Esta mañana, el mundo aún no había despertado del todo.
La luz, suave como un susurro, apenas deslizaba sus dedos por los bordes de las nubes. Caminó entre los pliegues del sueño y la vigilia, allí donde el tiempo se estira y los pensamientos aún no se han ordenado del todo.
Ella estaba allí.
Ilitia.
La he observado muchas veces, desde la distancia que nos exigen nuestras naturalezas. Ella, modeladora de los primeros suspiros; yo, guardián de los últimos pensamientos antes del olvido.
Pero hoy no vine a observar. Vine a verla.
—Bonito día, Ilitia —dijo con voz baja, para no perturbar el silencio que la rodeaba.
La luz, suave como un susurro, apenas deslizaba sus dedos por los bordes de las nubes. Caminó entre los pliegues del sueño y la vigilia, allí donde el tiempo se estira y los pensamientos aún no se han ordenado del todo.
Ella estaba allí.
Ilitia.
La he observado muchas veces, desde la distancia que nos exigen nuestras naturalezas. Ella, modeladora de los primeros suspiros; yo, guardián de los últimos pensamientos antes del olvido.
Pero hoy no vine a observar. Vine a verla.
—Bonito día, Ilitia —dijo con voz baja, para no perturbar el silencio que la rodeaba.
Esta mañana, el mundo aún no había despertado del todo.
La luz, suave como un susurro, apenas deslizaba sus dedos por los bordes de las nubes. Caminó entre los pliegues del sueño y la vigilia, allí donde el tiempo se estira y los pensamientos aún no se han ordenado del todo.
Ella estaba allí.
Ilitia.
La he observado muchas veces, desde la distancia que nos exigen nuestras naturalezas. Ella, modeladora de los primeros suspiros; yo, guardián de los últimos pensamientos antes del olvido.
Pero hoy no vine a observar. Vine a verla.
—Bonito día, Ilitia —dijo con voz baja, para no perturbar el silencio que la rodeaba.

