Él, eterno y distante, que había tejido reinos para reyes y ciudades para poetas, jamás había creado algo para sí mismo… hasta ahora.

Morfeo cerró los ojos y dejó que la visión brotara.

El reino comenzó a crecer en la penumbra.
No tendría murallas que aislaran, sino columnas de luz que se alzaban como árboles eternos.

Los ríos no corrían con agua, sino con memorias dulces, donde Elyana podría sumergirse y revivir cualquier instante que deseara. El cielo, pintado con un crepúsculo perpetuo, guardaba una luna doble, una dorada y otra plateada, para que nunca se sintiera sola en la noche.

En el centro, Morfeo erigió un palacio de sueño puro: sus paredes eran suaves como un suspiro y cambiaban de forma según la emoción que ella sintiera en ese momento. Allí, el viento traía siempre su aroma favorito y las flores, en un acto de devoción, abrían sus pétalos al verla pasar.

Morfeo creo todo eso para su nueva reina Elyana Serathiel , pero hasta él mismo sabía que ella no era un alma nacida del sueño,  que cada vez que ella aparecía en su reino, era como un visitante que solo puede quedarse mientras la noche duraba. Y al amanecer, la realidad se la llevaba, como una marea cruel que no entiende de súplicas.

Fue entonces cuando tomó una decisión que jamás había considerado, abandonar el Reino del Ensueño cada vez que ella despertara. 

Los dioses antiguos le habían advertido que su esencia estaba ligada al mundo nocturno, que su presencia en la vigilia era una sombra incompleta, vulnerable, frágil.

Un mortal.

Pero para él, el riesgo no era perder su poder… sino perderla a ella.
Él, eterno y distante, que había tejido reinos para reyes y ciudades para poetas, jamás había creado algo para sí mismo… hasta ahora. Morfeo cerró los ojos y dejó que la visión brotara. El reino comenzó a crecer en la penumbra. No tendría murallas que aislaran, sino columnas de luz que se alzaban como árboles eternos. Los ríos no corrían con agua, sino con memorias dulces, donde Elyana podría sumergirse y revivir cualquier instante que deseara. El cielo, pintado con un crepúsculo perpetuo, guardaba una luna doble, una dorada y otra plateada, para que nunca se sintiera sola en la noche. En el centro, Morfeo erigió un palacio de sueño puro: sus paredes eran suaves como un suspiro y cambiaban de forma según la emoción que ella sintiera en ese momento. Allí, el viento traía siempre su aroma favorito y las flores, en un acto de devoción, abrían sus pétalos al verla pasar. Morfeo creo todo eso para su nueva reina [flash_gray_zebra_981] , pero hasta él mismo sabía que ella no era un alma nacida del sueño,  que cada vez que ella aparecía en su reino, era como un visitante que solo puede quedarse mientras la noche duraba. Y al amanecer, la realidad se la llevaba, como una marea cruel que no entiende de súplicas. Fue entonces cuando tomó una decisión que jamás había considerado, abandonar el Reino del Ensueño cada vez que ella despertara.  Los dioses antiguos le habían advertido que su esencia estaba ligada al mundo nocturno, que su presencia en la vigilia era una sombra incompleta, vulnerable, frágil. Un mortal. Pero para él, el riesgo no era perder su poder… sino perderla a ella.
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