Aún recuerdo el momento en que morí.

Recuerdo el frío de la navaja que en mi piel se hizo fuego, la sangre corriendo y tiñendo la tina de rojo, desangrando mis últimos minutos.

Mis párpados se volvieron plomo y con ellos llegó el alivio: él no volvería a tocarme.

Me sntí levitar, ligero como una hoja al viento, y entonces algo tiró de mí desde el estómago, una cadena que me devolvió a la casa.

Los gritos de mi madre como cristales rotos, la fría mirada de mi padre clavada en lo que quedaba de mi.

Y al final, más punzante que el metal y la oscuridad, la certeza: para mí no había una luz al final del túnel.
Aún recuerdo el momento en que morí. Recuerdo el frío de la navaja que en mi piel se hizo fuego, la sangre corriendo y tiñendo la tina de rojo, desangrando mis últimos minutos. Mis párpados se volvieron plomo y con ellos llegó el alivio: él no volvería a tocarme. Me sntí levitar, ligero como una hoja al viento, y entonces algo tiró de mí desde el estómago, una cadena que me devolvió a la casa. Los gritos de mi madre como cristales rotos, la fría mirada de mi padre clavada en lo que quedaba de mi. Y al final, más punzante que el metal y la oscuridad, la certeza: para mí no había una luz al final del túnel.
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