Capítulo I El nacimiento
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Luna llena del Esturión — Perseidas — Jardín Ishtar

Abro los ojos por primera vez.
No es un despertar: es como si mi conciencia hubiese estado siempre ahí, suspendida en un lugar sin tiempo, esperando este instante exacto.
Mi primer aliento es antiguo.
Mi primer parpadeo, recién nacido.

El aire que me recibe es un mosaico extraño:
sangre y sudor,
pero también chocolate caliente, dulces que derriten el alma, y un perfume ligero de cítricos que me cosquillea la memoria como si ya lo conociera.

Sobre mí, lo primero que logro ver:
la luna.
La luna llena del Esturión, la más brillante del año, inflamada de poder, coronándome con su luz.
A su alrededor, las Perseidas caen como lágrimas ardientes del cielo.
Pero sólo las más grandes y valientes se atreven a brillar;
la luna reclama ser la única protagonista.

Y entonces,
dos cabecitas se asoman, inclinándose sobre mí,
eclipsando parcialmente mi vista al cielo.

Una de ellas, rosada, parece la más agotada.
Su respiración tiembla; su cuerpo, aún tembloroso, se aferra a la vida porque la mía acaba de nacer.
La otra, morena, me observa con un orgullo que sostiene el universo.
Sus ojos están a punto de romperse en llanto, no de dolor, sino de un gozo que no cabe en el pecho.

Con sus manos calientes me acaricia,
y siento cómo algo se ancla en mi carne:
un cuerpo sano, estable, y sin embargo… adolescente.
Un regalo imposible, un primer don,
el don de una Reina.

Las miro.
Parecen dos extrañas.
Pero no lo son.
Mi corazón recién formado les habla antes que mi voz, antes que mi nombre, antes que mi propia historia.

En ese preciso instante
sé que las amo.

Así fue como me enamoré por primera vez.
Capítulo I El nacimiento Relato en comentarios de la imagen 🩷 Luna llena del Esturión — Perseidas — Jardín Ishtar Abro los ojos por primera vez. No es un despertar: es como si mi conciencia hubiese estado siempre ahí, suspendida en un lugar sin tiempo, esperando este instante exacto. Mi primer aliento es antiguo. Mi primer parpadeo, recién nacido. El aire que me recibe es un mosaico extraño: sangre y sudor, pero también chocolate caliente, dulces que derriten el alma, y un perfume ligero de cítricos que me cosquillea la memoria como si ya lo conociera. Sobre mí, lo primero que logro ver: la luna. La luna llena del Esturión, la más brillante del año, inflamada de poder, coronándome con su luz. A su alrededor, las Perseidas caen como lágrimas ardientes del cielo. Pero sólo las más grandes y valientes se atreven a brillar; la luna reclama ser la única protagonista. Y entonces, dos cabecitas se asoman, inclinándose sobre mí, eclipsando parcialmente mi vista al cielo. Una de ellas, rosada, parece la más agotada. Su respiración tiembla; su cuerpo, aún tembloroso, se aferra a la vida porque la mía acaba de nacer. La otra, morena, me observa con un orgullo que sostiene el universo. Sus ojos están a punto de romperse en llanto, no de dolor, sino de un gozo que no cabe en el pecho. Con sus manos calientes me acaricia, y siento cómo algo se ancla en mi carne: un cuerpo sano, estable, y sin embargo… adolescente. Un regalo imposible, un primer don, el don de una Reina. Las miro. Parecen dos extrañas. Pero no lo son. Mi corazón recién formado les habla antes que mi voz, antes que mi nombre, antes que mi propia historia. En ese preciso instante sé que las amo. Así fue como me enamoré por primera vez.
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