Crónicas del Olvido — Capítulo II: El Templo de Ceniza
Tras la purificación del Templo del Viento, el grupo se refugia en las ruinas de un monasterio oculto entre las montañas de Tharion. Allí, Kael estudia el fragmento recuperado, que vibra con una energía que parece responder a su presencia. Elen lo ayuda a estabilizarlo, mientras Sira entrena con Tharos, intentando controlar sus ráfagas de fuego sin que se desborde su furia.
Pero algo se acerca.
Los sabios del monasterio hablan de un segundo templo: el Templo de Ceniza, enterrado bajo una ciudad abandonada, donde el fuego y la tierra se entrelazan. Se dice que allí yace un fragmento mayor del Amuleto, custodiado por una criatura que fue forjada por el propio Señor de las Sombras: el Centinela de Carbón, una amalgama de roca viva y llamas corruptas.
El viaje es arduo. El grupo atraviesa zonas donde la magia elemental se comporta de forma errática. Elen apenas logra mantener la vegetación viva. Tharos siente que el fuego dentro de él se vuelve más agresivo. Sira comienza a tener visiones de Lidica, pero distorsionadas, como si alguien estuviera manipulando sus recuerdos.
Kael, por su parte, comienza a escuchar voces en los fragmentos. No palabras. Emociones. Ecos de Yukine.
“No todos los sellos se rompen con fuerza. Algunos… con fe.”
Al llegar, el grupo encuentra el templo sumergido en una cámara volcánica. El calor es insoportable. El suelo tiembla. Y en el centro, el Centinela de Carbón se alza: una criatura de veinte metros, con un núcleo incandescente y brazos de obsidiana que se regeneran al romperse.
La batalla comienza.
• Sira se mueve entre las columnas, cortando los tendones de lava que sostienen al Centinela.
• Tharos desata su fuego, pero el enemigo lo absorbe, volviéndose más fuerte.
• Elen crea barreras de raíces endurecidas, pero el calor las calcina.
• Kael intenta canalizar el fragmento, pero el templo mismo lo rechaza.
El Centinela lanza una onda de magma que hiere gravemente a Tharos. Elen corre a salvarlo, pero queda atrapada bajo escombros. Sira grita, pero es empujada por una ráfaga de calor. Kael, solo, se acerca al núcleo.
Kael coloca el fragmento en el altar. El templo tiembla. El Centinela se detiene. El fragmento brilla… y se divide.
Una parte se fusiona con Kael, revelando una memoria sellada: una visión de Yukine, en sus últimos momentos, canalizando el poder del sello roto. Kael no entiende la magia, pero siente la intención. La estructura. La forma.
Con ese conocimiento, Kael conjura un hechizo de contención que no destruye al Centinela… lo purifica.
La criatura se desmorona, y el núcleo cae al suelo: un fragmento mayor del Amuleto, intacto.
Tharos sobrevive, pero queda con quemaduras profundas. Elen, herida, logra estabilizarlo. Sira, silenciosa, observa el fragmento. Kael lo sostiene, sabiendo que cada paso los acerca… pero también los expone.
El Señor de las Sombras siente el cambio. En su trono de oscuridad, el Amuleto corrompido vibra con furia. Y por primera vez… se mueve.
Tras la purificación del Templo del Viento, el grupo se refugia en las ruinas de un monasterio oculto entre las montañas de Tharion. Allí, Kael estudia el fragmento recuperado, que vibra con una energía que parece responder a su presencia. Elen lo ayuda a estabilizarlo, mientras Sira entrena con Tharos, intentando controlar sus ráfagas de fuego sin que se desborde su furia.
Pero algo se acerca.
Los sabios del monasterio hablan de un segundo templo: el Templo de Ceniza, enterrado bajo una ciudad abandonada, donde el fuego y la tierra se entrelazan. Se dice que allí yace un fragmento mayor del Amuleto, custodiado por una criatura que fue forjada por el propio Señor de las Sombras: el Centinela de Carbón, una amalgama de roca viva y llamas corruptas.
El viaje es arduo. El grupo atraviesa zonas donde la magia elemental se comporta de forma errática. Elen apenas logra mantener la vegetación viva. Tharos siente que el fuego dentro de él se vuelve más agresivo. Sira comienza a tener visiones de Lidica, pero distorsionadas, como si alguien estuviera manipulando sus recuerdos.
Kael, por su parte, comienza a escuchar voces en los fragmentos. No palabras. Emociones. Ecos de Yukine.
“No todos los sellos se rompen con fuerza. Algunos… con fe.”
Al llegar, el grupo encuentra el templo sumergido en una cámara volcánica. El calor es insoportable. El suelo tiembla. Y en el centro, el Centinela de Carbón se alza: una criatura de veinte metros, con un núcleo incandescente y brazos de obsidiana que se regeneran al romperse.
