.

Y entonces… apareció Akane.

Caminaba sin prisa, sin temor.
Serena, como si la inmensidad de la sombra fuese sólo un velo más que podía apartar con la yema de los dedos. Su paso hacía un sonido suave, casi inexistente, pero en ese silencio universal resonó como un campanazo sagrado.

Yo, atrapada en el Jardín de Sombras, sentí una presión en el pecho.
No podía gritar.
No podía moverme.
Sólo podía ver.

Akane no dijo nada.
La sombra tampoco.
Pero se reconocieron: cazadora y cazada, monstruo y espejo, hermana y sacrificio.

La sombra la agarró.

Un brazo hecho de tinieblas puras se extendió desde el cielo negro y la envolvió entera.
La engulló sin violencia, sin prisa, como si absorberla fuera un acto natural, inevitable, antiguo como el origen del Caos.
Un instante antes de que desapareciera, Akane levantó la mirada.
Y juro que me vio.
No a la sombra.
A mí.

Luego… llegó la luz.

Con un beso que aún hoy no se interpretar... Que no sé si fué un sueño o fué real.
Me encocora
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