Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Esto se ha publicado como Out Of Character.
Tenlo en cuenta al responder.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
La Cacería de la Sombra — Noche Dos
La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia.
Las luces parpadean. Las ratas huyen.
Y cuando el mundo duerme…
…la Sombra despierta.
Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece.
La ciudad la llama.
El miedo… la guía.
Suburbia es un jardín perfecto para ella:
olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad.
Allí lo siente.
Un aura sucia.
Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido.
Un hombre observa a los niños jugar en la esquina.
Sus ojos no miran…
devoran.
Pero él no ve a la Sombra.
Nadie la ve.
Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró.
Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener.
El hombre acelera el paso.
La Sombra también.
Pero cuando dobla la esquina…
No hay niña.
Hay Lili.
La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco.
El caparazón.
La máscara perfecta.
La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve.
La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso.
Se forma.
Se recompone.
Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza.
El hombre retrocede.
La Sombra no.
Nadie escuchará sus gritos.
Nadie encontrará su cuerpo entero.
Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino:
Fue la decisión equivocada.
La última que tomó en su vida.
Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado,
Lili se abraza las piernas,
temblando,
mientras sombras que no tienen nombre la observan…
como un enjambre de testigos silenciosos.
La Cacería de la Sombra — Noche Dos
La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia.
Las luces parpadean. Las ratas huyen.
Y cuando el mundo duerme…
…la Sombra despierta.
Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece.
La ciudad la llama.
El miedo… la guía.
Suburbia es un jardín perfecto para ella:
olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad.
Allí lo siente.
Un aura sucia.
Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido.
Un hombre observa a los niños jugar en la esquina.
Sus ojos no miran…
devoran.
Pero él no ve a la Sombra.
Nadie la ve.
Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró.
Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener.
El hombre acelera el paso.
La Sombra también.
Pero cuando dobla la esquina…
No hay niña.
Hay Lili.
La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco.
El caparazón.
La máscara perfecta.
La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve.
La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso.
Se forma.
Se recompone.
Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza.
El hombre retrocede.
La Sombra no.
Nadie escuchará sus gritos.
Nadie encontrará su cuerpo entero.
Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino:
Fue la decisión equivocada.
La última que tomó en su vida.
Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado,
Lili se abraza las piernas,
temblando,
mientras sombras que no tienen nombre la observan…
como un enjambre de testigos silenciosos.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
La Cacería de la Sombra — Noche Dos
La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia.
Las luces parpadean. Las ratas huyen.
Y cuando el mundo duerme…
…la Sombra despierta.
Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece.
La ciudad la llama.
El miedo… la guía.
Suburbia es un jardín perfecto para ella:
olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad.
Allí lo siente.
Un aura sucia.
Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido.
Un hombre observa a los niños jugar en la esquina.
Sus ojos no miran…
devoran.
Pero él no ve a la Sombra.
Nadie la ve.
Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró.
Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener.
El hombre acelera el paso.
La Sombra también.
Pero cuando dobla la esquina…
No hay niña.
Hay Lili.
La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco.
El caparazón.
La máscara perfecta.
La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve.
La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso.
Se forma.
Se recompone.
Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza.
El hombre retrocede.
La Sombra no.
Nadie escuchará sus gritos.
Nadie encontrará su cuerpo entero.
Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino:
Fue la decisión equivocada.
La última que tomó en su vida.
Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado,
Lili se abraza las piernas,
temblando,
mientras sombras que no tienen nombre la observan…
como un enjambre de testigos silenciosos.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
La Cacería de la Sombra — Noche Dos
La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia.
Las luces parpadean. Las ratas huyen.
Y cuando el mundo duerme…
…la Sombra despierta.
Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece.
La ciudad la llama.
El miedo… la guía.
Suburbia es un jardín perfecto para ella:
olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad.
Allí lo siente.
Un aura sucia.
Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido.
Un hombre observa a los niños jugar en la esquina.
Sus ojos no miran…
devoran.
Pero él no ve a la Sombra.
Nadie la ve.
Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró.
Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener.
El hombre acelera el paso.
La Sombra también.
Pero cuando dobla la esquina…
No hay niña.
Hay Lili.
La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco.
El caparazón.
La máscara perfecta.
La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve.
La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso.
Se forma.
Se recompone.
Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza.
El hombre retrocede.
La Sombra no.
Nadie escuchará sus gritos.
Nadie encontrará su cuerpo entero.
Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino:
Fue la decisión equivocada.
La última que tomó en su vida.
Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado,
Lili se abraza las piernas,
temblando,
mientras sombras que no tienen nombre la observan…
como un enjambre de testigos silenciosos.
La Cacería de la Sombra — Noche Dos
La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia.
Las luces parpadean. Las ratas huyen.
Y cuando el mundo duerme…
…la Sombra despierta.
Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece.
La ciudad la llama.
El miedo… la guía.
Suburbia es un jardín perfecto para ella:
olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad.
Allí lo siente.
Un aura sucia.
Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido.
Un hombre observa a los niños jugar en la esquina.
Sus ojos no miran…
devoran.
Pero él no ve a la Sombra.
Nadie la ve.
Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró.
Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener.
El hombre acelera el paso.
La Sombra también.
Pero cuando dobla la esquina…
No hay niña.
Hay Lili.
La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco.
El caparazón.
La máscara perfecta.
La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve.
La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso.
Se forma.
Se recompone.
Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza.
El hombre retrocede.
La Sombra no.
Nadie escuchará sus gritos.
Nadie encontrará su cuerpo entero.
Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino:
Fue la decisión equivocada.
La última que tomó en su vida.
Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado,
Lili se abraza las piernas,
temblando,
mientras sombras que no tienen nombre la observan…
como un enjambre de testigos silenciosos.
0
comentarios
0
compartidos