・‥...━━━━━━ꜱᴛᴀʀᴛᴇʀ━━━━━━━…‥・
Frente a ella, suspendida en un eje invisible, flotaba una espada. No temblaba. No tenía vaina. Su filo brillaba apenas, giraba lentamente, sin impulso ni viento, obedeciendo a una ley que ningún ser vivo recuerda. Nadie la empuñaba. Nadie la dirigía. Solo mataba. No con rabia, sino con función. Cualquiera que osara romper el silencio del claro… era atacado.
Las cadenas que la rodeaban contra el árbol no dolían, pero tampoco la dejaban dormir. Eran muchas, superpuestas, enredadas como serpientes dormidas. Ninguna podía romperse sin romper algo más. A su alrededor crecían las solstasias, flores como la niebla, de tallos azul ceniza y pétalos en forma de delta invertido.
Con el pasar de los ciclos, si aún podían llamarse así, las memorias comenzaron a desaparecer. No como un olvido suave, sino como una putrefacción del recuerdo. Sentía cómo le eran devoradas desde adentro, no por criaturas, sino por un hambre más antigua que el tiempo. No había imágenes. Solo huecos. Y en esos huecos, a veces, las palabras extrañas aparecían: fragmentos de un lenguaje del hueco que nunca aprendió, pero que parecía conocerla más de lo que ella se recordaba a sí misma.
A veces, en el linde del delirio, una chispa de claridad brotaba. El rostro de alguien. El perfume de una ciudad que ya no existe. El tacto de una voz. Breves. Imposibles. Y luego, la muerte. Y luego, en algún punto volvía a renacer sin memoria.
Ahora no sabía si estaba al principio o al final...
Frente a ella, suspendida en un eje invisible, flotaba una espada. No temblaba. No tenía vaina. Su filo brillaba apenas, giraba lentamente, sin impulso ni viento, obedeciendo a una ley que ningún ser vivo recuerda. Nadie la empuñaba. Nadie la dirigía. Solo mataba. No con rabia, sino con función. Cualquiera que osara romper el silencio del claro… era atacado.
Las cadenas que la rodeaban contra el árbol no dolían, pero tampoco la dejaban dormir. Eran muchas, superpuestas, enredadas como serpientes dormidas. Ninguna podía romperse sin romper algo más. A su alrededor crecían las solstasias, flores como la niebla, de tallos azul ceniza y pétalos en forma de delta invertido.
Con el pasar de los ciclos, si aún podían llamarse así, las memorias comenzaron a desaparecer. No como un olvido suave, sino como una putrefacción del recuerdo. Sentía cómo le eran devoradas desde adentro, no por criaturas, sino por un hambre más antigua que el tiempo. No había imágenes. Solo huecos. Y en esos huecos, a veces, las palabras extrañas aparecían: fragmentos de un lenguaje del hueco que nunca aprendió, pero que parecía conocerla más de lo que ella se recordaba a sí misma.
A veces, en el linde del delirio, una chispa de claridad brotaba. El rostro de alguien. El perfume de una ciudad que ya no existe. El tacto de una voz. Breves. Imposibles. Y luego, la muerte. Y luego, en algún punto volvía a renacer sin memoria.
Ahora no sabía si estaba al principio o al final...
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Frente a ella, suspendida en un eje invisible, flotaba una espada. No temblaba. No tenía vaina. Su filo brillaba apenas, giraba lentamente, sin impulso ni viento, obedeciendo a una ley que ningún ser vivo recuerda. Nadie la empuñaba. Nadie la dirigía. Solo mataba. No con rabia, sino con función. Cualquiera que osara romper el silencio del claro… era atacado.
Las cadenas que la rodeaban contra el árbol no dolían, pero tampoco la dejaban dormir. Eran muchas, superpuestas, enredadas como serpientes dormidas. Ninguna podía romperse sin romper algo más. A su alrededor crecían las solstasias, flores como la niebla, de tallos azul ceniza y pétalos en forma de delta invertido.
Con el pasar de los ciclos, si aún podían llamarse así, las memorias comenzaron a desaparecer. No como un olvido suave, sino como una putrefacción del recuerdo. Sentía cómo le eran devoradas desde adentro, no por criaturas, sino por un hambre más antigua que el tiempo. No había imágenes. Solo huecos. Y en esos huecos, a veces, las palabras extrañas aparecían: fragmentos de un lenguaje del hueco que nunca aprendió, pero que parecía conocerla más de lo que ella se recordaba a sí misma.
A veces, en el linde del delirio, una chispa de claridad brotaba. El rostro de alguien. El perfume de una ciudad que ya no existe. El tacto de una voz. Breves. Imposibles. Y luego, la muerte. Y luego, en algún punto volvía a renacer sin memoria.
Ahora no sabía si estaba al principio o al final...


