La puerta se abrió de golpe, sobresaltándola.
La pluma casi perforo el pergamino, y toda la caligrafía escrita con cariño y mimo pareció no servir de nada con aquel último rallajo.
Sandor entró sin pedir permiso, como de costumbre, pero con un gesto distinto, como si no estuviese de buen humor.
—Tenéis clase con el gnomo.
Y...