En los jardines silenciosos del Reino del Sueño, donde las flores se abrían solo bajo la luz de lunas que no existían en el mundo de los mortales, Morfeo caminaba con algo inusual en sus manos: una pequeña mariposa, regalo de alguien muy especial.
En su reino no era una mariposa común. Sus alas parecían hechas de luz líquida, y cada batir dibujaba en el aire un destello efímero, como si atrapara fragmentos de aurora. Morfeo, que rara vez sonreía, la observaba con un brillo casi infantil en los ojos.
En su reino no era una mariposa común. Sus alas parecían hechas de luz líquida, y cada batir dibujaba en el aire un destello efímero, como si atrapara fragmentos de aurora. Morfeo, que rara vez sonreía, la observaba con un brillo casi infantil en los ojos.
En los jardines silenciosos del Reino del Sueño, donde las flores se abrían solo bajo la luz de lunas que no existían en el mundo de los mortales, Morfeo caminaba con algo inusual en sus manos: una pequeña mariposa, regalo de alguien muy especial.
En su reino no era una mariposa común. Sus alas parecían hechas de luz líquida, y cada batir dibujaba en el aire un destello efímero, como si atrapara fragmentos de aurora. Morfeo, que rara vez sonreía, la observaba con un brillo casi infantil en los ojos.

