Primavera sin Flores
Fandom Oc
Categoría Slice of Life

El día que su padre le anunció que se mudarían, Cho no dijo nada. Tampoco lo hizo cuando le explicó que era por un nuevo empleo, uno que les daría estabilidad, oportunidades, “un nuevo comienzo”. Su madrastra sonreía con entusiasmo mientras sostenía al bebé en brazos. Cho solo pensaba en su abuela, en la casa donde había crecido, en los silencios compartidos y el té tibio que sabía a comprensión.

Había pasado ya algunos años desde la muerte de su madre, y aunque Cho comprendía, al menos en teoría, que su padre quisiera rehacer su vida, no lograba sentirse parte de esa nueva familia. En la casa actual, su presencia parecía más un añadido que una raíz. El cariño de su abuela paterna había sido su único refugio. Perder también eso fue como cerrar una puerta con llave desde el otro lado.

La nueva ciudad era más fría, más gris, incluso en primavera. La escuela, más grande. Los pasillos le parecían eternos, llenos de rostros que no le devolvían la mirada. El uniforme le quedaba extraño, como si no fuera suyo. En el aula, se sentó en silencio cerca de la ventana. No era por timidez; era una decisión. No quería explicar su historia, ni justificar su expresión seria, ni fingir que ese lugar le importaba.

Pasó los primeros días sin hablar. Escuchaba con atención, respondía cuando se le preguntaba directamente, pero no más. Durante los recreos, se quedaba en el aula o salía a caminar sola por el patio, siempre con paso lento, como si estuviera esperando algo que nunca terminaba de llegar.

A veces, mientras escribía en su cuaderno, recordaba las voces apagadas de su hogar. La risa del bebé, la conversación de su padre con su esposa, el eco de una vida que continuaba sin ella. Cho no sentía rabia. Solo distancia. Como si hubiese sido relegada a la orilla de algo que antes también le pertenecía.

Pero incluso cuando una flor tarda en abrir, sigue siendo primavera.
El día que su padre le anunció que se mudarían, Cho no dijo nada. Tampoco lo hizo cuando le explicó que era por un nuevo empleo, uno que les daría estabilidad, oportunidades, “un nuevo comienzo”. Su madrastra sonreía con entusiasmo mientras sostenía al bebé en brazos. Cho solo pensaba en su abuela, en la casa donde había crecido, en los silencios compartidos y el té tibio que sabía a comprensión. Había pasado ya algunos años desde la muerte de su madre, y aunque Cho comprendía, al menos en teoría, que su padre quisiera rehacer su vida, no lograba sentirse parte de esa nueva familia. En la casa actual, su presencia parecía más un añadido que una raíz. El cariño de su abuela paterna había sido su único refugio. Perder también eso fue como cerrar una puerta con llave desde el otro lado. La nueva ciudad era más fría, más gris, incluso en primavera. La escuela, más grande. Los pasillos le parecían eternos, llenos de rostros que no le devolvían la mirada. El uniforme le quedaba extraño, como si no fuera suyo. En el aula, se sentó en silencio cerca de la ventana. No era por timidez; era una decisión. No quería explicar su historia, ni justificar su expresión seria, ni fingir que ese lugar le importaba. Pasó los primeros días sin hablar. Escuchaba con atención, respondía cuando se le preguntaba directamente, pero no más. Durante los recreos, se quedaba en el aula o salía a caminar sola por el patio, siempre con paso lento, como si estuviera esperando algo que nunca terminaba de llegar. A veces, mientras escribía en su cuaderno, recordaba las voces apagadas de su hogar. La risa del bebé, la conversación de su padre con su esposa, el eco de una vida que continuaba sin ella. Cho no sentía rabia. Solo distancia. Como si hubiese sido relegada a la orilla de algo que antes también le pertenecía. Pero incluso cuando una flor tarda en abrir, sigue siendo primavera.
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