→ El Castillo de Hueso

Cuando el Rey Demonio quiso establecerse entre los mortales, buscó un sitio remoto donde construir su hogar, un lugar donde la distancia tanto como la vegetación le ofrecieran la privacidad a la que se había acostumbrado, de la cual disfrutaba en más de una forma.

Su esbelta figura se dibujó entre los viejos árboles, desprendiendo un ligero brillo rojizo conforme avanzaba bajo la bruma de la medianoche. La brisa fría juega con sus largos cabellos y el vuelo de su elegante túnica de seda. Un búho echó la alarma, aleteos, pequeñas alimañas a la carrera y el bosque quedó en silencio, como si las bestias supieran reconocer la amenaza que se cernía sobre ellas.

La tierra yacía desquebrajada bajo sus pies, las raíces crujían, los árboles en su camino se deshacían en cenizas. A cada uno de sus pasos, los cuerpos de tantos enemigos derrotados surgían a su alrededor dando forma a salones y pasadizos, escaleras y cúpulas que terminarían por elevarse en torres y agujas, conformando en su conjunto un aterrador castillo de hueso.

Al fin se detuvo, entre seis columnas de seis metros, bajo un gran candelero de treinta y tres haces rojos. Y tras su espalda se alzaron y entrecruzaron garras y colmillos, crestas y cuernos formando los pies, la base y el respaldo del gran trono que ocupó haciendo a un lado el vuelo de su entallada túnica oriental, con una amplía y macabra sonrisa en el rostro.

Xa-Wue, el Rey del Sexto Círculo del Infierno, gesticuló con la diestra en el aire y de las penumbras dio forma a su larga y negra pipa, reposando entre sus dedos. Un fino humo blanco, de penetrante aroma, brotó de ella incluso antes que los labios del Rey besaran la boquilla para tomar la primera inhalación para celebrar su llegada junto a todos buenos recuerdos y otras igual de agradables expectativas.
→ El Castillo de Hueso Cuando el Rey Demonio quiso establecerse entre los mortales, buscó un sitio remoto donde construir su hogar, un lugar donde la distancia tanto como la vegetación le ofrecieran la privacidad a la que se había acostumbrado, de la cual disfrutaba en más de una forma. Su esbelta figura se dibujó entre los viejos árboles, desprendiendo un ligero brillo rojizo conforme avanzaba bajo la bruma de la medianoche. La brisa fría juega con sus largos cabellos y el vuelo de su elegante túnica de seda. Un búho echó la alarma, aleteos, pequeñas alimañas a la carrera y el bosque quedó en silencio, como si las bestias supieran reconocer la amenaza que se cernía sobre ellas. La tierra yacía desquebrajada bajo sus pies, las raíces crujían, los árboles en su camino se deshacían en cenizas. A cada uno de sus pasos, los cuerpos de tantos enemigos derrotados surgían a su alrededor dando forma a salones y pasadizos, escaleras y cúpulas que terminarían por elevarse en torres y agujas, conformando en su conjunto un aterrador castillo de hueso. Al fin se detuvo, entre seis columnas de seis metros, bajo un gran candelero de treinta y tres haces rojos. Y tras su espalda se alzaron y entrecruzaron garras y colmillos, crestas y cuernos formando los pies, la base y el respaldo del gran trono que ocupó haciendo a un lado el vuelo de su entallada túnica oriental, con una amplía y macabra sonrisa en el rostro. Xa-Wue, el Rey del Sexto Círculo del Infierno, gesticuló con la diestra en el aire y de las penumbras dio forma a su larga y negra pipa, reposando entre sus dedos. Un fino humo blanco, de penetrante aroma, brotó de ella incluso antes que los labios del Rey besaran la boquilla para tomar la primera inhalación para celebrar su llegada junto a todos buenos recuerdos y otras igual de agradables expectativas.
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