Guiado por el hambre insaciable de su alter ego, Aegir, aquella noche, la copa giraba lentamente entre sus dedos, capturando destellos rojos bajo las luces tenues del burdel.

Haneul apoyaba el peso del cuerpo contra la barra de mármol oscuro, observando con ojos entornados las figuras que se movían como sombras al compás de la música baja, grave, casi animal. El humo flotaba espeso en el aire, perfumado de deseo y desesperación.

El calor en su pecho era distinto al del alcohol. Aegir latía bajo su piel, palpitante, insistente. El ojo derecho, ese púrpura encendido que ninguna sombra podía ocultar, brillaba como un faro para las mujeres que no dejaban de mirarlo, como moscas a la miel.

—Sala VIP

musitó una de ellas al pasar, con una sonrisa insinuante y un gesto sutil hacia el fondo del lugar.

Él no respondió. No hizo falta.
Se incorporó con calma y la siguió con la mirada unos segundos, antes de deslizarse lejos de la barra. Las suelas de sus zapatos resonaron contra el suelo de mármol hasta perderse en la alfombra gruesa de los pasillos.

Al llegar a la sala VIP, empujó la puerta sin prisa. Dentro, el ambiente era aún más cerrado: terciopelo rojo en las paredes, madera oscura, un sillón de cuero envejecido en el centro. Las luces eran más tenues, más doradas. Más peligrosas.

Haneul se dejó caer en el sillón con una cadencia pausada, acomodándose con los codos en los descansabrazos mientras la copa se balanceaba en su mano aún a medio beber.
Esperando a la prometedora compañía de esa noche que estaba a punto de llegar.