⎣ Primer Contacto. ⎤
A medio metro del suelo. Inmóvil. Enraizado contra un rincón de la habitación. Unas hebras negras salían de su espalda adhiriéndose al concreto y el ladrillo como si fueran venas.
La criatura a la que pertenecía el rastro térmico que Viper vio, estaba ahí. Adentro de la sala al final del corredor en espiral, tal y como había dicho Ekkora.
Viper sabía que no estaba inactiva como parecía. Su rostro vacío, literalmente, no parecía inerte. De repente, ese rostro le miró.
Ese hueco en medio de la cabeza donde debería haber una cara, ese vacío de pareidolia que angustiaría a cualquiera. A Viper no le afectó... tanto. Su autocontrol ya estaba bien curtido.
La criatura, sin embargo, ladeó la cabeza. Lo había sentido, que no visto. Pero parecía confundida, como si la reacción de Viper le desconcertara.
— No.
Dijo Viper. Fue una advertencia y nada más. Una que parecía carecer de sentido para la criatura. No lo comprendió, o no dio señales de ello. El naga no tenía los dotes de Ekkora para comunicarse en el idioma de las anomalías.
Viper, que se había detenido en la puerta, echó a andar de nuevo. Sólo traía un cuchillo corriente en la mano.
Las venas palpitaron una vez, dos veces. Describían un ritmo, un patrón... que reconoció como el de su propio corazón.
— No ves... pero sientes.
¿La criatura intentaba comunicarse?
¿Qué estaría queriendo decirle?
¿Estaría analizándole?
La última posibilidad despertó el modo defensivo en Viper. Su corazón se aceleró apenas lo suficiente como para suministrar la adrenalina de forma más eficiente.
Eso activó a la criatura.
Una explosión psíquica le atravesó el cráneo. Su mente, aturdida como si acabara de salir de una licuadora, batallaba por recuperar el control de sus sentidos. Viper se tambaleó y apretó los colmillos. Sintió como la criatura se desprendía entre crujidos estremecedores. Sus venas se convirtieron en rígidas lanzas. La criatura embistió con desconcertante velocidad, pero Viper evadió las lanzas rodando por el piso hacia un costado.
Un pilar fue su refugio. Allí descubrió que le ardía el brazo, tenía una herida que sangraba sin control, como si aún hubiera carne a la que irrigar. Pero le faltaba un trozo del músculo como si nunca hubiera estado ahí, sin piel.
Esa fue la primera vez que se enfrentó a una herida dimensional. Su cuerpo no sabía qué hacer, ni siquiera comprendía que estaba herido.
No tuvo tiempo de pensar en ello. La criatura volvía a abalanzarse contra él con pasos que no hacían ruido. Y pudo ver que, un segundo antes de que una lanza casi le atravesara la cabeza, algo brilló en el interior que creyó vacío de la criatura.
Un núcleo.
Viper se alejó a trompicones, saltando de un lado a otro con improvisada torpeza. Se guardó el cuchillo, desenfundó sus espadas gemelas y buscó ponerse a cubierto.
Otra descarga psíquica le sacudió la cabeza y supo que estaría vulnerable y expuesto por al menos un par de segundos. Sin sentidos.
Cuando se recuperó, una punzada de dolor le atravesaba el pecho de lado a lado. La criatura estaba frente a él, sus tentáculos clavándosele en el pecho quién sabe en cuántos sitios. La frustración le inundó de pies a cabeza, pero supo que no todo estaba perdido cuando vio que la abertura brillaba.
El núcleo estaba expuesto.
Viper clavó la espada que sostenía con el brazo sano, la hundió presionando con fuerza en el hueco de la criatura. Y esta, desconcertada por el daño que le hacía un arma que aparentaba ser como tantas otras que no fueron efectivas, no gritó. Su desesperación fue como una onda expansiva silenciosa. Como si la gravedad se sacudiera. Cuando la criatura cayó, quemándose lentamente en su propio plano, las venas se retorcieron como gusanos en sal.
Para cuando la paz regresó, Viper ya no estaba ahí.
Usó su último resquicio de consciencia para teletransportarse de regreso a casa.
