Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Tenlo en cuenta al responder.
Bajo la nieve y el silencio de la noche, se abrazaron como si el tiempo nunca hubiera pasado. Él la envolvía con su abrigo, como lo hacía desde hacía tantos inviernos, y ella se acurrucaba en su pecho, sonriendo con los ojos cerrados, respirando el mismo amor que un día los llevó al altar.
Tres hijos dormían en casa, fruto de esa historia que empezó con miradas tímidas y promesas de “para siempre” que, sin darse cuenta, habían cumplido.
Ya no eran los mismos de antes: había días llenos de cansancio y mil responsabilidades… pero también una paz que solo da el amor maduro, ese que sobrevive a los días grises, a las discusiones y a los silencios.
Entre la nieve cayendo, se miraron una vez más —con la ternura de quien lo ha dado todo y aún quiere seguir dando— y entendieron que, aunque el mundo cambie, ellos siempre serán hogar el uno del otro.
Tres hijos dormían en casa, fruto de esa historia que empezó con miradas tímidas y promesas de “para siempre” que, sin darse cuenta, habían cumplido.
Ya no eran los mismos de antes: había días llenos de cansancio y mil responsabilidades… pero también una paz que solo da el amor maduro, ese que sobrevive a los días grises, a las discusiones y a los silencios.
Entre la nieve cayendo, se miraron una vez más —con la ternura de quien lo ha dado todo y aún quiere seguir dando— y entendieron que, aunque el mundo cambie, ellos siempre serán hogar el uno del otro.
Bajo la nieve y el silencio de la noche, se abrazaron como si el tiempo nunca hubiera pasado. Él la envolvía con su abrigo, como lo hacía desde hacía tantos inviernos, y ella se acurrucaba en su pecho, sonriendo con los ojos cerrados, respirando el mismo amor que un día los llevó al altar.
Tres hijos dormían en casa, fruto de esa historia que empezó con miradas tímidas y promesas de “para siempre” que, sin darse cuenta, habían cumplido.
Ya no eran los mismos de antes: había días llenos de cansancio y mil responsabilidades… pero también una paz que solo da el amor maduro, ese que sobrevive a los días grises, a las discusiones y a los silencios.
Entre la nieve cayendo, se miraron una vez más —con la ternura de quien lo ha dado todo y aún quiere seguir dando— y entendieron que, aunque el mundo cambie, ellos siempre serán hogar el uno del otro.