Annabeth estaba pasando un buen día, pero luego de unos momentos, empezó a sentirse perdida, su mente muy lejos de allí. Sus rodillas temblaron de nuevo al recordarlo. El frío de las nubes y el espezor bajo su piel. El peso. Ese maldito peso.

El cielo.

El cielo entero, aplastándola. Cruel, eterno, indiferente. Sostenerlo no era solo físico, era sentir la presión de algo que no pertenecía a este mundo, de algo que no debía tocarse jamás.

—No lo harás tú, lo haré yo.— Había dicho entonces, mirando a Artemisa, sabiendo que solo ella podía cargarlo durante un instante más.

Un instante eterno.

Sus brazos ardían como si el fuego mismo viviera en sus huesos y su cuerpo pedía a gritos descanso. Pero lo más dificil, no fue el dolor. Fue el saber que, si fallaba, todo lo que amaba colapsaría. El cielo y la tierra, juntos. Unidos por su debilidad.

Volvió al presente con una sacudida de su respiración y se limpió los ojos antes de que alguien notara la humedad en ellos.
Annabeth estaba pasando un buen día, pero luego de unos momentos, empezó a sentirse perdida, su mente muy lejos de allí. Sus rodillas temblaron de nuevo al recordarlo. El frío de las nubes y el espezor bajo su piel. El peso. Ese maldito peso. El cielo. El cielo entero, aplastándola. Cruel, eterno, indiferente. Sostenerlo no era solo físico, era sentir la presión de algo que no pertenecía a este mundo, de algo que no debía tocarse jamás. —No lo harás tú, lo haré yo.— Había dicho entonces, mirando a Artemisa, sabiendo que solo ella podía cargarlo durante un instante más. Un instante eterno. Sus brazos ardían como si el fuego mismo viviera en sus huesos y su cuerpo pedía a gritos descanso. Pero lo más dificil, no fue el dolor. Fue el saber que, si fallaba, todo lo que amaba colapsaría. El cielo y la tierra, juntos. Unidos por su debilidad. Volvió al presente con una sacudida de su respiración y se limpió los ojos antes de que alguien notara la humedad en ellos.
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