Una noche de exceso, carne y delirio.
El monstruo se rinde al instinto, al pulso primitivo que late dentro, fuera y alrededor. Ya no hay control, ni juego, ni burla. Solo hambre. Una hambre viscosa, caliente, que lo arrastra a la más íntima crueldad.
Y tu aroma lo detona.
Un callejón al borde del amanecer.
Las sombras se arremolinan sobre ti como cuervos hambrientos ante un cadáver descompuesto.
Se abalanzan. Te aplasta. Y, cuando te alcanza, la helada oscuridad toma forma.
Piel.
Carne.
Hueso.
Tacto y presencia.
Manos, humanas solo en forma, emergen en la negrura y se cierran en torno a tu cuello.
Firmeza.
Presión.
Aprietan tu tráquea y te roban la respiración.
Y los ojos del monstruo te observan. Dos puntos rojos, fijos en ti.
Ardientes.
Penetrantes.
Sadismo y hambre.
Te desnudan con una voracidad obscena mientras te ahogas, pataleas, suplicas con cada célula por un soplo de aire.
El miedo sabe dulce en la lengua seca del monstruo.
Tu desesperación lo alimenta.
Pero justo cuando todo comienza a disolverse, cuando tus sentidos amenazan con apagarse, las manos se apartan; ahora aprietan tu busto, atraviesan la carne tibia y mullida con filosas garras.
Alcanzas el aire que tus pulmones reclaman.
Arde.
Duele.
Vives.
Porque el monstruo no siente piedad.
Y no concede el descanso que trae la muerte.
#SeductiveSunday
El monstruo se rinde al instinto, al pulso primitivo que late dentro, fuera y alrededor. Ya no hay control, ni juego, ni burla. Solo hambre. Una hambre viscosa, caliente, que lo arrastra a la más íntima crueldad.
Y tu aroma lo detona.
Un callejón al borde del amanecer.
Las sombras se arremolinan sobre ti como cuervos hambrientos ante un cadáver descompuesto.
Se abalanzan. Te aplasta. Y, cuando te alcanza, la helada oscuridad toma forma.
Piel.
Carne.
Hueso.
Tacto y presencia.
Manos, humanas solo en forma, emergen en la negrura y se cierran en torno a tu cuello.
Firmeza.
Presión.
Aprietan tu tráquea y te roban la respiración.
Y los ojos del monstruo te observan. Dos puntos rojos, fijos en ti.
Ardientes.
Penetrantes.
Sadismo y hambre.
Te desnudan con una voracidad obscena mientras te ahogas, pataleas, suplicas con cada célula por un soplo de aire.
El miedo sabe dulce en la lengua seca del monstruo.
Tu desesperación lo alimenta.
Pero justo cuando todo comienza a disolverse, cuando tus sentidos amenazan con apagarse, las manos se apartan; ahora aprietan tu busto, atraviesan la carne tibia y mullida con filosas garras.
Alcanzas el aire que tus pulmones reclaman.
Arde.
Duele.
Vives.
Porque el monstruo no siente piedad.
Y no concede el descanso que trae la muerte.
#SeductiveSunday
Una noche de exceso, carne y delirio.
El monstruo se rinde al instinto, al pulso primitivo que late dentro, fuera y alrededor. Ya no hay control, ni juego, ni burla. Solo hambre. Una hambre viscosa, caliente, que lo arrastra a la más íntima crueldad.
Y tu aroma lo detona.
Un callejón al borde del amanecer.
Las sombras se arremolinan sobre ti como cuervos hambrientos ante un cadáver descompuesto.
Se abalanzan. Te aplasta. Y, cuando te alcanza, la helada oscuridad toma forma.
Piel.
Carne.
Hueso.
Tacto y presencia.
Manos, humanas solo en forma, emergen en la negrura y se cierran en torno a tu cuello.
Firmeza.
Presión.
Aprietan tu tráquea y te roban la respiración.
Y los ojos del monstruo te observan. Dos puntos rojos, fijos en ti.
Ardientes.
Penetrantes.
Sadismo y hambre.
Te desnudan con una voracidad obscena mientras te ahogas, pataleas, suplicas con cada célula por un soplo de aire.
El miedo sabe dulce en la lengua seca del monstruo.
Tu desesperación lo alimenta.
Pero justo cuando todo comienza a disolverse, cuando tus sentidos amenazan con apagarse, las manos se apartan; ahora aprietan tu busto, atraviesan la carne tibia y mullida con filosas garras.
Alcanzas el aire que tus pulmones reclaman.
Arde.
Duele.
Vives.
Porque el monstruo no siente piedad.
Y no concede el descanso que trae la muerte.
#SeductiveSunday

