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La primera pesadilla
La noche después de la transformación no sabe a descanso.
Mi cuerpo debería estar agotado…
pero algo dentro de mí no me deja dormir.
Quema.
Arde como brasas vivas.
Y al mismo tiempo me da frío.
Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.
Susurra.
Una voz que no es voz.
Un idioma que no entiendo… pero siento.
Como si siempre hubiera estado en mí,
esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.
Me enseña palabras imposibles.
Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
O quizá… no las olvido.
Quizá ellas me recuerdan a mí.
Me duermo.
Y el mundo cambia.
Estoy de pie en un puente de madera vieja.
El viento huele a sal y a sangre.
Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
Mis pies… no.
No son mis pies.
Yo no soy yo.
A mi alrededor escucho gritos.
Llamas.
El estallido de un hogar ardiendo.
La masacre de un pueblo pesquero.
Corsarios.
Docenas.
Tal vez cientos.
Queman casas.
Se llevan niños.
Arrastran mujeres.
Degüellan hombres.
Y yo corro.
Corro sin saber a dónde.
Sin saber quién soy.
Mis piernas son cortas.
Mi cuerpo es frágil.
Mi respiración suena a un niño asustado.
No a mí.
No a Lili.
Este no es mi cuerpo.
Los corsarios me rodean.
Sombras enormes contra la luna.
Casco, hierro, parches, cicatrices.
Espadas que brillan.
No hay salida.
Grito.
Pero la voz que sale de mí no es la mía.
Es más aguda.
Más pequeña.
Más rota.
Una espada me atraviesa.
Y otra.
Y otra.
Y el puente se llena de rojo.
Despierto.
Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
No hay heridas.
Soy yo.
Lili.
Pero el miedo no se va.
Se queda enganchado a mis costillas.
Me falta el aire.
La oscuridad de la habitación parece viva.
No quiero cerrar los ojos.
No quiero volver a ese puente.
No quiero saber quién era ese niño.
No quiero saber por qué veo su muerte.
No quiero…
Me encojo bajo las mantas.
Mis uñas arañan mis propios brazos.
Mi respiración se convierte en sollozos.
Esa noche la pasé llorando.
Sola.
Llorando con la almohada mordida,
esperando que nadie escuchara,
esperando que la sombra no volviera a hablarme.
La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
La primera pesadilla
La noche después de la transformación no sabe a descanso.
Mi cuerpo debería estar agotado…
pero algo dentro de mí no me deja dormir.
Quema.
Arde como brasas vivas.
Y al mismo tiempo me da frío.
Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.
Susurra.
Una voz que no es voz.
Un idioma que no entiendo… pero siento.
Como si siempre hubiera estado en mí,
esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.
Me enseña palabras imposibles.
Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
O quizá… no las olvido.
Quizá ellas me recuerdan a mí.
Me duermo.
Y el mundo cambia.
Estoy de pie en un puente de madera vieja.
El viento huele a sal y a sangre.
Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
Mis pies… no.
No son mis pies.
Yo no soy yo.
A mi alrededor escucho gritos.
Llamas.
El estallido de un hogar ardiendo.
La masacre de un pueblo pesquero.
Corsarios.
Docenas.
Tal vez cientos.
Queman casas.
Se llevan niños.
Arrastran mujeres.
Degüellan hombres.
Y yo corro.
Corro sin saber a dónde.
Sin saber quién soy.
Mis piernas son cortas.
Mi cuerpo es frágil.
Mi respiración suena a un niño asustado.
No a mí.
No a Lili.
Este no es mi cuerpo.
Los corsarios me rodean.
Sombras enormes contra la luna.
Casco, hierro, parches, cicatrices.
Espadas que brillan.
No hay salida.
Grito.
Pero la voz que sale de mí no es la mía.
Es más aguda.
Más pequeña.
Más rota.
Una espada me atraviesa.
Y otra.
Y otra.
Y el puente se llena de rojo.
Despierto.
Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
No hay heridas.
Soy yo.
Lili.
Pero el miedo no se va.
Se queda enganchado a mis costillas.
Me falta el aire.
La oscuridad de la habitación parece viva.
No quiero cerrar los ojos.
No quiero volver a ese puente.
No quiero saber quién era ese niño.
No quiero saber por qué veo su muerte.
No quiero…
Me encojo bajo las mantas.
Mis uñas arañan mis propios brazos.
Mi respiración se convierte en sollozos.
Esa noche la pasé llorando.
Sola.
Llorando con la almohada mordida,
esperando que nadie escuchara,
esperando que la sombra no volviera a hablarme.
La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
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La primera pesadilla
La noche después de la transformación no sabe a descanso.
Mi cuerpo debería estar agotado…
pero algo dentro de mí no me deja dormir.
Quema.
Arde como brasas vivas.
Y al mismo tiempo me da frío.
Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.
Susurra.
Una voz que no es voz.
Un idioma que no entiendo… pero siento.
Como si siempre hubiera estado en mí,
esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.
Me enseña palabras imposibles.
Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
O quizá… no las olvido.
Quizá ellas me recuerdan a mí.
Me duermo.
Y el mundo cambia.
Estoy de pie en un puente de madera vieja.
El viento huele a sal y a sangre.
Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
Mis pies… no.
No son mis pies.
Yo no soy yo.
A mi alrededor escucho gritos.
Llamas.
El estallido de un hogar ardiendo.
La masacre de un pueblo pesquero.
Corsarios.
Docenas.
Tal vez cientos.
Queman casas.
Se llevan niños.
Arrastran mujeres.
Degüellan hombres.
Y yo corro.
Corro sin saber a dónde.
Sin saber quién soy.
Mis piernas son cortas.
Mi cuerpo es frágil.
