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Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili

La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo.

Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla.

Ayane:
—Akane… qué alegría verte, cielo.

Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto.

Akane:
—Buenos días, mis lunas.

Lili:
—¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón!

Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada.


---

En mi habitación

Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación.
Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo.

Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace.


---

Las transformaciones de Akane

Akane:
—Lo primero que apareció en mí fue la goblina.
La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo.
Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida.

La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida.

Akane:
—Luego vino la ogresa.
—Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver.
—Era enorme. Poderosa. Y muy sola.

Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada.

Akane:
—Pero no me quedé así.
Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo.
—La Oni Lunar.
Mi forma favorita. Mi forma verdadera.

Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada.

Lili:
—¿Es con esa que luchaste contra Jennifer?

Akane asiente.

Akane:
—Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también.
—Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló.
—Y… abrió una grieta en el sello de Oz.
—Por eso él… está suelto ahora.

Su voz cae un poco. Yo trago saliva.
Es el momento. Debo decírselo.


---

Mi confesión sobre Oz

Lili:
—Akane…
—Oz me dijo que ha cambiado.

Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen.

Lili:
—Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho.
—Que no quiere arrebatarle nada.
—Que se apartará para dejarla reinar.
—Y… y que ahora es mi maestro.
—Mi papi.

Akane deja de respirar por un segundo.
Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme.

Akane:
—¿Papi, hm?
—Qué palabra tan grande, pequeña luna.

Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan.


---

Las pesadillas

Lili:
—He soñado cosas raras.
—Pesadas.
—Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados.
—No sé qué me pasa.

Akane me toma la cara entre las manos, despacio.

Akane:
—Lili…
—Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero.
—Pero no estás sola, ¿sí?
—Y no estás rota.

Lili:
—¿Te… te lo parece?

Ella me besa la frente.

Akane:
—Me lo dice tu luna.

No añade más. Lo noto: algo la preocupa.
Algo que no quiere que yo cargue todavía.

Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías.

Nos reímos.
Jugamos a ver formas en el techo.
Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola.
Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes.

Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
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Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili

La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo.

Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla.

Ayane:
—Akane… qué alegría verte, cielo.

Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto.

Akane:
—Buenos días, mis lunas.

Lili:
—¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón!

Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada.


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En mi habitación

Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación.
Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo.

Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace.


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Las transformaciones de Akane

Akane:
—Lo primero que apareció en mí fue la goblina.
La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo.
Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida.

La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida.

Akane:
—Luego vino la ogresa.
—Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver.
—Era enorme. Poderosa. Y muy sola.

Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada.

Akane:
—Pero no me quedé así.
Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo.
—La Oni Lunar.
Mi forma favorita. Mi forma verdadera.

Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada.

Lili:
—¿Es con esa que luchaste contra Jennifer?

Akane asiente.

Akane:
—Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también.
—Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló.
—Y… abrió una grieta en el sello de Oz.
—Por eso él… está suelto ahora.

Su voz cae un poco. Yo trago saliva.
Es el momento. Debo decírselo.


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Mi confesión sobre Oz

Lili:
—Akane…
—Oz me dijo que ha cambiado.

Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen.

Lili:
—Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho.
—Que no quiere arrebatarle nada.
—Que se apartará para dejarla reinar.
—Y… y que ahora es mi maestro.
—Mi papi.

Akane deja de respirar por un segundo.
Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme.

Akane:
—¿Papi, hm?
—Qué palabra tan grande, pequeña luna.

Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan.


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Las pesadillas

Lili:
—He soñado cosas raras.
—Pesadas.
—Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados.
—No sé qué me pasa.

Akane me toma la cara entre las manos, despacio.

Akane:
—Lili…
—Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero.
—Pero no estás sola, ¿sí?
—Y no estás rota.

Lili:
—¿Te… te lo parece?

Ella me besa la frente.

Akane:
—Me lo dice tu luna.

No añade más. Lo noto: algo la preocupa.
Algo que no quiere que yo cargue todavía.

Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías.

Nos reímos.
Jugamos a ver formas en el techo.
Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola.
Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes.

Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
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