Había un balcón en su departamento. Esa fue la razón por la que lo rentó. Estaba asegurado con redes, aunque no tenía mascotas ni miedo a caer. Eran para resguardar su jardín de visitas indeseadas.

En un costado, el menos soleado y el más húmedo, estaban sus orquídeas. Las había de varios tonos de violeta, su color favorito.

También había una gran maceta que parecía contener nada. Pero era musgo, otra de sus plantas favoritas.

No habían rosas. No le gustaban. Tampoco había margaritas, tulipanes ni claveles. Nada de eso.

En la parte más alta de una estantería había una mimosa. Jamás la tocaba. Y ahora, junto a ella, habría una carnívora.

— Me dijeron que floreciste por estrés...

El naga hablaba con la planta tal y como Tobias le había pedido que hiciera y, de paso, como era su costumbre.

— No voy a estresarte. No me importa si no floreces. Al fin y al cabo, dejar descendencia en este mundo... no es tan importante.
Había un balcón en su departamento. Esa fue la razón por la que lo rentó. Estaba asegurado con redes, aunque no tenía mascotas ni miedo a caer. Eran para resguardar su jardín de visitas indeseadas. En un costado, el menos soleado y el más húmedo, estaban sus orquídeas. Las había de varios tonos de violeta, su color favorito. También había una gran maceta que parecía contener nada. Pero era musgo, otra de sus plantas favoritas. No habían rosas. No le gustaban. Tampoco había margaritas, tulipanes ni claveles. Nada de eso. En la parte más alta de una estantería había una mimosa. Jamás la tocaba. Y ahora, junto a ella, habría una carnívora. — Me dijeron que floreciste por estrés... El naga hablaba con la planta tal y como Tobias le había pedido que hiciera y, de paso, como era su costumbre. — No voy a estresarte. No me importa si no floreces. Al fin y al cabo, dejar descendencia en este mundo... no es tan importante.
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