Mi respiración suena a un niño asustado.
No a mí.
No a Lili.
Este no es mi cuerpo.
Los corsarios me rodean.
Sombras enormes contra la luna.
Casco, hierro, parches, cicatrices.
Espadas que brillan.
No hay salida.
Grito.
Pero la voz que sale de mí no es la mía.
Es más aguda.
Más pequeña.
Más rota.
Una espada me atraviesa.
Y otra.
Y otra.
Y el puente se llena de rojo.
Despierto.
Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
No hay heridas.
Soy yo.
Lili.
Pero el miedo no se va.
Se queda enganchado a mis costillas.
Me falta el aire.
La oscuridad de la habitación parece viva.
No quiero cerrar los ojos.
No quiero volver a ese puente.
No quiero saber quién era ese niño.
No quiero saber por qué veo su muerte.
No quiero…
Me encojo bajo las mantas.
Mis uñas arañan mis propios brazos.
Mi respiración se convierte en sollozos.
Esa noche la pasé llorando.
Sola.
Llorando con la almohada mordida,
esperando que nadie escuchara,
esperando que la sombra no volviera a hablarme.
La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
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La primera pesadilla
La noche después de la transformación no sabe a descanso.
Mi cuerpo debería estar agotado…
pero algo dentro de mí no me deja dormir.
Quema.
Arde como brasas vivas.
Y al mismo tiempo me da frío.
Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.
Susurra.
Una voz que no es voz.
Un idioma que no entiendo… pero siento.
Como si siempre hubiera estado en mí,
esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.
Me enseña palabras imposibles.
Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
O quizá… no las olvido.
Quizá ellas me recuerdan a mí.
Me duermo.
Y el mundo cambia.
Estoy de pie en un puente de madera vieja.
El viento huele a sal y a sangre.
Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
Mis pies… no.
No son mis pies.
Yo no soy yo.
A mi alrededor escucho gritos.
Llamas.
El estallido de un hogar ardiendo.
La masacre de un pueblo pesquero.
Corsarios.
Docenas.
Tal vez cientos.
Queman casas.
Se llevan niños.
Arrastran mujeres.
Degüellan hombres.
Y yo corro.
Corro sin saber a dónde.
Sin saber quién soy.
Mis piernas son cortas.
Mi cuerpo es frágil.
Mi respiración suena a un niño asustado.
No a mí.
No a Lili.
Este no es mi cuerpo.
Los corsarios me rodean.
Sombras enormes contra la luna.
Casco, hierro, parches, cicatrices.
Espadas que brillan.
No hay salida.
Grito.
Pero la voz que sale de mí no es la mía.
Es más aguda.
Más pequeña.
Más rota.
Una espada me atraviesa.
Y otra.
Y otra.
Y el puente se llena de rojo.
Despierto.
Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
No hay heridas.
Soy yo.
Lili.
Pero el miedo no se va.
Se queda enganchado a mis costillas.
Me falta el aire.
La oscuridad de la habitación parece viva.
No quiero cerrar los ojos.
No quiero volver a ese puente.
No quiero saber quién era ese niño.
No quiero saber por qué veo su muerte.
No quiero…
Me encojo bajo las mantas.
Mis uñas arañan mis propios brazos.
Mi respiración se convierte en sollozos.
Esa noche la pasé llorando.
Sola.
Llorando con la almohada mordida,
esperando que nadie escuchara,
esperando que la sombra no volviera a hablarme.
La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
La primera pesadilla
La noche después de la transformación no sabe a descanso.
Mi cuerpo debería estar agotado…
pero algo dentro de mí no me deja dormir.
Quema.
Arde como brasas vivas.
Y al mismo tiempo me da frío.
Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.
Susurra.
Una voz que no es voz.
Un idioma que no entiendo… pero siento.
Como si siempre hubiera estado en mí,
esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.
Me enseña palabras imposibles.
Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
O quizá… no las olvido.
Quizá ellas me recuerdan a mí.
Me duermo.
Y el mundo cambia.
Estoy de pie en un puente de madera vieja.
El viento huele a sal y a sangre.
Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
Mis pies… no.
No son mis pies.
Yo no soy yo.
A mi alrededor escucho gritos.
Llamas.
El estallido de un hogar ardiendo.
La masacre de un pueblo pesquero.
Corsarios.
Docenas.
Tal vez cientos.
Queman casas.
Se llevan niños.
Arrastran mujeres.
Degüellan hombres.
Y yo corro.
Corro sin saber a dónde.
Sin saber quién soy.
Mis piernas son cortas.
Mi cuerpo es frágil.
Mi respiración suena a un niño asustado.
No a mí.
No a Lili.
Este no es mi cuerpo.
Los corsarios me rodean.
Sombras enormes contra la luna.
Casco, hierro, parches, cicatrices.
Espadas que brillan.
No hay salida.
Grito.
Pero la voz que sale de mí no es la mía.
Es más aguda.
Más pequeña.
Más rota.
Una espada me atraviesa.
Y otra.
Y otra.
Y el puente se llena de rojo.
Despierto.
Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
No hay heridas.
Soy yo.
Lili.
Pero el miedo no se va.
Se queda enganchado a mis costillas.
Me falta el aire.
La oscuridad de la habitación parece viva.
No quiero cerrar los ojos.
No quiero volver a ese puente.
No quiero saber quién era ese niño.
No quiero saber por qué veo su muerte.
No quiero…
Me encojo bajo las mantas.
Mis uñas arañan mis propios brazos.
Mi respiración se convierte en sollozos.
Esa noche la pasé llorando.
Sola.
Llorando con la almohada mordida,
esperando que nadie escuchara,
esperando que la sombra no volviera a hablarme.
La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.