Las luces del interior del tren parpadearon apenas con el cambio de carril. Kalhi estaba sentado junto a la ventana, apoyado contra el vidrio frío con los brazos cruzados sobre el pecho.
Los párpados le pesaban. Cada músculo de su cuerpo dolía de forma sorda y acumulativa. Era como si la semana se le hubiera quedado pegada a los huesos. Todas las semanas. Toda la rutina.
No tenía sentido ni prisa por llegar a casa. No había mensajes esperando en su teléfono. Nadie lo esperaba en casa. Nadie lo notaba cuando se iba.
Y, en cierto modo, eso estaba bien.
Una semana más.
Una semana menos.
La rutina tenía una ventaja: no dejaba espacio para pensar en lo demás. El cansancio era útil. Justificaba el silencio, no llamar, no responder.
El tren desaceleró.
Cambió de postura sin mucho ánimo. Inclinó la cabeza a un lado, su cuello crujió. Ajustó la espalda para darle un respiro al lado izquierdo y torturar el lado derecho.
El tren volvió a arrancar.
Kalhi volvió a cerrar los ojos.
Los párpados le pesaban. Cada músculo de su cuerpo dolía de forma sorda y acumulativa. Era como si la semana se le hubiera quedado pegada a los huesos. Todas las semanas. Toda la rutina.
No tenía sentido ni prisa por llegar a casa. No había mensajes esperando en su teléfono. Nadie lo esperaba en casa. Nadie lo notaba cuando se iba.
Y, en cierto modo, eso estaba bien.
Una semana más.
Una semana menos.
La rutina tenía una ventaja: no dejaba espacio para pensar en lo demás. El cansancio era útil. Justificaba el silencio, no llamar, no responder.
El tren desaceleró.
Cambió de postura sin mucho ánimo. Inclinó la cabeza a un lado, su cuello crujió. Ajustó la espalda para darle un respiro al lado izquierdo y torturar el lado derecho.
El tren volvió a arrancar.
Kalhi volvió a cerrar los ojos.
Las luces del interior del tren parpadearon apenas con el cambio de carril. Kalhi estaba sentado junto a la ventana, apoyado contra el vidrio frío con los brazos cruzados sobre el pecho.
Los párpados le pesaban. Cada músculo de su cuerpo dolía de forma sorda y acumulativa. Era como si la semana se le hubiera quedado pegada a los huesos. Todas las semanas. Toda la rutina.
No tenía sentido ni prisa por llegar a casa. No había mensajes esperando en su teléfono. Nadie lo esperaba en casa. Nadie lo notaba cuando se iba.
Y, en cierto modo, eso estaba bien.
Una semana más.
Una semana menos.
La rutina tenía una ventaja: no dejaba espacio para pensar en lo demás. El cansancio era útil. Justificaba el silencio, no llamar, no responder.
El tren desaceleró.
Cambió de postura sin mucho ánimo. Inclinó la cabeza a un lado, su cuello crujió. Ajustó la espalda para darle un respiro al lado izquierdo y torturar el lado derecho.
El tren volvió a arrancar.
Kalhi volvió a cerrar los ojos.