A medio metro del suelo. Inmóvil. Enraizado contra un rincón de la habitación. Unas hebras negras salían de su espalda adhiriéndose al concreto y el ladrillo como si fueran venas.
La criatura a la que pertenecía el rastro térmico que Viper vio, estaba ahí. Adentro de la sala al final del corredor en espiral, tal y como había dicho Ekkora.
Viper sabía que no estaba inactiva como parecía. Su rostro vacío, literalmente, no parecía inerte. De repente, ese rostro le miró.
Ese hueco en medio de la cabeza donde debería haber una cara, ese vacío de pareidolia que angustiaría a cualquiera. A Viper no le afectó... tanto. Su autocontrol ya estaba bien curtido.
La criatura, sin embargo, ladeó la cabeza. Lo había sentido, que no visto. Pero parecía confundida, como si la reacción de Viper le desconcertara.
— No.
Dijo Viper. Fue una advertencia y nada más. Una que parecía carecer de sentido para la criatura. No lo comprendió, o no dio señales de ello. El naga no tenía los dotes de Ekkora para comunicarse en el idioma de las anomalías.
Viper, que se había detenido en la puerta, echó a andar de nuevo. Sólo traía un cuchillo corriente en la mano.
Las venas palpitaron una vez, dos veces. Describían un ritmo, un patrón... que reconoció como el de su propio corazón.
— No ves... pero sientes.
¿La criatura intentaba comunicarse?
¿Qué estaría queriendo decirle?
¿Estaría analizándole?
La última posibilidad despertó el modo defensivo en Viper. Su corazón se aceleró apenas lo suficiente como para suministrar la adrenalina de forma más eficiente.
Eso activó a la criatura.
Una explosión psíquica le atravesó el cráneo. Su mente, aturdida como si acabara de salir de una licuadora, batallaba por recuperar el control de sus sentidos. Viper se tambaleó y apretó los colmillos. Sintió como la criatura se desprendía entre crujidos estremecedores. Sus venas se convirtieron en rígidas lanzas. La criatura embistió con desconcertante velocidad, pero Viper evadió las lanzas rodando por el piso hacia un costado.
Un pilar fue su refugio. Allí descubrió que le ardía el brazo, tenía una herida que sangraba sin control, como si aún hubiera carne a la que irrigar. Pero le faltaba un trozo del músculo como si nunca hubiera estado ahí, sin piel.
Esa fue la primera vez que se enfrentó a una herida dimensional. Su cuerpo no sabía qué hacer, ni siquiera comprendía que estaba herido.
No tuvo tiempo de pensar en ello. La criatura volvía a abalanzarse contra él con pasos que no hacían ruido. Y pudo ver que, un segundo antes de que una lanza casi le atravesara la cabeza, algo brilló en el interior que creyó vacío de la criatura.
Un núcleo.
Viper se alejó a trompicones, saltando de un lado a otro con improvisada torpeza. Se guardó el cuchillo, desenfundó sus espadas gemelas y buscó ponerse a cubierto.
Otra descarga psíquica le sacudió la cabeza y supo que estaría vulnerable y expuesto por al menos un par de segundos. Sin sentidos.
Cuando se recuperó, una punzada de dolor le atravesaba el pecho de lado a lado. La criatura estaba frente a él, sus tentáculos clavándosele en el pecho quién sabe en cuántos sitios. La frustración le inundó de pies a cabeza, pero supo que no todo estaba perdido cuando vio que la abertura brillaba.
El núcleo estaba expuesto.
Viper clavó la espada que sostenía con el brazo sano, la hundió presionando con fuerza en el hueco de la criatura. Y esta, desconcertada por el daño que le hacía un arma que aparentaba ser como tantas otras que no fueron efectivas, no gritó. Su desesperación fue como una onda expansiva silenciosa. Como si la gravedad se sacudiera. Cuando la criatura cayó, quemándose lentamente en su propio plano, las venas se retorcieron como gusanos en sal.
Para cuando la paz regresó, Viper ya no estaba ahí.
Usó su último resquicio de consciencia para teletransportarse de regreso a casa.