La batalla comienza.
• Sira se mueve entre las columnas, cortando los tendones de lava que sostienen al Centinela.
• Tharos desata su fuego, pero el enemigo lo absorbe, volviéndose más fuerte.
• Elen crea barreras de raíces endurecidas, pero el calor las calcina.
• Kael intenta canalizar el fragmento, pero el templo mismo lo rechaza.
El Centinela lanza una onda de magma que hiere gravemente a Tharos. Elen corre a salvarlo, pero queda atrapada bajo escombros. Sira grita, pero es empujada por una ráfaga de calor. Kael, solo, se acerca al núcleo.
Kael coloca el fragmento en el altar. El templo tiembla. El Centinela se detiene. El fragmento brilla… y se divide.
Una parte se fusiona con Kael, revelando una memoria sellada: una visión de Yukine, en sus últimos momentos, canalizando el poder del sello roto. Kael no entiende la magia, pero siente la intención. La estructura. La forma.
Con ese conocimiento, Kael conjura un hechizo de contención que no destruye al Centinela… lo purifica.
La criatura se desmorona, y el núcleo cae al suelo: un fragmento mayor del Amuleto, intacto.
Tharos sobrevive, pero queda con quemaduras profundas. Elen, herida, logra estabilizarlo. Sira, silenciosa, observa el fragmento. Kael lo sostiene, sabiendo que cada paso los acerca… pero también los expone.
El Señor de las Sombras siente el cambio. En su trono de oscuridad, el Amuleto corrompido vibra con furia. Y por primera vez… se mueve.
Crónicas del Olvido — Capítulo II: El Templo de Ceniza
Tras la purificación del Templo del Viento, el grupo se refugia en las ruinas de un monasterio oculto entre las montañas de Tharion. Allí, Kael estudia el fragmento recuperado, que vibra con una energía que parece responder a su presencia. Elen lo ayuda a estabilizarlo, mientras Sira entrena con Tharos, intentando controlar sus ráfagas de fuego sin que se desborde su furia.
Pero algo se acerca.
Los sabios del monasterio hablan de un segundo templo: el Templo de Ceniza, enterrado bajo una ciudad abandonada, donde el fuego y la tierra se entrelazan. Se dice que allí yace un fragmento mayor del Amuleto, custodiado por una criatura que fue forjada por el propio Señor de las Sombras: el Centinela de Carbón, una amalgama de roca viva y llamas corruptas.
El viaje es arduo. El grupo atraviesa zonas donde la magia elemental se comporta de forma errática. Elen apenas logra mantener la vegetación viva. Tharos siente que el fuego dentro de él se vuelve más agresivo. Sira comienza a tener visiones de Lidica, pero distorsionadas, como si alguien estuviera manipulando sus recuerdos.
Kael, por su parte, comienza a escuchar voces en los fragmentos. No palabras. Emociones. Ecos de Yukine.
“No todos los sellos se rompen con fuerza. Algunos… con fe.”
Al llegar, el grupo encuentra el templo sumergido en una cámara volcánica. El calor es insoportable. El suelo tiembla. Y en el centro, el Centinela de Carbón se alza: una criatura de veinte metros, con un núcleo incandescente y brazos de obsidiana que se regeneran al romperse.
La batalla comienza.
• Sira se mueve entre las columnas, cortando los tendones de lava que sostienen al Centinela.
• Tharos desata su fuego, pero el enemigo lo absorbe, volviéndose más fuerte.
• Elen crea barreras de raíces endurecidas, pero el calor las calcina.
• Kael intenta canalizar el fragmento, pero el templo mismo lo rechaza.
El Centinela lanza una onda de magma que hiere gravemente a Tharos. Elen corre a salvarlo, pero queda atrapada bajo escombros. Sira grita, pero es empujada por una ráfaga de calor. Kael, solo, se acerca al núcleo.
Kael coloca el fragmento en el altar. El templo tiembla. El Centinela se detiene. El fragmento brilla… y se divide.
Una parte se fusiona con Kael, revelando una memoria sellada: una visión de Yukine, en sus últimos momentos, canalizando el poder del sello roto. Kael no entiende la magia, pero siente la intención. La estructura. La forma.
Con ese conocimiento, Kael conjura un hechizo de contención que no destruye al Centinela… lo purifica.
La criatura se desmorona, y el núcleo cae al suelo: un fragmento mayor del Amuleto, intacto.
Tharos sobrevive, pero queda con quemaduras profundas. Elen, herida, logra estabilizarlo. Sira, silenciosa, observa el fragmento. Kael lo sostiene, sabiendo que cada paso los acerca… pero también los expone.
El Señor de las Sombras siente el cambio. En su trono de oscuridad, el Amuleto corrompido vibra con furia. Y por primera vez… se mueve.
