Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷

El campo de entrenamiento

El campo es enorme.
Solitario.
Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

Hay pesas gigantescas, imposibles,
como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

Las tomo, una por una,
blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

Y entonces las veo:
los postes.

Negros.
De un metal más oscuro que el carbón.
Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

Caos.
Un latido familiar.
Me llaman.
Me retan.

Sonrío.
Agarro una guadaña.
Cargo con todas mis fuerzas
y golpeo.

El arma rebota.
El poste no vibra.
Ni un suspiro.
Ni un arañazo.

Miro mis manos.
Aprieto los puños.
Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

"El poder que late en ti."

Mi pecho se contrae.

Mentirosa…
no soy nada…

Le doy un puñetazo al poste.
Luego otro.
Y otro.
Y otro.

Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
y la piel se abre
y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

Miro alrededor.
El cielo está oscureciendo.
Mi madre no ha venido.
Ni vendrá.

Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
y sin pensarlo dos veces
sigo golpeando.

Golpeo por rabia.
Golpeo por abandono.
Golpeo por no ser como Akane.
Golpeo por no ser suficiente.
Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
despierta cada vez que me hiero.

Golpeo.
Golpeo.
Golpeo.

Como un mantra:
no soy fuerte
no soy ella
no soy suficiente
no tengo poder
no soy nada

Hasta que un susurro extraño corta el aire.
Frío, elegante, desconocido.

Un susurro que hace que
todos mis golpes se detengan.

Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
ni a Akane,
ni a Jennifer.

Un susurro que viene…
del poste mismo.
Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷 El campo de entrenamiento El campo es enorme. Solitario. Las sombras se estiran largas sobre la tierra. Hay pesas gigantescas, imposibles, como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses, no para una recién nacida con cuerpo adolescente. Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando. Las tomo, una por una, blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica. Y entonces las veo: los postes. Negros. De un metal más oscuro que el carbón. Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí. Caos. Un latido familiar. Me llaman. Me retan. Sonrío. Agarro una guadaña. Cargo con todas mis fuerzas y golpeo. El arma rebota. El poste no vibra. Ni un suspiro. Ni un arañazo. Miro mis manos. Aprieto los puños. Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer: "El poder que late en ti." Mi pecho se contrae. Mentirosa… no soy nada… Le doy un puñetazo al poste. Luego otro. Y otro. Y otro. Hasta que siento cómo mis nudillos crujen y la piel se abre y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra. Miro alrededor. El cielo está oscureciendo. Mi madre no ha venido. Ni vendrá. Me beso las manos heridas, inútil consuelo, y sin pensarlo dos veces sigo golpeando. Golpeo por rabia. Golpeo por abandono. Golpeo por no ser como Akane. Golpeo por no ser suficiente. Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro— despierta cada vez que me hiero. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Como un mantra: no soy fuerte no soy ella no soy suficiente no tengo poder no soy nada Hasta que un susurro extraño corta el aire. Frío, elegante, desconocido. Un susurro que hace que todos mis golpes se detengan. Un susurro que no pertenece ni a Ayane, ni a Akane, ni a Jennifer. Un susurro que viene… del poste mismo.
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El campo de entrenamiento

El campo es enorme.
Solitario.
Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

Hay pesas gigantescas, imposibles,
como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

Las tomo, una por una,
blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

Y entonces las veo:
los postes.

Negros.
De un metal más oscuro que el carbón.
Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

Caos.
Un latido familiar.
Me llaman.
Me retan.

Sonrío.
Agarro una guadaña.
Cargo con todas mis fuerzas
y golpeo.

El arma rebota.
El poste no vibra.
Ni un suspiro.
Ni un arañazo.

Miro mis manos.
Aprieto los puños.
Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

"El poder que late en ti."

Mi pecho se contrae.

Mentirosa…
no soy nada…

Le doy un puñetazo al poste.
Luego otro.
Y otro.
Y otro.

Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
y la piel se abre
y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

Miro alrededor.
El cielo está oscureciendo.
Mi madre no ha venido.
Ni vendrá.

Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
y sin pensarlo dos veces
sigo golpeando.

Golpeo por rabia.
Golpeo por abandono.
Golpeo por no ser como Akane.
Golpeo por no ser suficiente.
Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
despierta cada vez que me hiero.

Golpeo.
Golpeo.
Golpeo.

Como un mantra:
no soy fuerte
no soy ella
no soy suficiente
no tengo poder
no soy nada

Hasta que un susurro extraño corta el aire.
Frío, elegante, desconocido.

Un susurro que hace que
todos mis golpes se detengan.

Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
ni a Akane,
ni a Jennifer.

Un susurro que viene…
del poste mismo.
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