Había cruzado el velo entre el Ensueño y la vigilia con un solo propósito: verla.
En sus manos sostenía un pequeño ramo de lirios.
El aire del lugar estaba impregnado de aromas naturales y humedad, pero él caminó entre las calles como una sombra que no proyectaba reflejo. Conocía el camino hasta Elyana; siempre lo había sabido, como si un hilo invisible lo guiara.
La encontró en un jardín, sentada, con la mirada perdida en las estrellas que apenas se asomaban entre las nubes.
Él se acercó sin apartar la vista de ella, extendiendo las flores y a la distancia habló:
—No traigo sueños esta vez… solo algo que pueda tocar —dijo, y sus palabras cargaban una suavidad inusual.
En sus manos sostenía un pequeño ramo de lirios.
El aire del lugar estaba impregnado de aromas naturales y humedad, pero él caminó entre las calles como una sombra que no proyectaba reflejo. Conocía el camino hasta Elyana; siempre lo había sabido, como si un hilo invisible lo guiara.
La encontró en un jardín, sentada, con la mirada perdida en las estrellas que apenas se asomaban entre las nubes.
Él se acercó sin apartar la vista de ella, extendiendo las flores y a la distancia habló:
—No traigo sueños esta vez… solo algo que pueda tocar —dijo, y sus palabras cargaban una suavidad inusual.
Había cruzado el velo entre el Ensueño y la vigilia con un solo propósito: verla.
En sus manos sostenía un pequeño ramo de lirios.
El aire del lugar estaba impregnado de aromas naturales y humedad, pero él caminó entre las calles como una sombra que no proyectaba reflejo. Conocía el camino hasta Elyana; siempre lo había sabido, como si un hilo invisible lo guiara.
La encontró en un jardín, sentada, con la mirada perdida en las estrellas que apenas se asomaban entre las nubes.
Él se acercó sin apartar la vista de ella, extendiendo las flores y a la distancia habló:
—No traigo sueños esta vez… solo algo que pueda tocar —dijo, y sus palabras cargaban una suavidad inusual.