⎣ Primer Contacto. ⎤
A medio metro del suelo. Inmóvil. Enraizado contra un rincón de la habitación. Unas hebras negras salían de su espalda adhiriéndose al concreto y el ladrillo como si fueran venas.
La criatura a la que pertenecía el rastro térmico que Viper vio, estaba ahí. Adentro de la sala al final del corredor en espiral, tal y como había dicho Ekkora.
Viper sabía que no estaba inactiva como parecía. Su rostro vacío, literalmente, no parecía inerte. De repente, ese rostro le miró.
Ese hueco en medio de la cabeza donde debería haber una cara, ese vacío de pareidolia que angustiaría a cualquiera. A Viper no le afectó... tanto. Su autocontrol ya estaba bien curtido.
La criatura, sin embargo, ladeó la cabeza. Lo había sentido, que no visto. Pero parecía confundida, como si la reacción de Viper le desconcertara.
— No.
Dijo Viper. Fue una advertencia y nada más. Una que parecía carecer de sentido para la criatura. No lo comprendió, o no dio señales de ello. El naga no tenía los dotes de Ekkora para comunicarse en el idioma de las anomalías.
Viper, que se había detenido en la puerta, echó a andar de nuevo. Sólo traía un cuchillo corriente en la mano.
Las venas palpitaron una vez, dos veces. Describían un ritmo, un patrón... que reconoció como el de su propio corazón.
— No ves... pero sientes.
¿La criatura intentaba comunicarse?
¿Qué estaría queriendo decirle?
¿Estaría analizándole?
La última posibilidad despertó el modo defensivo en Viper. Su corazón se aceleró apenas lo suficiente como para suministrar la adrenalina de forma más eficiente.
Eso activó a la criatura.
Una explosión psíquica le atravesó el cráneo. Su mente, aturdida como si acabara de salir de una licuadora, batallaba por recuperar el control de sus sentidos. Viper se tambaleó y apretó los colmillos. Sintió como la criatura se desprendía entre crujidos estremecedores. Sus venas se convirtieron en rígidas lanzas. La criatura embistió con desconcertante velocidad, pero Viper evadió las lanzas rodando por el piso hacia un costado.
Un pilar fue su refugio. Allí descubrió que le ardía el brazo, tenía una herida que sangraba sin control, como si aún hubiera carne a la que irrigar. Pero le faltaba un trozo del músculo como si nunca hubiera estado ahí, sin piel.
Esa fue la primera vez que se enfrentó a una herida dimensional. Su cuerpo no sabía qué hacer, ni siquiera comprendía que estaba herido.
No tuvo tiempo de pensar en ello. La criatura volvía a abalanzarse contra él con pasos que no hacían ruido. Y pudo ver que, un segundo antes de que una lanza casi le atravesara la cabeza, algo brilló en el interior que creyó vacío de la criatura.
Un núcleo.
Viper se alejó a trompicones, saltando de un lado a otro con improvisada torpeza. Se guardó el cuchillo, desenfundó sus espadas gemelas y buscó ponerse a cubierto.
Otra descarga psíquica le sacudió la cabeza y supo que estaría vulnerable y expuesto por al menos un par de segundos. Sin sentidos.
Cuando se recuperó, una punzada de dolor le atravesaba el pecho de lado a lado. La criatura estaba frente a él, sus tentáculos clavándosele en el pecho quién sabe en cuántos sitios. La frustración le inundó de pies a cabeza, pero supo que no todo estaba perdido cuando vio que la abertura brillaba.
El núcleo estaba expuesto.
Viper clavó la espada que sostenía con el brazo sano, la hundió presionando con fuerza en el hueco de la criatura. Y esta, desconcertada por el daño que le hacía un arma que aparentaba ser como tantas otras que no fueron efectivas, no gritó. Su desesperación fue como una onda expansiva silenciosa. Como si la gravedad se sacudiera. Cuando la criatura cayó, quemándose lentamente en su propio plano, las venas se retorcieron como gusanos en sal.
Para cuando la paz regresó, Viper ya no estaba ahí.
Usó su último resquicio de consciencia para teletransportarse de regreso a casa.


