Go Down. Down. Down ♪
Fandom Made In Abyss
Categoría Aventura
Lo vio en un sueño. No fue un presagio, mucho menos un llamado. Era un residuo. El eco moribundo de algo que no le pertenecía, pero que vibraba en su médula como parte de sus huesos, como si su cuerpo recordara lo que su mente no podía nombrar.

Fragmentos de voces sin boca.
Luz negra entre jirones de carne rota.
Y un susurro que clamaba ayuda... o inspiraba hambre.

Al despertar, no dudó. Se calzó el abrigo y acomodó en el dedo el anillo que Tolek le dio, ese que le permitiría llamarle desde cualquier rincón de la existencia.

Y dejó la cabaña.

El rastro era invisible al ojo común, pero su percepción hendía la realidad como agujas la piel. Lo siguió hasta el lugar donde el espacio se deshilachaba, donde el aire estaba enfermo, con sabor a humedad, metal oxidado. Allí, el espacio se retorcía. Un pliegue, una herida que no sanaba, conectando el bosque del brujo con lo desconocido.

El portal temblaba.
Y Ekkora cruzó.

Su cuerpo deformó el umbral al atravesarlo. La fractura chirrió, protestó, y se cerró tras ella.
El otro lado la devoró.

Lo primero que sintió fue el silencio. Un silencio cargado de respiraciones ocultas, como si algo, o muchas cosas, se arrastraran entre las raíces del lugar, esperando. Y empujaran contra ella.

El Primer Nivel.
Un mundo vivo, pero enfermo.
Brotante, abominable.
Hermoso en su podredumbre.

Árboles inmensos y retorcidos como enfermos en agonía. Flores que olían a sangre y dulce. Criaturas que la observaban sin ojos.

La luz no venía del sol. Era un resplandor cadavérico que hacía que las sombras se movieran incluso cuando no había nada. Eso le gustó.

Exhaló, y su aliento salió negro, denso, viscoso. El entorno le oprimía tanto como su presencia empezaba a corromperlo, moho sobre un fruto maduro.

Algo crujió. Ekkora volteó.

Un insecto grotesco, del tamaño de un perro, se arrastró por la corteza cercana. Tenía un rostro que recordaba vagamente a un humano gritando.

Lo miró con la curiosidad del predador que descubre una nueva presa, y no sabe aún si será alimento o... juguete.

Sonrió, apenas.
Un hilo de sangre negra resbaló por la comisura de su labio sin que lo notara.
Dio un paso. Luego otro.
Y comenzó a cercarse.

Bajo sus pies, la tierra palpitaba.

El Abismo la reconocía.
Lo vio en un sueño. No fue un presagio, mucho menos un llamado. Era un residuo. El eco moribundo de algo que no le pertenecía, pero que vibraba en su médula como parte de sus huesos, como si su cuerpo recordara lo que su mente no podía nombrar. Fragmentos de voces sin boca. Luz negra entre jirones de carne rota. Y un susurro que clamaba ayuda... o inspiraba hambre. Al despertar, no dudó. Se calzó el abrigo y acomodó en el dedo el anillo que Tolek le dio, ese que le permitiría llamarle desde cualquier rincón de la existencia. Y dejó la cabaña. El rastro era invisible al ojo común, pero su percepción hendía la realidad como agujas la piel. Lo siguió hasta el lugar donde el espacio se deshilachaba, donde el aire estaba enfermo, con sabor a humedad, metal oxidado. Allí, el espacio se retorcía. Un pliegue, una herida que no sanaba, conectando el bosque del brujo con lo desconocido. El portal temblaba. Y Ekkora cruzó. Su cuerpo deformó el umbral al atravesarlo. La fractura chirrió, protestó, y se cerró tras ella. El otro lado la devoró. Lo primero que sintió fue el silencio. Un silencio cargado de respiraciones ocultas, como si algo, o muchas cosas, se arrastraran entre las raíces del lugar, esperando. Y empujaran contra ella. El Primer Nivel. Un mundo vivo, pero enfermo. Brotante, abominable. Hermoso en su podredumbre. Árboles inmensos y retorcidos como enfermos en agonía. Flores que olían a sangre y dulce. Criaturas que la observaban sin ojos. La luz no venía del sol. Era un resplandor cadavérico que hacía que las sombras se movieran incluso cuando no había nada. Eso le gustó. Exhaló, y su aliento salió negro, denso, viscoso. El entorno le oprimía tanto como su presencia empezaba a corromperlo, moho sobre un fruto maduro. Algo crujió. Ekkora volteó. Un insecto grotesco, del tamaño de un perro, se arrastró por la corteza cercana. Tenía un rostro que recordaba vagamente a un humano gritando. Lo miró con la curiosidad del predador que descubre una nueva presa, y no sabe aún si será alimento o... juguete. Sonrió, apenas. Un hilo de sangre negra resbaló por la comisura de su labio sin que lo notara. Dio un paso. Luego otro. Y comenzó a cercarse. Bajo sus pies, la tierra palpitaba. El Abismo la reconocía.
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