⠀⠀⠀Ella conocía el precio de los deseos mejor que nadie. Lo había visto arruinar destinos y sembrar tragedias tan hermosas como letales. Pero el precio más cruel, el más exquisito en su perversidad, era el que cobraba la autoconseción. Concederse un deseo a si misma era como abrir una herida en su propia alma y dejar que el Caos se alimentará de ella directamente. No era el miedo lo que la detenía, era el conocimiento absoluto de que jugar a ser la diosa y la suplicante era la única forma de trueque donde siempre, siempre, se perdía a si misma en el intercambio.
⠀⠀⠀Ella conocía el precio de los deseos mejor que nadie. Lo había visto arruinar destinos y sembrar tragedias tan hermosas como letales. Pero el precio más cruel, el más exquisito en su perversidad, era el que cobraba la autoconseción. Concederse un deseo a si misma era como abrir una herida en su propia alma y dejar que el Caos se alimentará de ella directamente. No era el miedo lo que la detenía, era el conocimiento absoluto de que jugar a ser la diosa y la suplicante era la única forma de trueque donde siempre, siempre, se perdía a si misma en el intercambio.

