En el vasto mundo de la vigilia, Morfeo, como cada noche, caminaba en solitario. Vestido con un manto oscuro como la misma obsidiana, sin adornos.
Era su costumbre recorrer senderos en silencio, fuera de la urbe, observando las constelaciones que se dibujaban en los cielos.
Ese día, sin embargo, algo distinto perturbó la quietud. Entre la neblina nocturna apareció una luz dorada, vibrante, como si cada paso hiciera sonar un invisible coro de trompetas.
Morfeo se detuvo.
Nunca había visto tal resplandor en el dominio del hombre.
La figura se reveló lentamente: alas extendidas, ojos firmes como el horizonte, una sonrisa que parecía segura de todo triunfo. Era Nike, la diosa de la victoria.
Con un dejo de desconcierto en su voz, le preguntó:
—¿Qué haces tú aquí, hija del Olimpo? —
Nike
Era su costumbre recorrer senderos en silencio, fuera de la urbe, observando las constelaciones que se dibujaban en los cielos.
Ese día, sin embargo, algo distinto perturbó la quietud. Entre la neblina nocturna apareció una luz dorada, vibrante, como si cada paso hiciera sonar un invisible coro de trompetas.
Morfeo se detuvo.
Nunca había visto tal resplandor en el dominio del hombre.
La figura se reveló lentamente: alas extendidas, ojos firmes como el horizonte, una sonrisa que parecía segura de todo triunfo. Era Nike, la diosa de la victoria.
Con un dejo de desconcierto en su voz, le preguntó:
—¿Qué haces tú aquí, hija del Olimpo? —
Nike
En el vasto mundo de la vigilia, Morfeo, como cada noche, caminaba en solitario. Vestido con un manto oscuro como la misma obsidiana, sin adornos.
Era su costumbre recorrer senderos en silencio, fuera de la urbe, observando las constelaciones que se dibujaban en los cielos.
Ese día, sin embargo, algo distinto perturbó la quietud. Entre la neblina nocturna apareció una luz dorada, vibrante, como si cada paso hiciera sonar un invisible coro de trompetas.
Morfeo se detuvo.
Nunca había visto tal resplandor en el dominio del hombre.
La figura se reveló lentamente: alas extendidas, ojos firmes como el horizonte, una sonrisa que parecía segura de todo triunfo. Era Nike, la diosa de la victoria.
Con un dejo de desconcierto en su voz, le preguntó:
—¿Qué haces tú aquí, hija del Olimpo? —
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