El Libro.

Así lo llamaron esos entes que habitan entre la luz de lo mundano y las sombras de lo abominable. Un nombre tan sencillo, que resultaba a la vez, lleno de advertencia y de terribles promesas.

Ese tomo, lleno de un lenguaje incomprensible que parecía reescribirse cada día, de mapas de sitios que no existían, de firmas de nombres que jamás se pronunciaron, también contenía algo importante: Las únicas trazas de su pasado, y las únicas pistas de lo que podía ser su futuro.

Después de sobrevivir a esa noche fatídica, completando su larga travesía en tren, había llegado por fin a ese pequeño y olvidado pueblo portuario. De ahí había sido enviada la carta anónima que dio inicio al viaje de Irura.

—El aire… huele a sal.

Pronunció con una emoción que quizás era inapropiada, dada su situación. Ella nunca había visto el mar, así que la idea de no solamente experimentarlo por vez primera, sino de hacerlo en compañía de ℂ𝐡𝐥𝐨𝑒 ⁖⁖ , la llenaba de un sentimiento al que no podía ponerle nombre.

Tomó la mano de su acompañante mientras bajaban del tren, llegando a altas horas de la noche. Sabía que buscar un lugar donde pasar la noche iba a tomar precedencia a la (ahora urgente) misión de conocer la playa a su lado, pero paciencia podía tener. Después de todo… paciencia tuvo por años, esperando hasta conocerla.

Porque no habría podido llegar hasta aquí sin ella. Porque no habría querido llegar hasta aquí sin ella. Porque ese viaje que la carta empezó a no significar nada, nada en absoluto, si no lo hacía con ella.

Y así quería que todo siguiera… al menos, hasta donde el universo le permitiera extenderlo.

—Vamos, busquemos un hotel.
El Libro. Así lo llamaron esos entes que habitan entre la luz de lo mundano y las sombras de lo abominable. Un nombre tan sencillo, que resultaba a la vez, lleno de advertencia y de terribles promesas. Ese tomo, lleno de un lenguaje incomprensible que parecía reescribirse cada día, de mapas de sitios que no existían, de firmas de nombres que jamás se pronunciaron, también contenía algo importante: Las únicas trazas de su pasado, y las únicas pistas de lo que podía ser su futuro. Después de sobrevivir a esa noche fatídica, completando su larga travesía en tren, había llegado por fin a ese pequeño y olvidado pueblo portuario. De ahí había sido enviada la carta anónima que dio inicio al viaje de Irura. —El aire… huele a sal. Pronunció con una emoción que quizás era inapropiada, dada su situación. Ella nunca había visto el mar, así que la idea de no solamente experimentarlo por vez primera, sino de hacerlo en compañía de [Pandemonium.ft] , la llenaba de un sentimiento al que no podía ponerle nombre. Tomó la mano de su acompañante mientras bajaban del tren, llegando a altas horas de la noche. Sabía que buscar un lugar donde pasar la noche iba a tomar precedencia a la (ahora urgente) misión de conocer la playa a su lado, pero paciencia podía tener. Después de todo… paciencia tuvo por años, esperando hasta conocerla. Porque no habría podido llegar hasta aquí sin ella. Porque no habría querido llegar hasta aquí sin ella. Porque ese viaje que la carta empezó a no significar nada, nada en absoluto, si no lo hacía con ella. Y así quería que todo siguiera… al menos, hasta donde el universo le permitiera extenderlo. —Vamos, busquemos un hotel.
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